Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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Uno de los episodios más oscuros de la Segunda Guerra Mundial sucedió en el bosque de Katyn, en Polonia, durante la primavera de 1940. Tras invadir el país en colaboración con el Tercer Reich, la URSS procedió a eliminar a toda la élite política, militar e intelectual: así, la policía secreta soviética reunió a unas 22.000 personas entre políticos, militares, intelectuales y artistas, y los ejecutó a sangre fría en el bosque.
Según parece el crimen partió de Lavrenti Beria, jefe de la policía secreta y uno de los hombres de más confianza de Stalin, que consideraba a los polacos “permanentes e incorregibles enemigos del poder soviético”. En una carta, se ordenaba ejecutar a los detenidos sin ni siquiera hacerlos comparecer en un juicio, simplemente produciendo de forma sistemática certificados de culpabilidad. La orden fue firmada por Stalin.
En abril de 1943, en plena guerra, los alemanes descubrieron las fosas comunes en las que habían sido enterrados los cuerpos. No obstante, la URSS siempre negó estar detrás de la masacre y continuó haciéndolo durante medio siglo, acusando a los nazis de ser los culpables. No fue hasta 1990, en vísperas del final de la Unión Soviética, que el recién elegido secretario del Soviet Supremo, Boris Yeltsin, desclasificó los documentos que probaban la responsabilidad del régimen estalinista.