Abel G.M.
Periodista especializado en historia, paleontología y mascotas
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Un grupo de soldados alemanes celebran la Navidad en el frente. Era el año 1918, el último de la Primera Guerra Mundial, y a pesar del agotamiento (o precisamente a causa de éste) había lugar para algo de alegría y distensión. La sensación generalizada era que ya no importaba tanto ganar o perder la guerra, sino que esta se terminara de una vez.
Sin embargo, al contrario de lo que había sucedido en los dos primeros años de guerra, no hubo treguas de Navidad, prohibidas por los mandos militares. Esta siempre fueron mal vistas por los altos oficiales en ambos bandos, sobre todo por lo que se refería a la liberación de prisioneros.
La famosa tregua de 1914 fue un acto espontáneo entre soldados que nunca contó con una aprobación oficial, y cuando algunos batallones alemanes intentaron repetirla en 1915 recibieron una advertencia por parte de los soldados británicos: habían recibido órdenes de no confraternizar con los enemigos y se verían obligados a disparar si estos se acercaban.
En 1916 y 1917 algunos mandos alemanes enviaron una propuesta oficial de tregua a los británicos, que la rechazaron, y para 1918 ya ni siquiera se hizo el intento. Por otra parte, las cruentas batallas que ya llevaban a sus espaldas habían endurecido a los soldados, haciéndolos menos dispuestos a confraternizar con quienes veían, ahora del todo, como enemigos.