En 1298, en las cárceles de Génova tuvo lugar un encuentro extraordinario entre un modesto escritor de romances cortesanos llamado Rustichello de Pisa y quien a sus ojos parecía el más genuino de los héroes andantes: Marco Polo. A lo largo de varias décadas, este veneciano había recorrido la Ruta de la Seda y trabajado al servicio del más poderoso soberano de la tierra, el gran khan Kublai. Ahora estaba dispuesto a contarlo todo.
Sin embargo, la aventura de Marco Polo no fue algo sin parangón en la Europa de los siglos XIII y XIV. La posibilidad de recorrer un vasto mundo antes desconocido y acceder a los más lucrativos mercados y las más altas instancias de poder imaginables ya llevaba años encendiendo la imaginación de muchos en la Cristiandad latina. Antes y después de Marco Polo hubo numerosos viajeros que se aventuraron por las rutas hacia el Oriente del gran khan.
El libro que escribió Marco Polo sobre sus viajes se hizo eco de ese interés, y por ello circuló rápidamente por toda Europa, siendo copiado a mano cientos de veces y recitado en público aún más profusamente.

Marco Polo en el Libro de las maravillas
Marco Polo, procedente de la India, viaja en un barco cargado con camellos y elefantes por el golfo Pérsico. Miniatura del Libro de las maravillas.
Xinzheng
Lo que hizo posible estos viajes fue un fenómeno asombroso: la conquista mongola de medio mundo. En 1206, Gengis Khan había puesto los cimientos del Imperio mongol, que en 1240 se extendía desde Corea hasta los Balcanes. Este inmenso dominio permitió algo hasta entonces impensable: el libre tránsito por toda Eurasia. Ni siquiera fue un obstáculo para ello la división del Imperio en 1261, entre la Horda Dorada, con dominio sobre Rusia, el este de Europa y la estepa centroasiática, y los khanes Toluidas (herederos de Tolui, el hijo menor de Gengis), que se hicieron con el control de la totalidad de Persia y China. Sucedió más bien lo contrario: esta división fue un estímulo para la llegada de más europeos al Lejano Oriente. En efecto, la determinación de los Toluidas de contar con los soberanos latinos en su guerra contra la Horda Dorada y el Egipto gobernado por los mamelucos les indujo a servirse de emisarios europeos para mantener el contacto con las potencias europeas.

Venecia
Venecia
Cuando Marco Polo viajó a China, Venecia era una poderosa república que dominaba el comercio en el Mediterráneo.
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Además, hubo cientos, seguramente miles, de emigrantes europeos que se instalaron en Asia. De ellos solo han llegado hasta nosotros algunos de los nombres que más alta posición alcanzaron en la sociedad mongola, especialmente en la corte de los ilkhanes, la dinastía mongola que gobernó Persia entre 1256 y 1335. Así, las fuentes mencionan al guardia personal Sancho de Castilla, al médico Sigfrido de Génova, el banquero Tomasso de Anfossi y a otros tres italianos –Isolo de Anastasio, Buscarello de Ghisolfi y Tommaso Ugi de Siena– que ejercieron puestos de máxima responsabilidad en la corte persa.
Cronología
Más de un siglo de viajes
1246
El enviado papal Juan de Pian del Carpine llega a la corte mongola. En 1254 también la visitará otro enviado: Guillermo de Rubruck.
1271-1275
Un largo viaje a través de Asia lleva al veneciano Marco Polo a la corte del gran khan Kublai, donde pasará 20 años antes de volver a Venecia.
1298
El escritor Rustichello de Pisa conoce a Marco Polo en la prisión de Génova. Este le narra su viaje, que será publicado como el Libro de las maravillas.
1318
El franciscano Odorico de Pordenone parte a Asia siguiendo una ruta marítima. El libro que escribe a su vuelta tiene gran eco en Europa.
1368
Tiene lugar la caída del Imperio mongol en China, sustituido por los Ming. Con su final terminan los grandes viajes entre Europa y Asia.

