La llegada de un mesías es una idea constante en el judaísmo. En los momentos de peligro, los judíos recordaban la promesa divina de un rey «ungido» (pues esto es lo que significa el término mesías) que aparecería para liberar a su pueblo de la opresión y restaurar su antigua gloria. Esta creencia dio lugar a que numerosos personajes carismáticos se postularan como el esperado redentor.
Cronología
La carrera de un iluminado
1626
Sabbatai Zevi, también llamado Shabetai Tzví, nace en Esmirna, ciudad griega perteneciente al Imperio otomano.
1648
Llevado por sus ensoñaciones cabalísticas, Zevi se presenta en Esmirna como el mesías judío.
1651
Este año (o, según otros autores, en 1654), Zevi es expulsado de Esmirna y vaga durante años por Grecia, Egipto y Palestina.
1666
Detenido en Constantinopla, se le obliga a elegir entre convertirse al Islam o ser ejecutado.
Año
Tras su conversión adopta el nombre de Aziz Mehmed. Muere en Dulcigno (Ulcinj, Montenegro).
A principios del siglo XVI, y durante todo el siglo siguiente, se respiraba en las comunidades judías un ambiente mesiánico. Las guerras entre católicos y protestantes, el Saco de Roma y, sobre todo, la lucha del emperador Carlos V contra el Imperio otomano parecían un reflejo de los combates entre Gog y Magog que precederían al fin del mundo según el libro del Apocalipsis. Los cabalistas, estudiosos judíos que buscaban en la Biblia significados místicos ocultos, marcaron incluso diferentes fechas en el calendario para la aparición del mesías, como 1648, año mencionado en el Zohar, la principal obra cabalística.
En este pastel sólo faltaba la guinda: la aparición de dicho mesías. Entre los pretendientes al trono mesiánico que surgieron destaca Sabbatai Zevi, quien parecía elegido por la divinidad, pues nació, según el calendario hebreo, el día 9 del mes de Ab, fecha en la que habían sido destruidos los dos templos de Jerusalén, el primero por Nabucodonosor en 586 a.C. y el segundo por Tito en 70 a.C.
Zevi centró su interés en la Cábala, en su ascetismo y en la mortificación del cuerpo
El Talmud y la Cábala
El joven Sabbatai estudió en la yeshivá o escuela talmúdica de su ciudad natal, Esmirna, pero en lugar de concentrarse en el aprendizaje de la Torá, la Misná y el Talmud puso su interés en el misticismo de la Cábala, en su ascetismo y en la mortificación del cuerpo como vía de comunicación con Dios, lo que, según los cabalistas, capacitaba para leer el futuro e incluso realizar milagros.
Los sabios judíos advertían de que la Cábala podía volver loco al incauto: «Al que especule sobre las siguientes cuatro cosas mejor le sería no haber nacido: lo que está arriba, lo que está abajo, lo que fue antes del tiempo y lo que será después. A todo aquel que no respeta la gloria de su Hacedor mejor le sería no haber venido al mundo» (Misná, Hagigah, 2,1). Pero Sabbatai se adentró sin dudar en ese peligroso camino. Además de estudiar la Cábala se bañaba en el mar en invierno, ayunaba con frecuencia y se imponía otras mortificaciones, lo que acabó por afectar a su equilibrio mental.
Y así, una vez llegó el esperado año de 1648, el ambiente mesiánico y sus propias ensoñaciones cabalísticas llevaron a Sabbatai a presentarse en Esmirna como el esperado mesías ante un pequeño grupo de seguidores. La forma de declaración fue pronunciar el nombre de Dios, algo que, en tiempos del desaparecido templo de Jerusalén, sólo estaba permitido al sumo sacerdote en el día de Yom Kippur, la fiesta de la Expiación, el día más sagrado del año judío. A partir de ese momento, la actividad de Sabbatai fue itinerante. Estuvo en Esmirna, Constantinopla, Tesalónica, Atenas, Alejandría o El Cairo, lugares todos ellos en los que logró fascinar a muchos judíos sencillos por su mezcla de ascetismo extremo, piedad exhibicionista e inofensivos ritos de supuesto carácter mágico.

Manuscrito cabalístico.
Manuscrito cabalístico. Siglo XVII. Biblioteca Bodleiana, Oxford.
Foto: Aurimages.
Pasado 1648 surgió en el horizonte una segunda fecha, 1666, como el momento en el que se produciría la redención de los judíos y su regreso a Jerusalén. Al acercarse ese año, Sabbatai Zevi se dirigió a la antigua capital judía. El caldo de cultivo para su mensaje mesiánico era perfecto, especialmente en Palestina, una región del Imperio otomano que no disfrutaba de la misma prosperidad que otras. Por otra parte, la violencia antijudía que barría Europa oriental en aquellos años hizo que muchos judíos europeos vendieran sus posesiones y se pusieran en marcha para participar de la redención en Jerusalén. Un observador inglés hizo este comentario sobre la excitación que reinaba entre los judíos: «Resultaba extraño comprobar cómo iba arraigando la fantasía y con qué rapidez las noticias sobre Sabbatai y su doctrina recorrían todos los lugares en que habitaban turcos y judíos [...]. Ningún judío atendía a otro negocio que no fuera liquidar los asuntos pendientes y prepararse, ellos y sus familias, para un viaje a Jerusalén [...] e instalarse de nuevo en la Tierra prometida, para mayor grandeza, gloria, sabiduría y doctrina del Mesías».
