La noche caía sobre el palacio de Alcínoo, rey del legendario país de los feacios. En el atrio y el patio de la gran mansión del soberano, los habitantes de la isla se habían reunido en torno a Demódoco, un prestigioso aedo al que la Musa había concedido el don del canto a cambio de la ceguera. El hospitalario rey le había mandado llamar para homenajear mediante un banquete amenizado con poesía al misterioso marino que había naufragado en sus costas. En cierto momento, el anciano poeta empezó a contar la historia de cómo, gracias a una estratagema del famoso Ulises, un puñado de guerreros griegos se habían emboscado en las entrañas de un gigantesco caballo de madera y habían conseguido traspasar las murallas de Troya tras un asedio de diez años, y cómo el ejército aqueo había conquistado por fin la ciudad y pasado a cuchillo a sus habitantes.

Homero
Homero, a quien se atribuyen la Ilíada y la Odisea, en un busto de mármol del siglo I d.C. Museo del Prado, Madrid.
Album
Entonces, en medio de la narración de esta masacre, el náufrago desconocido sintió todo el peso de aquella guerra que tan bien conocía y, cuando por fin pudo contener sus lágrimas, se levantó de su asiento y dijo: «Yo soy Ulises». En ese instante comenzó a narrar con su propia voz el azaroso viaje que le había llevado desde las playas de Troya a la isla de los feacios en su interminable viaje de regreso a su reino de Ítaca. Un viaje por un mar poblado de misteriosas hechiceras, de seres de voz cautivadora e intenciones homicidas, de gigantes antropófagos o de insólitos consumidores de loto.

La Troya histórica
En 1871, las excavaciones de Schliemann en la colina turca de Hissarlik probaron que Troya existió. En la imagen, recreación de la ciudad por Jean-Claude Golvin.
Acuarela De Jean-Claude Golvin. Musée Départemental Arles Antique © Jean-Claude Golvin / Éditions Errance
El mar, de nuevo
A través de narraciones míticas como la Odisea de Homero (al que la tradición representa como un venerable poeta ciego, a imagen de Demódoco), los griegos de época arcaica volvieron a familiarizarse con el viejo mar que había estado bajo su absoluto dominio cuatro centurias atrás, en la Edad del Bronce, cuando floreció la civilización micénica. Si la Ilíada evoca a siglos de distancia nebulosos episodios que se remontan a esa época, la Odisea trasluce un momento posterior de la historia de Grecia: el momento en que, tras el desmoronamiento de la sociedad micénica en el siglo XII a.C., el pueblo griego se aventura otra vez al mar en busca de nuevas tierras y contactos comerciales sobre unos barcos que apenas contaban con una vela cuadrada, un mástil, un espolón de proa y unos remos.
Cronología
Un largo viaje
1250 a.C.
Troya es destruida hacia esta fecha, según los estudiosos interpretan el nivel arqueológico Troya VIIa de Hissarlik.
Siglo XII a.C.
Los reinos micénicos, cuyos soberanos protagonizan la conquista de Troya en la Ilíada, se derrumban por causas desconocidas.
Siglo IX a.C.
Los marinos griegos exploran las costas del Mediterráneo central, actividad que está en el trasfondo de la Odisea.
Siglo VIII a.C.
Posible fecha de composición de la Ilíada y la Odisea por un aedo o poeta llamado Homero, cuya vida desconocemos.
Siglo VI a.C.
Pisístrato, tirano de Atenas, manda poner por escrito la Ilíada y la Odisea, que en el siglo III a.C., en Alejandría, serán editados en 24 cantos.

El escenario de una epopeya
Troya, la rica ciudad que controlaba el comercio en el estrecho de los Dardanelos, fue asaltada por los aqueos o griegos en el sigo XIII a.C.
Pulsa el mapa para ampliar.
Eosgis.com.
Lentamente, desde el siglo X a.C., se fueron restableciendo las relaciones comerciales en el Egeo oriental. Ello propició un movimiento que, a partir del siglo VIII a.C. –la fecha estimada para la composición de la Odisea–, cristalizó en el movimiento de expansión que conocemos con el nombre de colonización.
Es en este escenario de exploración y reencuentro con el mar donde Ulises se convertirá en modelo de cómo actuar en un universo plagado de peligros y misterios, durante un periplo en el que él mismo viajará desde su condición de viejo guerrero épico a héroe de un mundo nuevo. No hay que olvidar que antes de convertirse en el famoso marino de la Odisea, el rey de Ítaca había sido un formidable guerrero que había peleado en primera línea de batalla sobre la llanura de Troya.

