Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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El 2 de abril de 1982 estalló una de las guerras más breves del siglo XX: la de las Malvinas, que se prolongó poco más de dos meses. El conflicto costó algo más de mil vidas en el bando argentino y unas 500 en el bando británico, contabilizando los suicidios derivados del conflicto. Cuatro décadas después aquella guerra sigue siendo una cuestión muy sensible, especialmente en Argentina.
El conflicto fue provocado por la posesión de algunos archipiélagos situados en el Atlántico Sur, principalmente el de las Malvinas o Islas Falkland, como se las conoce en inglés. Estos archipiélagos, sin población humana autóctona, han sido ocupados a lo largo de la historia por diferentes países y, aunque se encontraban bajo gestión británica, estaban considerados por la ONU como territorios en disputa.
La Junta Militar que gobernaba Argentina decidió apoderarse de ellas por la fuerza, para hacerse con sus recursos pesqueros y de materias primas. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas pidió la retirada de los militares argentinos y exhortó a los dos países a encontrar una solución diplomática al conflicto; y el propio papa Juan Pablo II se ofreció como mediador. Estos ruegos no pudieron impedir la guerra, que se saldó con victoria británica y la expulsión de los militares argentinos.
El conflicto dejó cicatrices diplomáticas importantes, no solo entre el Reino Unido y Argentina sino también entre este último país y Chile, que había colaborado con los británicos realizando vuelos de espionaje para proporcionar información sobre las fuerzas argentinas. También tuvo importantes repercusiones en los países contendientes: mientras que en Argentina precipitó el fin de la Junta Militar, en el Reino Unido supuso una bombona de oxígeno vital para la primera ministra Margaret Thatcher, que pasaba por un momento bajo a causa de diversos conflictos nacionales.