Abel G.M.
Periodista especializado en historia, paleontología y mascotas
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El 11 de noviembre de 1918 fue el día más feliz que el mundo había vivido en cuatro años: terminaba la Primera Guerra Mundial. El Armisticio de Compiègne se firmó a las 5:45 de la mañana en un vagón de tren y entró en vigor a las 11 de la mañana, hora central europea.
La idea era dar unas horas de margen para que se transmitiera el mensaje a todas las tropas en conflicto, ya que si el armisticio entraba en vigor y se producían hostilidades estas contarían como una ruptura de los acuerdos, pero el resultado fue que hubo que lamentar miles de bajas más en las últimas horas de la guerra.
No terminaba oficialmente la guerra, pero sí las hostilidades, algo que se celebró por todo lo alto en todas las grandes ciudades, como estos habitantes de Nueva York. En cambio, en el frente prevaleció el agotamiento; después de 52 meses de guerra, pocos sentían que hubiese nada que celebrar: los soldados abandonaron las trincheras, recogieron sus pertenencias y emprendieron el camino de regreso a casa.