Creador universal, Antonio Vivaldi es interpretado y reinterpretado hoy hasta la saciedad, pero, ironías de la historia, se sabe relativamente poco de su vida. Algunos capítulos de su biografía siguen empañados por el largo olvido (o semiolvido) que sufrió hasta el siglo XX. Pero hay algunas certezas.
El hoy célebre músico nació en Venecia en 1678, y desde la cuna arrastró una dolencia pulmonar –«estrechez de pecho», la llamaba él– que determinaría en buena medida su vida. Sus padres, Giovanni Battista y Camilla, decidieron encaminar a aquel niño de salud quebradiza hacia la carrera que más opciones le ofrecía: la eclesiástica.
Cronología
Título
1678
El 4 de marzo nace en Venecia Antonio Vivaldi, hijo de un violinista de la orquesta de la basílica de San Marcos.
1703
Tras ejercer menos de un año como sacerdote, es contratado como maestro de violín en el Ospedale della Pietà.
1713
Estrena su primera ópera. Por entonces es ya un reputado compositor e intérprete de violín en toda Europa.
1725
Se publica Las cuatro estaciones, su pieza más conocida, una de las obras preferidas de Luis XV de Francia.
1741
Antonio Vivaldi muere en Viena a los 63 años. Recibe un entierro para personas pobres.
Con 25 años recién cumplidos se ordenó sacerdote, pero su paso por los púlpitos fue fugaz pues Antonio ofició misa durante poco más de un año. La dolencia que lo atenazaba –así lo justificaba él– le impedía hacer esfuerzos y en varias ocasiones le obligó incluso a dejar a medias la eucaristía. Verdad o excusa, lo cierto es que en 1703 il prete rosso o «cura pelirrojo», como se le apodaba por el color de su cabello, tenía ya otra ocupación que lo motivaba mucho más: la música.
Al padre de Vivaldi, un violinista más que competente que tocaba desde 1685 en la orquesta de la basílica de San Marcos, no se le había escapado el talento musical de su hijo Antonio –uno de sus muchos retoños, pero el único con buen oído– y pronto empezó a instruirlo en el arte del violín. El joven pudo tal vez completar aquella primera formación con las lecciones de un eminente músico veneciano, Giovanni Legrenzi. Siendo todavía un niño pudo suplir a su padre en la orquesta de San Marcos. Gracias a esta habilidad encontró una profesión alternativa a la carrera eclesiástica: la de maestro de violín.

Violín Stradivarius fabricado en 1715. Palazzo Comunale, Cremona.
Foto: Bridgeman / ACI
Un violinista magistral
El puesto se lo ofreció el Ospedale della Pietà, un hospicio que atendía huérfanas y niñas desvalidas. En realidad, el Ospedale era a la vez un conservatorio de renombre que ofrecía una esmerada educación en solfeo, canto e interpretación a parte de sus pupilas, las llamadas figliuole, quienes luego desplegaban esas habilidades en el coro de la capilla y la orquesta. El éxito de sus funciones musicales –que constituían una jugosa vía de ingresos para la institución, dicho sea de paso– está atestiguado por viajeros como Rousseau, quien admitió haberse sentido «conmovido» ante una de ellas. De la Pietà salieron virtuosas del laúd, el cello o el clave, que encontraban así la oportunidad de brillar antes de sumergirse en el anonimato del matrimonio o la vida conventual. Con algunos paréntesis, Vivaldi estuvo ligado a esta institución desde 1703 hasta 1740.
Además de enseñar violín, Vivaldi también lo interpretaba como solista en conciertos que causaban sensación, en el mismo ospedale o en algún teatro veneciano. En efecto, se conservan sobrados testimonios que acreditan que Vivaldi era un violinista magistral. En 1715, el alemán Johann F. A. von Uffenbach asistió a uno de sus recitales en el teatro Sant’Angelo y quedó impresionado por su técnica: «Al final, Vivaldi interpretó un solo al que había añadido una cadenza que realmente me atemorizó. Aquella forma de tocar nunca se había visto ni podía ser: puso los dedos a una distancia del puente de solamente una brizna, sin dejar sitio para el arco».
Paralelamente, Vivaldi también desarrolló la faceta musical por la que hoy es recordado: la composición. Su especialidad fueron los conciertos para orquesta de cuerda y un instrumento solista, principalmente el violín, pero también el fagot, el cello, el oboe o la flauta. Se conservan casi 500 (o «500 veces el mismo», según una frase irónica atribuida a Igor Stravinsky). Para Vivaldi se trataba de una fuente deingresos esencial. En 1723, por ejemplo, llegó a un acuerdo con los rectores del Ospedale della Pietà para escribir dos conciertos al mes por un zequín cada uno. Hizo imprimir también varias colecciones, pero al final decidió que le resultaba más rentable vender versiones manuscritas de cada concierto. En 1740 vendió veinte a la Pietà, y al año siguiente varios a un conde italiano. Vivaldi llegó a ganar de este modo sumas importantes que, sin embargo, derrochó con igual facilidad.
Estos conciertos pronto le granjearon la admiración de las cortes de Europa. Su serie Las cuatro estaciones –incluida en la recopilación Il cimento dell’armonia e dell’inventione, publicada en 1725– hizo las delicias de Luis XV y se incorporó al repertorio del Concert Spirituel, que organizaba conciertos en París cuando las principales salas de teatro y ópera cerraban por las fiestas de Pascua.