Un reino en el mar
La fotografía superior muestra la península de Asos, en Cefalonia, isla que formaría parte de los dominios de Ulises y cuya riqueza descansaba sobre todo en la posesión de rebaños.
Olimpio Fantuz / Fototeca 9x12
Ulises, el astuto
Blindados en sus armaduras de bronce y sobre sus magníficos carros de guerra, la marea de hombres que Príamo, el viejo rey de Troya, contemplaba desde los muros de su ciudad constituía una visión tan terrorífica como grandiosa. En esa famosa escena del canto tercero de la Ilíada, conocida como teikhoskopia («visión desde la muralla»), Homero refiere que Príamo llamó a su presencia a Helena –la antigua reina de Esparta, cuya huida con el príncipe troyano Paris dio comienzo a la guerra– para que le explicara quiénes eran los que más destacaban de entre todo ese mar de guerreros aqueos que asediaban su ciudad.
Príamo fijó su mirada en una distinguida figura que recorría «las filas de los guerreros como si fuera un carnero de tupidos vellones que se pasea entre un enorme rebaño de blancas ovejas». «Ese de ahí es Ulises –contestó Helena– que se crio en Ítaca y es experto en todo tipo de trucos y sutiles argucias». Acto seguido, Anténor, el sabio consejero de Príamo, cuenta que, en ocasión de una embajada de Ulises a Troya, cuando este tomó la palabra «permaneció quieto con sus ojos fijos en el suelo y cuando comenzó a hablar emitió desde su pecho su tremenda voz y sus palabras fueron semejantes al granizo en una ventisca de invierno». Mientras que el rey y su consejero destacan en ese temible adversario su dominio de la escena tanto en el campo de batalla como a la hora de expresar su criterio –las cualidades que definen a los grandes héroes de Homero son la excelencia en el combate y en el consejo– la visión de Helena incide en un aspecto que convierte a Ulises en un héroe distinto: el héroe polytropos («de múltiples tretas», «de muchos senderos»), término que alude a su astucia, a su curiosidad y a sus muchos recursos a la hora de afrontar situaciones de desenlace incierto.

Casco de colmillos
Casco de colmillos de jabalí hallado en Micenas. Siglo XII a.C. Museo Arqueológico Nacional, Atenas.
Album
En la Ilíada, Ulises siempre aparece, efectivamente, involucrado en acciones que requieren habilidades más allá del bravo choque frontal con el enemigo, como misiones de espionaje y diplomáticas. Así, cuando una noche los aqueos deciden hacer una incursión en el campamento enemigo para averiguar las intenciones de los troyanos, solo Diomedes se atreve a asumir tan peligrosa misión si lo acompaña algún otro; entonces todos los héroes se ofrecen, pero él escoge a Ulises porque su «corazón se muestra resuelto en todas las fatigas de la guerra. Si él me acompañara, hasta de un llameante fuego ambos regresaríamos, pues sabe hacer frente a las situaciones mejor que nadie».
Ulises puede combatir tan bravamente como el más valeroso de los señores de la guerra micénicos. El casco de colmillos de jabalí que viste en la Ilíada, y que la arqueología ha identificado como un elemento de época micénica, lo señala como uno de ellos; y en Ítaca, Cefalonia y Léucade, las islas sobre las que reina, se han descubierto las huellas de un potentísimo pasado micénico. Pero Ulises se diferencia de los otros caudillos micénicos por su habilidad para recorrer sendas desconocidas y atravesar fronteras infranqueables, como las puertas de Troya o el mismísimo país de los muertos, donde consulta al adivino Tiresias para conocer lo que le deparará el futuro; esa es la etapa más extrema de su azaroso nostos, su viaje de regreso desde Troya.

