Solo las pirámides compiten en fama con las tumbas profusamente decoradas que se excavaron en el Valle de los Reyes para enterrar a los faraones del Reino Nuevo egipcio. Pero ¿cómo se pasó de las unas a las otras? Para entenderlo tenemos que viajar hasta los orígenes de Egipto, cuando los faraones de las dos primeras dinastías (hacia 3000-2686 a.C.) eran enterrados en cámaras excavadas en el suelo sobre las que luego se levantaba una construcción rectangular de ladrillo llamada «mastaba».

Las tumbas reales
Solo 26 de las 65 tumbas localizadas en el Valle son de faraones. Su nombre se forma con las letras KV (iniciales de Kings Valley, Valle de los Reyes en inglés) y un número que, a partir de la KV21, sigue el orden en que fueron descubiertas.
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En la III dinastía, justo al comienzo del Reino Antiguo (2686-2160 a.C.), esta mastaba se transformó en una pirámide escalonada de piedra, que pasó a tener las caras lisas en la IV dinastía –la época de las pirámides de Gizeh– y que durante el Reino Medio (2055-1650 a.C.) se edificaron de ladrillo cubierto con losas de piedra caliza.
Eran unas sepulturas maravillosas, que satisfacían tanto las necesidades de lucimiento como de protección del cuerpo del rey. Al menos mientras existió una autoridad central fuerte, algo que desapareció durante los períodos intermedios que separan el Reino Antiguo del Reino Medio y este del Reino Nuevo. Fue entonces cuando las saquearon los ladrones de tumbas, la más antigua profesión del valle del Nilo.

Theodore M. Davis
Theodore M. Davis. Entre 1902 y 1914, los arqueólogos descubrieron casi tres decenas de tumbas en el Valle gracias al patrocinio de este abogado y empresario millonario de Nueva York, en el centro de la imagen.
Reproducido con el permiso de la Library of Birmingham
La recuperación de la autoridad faraónica dio lugar a la etapa de mayor esplendor de Egipto: el Reino Nuevo (1550-1069 a.C.), que tuvo su capital en la ciudad de Tebas. Allí existía la tradición de los enterramientos en tumbas excavadas en las paredes de las montañas y colinas de la orilla occidental del Nilo. De modo que, sabiendo cuál había sido el destino del cuerpo de los soberanos enterrados dentro de una pirámide, y contando con una tradición funeraria propia, los monarcas de la nueva dinastía prescindieron de las potencialmente saqueables pirámides en favor de unas grandes tumbas subterráneas (hipogeos) profusamente decoradas. Para mayor protección de sus momias también decidieron separar el lugar del culto al soberano de su lugar de enterramiento, que emplazaron en un valle oculto tras un acantilado de roca, con una diminuta entrada fácil de vigilar.
Cronología
Un lugar sacro
1504 a.C.
Tutmosis I (XVIII dinastía) excava la primera tumba del Valle (KV38).
1069 a.C.
Ramsés XI (XX dinastía) excava la última tumba real del Valle (KV4).
1069-945 a.C.
Los sacerdotes de Amón esconden las momias reales en KV35 y TT 320.
1708
Claude Sicard identifica la entrada a una decena de tumbas.
1922
Howard Carter descubre la tumba de Tutankhamón (KV62).

Relieve de Amenhotep I
Amenhotep I en un relieve procedente de su templo funerario. Hacia 1504 a.C.. Museo Metropolitano, Nueva York. Su tumba aún no ha sido identificada.
MET / Album
La necrópolis de millones de años
Ese cementerio, conocido entonces como «La gran y noble necrópolis de millones de años del faraón, que viva, sea próspero y tenga salud, al oeste de Tebas», solo sería abandonado como lugar de enterramiento durante el Tercer Período Intermedio (1069-664 a.C.), cuando la capital de Egipto y las tumbas reales se trasladaron al Delta.
En época griega y romana, las tumbas abiertas del Valle de los Reyes fueron un lugar de visita habitual para los turistas, que dejaron no pocas inscripciones en sus paredes. En la época copta (siglo IV d. C.), una comunidad de cristianos decidió utilizar los hipogeos como residencias para llevar una vida monástica en soledad sin prestar demasiada atención a su contenido o función anterior. El desinterés por las tumbas se prolongó durante la época musulmana, desde el siglo VII d.C., cuando el lugar recibió su nombre moderno de Biban al Moluk, «El Valle de las Puertas de los Reyes».
El dique de las exploraciones «arqueológicas» modernas se abrió en 1799, cuando Vivant Denon lo visitó acompañado por las tropas napoleónicas. Luego llegarían las excavaciones de Giovanni Belzoni (descubridor de la tumba de Seti I) y otros anticuarios. Solo con la creación del Servicio de Antigüedades de Egipto en 1858 comenzó el estudio científico del Valle y sus tesoros, en el que destacaron el egiptólogo Victor Loret (descubridor de 17 tumbas) y el acaudalado norteamericano Theodore Davis (bajo cuyo patrocinio se abrieron 34 hipogeos). Esta labor se creyó culminada con el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón por Carter en 1922; pero los recientes hallazgos de las tumbas KV 63, KV 64 y KV 65 demuestran que el Valle sigue conteniendo una valiosa información.
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Bajo la roca protectora
1 El simbolismo del Valle de los Reyes