La horda dorada
La horda dorada
Los temibles guerreros que la componían iban pertrechados con cascos como este, de hierro dorado, con protectores nasales. Siglos XIII-XIV. Museo del Hermitage, San Petersburgo.
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Viajes por el Asia mongola
Marco Polo fue uno más de los muchos europeos que aprovecharon las oportunidades que ofrecía el nuevo Imperio mongol. Los hermanos Niccolo y Matteo Polo, padre y tío de Marco, se dedicaban al comercio entre Venecia y Constantinopla, y desde la capital bizantina decidieron continuar hasta la península de Crimea y entrar en contacto directo con los mongoles.
Primero intentaron hacer negocios con la Horda, pero esta prefirió a los genoveses, de cuya fuerza naval se servirían para establecer una alianza con el poderoso sultanato mameluco egipcio. En vez de retroceder, los Polo siguieron adelante y cruzaron la estepa centroasiática hasta llegar a la ciudad de Bujará, donde fueron bien recibidos por los Toluidas, quienes los invitaron a visitar la corte del gran khan en Pekín, a 4.000 kilómetros de distancia. Kublai los acogió encantado y decidió emplear a los venecianos como embajadores ante el papa y los monarcas latinos, para establecer acuerdos comerciales y militares contra la Horda Dorada y el sultanato de Egipto.
La actitud de los reyes europeos ante el Imperio mongol era dispar. Para unos, los mongoles no eran de fiar, mientras que para otros, como el papa Gregorio X, la mano tendida por los Toluidas suponía una oportunidad irrepetible. En 1271, los Polo, ahora acompañados del joven Marco, de 15 años, volvieron a Asia llevando cartas del pontífice. Entraron por Siria, cruzaron Mesopotamia, Irán, la cordillera del Pamir y el desierto de Gobi hasta presentarse ante el gran khan en China. Allí permanecieron dos décadas al servicio de Kublai, actuando como exploradores, embajadores y mercaderes oficiales.

El gran Khan
Gengis Khan se prepara para la guerra, junto al preste Juan, en esta miniatura del Libro de las maravillas de Marco Polo, iluminado por el maestro de Egerton. Siglo XV. Biblioteca Nacional de Francia, París.
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Una nueva misión oficial, esta vez ante el khan de Persia, ofreció a los Polo la oportunidad de regresar al Mediterráneo. Como las principales rutas terrestres de la Ruta de la Seda, controladas por la Horda Dorada, resultaban demasiado arriesgadas, los Polo se decantaron por el corredor marítimo asegurado por los Toluidas desde el mar de China hasta el golfo Pérsico, atravesando miles de islas y costas del océano Índico, para alcanzar finalmente el Mediterráneo a través del sur de Anatolia. Esta ruta alternativa fue la que seguirían en adelante otros célebres viajeros, como los frailes italianos Odorico de Pordenone, en 1324, y Giovanni de Marignolli, en 1342, o el dominico Jordano Catalán en el año 1321.
Para todos estos viajeros, la travesía por el Asia mongola presentaba una extrema dificultad. A pesar de que la duración de los desplazamientos se redujo mucho bajo los mongoles, a veces se tardaba años en cubrir las enormes distancias a través de Asia, y los obstáculos en el camino podían llegar a ser insuperables. Numerosos europeos perdieron la vida en el intento. «Después de sufrir por tierra y por mar infinidad de fatigas, enfermedades y hambre, de sufrir varios accidentes y perder todas nuestras cosas llegamos más muertos que vivos a Pekín», decía Andrés de Perusa en 1326. Juan de Marignolli regresó a Roma en 1348 como único superviviente de la legación de 50 frailes enviados a China diez años atrás por el papa, con el encargo de llevar al gran khan un enorme caballo negro con las patas blancas que causó gran impresión.