El éxito de Sabbatai se explica también por algunas voces autorizadas que propagaron su mensaje, como la de Natán de Gaza, que alimentó la esperanza en que Sabbatai acabaría luciendo sobre su cabeza la corona del sultán; o la del predicador Abraham ha-Yakini, autor de un manuscrito supuestamente antiguo que anunciaba la llegada de Sabbatai.
El texto, conocido como La gran sabiduría de Salomón, rezaba así: «Yo, Abraham, estuve cuarenta años encerrado en una cueva, asombrado de que no llegara el tiempo de los milagros. Entonces se escuchó una voz en el cielo que decía: en el año 5386 [1626] le nacerá un hijo a Mordecai Tzví; y será llamado Shabetai. Humillará al gran dragón [...]. Él, el verdadero Mesías, se sentará sobre Mi trono».
Sin embargo, Sabbatai se encontró también con el rechazo de la mayoría de rabinos de las principales sinagogas de Oriente, muy especialmente las de Jerusalén. Por un lado, porque sus manifestaciones públicas resultaban blasfemas para el judaísmo normativo, que se rasgaba las vestiduras escuchando cómo pronunciaba el nombre prohibido de Dios. Por otro lado, porque los rabinos eran el interlocutor de los judíos con la autoridad otomana y, en contra de lo que se pueda pensar, para un judío había muchos lugares peores para vivir que el Imperio otomano. A la luz de los precedentes de las expulsiones de España y Portugal, y de los recientes pogromos en el este de Europa, la autoridad otomana resultaba un mal menor, y derrocar al sultán no parecía la mejor idea.
A comienzos de 1666, Sabbatai viajó de nuevo a Constantinopla, donde fue arrestado y encarcelado. Se estaba convirtiendo en un elemento peligroso, y la Sublime Puerta –como se designaba al Imperio otomano– decidió poner fin a la farsa. Llevado ante el sultán, se le dio a elegir entre la conversión al Islam o la ejecución. Y Sabbatai eligió... la conversión.

Seguidores de Sabbatai Zevi en Tesalónica.
Este grabado muestra la reacción de los judíos tesalonicenses ante la llegada de Sabbatai Zevi como supuesto Mesías, en 1666. Los rabinos ordenaron penitencias y ayunos, pero algunos fueron más lejos en su deseo de purgar sus pecados y se hicieron azotar, se enterraron en sus jardines, se echaron cera líquida sobre los hombros e incluso hubo quienes se arrojaron al agua helada.
Foto: Bridgeman / ACI
Olvidado por todos
En presencia del sultán, el supuesto mesías se despojó de sus ropas judías y se puso un turbante. El sultán, satisfecho, le concedió un cargo oficial y un jugoso sueldo. El converso, por su parte, adoptó el nombre de Aziz Mehmed Efendi. Días más tarde, escribió una carta a su ciudad natal, Esmirna, en la que afirmaba: «Dios me ha convertido en un ismaelita [musulmán]; Él lo ha ordenado, y así se ha hecho».
Sabbatai se libró de la muerte probablemente porque los otomanos tenían muy presente la historia de Jesús de Nazaret. Matar a Sabbatai lo convertiría en un mártir, y la historia ha demostrado muchas veces que eso no es bueno para el ejecutor. Someterlo a la humillación de la conversión hizo que su reputación se desmoronase entre la mayor parte de los judíos. Pese a ello, una parte de sus seguidores interpretó esa conversión como un paso necesario en su misión mesiánica y como él se proclamaron musulmanes mientras conservaban en secreto su fe judía. «Aziz Mehmed» murió desterrado en Montenegro en 1676, pero los sabateos pervivieron durante el siglo XVIII e incluso más allá.
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EL MESÍAS ENTRA EN SU CIUDAD. Al volver a Esmirna en 1648, Sabbatai Zevi «comenzó a presentarse de inmediato como un monarca, vestido con ropajes de seda y oro sumamente hermosos y preciosos. Solía llevar una especie de cetro en la mano y recorría la ciudad escoltado permanentemente por un gran número de judíos, algunos de los cuales, para honrarle, iban extendiendo alfombras a su paso por el suelo, para que las hollara». En Estambul, justo antes de su conversión, se decía que su rostro desprendía una luz cegadora y que sobre su cabeza apareció una corona de fuego.
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Jacob Frank (1726-1791).
Jacob Frank (1726-1791). Grabado que representa al personaje.
Foto: Bridgeman / ACI.
EL OTRO MESÍAS. Tras conocer en los Balcanes a seguidores de Sabbatai Zevi, el judío polaco Jacob Frank se proclamó mesías en 1751 y fundó una secta herética que buscaba la purificación por el pecado: cuanto más se pecase, más cerca se estaba de la salvación. Tras el escándalo, Frank se refugió bajo el paraguas del cristianismo.
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Mezquita Yeni de Tesalónica
Mezquita Yeni de Tesalónica, erigida por la comunidad Ma’min en 1902.
Foto: Alamy / ACI
LOS ÚLTIMOS SABATEOS. Una minoría de judíos de Tesalónica se convirtió al Islam siguiendo el ejemplo de Sab-batai Zevi, quien residió un tiempo como musulmán en la ciudad. Estos conversos, llamados ma’min, «los creyentes», desarrollaron una singular mezcla de Islam y judaísmo. Iban a la mezquita, hacían la peregrinación a La Meca y celebraban el Ramadán, pero a la vez sus oraciones tenían mensajes ocultos que aludían al Mesías. Durante generaciones recordaron siempre su origen judío y mantuvieron entre ellos la lengua judeoespañola como base de su identidad. En 1900 eran unas 10.000 personas.
Este artículo pertenece al número 205 de la revista Historia National Geographic.