Valle de los Reyes
El Valle de los Reyes, bajo la imponente mole de Al Qurn, «El Cuerno». Se aprecian las entradas de las tumbas subterráneas; la de Tutankhamón es la única cuyo ajuar funerario no fue saqueado en la Antigüedad.
Kenneth Garrett
El wadi o rambla donde se encuentra el Valle de los Reyes fue elegido tras una cuidadosa deliberación. En primer lugar, se encuentra en la orilla occidental del Nilo, ya que los egipcios localizaban el más allá, el Amduat, en el oeste, por donde se ponía el sol; y está cerca de la necrópolis de Tarif, donde fueron enterrados los príncipes de comienzos de la XI dinastía, antecesores de los reyes que fundaron el Reino Nuevo. En segundo lugar, y lo más importante, el Valle se encuentra al pie de una montaña muy particular, Al Qurn, El Cuerno, conocida en época faraónica como «La Cima». Esta cima presenta una particularidad extraordinaria: observada desde cualquier parte del Valle de los Reyes parece una pirámide. De este modo, la geología local permitió a los faraones del Reino Nuevo no tener que construirse una pirámide verdadera, ya que podían sustituirla por una pirámide simbólica completamente natural, bajo la cual fueron enterrados, como su predecesores de los reinos Antiguo y Medio. Así pudieron disfrutar de ese rayo de sol petrificado que es la pirámide, que permitía a los reyes difuntos llegar al firmamento para unirse al dios solar Re. Al mismo tiempo, tanto La Cima como las montañas circundantes eran lugares sagrados para la diosa Hathor y la diosa cobra Meretseger, que como protectoras de los muertos que eran, se encargaban de velar por el bienestar de los enterrados en el Valle.
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Vida eterna al faraón
2 Los templos funerarios

El lugar de los muertos
Los egipcios contemplaban el cosmos como una realidad dual. Del mismo modo que el territorio fértil –la tierra de los vivos– se oponía al árido desierto –la tierra de los muertos–, Oriente, por donde nacía el sol, se oponía a Occidente, por donde moría. De ahí que la necrópolis real se encuentre en el desierto, en la orilla occidental del Nilo.
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Acuarela de Jean-Claude Golvin. Musée départemental Arles Antique © Jean-Claude Golvin / Éditions Errance
Las pirámides llevaban anejo un templo dedicado en exclusiva al culto funerario del faraón enterrado en ellas, donde se cuidaba un conjunto de cinco estatuas que lo representaban y dos veces al día se celebraban los rituales destinados a presentarle las ofrendas que recibiría en el más allá. Si bien cada faraón enterrado en el Valle de los Reyes construyó su propio templo al borde de la zona cultivada en la orilla occidental de Tebas, se cree que su función no era exactamente la misma que la de los templos funerarios de las pirámides. Al parecer, su función fue mantener el orden cósmico nacido con la creación del mundo, lo que conseguían regenerando el gobierno del faraón difunto sobre la tierra para toda la eternidad; de ahí que cada templo se conociera como «templo de millones de años» del faraón correspondiente. La regeneración se lograba al identificar al faraón (en los textos y la decoración del templo) con el principal dios de la región de Tebas, que era Amón-Re. Además, cada nuevo templo se sumaba al desarrollo de la Bella Fiesta del Valle, que se celebraba en la época de la cosecha y durante la cual los templos eran visitados por las barcas sagradas con las estatuas de la tríada divina de Karnak: Amón-Re, su esposa Mut y su hijo Khonsu, que transmitían su poder revitalizador al difunto.