El ogro engañado
Cegado Polifemo, Ulises y los suyos salieron de su cueva escondidos bajo los carneros que allí guardaba el cíclope, para que este no los descubriera. Óleo por Jacob Jordaens. 1635. Museo Pushkin, Moscú.
Bridgeman / ACI
Mientras que el escenario de la Ilíada está dominado por viejos héroes de una sola pieza en búsqueda constante de la gloria en la batalla, cuyas armas y mentalidad se sitúan en la lejana Edad del Bronce, la Odisea sitúa a su héroe en un escenario más cercano al público del siglo VIII a.C., que en el viaje por mar y en la fundación de un nuevo hogar veía reflejada su propia peripecia histórica. Ante los feacios, Ulises cuenta que, tras su partida de Troya, su flota sufrió una tormenta que lo apartó del mundo civilizado, y recaló en un misterioso paraje habitado por los lotófagos, hombres adictos al loto, una embriagadora sustancia que amenazaba a sus compañeros con hacerles olvidar su misión de regreso.
Pero esta es solo la antesala de la gran estación del viaje de Ulises, puesto que, acto seguido, alcanza las costas menos civilizadas y más primitivas que un griego podía concebir: la tierra de los monstruosos cíclopes, ogros caníbales y de un solo ojo que habitan en una naturaleza exuberante, pero que no conocen ni la agricultura ni las leyes de los hombres. Al carecer de barcos, los cíclopes no tienen contactos, por lo que no han cultivado el deber sagrado de la hospitalidad: cuando Ulises penetra en la espesura y encuentra la cueva del cíclope Polifemo, sus camaradas le ruegan escapar de allí en ese mismo instante.
Cuando Ulises le pide al cíclope Polifemo que le ofrezca la hospitalidad debida, aquel devora a dos camaradas del héroe
Sin embargo, Ulises, presa de su curiosidad exploradora, decide esperar al cíclope para contemplarlo. La incertidumbre y el temor de un viajero al llegar a parajes ignotos quedan subrayados cuando Polifemo regresa y Ulises le ruega que les ofrezca la hospitalidad debida a los viajeros. La contestación de Polifemo es devorar a dos marineros. Ulises le ofrece vino y le tiende una trampa: «Cíclope, ¿me preguntas mi ilustre nombre? Pues voy a decírtelo. Mi nombre es Nadie». Mientras el cíclope duerme su borrachera, Ulises y sus compañeros lo ciegan, y, cuando el resto de cíclopes acuden a socorrerlo, Polifemo solo puede decirles que «Nadie» le ha cegado.
Este episodio habría concluido con éxito de no ser porque Ulises todavía no ha completado su transición de viejo héroe épico, ansioso porque su nombre conquiste una fama eterna, a héroe que es capaz de ocultar su nombre si está en juego su supervivencia; y, en un reflejo de viejo guerrero épico, proclama orgullosamente que su nombre es «Ulises, el destructor de ciudades, el hijo de Laertes, que tiene su hogar en Ítaca». Información que Polifemo aprovechará para pedir a su padre Poseidón, el dios del mar, que castigue a Ulises.

La maga de la isla de Eea
Circe transforma en cerdo a un compañero de Ulises con su varita, tras haberle dado una poción mágica para que olvide su vida anterior. Pélike. Siglo V a.C.
BPK / Scala, Firenze
El triunfo de la astucia
Las bajas entre los hombres de Ulises aumentan conforme avanza el viaje y se suceden nuevos peligros, hasta que recalan en otro exótico paraje en el que los exploradores enviados por el héroe acaban perdiendo su humanidad. Se hallan en los dominios de Circe, la hechicera hija del Sol, que con su varita mágica convierte en bestias a quienes llegan a sus costas. Pero Ulises, que cuenta con el auxilio del dios Hermes (con quien comparte en exclusiva el epíteto polytropos), logra someter a la maga, quien de buen grado le va a ofrecer las claves para el buen término de su periplo: le indica la ruta al país de los muertos, paso inexcusable para su regreso a casa, y le brinda una serie de consejos cruciales para enfrentarse a la voz cautivadora y engañosa de las sirenas.
Con su canto hechizante, las sirenas, aves con rostro de mujer, atraen a los marinos hasta su costa, donde naufragan y son devorados por ellas. Pero Circe le ha aconsejado a Ulises que tape los oídos de sus marinos con tapones de cera y que él, amarrado al mástil, se maraville con las bellas historias que salen de su boca y que tal vez hablen de él mismo.
El país de los muertos es la estación más lejana en el viaje del héroe a lo desconocido. Ante él se presentan sombras que solo recuperan cierto brillo al beber la sangre de un animal sacrificado. Entre ellas se encuentran muchos de los que habían combatido a su lado en Troya, como Aquiles, que le confiesa que preferiría ser un miserable jornalero sobre la tierra antes que el rey de los muertos; o Agamenón, muerto a manos de su esposa y el amante de esta «como un buey amarrado al pesebre». Estas escenas constatan que la edad de los viejos héroes épicos había pasado y que había llegado la hora de un héroe nuevo, capaz de retornar de la guerra y recobrar su lugar en el mundo.
Es en el infierno donde recibirá por boca del adivino Tiresias las instrucciones para el camino de vuelta a la patria, un camino no carente de tempestades y monstruos marinos que provocan que toda la tripulación perezca. Solo Ulises llegará como náufrago a la isla de Calipso, donde, poseído por el sentimiento de la nostalgia, renuncia a la inmortalidad que le ofrece la diosa y se marcha sobre una balsa construida con sus propias manos. Es entonces, tras un nuevo naufragio, cuando llega a los dominios del hospitalario Alcínoo. Este le abrirá las puertas de su reino al ofrecerle la mano de su hija Nausícaa, pero Ulises la rechaza porque desea regresar a Ítaca. El héroe no ha querido fundar un nuevo reino: ha preferido su nostos, su viaje, que le dará gloria imperecedera.

