Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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El 23 de agosto empezó la que sería una de las batallas más terribles y legendarias de la Segunda Guerra Mundial: Stalingrado. Tras 200 días de enfrentamientos, las fuerzas del Eje tuvieron que retirarse de la ciudad, marcando un punto de inflexión decisivo en el conflicto.
La Batalla de Stalingrado fue una de las más sangrientas de la historia, con enormes pérdidas de vidas en ambos lados: se estima que murieron más de 2 millones de personas durante el conflicto, entre soldados y civiles. La peor parte se la llevó la Unión Soviética, con más de un millón de muertos, pero aun así la victoria moral que obtuvieron fue importante al repeler al ejército combinado del Tercer Reich y sus aliados de Italia, Hungría y Rumanía.
A pesar de que Alemania no tuvo ni una tercera parte de las bajas que su enemigo (algo más de 260.000 muertos y más de 100.000 prisioneros), la derrota en Stalingrado tuvo un impacto significativo en la moral del ejército alemán y en la confianza de la población alemana en el liderazgo de Hitler. También tuvo un efecto propagandístico importante en el extranjero, mostrando que el Tercer Reich no era invencible.
Pero tal vez lo más importante fue que después de Stalingrado, se debilitó la ofensiva alemana en el frente oriental, alterando el equilibrio de poder en la Segunda Guerra Mundial. Para complicar más las cosas, Hitler desvió recursos militares del frente oriental para concentrarse en el frente occidental, debilitando aún más su posición en ambos frentes y permitiendo que los Aliados obtuvieran una ventaja decisiva en la guerra.