Los wari fueron un pueblo cuya capital, llamada también Wari, se ubicaba en la región de Ayacucho. Desde allí expandieron su cultura a lo largo del territorio andino, en lo que algunos investigadores consideran el primer imperio de los Andes.
Cronología
Siglos VII-XI
Período de ocupación del mausoleo y la zona residencial de El Castillo de Huarmey por el pueblo wari.
1970
Un terremoto afecta al sitio arqueológico y pone al descubierto algunos de sus fardos funerarios.
2010
Nace el Proyecto de Investigación Arqueológica Castillo de Huarmey (PIACH).
2012
Los arqueólogos del PIACH localizan una cámara funeraria intacta con un rico ajuar en su interior.
Sin embargo, uno de los hallazgos más importantes sobre esta sociedad tuvo lugar a unos 850 kilómetros al norte de la capital wari, en la región de Áncash. Fue en este entorno árido de la costa desértica de Perú donde un equipo polaco-peruano encontró el primer mausoleo wari intacto, en un sitio arqueológico conocido como El Castillo de Huarmey.
En 1919, el arqueólogo peruano Julio C. Tello visitó el lugar, pero debió retirarse a causa de un brote de peste bubónica. Desde entonces el área cayó en un cierto olvido por parte de los investigadores, pero no, por desgracia, para los expoliadores o huaqueros. Sus excavaciones ilegales (huaqueos) provocaron una gran destrucción, especialmente a partir de 1970, cuando un terremoto hizo aflorar parte de las riquezas del yacimiento y atrajo aún más la atención de los ladrones. La intensa actividad de éstos, sumada a la invasión del sitio para la explotación agrícola y los efectos devastadores de las lluvias torrenciales provocadas por los reiterados fenómenos de El Niño a lo largo de los siglos, dejaron el lugar en un estado lamentable.
Aparece un mausoleo
Esta situación no amedrentó al polaco Milosz Giersz y al peruano Roberto Pimentel, quienes en 2010 iniciaron una excavación en la zona. Sabían que tras la retirada de los escombros las posibilidades de hallar cualquier espacio intacto eran mínimas, pero aun así confiaron en el potencial del yacimiento. El tiempo acabaría premiando su tenacidad.
El yacimiento de El Castillo de Huarmey comprende un gran edificio dedicado al culto a los ancestros, llamado mausoleo, una gran necrópolis y un espacio residencial. El mausoleo se encuentra en la cima de un cerro. Excavado parcialmente en la roca madre, era un cuerpo rectangular de gran magnificencia, con una fachada exterior pintada de rojo. Hoy sólo se conserva la parte baja de sus muros, que nos muestran un espacio laberíntico, con más de veinte recintos en su interior.

Un jefe wari sentado sobre una balsa. Cerámica hallada en El Castillo de Huarmey.
Foto: Robert Clark / NG Image Collection
En el centro de este complejo entramado constructivo se sitúa una pequeña sala presidida por una banqueta, a modo de trono, en cuyas paredes se abrían una serie de nichos usados para colocar objetos ceremoniales. Esta sala se convirtió en la protagonista de la campaña de excavaciones del año 2012, cuando, en el pavimento de la habitación, se localizó un conjunto de adobes de forma trapezoidal que sellaban una cámara subterránea. La excavación de este espacio oculto sacó a la luz un hallazgo único: la primera tumba colectiva intacta jamás hallada de personajes de la élite wari.
La cámara estaba formada por un gran recinto y tres subcámaras laterales. En la parte central se hallaron 54 fardos funerarios y numerosas ofrendas de gran calidad que demostraban el alto estatus de los individuos allí enterrados. Los cuerpos fueron inhumados en posición replegada, sentados y envueltos con una capa de tejido bicolor (blanco y verde) sujetada por una gruesa malla. La buena conservación de los restos escondía otra sorpresa: al estudiar los cuerpos se pudo comprobar que todos eran femeninos. En su mayoría correspondían a mujeres adultas de distintas edades y una quinta parte eran adolescentes.
Las tres subcámaras contenían fardos de mujeres de mayor estatus social, como indica la calidad de las piezas que las acompañan. En la central se halló la llamada «dama principal», una mujer de unos 60 años de edad en el momento de su muerte, que fue enterrada junto con los objetos más ricos de todo el conjunto. Sin duda fue una mujer poderosa, con un rango político importante, como lo demuestra el hecho de que fuera enterrada con tres pares de orejeras, símbolo de poder en el mundo andino asociado tradicionalmente a la élite masculina.