Deir el-Bahari
Deir el-Bahari, con el templo funerario reconstruido de Hatshepsut. A su izquierda se hallan los restos de los templos de Tutmosis III y Mentuhotep II.
Alamy / ACI
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Trabajos subterráneos
3 Construir una tumba

Construir una tumba
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National Geogranphic Image Collection
Para excavar y decorar los hipogeos del Valle de los Reyes se creó al principio
de la dinastía XVIII un cuerpo especial de artistas y canteros que fueron alojados en el poblado de Deir el-Medina, oculto a la vista tras una colina. Cuando un faraón moría, una de las primeras cosas que hacía su sucesor era encargar al visir (su primer ministro) que eligiera el lugar adecuado para su tumba dentro del Valle. La posición general de las tumbas varía según la dinastía, con entradas ocultas durante la dinastía XVIII, algo visibles durante la XIX y a la vista durante la XX. Los canteros se dividían en dos grupos que trabajaban de forma independiente cada lado del hipogeo (norte y sur). Cuando las paredes estaban terminadas, y tras elegir previamente la decoración –tanto las escenas como los textos–, comenzaba la labor de los dibujantes de contornos. Las escenas eran perfiladas en ocre y luego corregidas en negro por el maestro, dejando el hueco para los textos. Entonces llegaba el turno de los escultores, que desbastaban el perfil de las figuras para darles relieve y luego trabajaban su interior. Después, el bajorrelieve se coloreaba con pigmentos y aglutinantes naturales, consiguiendo un resultado que ha permanecido prácticamente intacto durante milenios.

Relieve de Horemheb
Relieve de la tumba de Horemheb, a la derecha, y junto a él, dibujo preparatorio en rojo y negro para otro relieve.
Album
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La estructura de las tumbas
4 Moradas para la eternidad

Cámara funeraria de Tutmosis III
El sarcófago de cuarcita del rey aparece en primer plano. El techo se decoró con estrellas para representar el cielo nocturno, y en los muros se representó la quinta hora del Libro del Amduat, en el que se describe el viaje nocturno del dios Re, el Sol, por el inframundo.
AGE Fotostock
Erik Hornung descubrió que las tumbas del Valle se podían agrupar en cuatro etapas cronológicas según la anchura de las puertas y la altura de las habitaciones, ya que los hipogeos crecieron en tamaño, altura y anchura debido a que entre las dinastías XVIII y XX su entrada se fue dejando de ocultar y se convirtió en algo visible en la ladera del Valle. A pesar de las variaciones individuales, los hipogeos presentan un número muy limitado de plantas, como estudió Elizabeth Thomas. Las tumbas de tipo 1 tienen un recorrido rectilíneo con giro final en ángulo recto a la izquierda, como la KV34 de Tutmosis III. De aquí, por influencia del culto a Atón (el disco solar), impulsado por el rey Akhenatón, evolucionaron a plantas completamente rectilíneas, como lo eran los rayos del Sol que regaban la tierra con su poder; son las tumbas de tipo 3. Del tipo 4 solo hay una, la KV57 de Horemheb, con un eje recto que a medio camino presenta una ligera desviación hacia la izquierda. Asimismo, solo existe una tumba de tipo 2, que presenta giro final en ángulo recto a la derecha: la KV7 de Ramsés II, quizás una evolución de la primera (o tal vez segunda) tumba construida en el Valle, la KV20 de Tutmosis I y Hatshepsut, cuyo eje presenta dos giros curvos a la derecha.

Evolución de las estancias
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El mundo del más allá
5 Geografía simbólica

Ante el señor del inframundo
En una pintura de su tumba, el faraón Horemheb realiza una ofrenda de vasos nu a Osiris, quien, como soberano del más allá, porta la corona, el cayado y el mayal, atributos de la realeza.
Album
Durante la XVIII dinastía, las tumbas presentan una orientación simbólica particular: la entrada se consideraba el sur, y la cámara funeraria, el norte. En ella se situaba el cénit, el punto más alto del recorrido que seguía el Sol por el más allá –en compañía del difunto– durante las doce horas de la noche. Al mismo tiempo, las salas laterales de las tumbas representaban el este y el oeste, completando así su orientación simbólica. Desde la dinastía XIX, esta orientación sufrió un cambio radical: la entrada pasó a considerarse el este, el punto por donde sale el Sol, y la cámara funeraria, el oeste, la región por donde se pone y en la que los egipcios situaban el Amduat, el más allá. Este cambio se aprecia en la decoración, pues cerca de la entrada suele haber una imagen del Sol de color amarillo-dorado, que próxima a la cámara funeraria es un Sol rojo oscuro. Las cámaras laterales pasan a ser representaciones del norte y el sur. Esta geografía simbólica raras veces coincidía con la orientación real de la tumba, de modo que, para reorientarla simbólicamente, en los muros de la cámara funeraria se solían incluir cuatro nichos, en cada uno de los cuales se introducía un ladrillo «mágico» donde se especificaba qué punto cardinal simbólico era cada pared.
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El faraón en la barca de Re
6 La magia de la tumba

