Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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Si las condiciones sanitarias en tiempos de paz a veces no dan para más, en medio de la guerra la situación puede llegar a ser mucho más precaria. En verano de 1943, esta capilla de un monasterio siciliano servía como improvisada sala de operaciones. El campo de batalla estaba a un kilómetro de distancia y los heridos eran traídos aquí para intervenciones de emergencia; si los médicos conseguían salvarlos o al menos estabilizarlos, eran llevados a un aeropuerto militar cercano y desde allí trasladados a los hospitales más cercanos en aviones de transporte de tropas.
Este quirófano improvisado estaba lejos de tener las condiciones mínimas para operar: la luz provenía de un generador portátil, las gasas y vendajes se “esterilizaban” con agua caliente en una olla y la cama de operaciones era parte del propio mobiliario del monasterio. Los cirujanos y médicos eran movilizados como parte del ejército y debían tomar decisiones rápidas y drásticas como amputaciones sin las mínimas condiciones higiénicas. También para ellos, la guerra fue un infierno.