Edad Media

Tocar y curar: la magia de los reyes medievales

Los enfermos de escrófulas acudían a los reyes de Francia e Inglaterra para que los curaran con un simple toque.

Francisco I de Francia cura a los escrofulosos. Óleo por Carlo Cignani. Siglo XVII. Palacio Comunal, Bolonia.

Francisco I de Francia cura a los escrofulosos. Óleo por Carlo Cignani. Siglo XVII. Palacio Comunal, Bolonia.

Foto: Scala, Firenze

El oficio de curandero es tan antiguo como el mundo; chamanes, santones y a menudo charlatanes eran considerados por la gente corriente como personas dotadas de poderes sobrenaturales. Sin embargo, durante ochocientos años esa función sanadora fue atribuida a los reyes de Francia e Inglaterra, en particular respecto a una enfermedad muy extendida e incapacitante: las escrófulas. No era una superstición de la gente ignorante, sino una creencia generalizada que llevaba regularmente a cientos e incluso miles de personas a agolparse ante el soberano para que los curara mediante un simple «toque» de la escrófula y el signo de la cruz sobre ella.

La creencia en los reyes taumaturgos («hacedores de milagros») se remonta al menos al siglo XII. A principios de esa centuria, el abad Guibert de Nogent atribuyó ese poder al rey de Francia Luis VI (1108-1137). En Inglaterra encontramos el primer testimonio del milagro en un epistolario de finales del siglo XII escrito por Pierre de Blois. En ambos casos, el poder curativo derivaba del carácter sagrado que se atribuía al monarca, tal como se manifestaba en Francia en el rito de la consagración por el que, antes de acceder al trono, se aplicaba al rey el óleo santo. Mientras se mantuvo la monarquía de derecho divino –en Francia, hasta el fin de la dinastía borbónica en 1830–, se consideró que los reyes necesariamente tenían esta facultad.

Colas de enfermos

Al principio, los monarcas ejercían ese poder cada vez que los enfermos se presentaban ante ellos, ya fuera en su palacio, en una iglesia o durante un desplazamiento. A medida que las monarquías se hicieron más organizadas, la burocracia estableció reglas para la ceremonia. En el siglo XIII, Luis IX de Francia tocaba a sus enfermos todos los días, pero sólo después de la misa. Dos siglos más tarde llevaban a los enfermos ante Luis XI sólo una vez a la semana. Más adelante, los días en que el rey estaba dispuesto a ejercer su oficio taumatúrgico se hacían coincidir con las principales fechas del calendario religioso, en particular Semana Santa, el Corpus, la Asunción y la Natividad de la Virgen y la Navidad.

Los enfermos se desplazaban expresamente desde lugares a veces muy alejados, a la manera de una peregrinación, para que el rey los tocara. Muchos venían incluso del extranjero: en 1307, por ejemplo, Felipe IV de Francia recibió al menos a dieciséis italianos. De España venían muchos. El historiador André Du Chesne destacaba «el gran número de estos enfermos que siguen viniendo todos los años de España para que los toque nuestro piadoso y religioso Rey; el capitán que los conducía en 1602 trajo un certificado de los prelados de España de un gran número de curados por el toque de Su Majestad». Tan conocido era este poder de los reyes de Francia que cuando Francisco I llegó a Valencia como prisionero de Carlos V debió atender a un «número tan grande de enfermos de escrófulas que no hubo nunca tal multitud en Francia», según aseguraba un autor.

El rey hacía el signo de la cruz sobre los enfermos, mostrando que actuaba en nombre de Dios

Fueran nacionales o forasteros, el número de personas que acudían a los reyes de Francia o Inglaterra para curarse de las escrófulas fue siempre muy grande. Los registros reales ingleses nos proporcionan cifras anuales que muestran que, en la primera mitad del siglo XIV, los reyes «bendecían» normalmente a más de mil personas a lo largo de un año, con récords que llegaban a las 1.700. En la Francia del siglo XVI, las cifras son muy semejantes. Algunos actos reunían a cientos de personas a la vez: el domingo de Ramos de 1594, Enrique IV tocó a más de 900 enfermos, y a 1.250 el día de Pascua de 1608.

A partir del siglo XV, los enfermos que llegaban a la corte eran conducidos al servicio de limosnas para recibir una ayuda que les permitiera vivir hasta el día del milagro. Los españoles que llegaban a la corte francesa recibían regalos importantes, de 225 a 275 libras, generosidad que probablemente contribuía a reforzar el prestigio taumatúrgico. Como el rey sólo curaba las escrófulas, primero el médico de la corte realizaba una breve visita a los peregrinos y únicamente admitía en el servicio a los que presentaban esa patología.

Luis IX de Francia cura a un escrofuloso. Miniatura del siglo XIV.

Luis IX de Francia cura a un escrofuloso. Miniatura del siglo XIV.

Foto: AKG / Album

Que Dios te cure

Antes de realizar el «maravilloso» rito, el rey rezaba y comulgaba. Luego posaba sus manos sobre las partes infectadas de los enfermos, pues el contacto entre los dos cuerpos se consideraba el método más eficaz para transmitir las fuerzas invisibles sanadoras. Después el soberano hacía el signo de la cruz sobre el enfermo; con ese gesto demostraba ante todos que ejercía su poder en nombre de Dios, al igual que sucedía con los santos de antaño que triunfaban sobre las enfermedades.