La tumba de Ramsés VI
En la fotografía se ve la parte central de la sala de columnas que sigue al pozo de la KV9. Sobre la rampa se ha representado por partida doble al dios Osiris, soberano de más allá, sentado en su trono.
Gtres
Durante el Reino Antiguo (2686-2160 a.C.), la época de las pirámides, el principal objetivo del enterramiento era que el rey alcanzara el firmamento y allí se convirtiera en una estrella circumpolar junto a los otros dioses; las estrellas circumpolares son las que rodean a la estrella polar y, por tanto, nunca desaparecen del firmamento nocturno, de ahí que los egipcios las llamasen las «imperecederas», porque nunca mueren. Pero en tiempos del Reino Nuevo (1550-1069 a.C.) el objetivo del enterramiento del faraón varió por completo. Ahora, el propósito era que el monarca alcanzara el firmamento para sumarse a la tripulación de las barcas diurna y nocturna de Re, el Sol, a fin de acompañar al dios en su recorrido por los cielos durante el día y por el mundo de la oscuridad a lo largo de la noche. Durante las doce horas del recorrido nocturno, el soberano contribuía a mantener alejado el caos de Egipto al ayudar a la tripulación de dioses a rechazar los terribles embates de la serpiente Apofis, encarnación del Mal, decidida a acabar con el orden del mundo interrumpiendo la navegación de Re para impedir que hubiera un nuevo amanecer.
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Funerales regios
7 El entierro de un faraón

Procesión en la tumba de Tutankhamón
Procesión fúnebre representada en la pared este de la cámara funeraria de la tumba de Tutankhamón.
La única representación del entierro de un faraón la encontramos en esta tumba y en ella vemos a una docena de personas, repartidas en cinco grupos, arrastrando la momia del faraón, que está situada sobre un catafalco dentro de una capilla portátil de madera con patines de trineo. Son los dos visires del país junto con una decena de personajes de la corte.
Album
Conocemos más detalles sobre el entierro de los plebeyos que de los faraones. Nuestra principal fuente de información es la decoración de las tumbas, pero las del Valle de los Reyes no están decoradas con escenas de la vida cotidiana, sino con fragmentos de los textos funerarios regios e imágenes de los dioses y el faraón. Solo en la tumba de Tutankhamón aparecen dos escenas del funeral de un rey, pero son idénticas a las que se ven en tumbas de particulares. De ahí que para reconstruir un entierro regio podamos basarnos en lo que sabemos del de la gente noble. El primer paso era la momificación, que tradicionalmente duraba 70 días. Una vez embalsamado el cuerpo, tenía lugar su traslado ceremonial hasta la tumba. Grandes personajes de la corte y los dos visires (el del Alto y el del Bajo Egipto, las dos regiones históricas del país) arrastraban la capilla en cuyo interior iba el ataúd, suponemos que con rápidos relevos de otros cortesanos. Detrás seguía el inmenso cortejo con el interminable ajuar funerario del rey. Alcanzado el hipogeo, a la momia se le realizaba la ceremonia de la apertura de la boca completa (constaba de 75 pasos), antes de introducir el ataúd en el sarcófago, disponer el ajuar y cerrar la tumba. La eternidad esperaba al faraón.

Plañideras
Plañideras en la representación de la procesión fúnebre de la tumba de Ramose, visir del Alto Egipto bajo Amenhotep III, en Abd el-Qurn.
AKG / Album
lamentaciones por el rey difunto y renacimiento en el más allá
Los lloros de las plañideras, que acompañaban la procesión funeraria con grandes muestras de dolor, quizá servían como reclamo para la benefactora diosa Hathor, igual que lo hacía la música de los sistros (una especie de sonajeros) en circunstancias más alegres. Cuando la momia llegaba a la entrada de la tumba se le realizaba la ceremonia de la apertura de la boca, gracias a la cual se volvían a abrir todos los orificios del cuerpo del difunto, lo que le permitía oír, hablar, respirar, comer o defecar en el más allá.

Ceremonia de la apertura de la boca
Ceremonia de la apertura de la boca en el muro norte de la cámara funeraria de Tutankhamón, con el rey como Osiris momificado.
Alamy / ACI
Este artículo pertenece al número 237 de la revista Historia National Geographic.