Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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El escritor George Bernard Shaw saluda a la multitud durante una visita a Bombay en 1933, primera parada en un tour que lo llevaría por todo el mundo. En 1925, este escritor irlandés ganó el Premio Nobel de Literatura y unos años más tarde, en 1939, ganaría el Óscar al mejor guión por la versión cinematográfica de su obra más famosa, Pigmalión; a día de hoy es considerado uno de los más importantes dramaturgos en lengua inglesa.
Bernard Shaw, a pesar de ser el autor de teatro más importante que había dado el mundo anglosajón después de Shakespeare, fue una persona realmente incómoda en su país. Era partidario de un socialismo radical y expresó su admiración por Mussolini y por Stalin; defendía la eugenesia – es decir, la descendencia selectiva con el fin de “mejorar” las características genéticas de la especie humana – y era contrario a la vacunación. La guinda del pastel fue cuando, en medio del clima patriótico de la Primera Guerra Mundial, Shaw opinó que en aquel conflicto no había buenos ni malos sino que todas las naciones beligerantes eran igualmente culpables, algo que era considerado poco menos que una traición.
Sus opiniones sobre cuestiones públicas eran a menudo polémicas y él no se guardaba lo más mínimo de expresarlas: aunque en ocasiones le cerraron puertas y le costaron algunas amistades, a Shaw no pareció importarle nunca lo más mínimo lo que los demás opinasen de él.