Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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En setiembre de 1943 las tropas aliadas desembarcaron en el golfo de Salerno, en el sur de Italia, con el objetivo de tomar Roma y hacer caer el régimen fascista de Mussolini. Empezaba así una guerra que duraría casi dos años y que enfrentaría a los remanentes del régimen contra las tropas aliadas y la resistencia italiana.
El objetivo era derrotar en primer lugar a la más débil entre las principales potencias del Eje. La Italia fascista no solo había acumulado varias derrotas militares, sino que también debía hacer frente a los partisanos y al descontento cada vez mayor del pueblo. Además, la guerra en Italia obligaba al Tercer Reich a desviar efectivos para intentar que su aliado más cercano no cayera.
La campaña fue más complicada de lo que habían previsto los mandos aliados, en gran parte porque el ejército alemán estableció una serie de líneas defensivas de artillería que atravesaban la península de este a oeste. La guerra se caracterizó por batallas de desgaste a lo largo de las sucesivas líneas defensivas y, además, el áspero terreno de los Apeninos complicaba aún más las cosas.
Mussolini fue destituido de su cargo por el rey Víctor Manuel III, pero esto no le impidió seguir liderando las fuerzas fascistas con el apoyo reticente de Hitler, formando la República Social Italiana, un estado títere no reconocido por los Aliados. Finalmente fue capturado y ejecutado el 28 de abril de 1945.
Al día siguiente un delegado alemán, en representación del ministro de defensa de la República Social Italiana (que al no ser reconocido por los aliados, no podía firmar directamente), firmó la rendición incondicional ante los representantes estadounidenses, británicos y soviéticos. La guerra, al menos en una parte de Europa, oficialmente había terminado.