Una metrópoli de China
Una metrópoli de China
Esta pintura sobre seda de los siglos XI y XII, atribuida a Zhang Zeduan, recrea el bullicioso festival de Qingming en la ciudad de Kaifeng, que sería conquistada por los mongoles en 1279.
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Marco Polo no fue el único
Gran parte de los viajeros europeos a Oriente fueron eclesiásticos. La religión era un fenómeno respetado y estimado por los mongoles, quienes además estaban acostumbrados a tratar con grupos cristianos instalados desde hacía siglos en el Asia Oriental, los llamados nestorianos. Por eso, los frailes enviados por los papas para negociar con los khanes fueron por lo general bien recibidos y lograron protección y bendiciones. Pese a ello, a veces los viajeros cristianos se toparon con la hostilidad de los seguidores de otras religiones, ya fuesen sufíes musulmanes, lamas tibetanos o incluso cristianos de ritos orientales, entonces muy abundantes en Asia y que gozaban de una posición de privilegio en las cortes mongolas. Pascual de Vitoria, un fraile alavés que fue a predicar a tierras de la Horda Dorada, perdió la vida en la región de Sinkiang en 1339 a manos de un grupo de musulmanes.
Los frailes enviados por los papas para negociar con los khanes fueron bien recibidos y obtuvieron protección
Los únicos libros de viajes por Oriente en esos años que han sobrevivido junto al de Marco Polo están escritos por religiosos, como los franciscanos italianos Andrés de Perusa (llegado a China en 1308), Odorico de Pordenone (1323) y el mencionado Jordano Catalán. Pese a que hay notables diferencias entre ellos, todos comparten la admiración por el Gobierno mongol. Andrés de
Perusa, por ejemplo, destaca «la riqueza, magnificencia y gloria del Gran Khan, la variedad de sus dominios, la multitud de sus gentes, el número y grandeza de sus ciudades y el buen orden de su imperio, pues en él nadie se atreve a levantar la espada contra el prójimo. No hablo porque habría de parecer increíble a quien lo escuchara».

Samarcanda
Samarcanda
«Samarcanda es una noble ciudad, donde viven cristianos y sarracenos. Son súbditos del Gran Khan y están hacia el noroeste». Así se refiere Marco Polo a esta ciudad de Uzbekistán, un siglo antes de la construcción de la mezquita que vemos en esta fotografía.
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No era solo la casta de los conquistadores mongoles lo que atraía la atención de los viajeros europeos. Estos también se sintieron fascinados por la sociedad china, mucho más populosa y rica que los países de Europa que conocían. Según fray Odorico de Pordenone, «no hay en China un palmo de tierra que no esté habitado. Tiene más de dos mil grandes ciudades mayores que Venecia y todos sus habitantes son artesanos y comerciantes que jamás sufren indigencia».

Hindu Kush, Pakistán
La cordillera del Hindu Kush
Un vasto valle se extiende por el Hindu Kush, en el actual Pakistán. Marco Polo hace referencia a la región de Kafiristán (que no visitó), situada en aquella zona, a partir del relato de la expedición del general mongol Nekuder en 1260.
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Fascinación por la India
Los viajeros latinos prestaron también gran atención a las islas del Índico y las costas de la India, pese a que quedaban fuera de la dominación mongola. Jordano Catalán escribía: «En la India empieza como un nuevo mundo. Todos, tanto hombres como mujeres, son negros y cuanto más negros, tanto más bellos son. El pueblo es sumamente aseado, veraz en la palabra y amante de la justicia, y cada uno conserva las libertades de cada cual, según su estado, libertades que tienen desde antiguo». Pormenores sobre la organización social,
las jerarquías hindúes, los ritos funerarios, las costumbres culinarias o los hábitos higiénicos (incluso los más íntimos) llenaron los ojos de los viajeros italianos, españoles y franceses.
Pero el rasgo más comentado de la India fue la religión, desde sus aspectos mitológicos y sapienciales a sus prácticas rituales y corrientes. Marco Polo, que recorrió la India en su viaje de retorno a Europa, dijo: «Entre ellos tienen monjes que se llaman yoguis y que viven de ciento cincuenta a doscientos años; e incluso entonces conservan todavía sus facultades corporales y aunque sean viejos leen tan bien como si fueran jóvenes. Dicen que es por la gran abstinencia que hacen en la comida y la bebida y porque toman siempre muy poco alimento, pero muy bueno». Debido a testimonios como este, el budismo y otros cultos hindúes fueron considerados en Europa versiones corrompidas del cristianismo. De hecho, los primeros portugueses llegados por mar a la India en 1499 se hincaron de rodillas ante las devas hindúes tomando estas deidades por imágenes de la Virgen.