Concierto de las huérfanas de un hospicio de Venecia a finales del siglo XVIII. Óleo por Gabriele Bella.
Foto: DEA / Album
Compositor de ópera
Además de música instrumental, Vivaldi escribió también piezas vocales para ceremonias religiosas, cantatas y oratorios, y se dedicó con profusión al género veneciano por excelencia: la ópera.
En una ocasión aseguró que había compuesto 94 óperas, aunque sólo se conocen los títulos de una cincuentena. El violinista de ritmo endiablado era también un compositor febril, capaz, según él mismo aseguraba, de escribir la ópera Tito Manlio en cinco días. Además, un año después de estrenar su primera ópera, Ottone in Vila, se implicó en la dirección del Sant’Angelo, uno de los teatros que –junto con el San Crisostomo o San Moisè– conformaban el bullente mapa de escenarios de Venecia.
En 1718, Vivaldi hizo las maletas y se trasladó a Mantua, donde permaneció tres años trabajando para el príncipe Felipe como director de los espectáculos musicales. Con toda probabilidad fue allí donde conoció a una joven cantante, la contralto Anna Girò, quien se convertiría en su pupila, prima donna de sus óperas y –según las malas lenguas– amante secreta. En 1737, el cardenal Tommaso Ruffo le impediría acudir a Ferrara a dirigir una de sus óperas porque no veía con buenos ojos la amistad entre el abate y Anna ni su negativa a oficiar misa.
Vivaldi saboreó las mieles del teatro, pero también tuvo que lidiar con dificultades. El surgimiento de músicos más jóvenes con un estilo enmarcado en la escuela napolitana, como Leonardo Leo o Nicola Porpora, y las dificultades para conservar su lugar en el mundo de la ópera seria –género en declive en beneficio de la ópera bufa– complicaron que se adaptara a las volubles modas venecianas, lo que lo llevó a apostar por la promoción de sus obras fuera de su ciudad.

Partitura de un concierto para violín de Antonio Vivaldi.
Foto: AKG / Album
El fin de un expatriado
Entre 1720 y 1739, Vivaldi estuvo viajando constantemente por Italia y el norte de Europa, aunque siempre con Venecia como eje y ligado frecuentemente como compositor a la Pietà. Hacia 1740, tras cobrar una última colección de conciertos a la Pietà, Vivaldi decidió trasladarse a Viena. Qué lo impulsó a hacerlo sigue siendo un misterio aún hoy. Quizá fue un intento por aprovechar su sintonía con el emperador Carlos VI o tal vez huía del tornadizo gusto musical de Venecia, donde «la música del año pasado ya no proporciona ganancias», a decir de un contemporáneo.
Buscase lo que buscase, la suerte le fue esquiva. En octubre fallecía el emperador y el 28 de julio de 1741il prete rosso moría de una «inflamación interna» en una habitación alquilada a una viuda vienesa. El funeral se acompañó con un breve repique de campanas, triste coda para uno de los compositores más expresivos del Barroco.

Venecia. Vivaldi vivió algunos años en el edificio de fachada roja.
Foto: DEA / Album
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Pelo y nariz, señas distintivas
La representación más fiable de Vivaldi es un grabado, obra de François Morellon La Cave, en el que aparece con peluca y sin ningún signo de su condición de clérigo. El retrato reproducido bajo estas líneas guarda cierta semejanza con el grabado, y algunos autores han creído ver asomando bajo la peluca un mechón del característico pelo pelirrojo del compositor. Sin embargo, no es seguro que el óleo corresponda a Vivaldi, entre otras cosas porque no se muestra la prominente nariz ganchuda que aparece representada en la caricatura que le hizo Pier Leone Ghezzi en 1723.

Retrato de un violinista y compositor, tal vez Vivaldi. Museo Internacional y Biblioteca de la Música, Bolonia.
Foto: Scala / Firenze
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El redescubrimiento
En 1940, se publicó un artículo de periódico titulado «Lanzan una semana musical para introducir cada año a un músico insuficientemente conocido». El músico en cuestión era Vivaldi, del que por entonces sólo los especialistas habían oído hablar. Su popularidad llegó en la década de 1950 gracias a los discos, en particular los de Las cuatro estaciones.
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Compositor discutido
En el siglo XVIII, la fama de Antonio Vivaldi fue siempre más grande como intérprete que como compositor. Muchos de sus contemporáneos no compartían su gusto por los artificios que adornaban sus obras. El dramaturgo Carlo Goldoni lo calificó de «excelente violinista y mediocre compositor», mientras que el músico Charles Avison lo situaría en «la clase más baja de compositores». Sin ser tan radical, William Hayes, profesor de Música en Oxford, le reconocía una «sólida capacidad compositiva» y atribuía sus supuestas limitaciones a la «mala aplicación de su gran talento» y su personalidad «volátil».
Este artículo pertenece al número 208 de la revista Historia National Geographic.