Entierros de élite
En el cuarto ubicado al noreste se encontraron una mujer de más de 50 años y una adolescente de entre 13 y 15 años, mientras que en el del sureste descansaba otra mujer, de entre 35 y 40 años. Las tres subcámaras fueron cubiertas de arena y grava fina y selladas con una viga de madera.
Entre los más de 1.300 objetos recuperados en la excavación se encuentran piezas de todo tipo: joyas, armas, enseres para tejer y recipientes de cerámica, de metal y de piedra tallada. Los materiales son de gran calidad y algunos eran considerados de lujo en su época: conchas rojas de Spondylus (importadas desde Ecuador), obsidiana, turquesa y metales finos (oro y plata en aleaciones con cobre). El análisis biológico de los restos confirma que los personajes enterrados no sufrieron enfermedades graves a lo largo de su vida, lo que confirma que estas mujeres formaban parte de la selecta élite del Estado wari.

Sandalia de cuero con restos de decoración polícroma.
Foto: Robert Clark / NG Image Collection
No todos los fardos fueron enterrados a la vez. La tumba permaneció abierta durante un tiempo, como lo demuestra la presencia de pupas de mosca, escarabajos y serpientes entre los fardos e incluso en los cráneos de las difuntas. Una vez completados los enterramientos se clausuró el recinto. Los waris rellenaron el espacio con una capa de piedras, tierra y barro, sobre la cual se arrojaron los cuerpos de seis adolescentes sacrificadas para la ocasión. Luego se cubrió todo el conjunto con una capa de un metro de grosor formada por treinta toneladas de casquijo, en la cual se clavó una vara de 1,17 metros de largo.
Vigías eternos
Finalmente se enterraron dos personajes más, que también fueron sacrificados. En este caso eran un hombre y una mujer de menor estatus que actuaron como guardianes de la tumba, oficio para el cual fueron preparados en vida cuando se les amputó el pie izquierdo, a fin de que no pudieran escapar de sus funciones. Cumplieron fielmente con su cometido, puesto que allí los encontraron Giersz y Pimentel más de mil años después, custodiando la tumba de las mujeres más ricas del yacimiento. ¿Habrá otros guardianes de la eternidad esperando a los arqueólogos en Huarmey? Sólo el tiempo y las excavaciones podrán dar respuesta a esta pregunta.
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Brazo momificado naturalmente en El Castillo de Huarmey.
Foto: Robert Clark / NG Image Collection
Momias naturales
El clima seco de la costa desértica peruana es un gran aliado de los arqueólogos, pues en este entorno se conservan materiales orgánicos tales como maderas o textiles que se deterioran en otros ambientes. Además, provoca una momificación natural de los cuerpos que permite recuperar incluso su piel.
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Una señora poderosa
El personaje principal enterrado en El Castillo de Huarmey es una mujer cuyo rango resulta evidente al observar la calidad de los objetos que la acompañaron en su viaje a la otra vida. Sus vestidos y ornamentos también reflejan su elevado estatus. Llevaba prendas de alta calidad textil y su lliclla o manto fue atada con un tupu (aguja) de metal (1). Se la enterró con tres pares de orejeras (2), símbolo inequívoco del poder en los Andes, aunque habitualmente masculino. En su espalda se encontró una caja de mimbre (3) con utensilios para tejer hechos de oro y con otros objetos lujosos. Sus brazos mostraban tatuajes geométricos (4) y antes de que fuera enterrada se le pintó la cara con cinabrio, un pigmento rojo con claras connotaciones simbólicas.
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El mausoleo de una princesa wari
El mausoleo de El Castillo de Huarmey se construyó tomando como referencia la tumba subterránea de las mujeres de la élite (1), una cámara parcialmente excavada en la roca madre de un cerro. Por encima de ella se edificó una sala del trono (2), con una banqueta en la que se realizaban rituales y nichos en las paredes en los que probablemente se colocaban los fardos funerarios para la ceremonia. Alrededor de esta sala se construyó el resto del edificio, que incluye otros entierros de menor rango (3). Los wari enterraban a sus muertos en espacios vinculados a sus lugares de residencia, estableciendo una estrecha relación entre la vida y la muerte. En este caso, el palacio se encontraba a los pies del cerro, y los difuntos eran trasladados en procesión hasta su última morada, como ilustra este dibujo (4).
Este artículo pertenece al número 210 de la revista Historia National Geographic.