Guerras carlistas

Zumalacárregui, el genio militar carlista

Bregado en la guerra de la Independencia, este guipuzcoano estuvo a punto de dar la victoria a los carlistas antes de morir por una herida en el sitio de Bilbao de 1835.

Tomás Zumalacárregui con la boina carlista, en un retrato del pintor francés Adolphe-Jean-Baptiste Bayot.

Tomás Zumalacárregui con la boina carlista, en un retrato del pintor francés Adolphe-Jean-Baptiste Bayot.

Foto: Alamy / ACI

En abril de 1830, una disposición sucesoria publicada en la Gaceta de Madrid (equivalente del actual Boletín Oficial del Estado) provocó una tremenda sacudida en la política española. Mediante la llamada Pragmática Sanción, Fernando VII abolía la ley sálica –que impedía el acceso de las mujeres al trono– y permitía reinar a una hija si ésta no tenía hermanos varones. Gracias a ello se legitimó como heredera del rey a Isabel, nacida unos meses más tarde de su matrimonio con María Cristina de Borbón.

El gran perjudicado por esta decisión del monarca fue su hermano menor, Carlos María Isidro. En torno a él y a Isabel se empezaron a definir desde finales de 1830 dos bandos irreconciliables: los liberales, dispuestos a secundar a la futura reina a cambio de reformas, y los absolutistas o tradicionalistas, que eligieron como paladín a don Carlos.

Uno de los hombres que se sumaron al bando carlista desde el principio fue Tomás Zumalacárregui. Ya en la cuarentena, este guipuzcoano llevaba a sus espaldas una importante carrera militar. Durante la guerra de la Independencia participó en los dos sitios de Zaragoza y se sumó luego a las partidas guerrilleras que dirigía en Navarra Gaspar de Jáuregui, el Pastor. Tras incorporarse en 1810 al ejército regular, donde alcanzó el grado de capitán, en 1813 fue condecorado por una carga a la bayoneta en la batalla de San Marcial, cerca de Irún, que supuso la expulsión de las fuerzas napoleónicas más allá del río Bidasoa, en la frontera con Francia.

Cronología

La forja de un general

1788

Nace Tomás Zumalacárregui en el seno de una acaudalada familia de Ormaiztegui, en Guipúzcoa.

1808

Zumalacárregui se une al alzamiento contra la ocupación francesa. Participará en los dos sitios de Zaragoza.

1823

Alineado con la causa de Fernando VII durante el Trienio Liberal, asciende a coronel tras la reposición del absolutismo.

1833

Al morir Fernando VII se pone al servicio del pretendiente Carlos en la disputa con su sobrina Isabel II.

1835

Muere por un impacto de bala durante el asedio a Bilbao.

Por Dios y por don Carlos

Zumalacárregui era un absolutista convencido. Durante el Trienio Liberal (1820-1823) se pasó a las partidas realistas que se alzaron contra el régimen constitucional. Tras la restauración del absolutismo en 1823, dirigió sucesivamente las guarniciones de Huesca, Zaragoza y Valencia y ascendió en el escalafón hasta alcanzar el grado de coronel. Pero tras 1830, sus simpatías por don Carlos lo hicieron sospechoso y en 1832 fue destituido de su cargo de gobernador militar de El Ferrol y trasladado a Madrid en espera de destino.

Zumalacárregui aprovechó su estancia en la capital para entrevistarse en secreto con el pretendiente don Carlos y ponerse a su disposición. Luego marchó a Pamplona, listo para alzarse en armas en cuanto muriese Fernando VII. Cuando este hecho se produjo, el 29 de septiembre de 1833, estallaron levantamientos de partidarios de don Carlos en varios lugares del País Vasco, Cataluña, Aragón, Valencia, Castilla la Vieja y la Mancha. Pero fue en Navarra donde el movimiento alcanzó mayor envergadura, en gran parte gracias a Zumalacárregui, que tras superar algunas envidias de otros mandos logró ser nombrado general de todas las partidas carlistas navarras y, más tarde, también de todas las vascas. Cabe señalar que, en aquellas semanas, no dudó en rechazar los ruegos de sus antiguos mandos y compañeros de armas, como el Pastor, y de su mismo hermano Miguel, que era liberal y masón, para que permaneciese fiel al régimen.

Anteojo de Zumalacárregui. Museo del Ejército, Toledo.

Foto: Oronoz / Album

El ejército del norte

Como comandante carlista, Zumalacárregui tuvo que construir un ejército de la nada, instruyendo y disciplinando a voluntarios entusiastas, pero poco formados. Consciente de su inferioridad militar, tanto en efectivos como en material, recurrió a las tácticas guerrilleras que había practicado durante la guerra de la Independencia. A finales de año tenía a su mando unos 2.500 hombres con los que hizo frente en cierta igualdad al ejército liberal en varias acciones.

