Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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El 27 de febrero de 1933, apenas un mes después de que Adolf Hitler se convirtiera en canciller de Alemania, se declaró un gran incendio en el Reichstag, sede del parlamento. Intencionado o no, ese suceso le vino como anillo al dedo al recién nombrado canciller para poner en marcha su política represiva.
Marinus van der Lubbe, un joven holandés desempleado de militancia comunista, fue arrestado en el lugar del incendio y torturado, hasta que finalmente confesó haber prendido fuego al edificio, por lo cual fue condenado a muerte. Sin embargo, sobre este episodio siempre ha planeado una sombra de sospecha ya que proporcionó a Hitler la excusa perfecta para llevar a cabo una feroz persecución de comunistas, incluyendo a miembros del propio Parlamento, lo que le permitió anular parte de la oposición y facilitar su ascenso hacia el poder absoluto.
Las sospechas apuntan en particular a Hermann Göring, pero nunca se ha esclarecido quién incendió realmente el Reichstag. Durante los juicios de Nüremberg el propio Göring negó haber estado implicado en el asunto; pero en cambio, el coronel general de la Wehrmacht Franz Halder aseguró que, durante un almuerzo en ocasión del cumpleaños de Hitler, Göring hizo un comentario que sugería lo contrario. Según Halder, en un momento de la conversación surgió el tema del valor artístico que tenía el Reichstag y Göring exclamó con satisfacción: “El único que realmente sabe sobre el edificio del Reichstag soy yo, porque yo le prendí fuego”.