Los saudíes a la conquista de Arabia

En el siglo XVIII, la familia Saud adoptó el credo fundamentalista de Muhammad ibn Abd al-Wahhab para extender sus dominios por el desierto y fundar el primer emirato saudí

Escuela coránica

Escuela coránica

Escuela coránica. Un ulema enseña la doctrina islámica a sus alumnos. Óleo por Ludwig Deustch. Colección privada.

Bridgeman / ACI

Las crueldades que cometieron son inauditas; ancianos, mujeres, niños, todos perecieron bajo su espada sin piedad, guiados por el furor que les animaba. No dudaron en destripar a las mujeres embarazadas y en descuartizar sobre sus miembros sangrantes el fruto que ellas portaban». Así describía el orientalista francés Jean-Baptiste Rousseau la toma de la ciudad iraquí de Kerbala el 20 de abril de 1801. Los asaltantes, una hueste de 15.000 hombres llegados de Arabia, dejaron 4.000 muertos a su paso y destruyeron monumentos como el mausoleo del imán Husayn, el lugar más venerado por los musulmanes chiíes. Lo convirtieron en un retrete y tiraron las cúpulas de los minaretes creyendo que eran de oro. Rousseau relata que fueron necesarios 200 camellos para transportar el enorme botín de la ciudad saqueada. 

Aquellos despiadados guerreros no eran un grupo de bandidos descontrolados, sino el brazo armado de un movimiento religioso nacido medio siglo antes en el centro de Arabia. Se los conocía como wahabíes, por el clérigo que estableció su doctrina, Muhammad ibn Abd al-Wahhab.

Nacido en 1703 en la región de Najd, en el centro de Arabia, Abd al-Wahhab se formó como teólogo en Damasco y El Cairo. Cuando volvió a su ciudad natal, Uyaynah, había desarrollado una doctrina religiosa propia basada en el tawhid o unicidad absoluta de Dios, lo que hizo que sus seguidores se llamaran a sí mismos al-muwahhidun, «los unitarios»

Jeque wahabita

Jeque wahabita

Jeque wahabita según una publicación francesa de 1839. 

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A partir de una interpretación absolutamente literal del Corán, Abd al-Wahhab propugnaba el retorno a los usos y costumbres de los primeros musulmanes, sin permitir innovación alguna. Todos los comportamientos que no figuraran en el libro sagrado del Islam y en las tradiciones de dichos y hechos del Profeta (los hadices) debían ser suprimidos sin contemplaciones, como las romerías a tumbas de santones, la ornamentación de las mezquitas o el simple consumo de café y tabaco. Quienes se oponían a sus designios eran acusados de falsos musulmanes y apóstatas, pena que en el Islam se paga con la muerte. Los nómadas de la región de Najd, en su mayoría analfabetos y muy tibios en relación a sus deberes religiosos, eran considerados como infieles contra los que era legítimo declarar la yihad.

El predicador y el caudillo

Al principio, Abd al-Wahhab no tuvo mucho éxito en su predicación, e incluso fue expulsado de Uyaynah, su ciudad natal. Su suerte cambió en 1744 cuando recaló en Diriyah, una ciudad próxima a Riad, la capital del Najd, gobernada por el caudillo Muhammad ibn Saud. El encuentro entre Abd al-Wahhab e Ibn Saud marcó la historia de la península arábiga hasta la actualidad. Entre ambos se creó una simbiosisperfecta. Abd al-Wahhab necesitaba un protector con una fuerza militar para imponer su doctrina, mientras que Ibn Saud vio en la doctrina del predicador una justificación religiosa para su ansia de dominar al resto de las tribus de Arabia. 

Bajo el patrocinio de los Saud, al-Wahhab extendió su doctrina a sangre y fuego por el desierto

Con el patrocinio de los Saud, Abd al-Wahhab empezó a combatir a todos aquellos que no aceptasen sus ideas. En las poblaciones más cercanas, el nuevo credo se estableció a sangre y fuego. Sin embargo, la resistencia contra el movimiento wahabí fue feroz, como demuestra el hecho de que los saudíes tardaran casi tres décadas en hacerse con toda la región de Najd. Riad caería bajo control wahabí sólo en 1773. Entre tanto, en el nuevo emirato saudí-wahabí quedaban muy bien definidas las competencias de los dos poderes que lo sustentaban. Abd al-Wahhab fue proclamado jeque, cadí e imán y se convirtió en la mayor autoridad en asuntos religiosos. Quedaban bajo su control los asuntos doctrinales, la educación y la propaganda. Por su parte, Ibn Saud –y desde 1765 su hijo y sucesor, Abdulaziz– era elevado al rango de emir, posición que le permitía hacerse con la administración y lo más importante: el control de los tributos. 

El desierto abandonado

El desierto abandonado

El movimiento wahabí nació en el Najd, una región en el centro de la península arábiga que vivía aislada del mundo musulmán desde el siglo X. Sus pobladores eran, en su mayoría, grupos nómadas en continuo conflicto entre sí. Arriba, un mapa de Arabia en 1744.

