Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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El 2 de agosto de 1934 fue un día feliz para Adolf Hitler: ese día murió el presidente Paul von Hindenburg, el único escollo que podía interponerse entre el líder nazi y el poder absoluto.
Hindenburg era un veterano y respetado militar de la Primera Guerra Mundial que ocupaba la presidencia de Alemania desde 1925. Su autoridad era el último obstáculo para que Hitler consolidara su poder de manera definitiva: el líder nazi decidió aprovechar la oportunidad y fusionó los cargos de presidente y canciller en una sola figura, la de Führer und Reichskanzler (Líder y Canciller del Reich), convirtiéndose así en el líder indiscutible y autoritario de Alemania.
Poco después de la muerte de Hindenburg, se realizó un plebiscito en el que los alemanes votaron para aprobar la fusión de los cargos y otorgar a Hitler poderes absolutos. El resultado fue abrumador a favor del Führer, con un 90% de votos a favor: desde entonces, nadie osaría discutir su liderazgo en el ámbito político ni militar.
Por ello, la muerte de Hindenburg ha sido considerada como el inicio real de la dictadura nazi. A partir de ese momento Hitler consolidó su régimen, suprimiendo la oposición política, implementando políticas represivas y llevando a Alemania hacia el camino que había proyectado desde hacía años, culminando en la expansión del Reich y la destrucción total de los judíos.