El fin de los pretendientes
Una crátera del siglo IV a.C., fabricada en Capua, muestra a los pretendientes defendiéndose en vano de Ulises, Telémaco, Eumeo y Filetio. Pintor de Ixión. Museo del Louvre, París.
Hervé Lewandowski / RMN-Grand Palais
Transportado por los feacios, Ulises arriba por fin a las costas de Ítaca. Su viejo reino, que al principio apenas reconoce, se ha vuelto un territorio hostil, cuyo peligro proviene de los llamados pretendientes. Durante su ausencia de veinte años, su hogar está al borde de la destrucción, ya que cerca de un centenar de jóvenes aristócratas de Ítaca dilapidan vilmente el patrimonio del rey ausente mientras presionan a su esposa Penélope para que se case con uno de ellos y así legitimar la usurpación del reino. Llevando el terreno de la batalla a su propio hogar, Ulises reclamará su posición en la isla y restablecerá el orden en ella aniquilando a los soberbios aspirantes a su trono.

Argos, el perro fiel
El perro de Ulises reconoce a su amo, llegado a Ítaca bajo el disfraz de mendigo. Escultura por Pierre-Amédée Durand. 1810.
ENSBA / RMN-Grand Palais
Pero no basta con eso, sino que precisa la aceptación de su esposa. Para esto último, Penélope, que ha aguardado fielmente la vuelta de Ulises, ha de reconocer a su verdadero esposo en el hombre que viene a reclamar el reino, y que tantas veces ha enmascarado su identidad durante su viaje. Aunque la diosa Atenea les ha devuelto la juventud a los dos, el reconocimiento no se produce porque Penélope sigue esperando la señal que demuestre que tiene ante sí a Ulises.
En este instante crucial, el héroe polytropos no da muestras de saber resolver la situación, hasta que Penélope enciende la chispa que volverá a prender la versátil mente de su marido: «Euriclea –le dice a su fiel criada–, prepárale el lecho que él construyó, fuera del dormitorio». Entonces Ulises sale de su ensimismamiento y se revela como quien es: «¡Ah, mujer, qué palabras más hirientes has dicho! ¿Quién cambió de sitio mi lecho?». Ulises, en efecto, había construido su lecho nupcial a partir de un tronco de olivo que mantenía sus raíces hundidas en tierra, cortándolo para convertirlo en una de las patas de su cama; por ello no se podía mover. Esa es la señal que esperaba Penélope, y solo cuando ella acepta a su esposo se consuma el regreso del héroe.
Gracias a Ulises, los griegos de época arcaica sabrán moverse en un mundo cambiante. Lejos queda ya el héroe que defendía a pie firme su concepto del honor guerrero. Frente a la actitud estática de este, Ulises representa el viaje con sus oportunidades y sus riesgos, y la capacidad de adaptación a un mundo siempre en movimiento.
----
Los nostoi
El regreso de los otros héroes

