Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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Antoni Gaudí, el artífice de la Sagrada Familia, participa en una procesión del Corpus Christi en 1924. El genio de la arquitectura era un hombre profundamente religioso: nunca faltaba a misa y, de hecho, el accidente que puso fin a su vía – atropellado por un tranvía – se produjo cuando iba de camino a la iglesia.
Su fe tuvo una influencia muy importante en su obra, más allá de la función religiosa de muchos de sus edificios. Esto se puede observar por ejemplo en el símbolo de la cruz y en las inscripciones de carácter religioso, a menudo presentes en sus diseños; o en las bolas de piedra desperdigadas por el Parque Güell, que representan las cuentas de un rosario.
Fue también su fe la que le hizo dedicarse, desde 1914 hasta su muerte en 1926, de forma exclusiva a la Sagrada Familia, desdeñando otras ofertas que pudieron haberle dado una vida más cómoda. Gaudí era consciente de que no terminaría su obra magna, pero no concebía dedicarse a nada más. Para él, criado en una profunda devoción católica, era el mejor regalo que podía dejar al mundo.