Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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Entre este grupo de científicos destaca, por su frondosa barba, el químico Dmitri Mendeleyev, sentado en tercer lugar desde la derecha: según sus biógrafos, sólo se la afeitaba una vez al año. Tras su aspecto descuidado se escondía una mente brillante, aunque no siempre apreciada. Su vida, hasta los 25 años, fue una sucesión de desgracias: su padre murió siendo él niño, la fábrica de su familia se quemó en un incendio, fue rechazado por dos universidades – la de Moscú y la de San Petersburgo – y cuando finalmente pudo graduarse contrajo la tuberculosis.
Tras conseguir una beca para estudiar en Heidelberg, su suerte empezó a cambiar: se interesó por la química, campo en el que consiguió el logro por el que es recordado: la elaboración de la primera tabla periódica de los elementos. Pero ni aun así lo abandonó su mala fortuna: lo nominaron dos veces para el Nobel, pero no lo consiguió debido la oposición de un miembro del comité que no le perdonaba que años atrás hubiese criticado sus teorías; tampoco logró nunca ascender en el mundo académico por sus críticas al inmovilismo de algunos científicos y a la intromisión de la Iglesia ortodoxa.