Bridgeman / ACI

La muerte de Abd al-Wahhab en junio de 1792 no impidió que los wahabíes cruzaran las fronteras de la región de Najd para atacar los actuales Qatar y Omán. Su auténtico objetivo, sin embargo, se encontraba en el oeste de la península: La Meca y Medina, los lugares más santos del Islam, entonces bajo soberanía del Imperio otomano. Desde las primeras etapas de la expansión wahabí habían saltado las alarmas entre las autoridades de ambas ciudades, en franca enemistad con los seguidores de la nueva doctrina. A pesar de ello hubo algunas reuniones hasta llegar a un acuerdo en 1798. Sin embargo, el devastador saqueo deKerbala en 1801 proporcionó a los wahabíes el botín que necesitaban para lanzarse a la conquista de la región del Hiyaz, en la costa occidental de Arabia.

Conquistas a sangre y fuego

Los wahabíes tomaron Taif, cerca de La Meca, donde ejecutaron a todos los varones adultos y esclavizaron a las mujeres y los niños. Era todo un aviso a sus siguientes objetivos. En 1805 Medina cayó sin presentar batalla y un año después fue el turno de La Meca

El daño que los wahabíes causaron al patrimonio monumental en la península arábiga fue de una magnitud nunca vista en el mundo musulmán. En Medina ordenaron destruir todo monumento objeto de veneración, lo que incluyó las tumbas de personas muy apreciadas por los musulmanes; tan sólo se salvó la del Profeta. También aplicaron medidas de justicia social, como la supresión de todos los impuestos ilegales que se aplicaban a los peregrinos en beneficio de las autoridades de La Meca, lo que explica que estas últimas trataran de desacreditar al nuevo credo afirmando que se basaba en meras opiniones sin fundamento alguno.

La conquista de La Meca y Medina obligó a reaccionar al Imperio otomano, que desde el siglo XVI tenía bajo su soberanía todo el oeste de la península arábiga. Perder el papel de guardián de los santos lugares del Islam era algo que los sultanes no se podían permitir si querían seguir a la cabeza del mundo musulmán.
El encargado de restablecer el dominio otomano fue el enérgico gobernador de Egipto, Muhammad Ali. 

Fin del emirato saudí-wahabí

En agosto de 1811, Muhammad Ali tomó Yanbu, en la costa oeste de Arabia, y estableció allí su cuartel general. Pese a que las tropas de los Saud lograron sorprender con una emboscada a una columna que avanzaba hacia Medina, las fuerzas egipcias ocuparon la ciudad tras un breve asedio en noviembre de 1812. Un año después ocurría lo mismo con La Meca. A continuación, los otomanos se dedicaron a erradicar a los wahabíes y a los Saud en la región de Najd, en una campaña que culminó con la toma de Diriyah en 1818. Cuatrocientos hijos y nietos de Abd al-Wahhab fueron deportados a Egipto, junto al emir Abd Allah –hijo de Abdulaziz–, que más adelante sería trasladado a Estambul y decapitado allí. 

El palacio de Salwa

El palacio de Salwa

El palacio de Salwa, en Diriyah, fue la residencia de los príncipes de la Casa de Saud durante el primer emirato saudí.

Xavier Arnau / Getty Images

Pero ése no fue el fin del wahabismo. Su credo siguió difundiéndose por el mundo musulmán por diversas vías, como las caravanas anuales de peregrinos. La familia Saud restablecería su emirato en 1824, aunque circunscrito a la región de Najd. Un siglo más tarde, con las armas y fondos suministrados por los infieles británicos, alcanzaría el objetivo de dominar la mayor parte de la península arábiga para fundar el actual reino de Arabia Saudí. 

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Los tres fundamentos y sus pruebas

Los tres fundamentos y sus pruebas

Universidad de Unaizah, Arabia Saudí

Obra de propaganda

Abd al-Wahhab daba mucho valor a la propaganda de su ideario por todo el mundo musulmán. En la actualidad, una veintena de textos suyos de diversa índole siguen teniendo gran difusión. La imagen de arriba reproduce uno de sus escritos más importantes sobre los preceptos wahabíes en relación a la oración: Los tres fundamentos y sus pruebas.

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Abd al-Aziz ibn Saud

Abd al-Aziz ibn Saud

Abd al-Aziz ibn Saud, fundador y primer rey de la actual Arabia Saudí, hacia 1910. 

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Ibn Saud de Arabia

Desde que en 1824 los Saud recuperaron el control de Riad, se vieron constantemente amenazados por el Imperio otomano y por otro poderoso linaje árabe, los Rashid, que finalmente los expulsaron de la capital en 1891. Su Estado pareció definitivamente destruido, pero, once años más tarde, el joven Abd al-Aziz, conocido como Ibn Saud, logró recuperar Riad. Tras la primera guerra mundial, el emir extendió su poder por Arabia, como habían hecho sus antepasados un siglo antes: en 1924 ocupó La Meca, al año siguiente Medina, y en 1932 se convertiría en el primer rey de Arabia Saudí.

 

 

Este artículo pertenece al número 232 de la revista Historia National Geographic.