Un retorno funesto
Agamenón, que ha vuelto a su reino de Micenas, muere a manos de Egisto, el amante de su esposa Clitemnestra. Crátera atribuida al Pintor de la Dokimasia. Siglo V a.C. Museo de Bellas Artes, Boston.
MFA / Scala, Firenze
El término nostos («regreso»; en plural, nostoi) se refiere a los viajes de regreso a la patria de los héroes aqueos tras el final de la guerra de Troya. Estas historias legendarias, a las que alude la Odisea como relatos ya conocidos por el público, dieron lugar a poemas épicos hoy perdidos, los Nostoi. Llegada la hora del regreso, una disputa entre los hermanos Agamenón y Menelao, reyes de Micenas y Esparta respectivamente, hizo que la flota griega se dividiera, permaneciendo unos con Agamenón y zarpando otros con Menelao. Cada héroe vivió su propia aventura de regreso, con desenlaces muy variados: mientras que Menelao volvió felizmente a Esparta, Agamenón fue asesinado a su regreso por su mujer y su amante. Diomedes e Idomeneo, víctimas también de la conspiración de los amantes de sus esposas, tuvieron que huir a tierras itálicas, donde se establecieron, igual que Filoctetes, que halló refugio en el sur de Italia. Precisamente esta fue la zona en la que, hacia 770 a.C., los griegos comenzaron su expansión en las tierras vírgenes del lejano oeste, lo que coincidió con la época en que tomaron forma los relatos de regreso.
----
Una frontera borrosa
¿Piratas o comerciantes?

Crátera de Aristonotos
En la Crátera de Aristonotos se representó este combate naval y a Ulises cegando a Polifemo. Hacia 650 a.C. Museos Capitolinos, Roma.
DEA / Getty Images
Cuando el cíclope Polifemo regresa a su cueva y ve en ella a unos extraños, automáticamente les pregunta: «Forasteros, ¿sois comerciantes o piratas que exponen sus vidas y causan el daño a otras gentes?». La Odisea servirá a los griegos de inicios de la época arcaica para establecer la relación entre el mundo conocido hasta entonces y un mundo nuevo que incluía tierras por descubrir y situaciones novedosas a las que enfrentarse. Una vez en el mar, con unos tripulantes resueltos a proteger su mercancía y ávidos de obtener otras, ¿dónde quedaba la distinción entre pirata y comerciante? Cuando Telémaco, el hijo de Ulises, sale en busca de su padre, la diosa Atenea se presenta ante él bajo la apariencia de Mentes, rey de un pueblo pirata, y afirma que lleva hierro con la intención de negociar, pero no descarta otro tipo de acciones. La presencia de metales preciosos y productos de lujo del Próximo Oriente convertía el Egeo y sus costas en un escenario de riesgo, en el que la pregunta del cíclope tenía sentido. De hecho, Eumeo, el fiel porquero de Ulises, era un príncipe raptado en su niñez por comerciantes fenicios.
----
Héroes para un mundo nuevo
La épica de los humildes

Ulises y Euriclea
Ulises es reconocido por Euriclea, su anciana nodriza. Óleo por William-Adolphe Bouguereau. 1848.
Bridgeman / ACI
Tras el colpaso de la sociedad micénica a finales del siglo XII a.C., la mayor parte de la población de Grecia vivía en pequeños poblados formados por unas docenas de familias. El basileus (el título más común que reciben los héroes de Homero) actuaba como líder de esta nueva sociedad rural, cuyo eje era el oikos, la hacienda. Si el basileus no mantenía su liderazgo, corría el riesgo de ser reemplazado, como se plantea en la Odisea: con Ulises ausente y su padre, el viejo Laertes, retirado en el campo, los jóvenes pretendientes quieren hacerse con el poder en Ítaca sin que el hijo de Ulises, Telémaco, sea capaz de hacerles frente. Al centenar de nobles que violan las leyes de la hospitalidad devorando los bienes de Ulises les van a hacer frente hasta eliminarlos una mujer virtualmente viuda (Penélope), un joven imberbe (Telémaco), un porquero (Eumeo) y un pastor de bueyes (Filetio), un anciano rey (Laertes), una fiel y anciana criada (Euriclea), un aedo (Femio) y un mendigo (el propio Ulises). El campo de batalla no es la llanura de Troya, sino el oikos, y los combatientes no son prestigiosos señores de la guerra, sino los humildes moradores de aquel.
----

Las mujeres de la Odisea
Pulsa la imagen para ampliar.
Este artículo pertenece al número 237 de la revista Historia National Geographic.