En Francia, el rey murmuraba unas palabras durante la bendición. Al principio era un simple rezo, que a partir del siglo XVI se convirtió en la fórmula «El rey te toca, Dios te cura», o bien «El rey te toca, que Dios te cure». El agua con la que el monarca se lavaba las manos tras la ceremonia se consideraba milagrosa: beberla durante nueve días curaba la escrófula sin necesidad de otras medicinas.

La ceremonia conclu��a con la entrega de limosnas. Durante el reinado de Felipe el Hermoso, en Francia sólo se daban a los que venían de lejos, de veinte sueldos a seis y doce libras, mientras que en Inglaterra, durante los reinados de Eduardo I, Eduardo II y Eduardo III, se ofrecía siempre un denario. La donación tenía un significado simbólico preciso: el rito del «toque» y de la bendición únicamente se consideraba completo cuando la moneda procedía de manos del rey; de lo contrario, sólo se había producido medio milagro. En Inglaterra, la moneda se colgaba al cuello y se creía que actuaba como talismán frente a futuros ataques de la enfermedad.

'Touch Piece'. Moneda sanadora inglesa de inicios del siglo XVIII.

'Touch Piece'. Moneda sanadora inglesa de inicios del siglo XVIII.

Foto: Scala / Firenze

La era de la razón

Nadie esperaba que con el «toque» real las escrófulas desaparecieran al instante. Se trataba de una enfermedad que tardaba meses en curarse y a menudo no lo hacía, pero raramente era mortal. En cualquier caso, la convicción de que el soberano podía realizar la curación milagrosa estaba profundamente arraigada en la conciencia colectiva. Los reyes se aprovechaban de esa creencia para demostrar que su poder tenía orígenes divinos, legitimando así su condición de soberanos.

La fe en el «toque» disminuyó gradualmente a partir del Renacimiento y se debilitó sobre todo en el siglo XVIII con la difusión de la Ilustración que, mediante la racionalidad, trataba de despojar a la institución monárquica de su carácter sobrenatural y consideraba que los reyes eran simples representantes hereditarios del Estado. Primero en Inglaterra y después en Francia, la desaparición definitiva del «toque» coincidió con el estallido inmediato de revoluciones políticas. Ello no es de extrañar, porque la fe en el carácter sobrenatural de la realeza ya estaba profundamente debilitada por aquel entonces.

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Mujer afectada de escrófulas. Grabado del siglo XIX.

Mujer afectada de escrófulas. Grabado del siglo XIX.

Foto: Bridgeman / ACI

Mal repulsivo

Las escrófulas o «adenitis tuberculosa» son una inflamación de los ganglios linfáticos causada por la tuberculosis. Se manifestaba en forma de ampollas y costras purulentas, situadas sobre todo alrededor del cuello y en la cara del enfermo, lo cual solía darle un aspecto repulsivo.

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Los que no creían en el poder de los reyes

Aunque la creencia en los poderes sanadores de los monarcas estaba muy extendida incluso entre las clases cultas, no faltaron tampoco quienes los pusieron en cuestión. El español Miguel Servet, que vivió la mayor parte de su vida en Francia y Suiza, escribió en 1535, en una traducción de la Geografía de Ptolomeo: «De los reyes de Francia se dice [...] que sólo con un toque curan las escrófulas. He visto con mis propios ojos a este rey [Francisco I] tocar a muchos enfermos de este mal. Si han recuperado la salud, eso no lo he visto». En el siglo XVIII el escepticismo ganó a todos los pensadores ilustrados, entre ellos a Voltaire, que declaraba: «Llegará el tiempo en que la razón, que comienza a hacer algunos progresos en Francia, abolirá esta costumbre».

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La ceremonia del toque real

El rito de la cura de las escrófulas presentaba algunas diferencias entre Francia e Inglaterra. Una de ellas era que el rey inglés hacía sobre el enfermo el signo de la cruz con una moneda de oro, previamente agujereada, que luego colgaba de su cuello.

En Inglaterra, un eclesiástico conducía a los enfermos de uno en uno ante el rey que, permaneciendo sentado, posaba la mano sobre sus llagas, hacía el signo de la cruz y les daba una moneda de oro.

Carlos II de Inglaterra cura a escrofulosos. Grabado del siglo XVII.

Carlos II de Inglaterra cura a escrofulosos. Grabado del siglo XVII.

Foto: Bridgeman / ACI

En Francia, los enfermos se arrodillaban formando una fila y el rey iba tocándolos uno a uno, primero en las heridas y luego haciendo el signo de la cruz sobre la cara a modo de bendición.

Enrique IV de Francia curando a escrofulosos. Grabado del siglo XVII.

Enrique IV de Francia curando a escrofulosos. Grabado del siglo XVII.

Foto: Bridgeman / ACI

Este artículo pertenece al número 211 de la revista Historia National Geographic.

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