Einstein, el violinista

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Además de la ciencia, Albert Einstein tenía otra gran pasión: la música. Su madre era pianista, pero para su hijo escogió un profesor de violín. Al principio Einstein no se lo tomó con demasiado entusiasmo, hasta que descubrió a Mozart y a Bach y se enamoró de la música y de su instrumento. Su predilección por dichos compositores se debía, según él, a que sus composiciones poseían un equilibrio estructural perfecto, casi científico.

Tocar el violín le ayudaba a pensar y a la vez era una válvula de escape cuando se encallaba trabajando en sus teorías. Einstein poseía varios de estos instrumentos, pero su preferido era uno al que llamaba Lina y que procuraba llevar siempre consigo. Cada miércoles por la noche ofrecía para sus amigos una sesión privada, en su casa o en la de otros, y nada ni nadie pasaba por encima de esta cita semanal. Una anécdota dice que en la noche de Halloween, cuando los niños llamaban a su puerta para el clásico “truco o trato”, él los recibía tocando el violín: una de tantas curiosidades sobre un genio de carácter excéntrico.