Templo del sol en Modhera
Templo del sol en Modhera
Dedicado a la deidad solar Surya, este grandioso templo, con decoraciones abigarradas, se ubica en la provincia india de Gujarat, por donde también pasó Marco Polo.
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La Peste Negra de mediados del siglo XIV y la caída de los mongoles en China, acaecida poco después, en 1368, cerraron el ciclo de los grandes viajes de una punta a otra del mundo. El paréntesis de casi un siglo de cordialidad entre los mongoles Toluidas y la Cristiandad latina produjo una imagen del Lejano Oriente única: una celebración de la diferencia y la diversidad sin precedentes ni continuación en la literatura europea. Pese al freno posterior a los intercambios, la imagen de Oriente legada por los viajeros de los siglos XIII y XIV impulsaría los célebres descubrimientos geográficos de finales de la Edad Media. Como es sabido, Cristóbal Colón fue un ávido lector de Marco Polo y estaba convencido de que su ruta le llevaría ante su alteza el gran khan.
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Hacer fortuna en las tierras del Ilkhan

Atlas catalán
China en un detalle del llamado Atlas catalán realizado en Mallorca en 1375 por el cartógrafo judío Abraham Cresques.
Bridgeman / ACI
La dinastía de Ilkhanes mongoles que gobernó Persia entre 1256 y 1335 fue un polo de atracción para muchos europeos que buscaban hacer fortuna. Carentes de una clase comercial propia, los mongoles ofrecían todo tipo de ventajas a los mercaderes latinos dispuestos a establecerse en sus tierras, entre ellas una amplia inmunidad jurídica. Los khanes crearon con estos mercaderes una especie de joint ventures, sociedades comerciales conjuntas llamadasortoq. No es de extrañar que hubiera muchos europeos dispuestos a lanzarse a la aventura; se sabe que algunos negocios en tierras de los ilkhanwa dejaron a los europeos beneficios de hasta el 500 por ciento.
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Un dominico en Persia y la India

Juan XXII
Juan XXII encarga a Oderico de Pordenone la misión de evangelizar las tierras de ultramar. Siglo XV. Biblioteca Nacional de Francia, París.
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El dominico Jordano Catalán dejó muchos rastros de su estancia en Oriente. Pasó varios años en Persia, donde encargó una versión persa del Evangelio, que se ha hallado recientemente. Aparece poco después en Bombay junto a otros cuatro frailes franciscanos que, tras ser reconocidos por un oficial egipcio, fueron ejecutados. Jordano escapó de la muerte y regresó a Europa con la ayuda de mercaderes genoveses. En Aviñón escribió un hermoso libro de viajes, Mirabilia descripta, lleno de sinceridad y empatía. Nombrado obispo de Kollam, en la India, volvió allí en 1329 y murió poco después, dejando una pequeña iglesia a cargo de un grupo de monjes nativos.
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El descubrimiento el budismo

Representación de Buda
Textil del siglo XIII, procedente de Gansu, que muestra una representación de Buda. Museo de Newark.
RMN-Grand Palais
En sus viajes por Asia, los europeos descubrieron una religión sobre la que apenas tenían noticias. El primero en dar cuenta de ella fue el franciscano Guillermo de Rubruck en 1254, en términos favorables. Para Marco Polo, «si hubiera sido bautizado como cristiano, [Buda] habría sido un gran santo junto a nuestro señor Jesucristo». Entre los budistas, el franciscano Giovanni de Marignolli se sintió como «uno de los suyos y celebraron grandes fiestas en mi honor». Por su parte, fray Odorico de Pordenone fue el primer europeo que describió el budismo tántrico del Tíbet, el gobierno de los lamas y su sucesión por reencarnación. Las estupas budistas se consideraron centros de peregrinación.
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Frailes en ruta hacia Asia

Frailes en ruta hacia Asia, Marco Polo
Desde mediados del siglo XIII y a lo largo de un siglo, los frailes franciscanos desempeñaron un papel fundamental en las comunicaciones entre la Europa latina y el Imperio mongol. Los papas enviaron sucesivas misiones a Persia y China para obtener información sobre las intenciones de los soberanos mongoles y establecer iglesias católicas en Oriente. Guillermo de Rubruck, Juan de Pian del Carpine u Odorico de Pordenone protagonizaron auténticas gestas viajeras por las estepas de Eurasia y dejaron crónicas de sus viajes que, como el Libro de las maravillas de Marco Polo, contribuirían a formar la imagen de Oriente en Europa.
Este artículo pertenece al número 235 de la revista Historia National Geographic.