Su base de operaciones se situaba en el valle de Améscoa, bien defendido y comunicado con Estella (donde se había instalado don Carlos), Vitoria y Francia. La toma de la fábrica de armas de Orbaiceta le permitió apoderarse de un cañón y unos doscientos fusiles. A principios de 1834 los liberales ya veían en él una seria amenaza en el frente del norte. Una vez más, sus viejos camaradas de armas quisieron convencerlo de que dejase las armas a cambio del perdón, lo que rechazó. Mientras tanto su prestigio no dejaba de crecer y entre sus hombres comenzó a ser llamado cariñosamente «Tío Tomás». En ese año prosiguieron los combates en diversos lugares de Navarra, las provincias vascas y la Rioja. Haciendo una guerra de guerrillas, Zumalacárregui buscaba debilitar las posiciones enemigas causando el mayor número de bajas. Para ello no dudaba en recurrir a métodos sanguinarios. En marzo de 1834, tras fracasar una ofensiva sobre Vitoria en la que perdió cuarenta hombres, ordenó el fusilamiento de 118 prisioneros liberales que se habían rendido con la promesa de salvar su vida; el crimen pasó a la historia como «los fusilamientos de Heredia».

El Valle de Améscoa fue la base de operaciones de Zumalacárregui durante la guerra carlista. En la imagen, la localidad de Eulate.

Foto: Mikel Bilbao / AGE Fotostock

Campaña triunfal

Zumalacárregui también incendió las iglesias de Cenicero (La Rioja) y Villafranca (Navarra), en las que se había refugiado el enemigo. Las noticias de esos actos de barbarie –similares a los cometidos por las fuerzas del otro bando– corrieron por Europa, y en 1835 lord Eliot, enviado del gobierno británico, logró que Zumalacárregui y el general liberal Valdés firmaran un convenio por el que se comprometían a no fusilar a los prisioneros y a facilitar su canje.

Zumalacárregui se enfrentó con éxito a una larga serie de generales liberales: Valdés, Quesada, Espoz y Mina, Rodil, O’Doyle… A este último lo capturó y lo hizo fusilar tras derrotarlo en una batalla entre Salvatierra y Vitoria, en octubre de 1834. Cada vez más confiado en sus fuerzas, a mediados de 1835 el «Tío Tomás» ocupó localidades importantes como Tolosa, Éibar y Durango.

Combate entre las tropas de Zumalacárregui y el ejército del general Espoz y Mina en Larremiar, en 1835. Ilustración de 1845.

Foto: Prisma / Album

Retirados los liberales a Miranda de Ebro, los carlistas controlaban casi todo el territorio vasconavarro, a excepción de las grandes ciudades. Por primera vez los tradicionalistas llevaban la iniciativa en la guerra. Zumalacárregui propuso entonces atacar Vitoria para desde allí avanzar por Castilla y llegar a Madrid. Pero don Carlos y sus consejeros optaron por asaltar Bilbao, ciudad populosa que podría aliviar la situación económica desesperada de los carlistas.

El optimismo era total, y el mismo general creía que en pocos días la capital vasca caería. El cerco se inició el 10 de junio, pero el ejército carlista no estaba preparado para una operación así, dada la escasa artillería de la que disponía: sólo ocho piezas. Zumalacárregui mandó concentrar el fuego de sus cañones en un solo punto, con la intención de abrir una brecha y lanzar por allí a sus hombres. Por su parte, el pretendiente prefería bombardear la ciudad para que la población civil se sublevase y obligase a rendir la plaza, pero el guipuzcoano se negó y además se quejó de que no tenía dinero para pagar a sus hombres y que se había quedado casi sin cañones, que habían reventado a causa del desgaste.

Consciente de su inferioridad de efectivos, Zumalacárregui recurrió a tácticas guerrilleras

El 15 de junio, durante una inspección rutinaria de las defensas enemigas, Zumalacárregui fue alcanzado por una bala en un muslo. La herida era leve y los médicos opinaron que debía extraerse el proyectil. Pero el general se negó y exigió, tozudamente, que lo llevaran en un sillón a hombros hasta Cegama, a más de 60 kilómetros de Bilbao, para que lo tratara un curandero de su confianza apodado Petriquillo. Su estado no hizo más que empeorar, sin que las sangrías y las limonadas surtiesen ningún efecto. Cuando por fin se decidió a dejarse extraer el proyectil ya era tarde; una septicemia generalizada acabó con su vida el 24 de junio. Murió tan pobre que tuvo que ser enterrado con levita, porque nunca vistió uniforme aparte de la boina roja y un pantalón del mismo color.

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Venerado por sus hombres

La admiración que suscitó Zumalacárregui como general quedó reflejada en el Episodio nacional que Benito Pérez Galdós dedicó en 1898 a la primera guerra carlista. El novelista canario veía a Zumalacárregui como un «maestro sin igual en el gobierno de tropas» y explicaba que tenía un ejército ducho «en las marchas inverosímiles, cual si lo compusieran no ya soldados monteses y fieros, sino leopardos con alas». Estos combatientes se distinguían por ser «duros, tenaces, absolutamente confiados en su poder y en la soberana inteligencia del jefe».

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Decisión fatal

En mayo de 1835, la victoria parecía al alcance de los carlistas, pero, como escribió el británico Henningsen: «Sólo faltaba una cosa: dinero; los cofres de don Carlos estaban absolutamente vacíos [...]. La falta de dinero hacía tal impresión en los consejeros del rey que lo convencieron de atacar Bilbao» en lugar de dirigirse a Madrid.

Zumalacárregui (derecha) se entrevista con Carlos María Isidro.

Foto: Alamy / ACI

Este artículo pertenece al número 219 de la revista Historia National Geographic.

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