Una de las ciudades más ajetreadas del Imperio romano fue siempre la población gala de Gesoriaco, también conocida como Bononia, la actual Boulogne-sur-Mer. Ubicada en la costa francesa del canal de la Mancha, era el lugar idóneo para cruzar el mar en dirección a Britania (y sigue siéndolo). En el verano del año 43 d.C., el bullicio cotidiano de marineros, mercaderes y emigrantes se había incrementado con la presencia de numerosos soldados: la ciudad se preparaba para acoger al emperador Claudio, decidido también él a embarcar con destino a aquella isla.
Cronología
Al otro lado del canal
55-54 a.C.
Dos expediciones de Julio César a Britania permiten conocer parte de la isla y fortalecer las relaciones con los pueblos que la habitan.
7 d.C.
Tincomaro y Dubnovelauno, jefes de los atrebates, se presentan ante Augusto y se reconocen vinculados al Imperio romano.
40 d.C.
Calígula organiza una invasión de Britania. Cuando fracasa, manda recoger a los soldados conchas en la playa como prueba de «victoria».
41 d.C.
Claudio es proclamado emperador de manera inesperada tras el asesinato de Calígula por parte de su guardia pretoriana.
43 d.C. (verano)
A las órdenes de Aulo Plaucio, las legiones romanas cruzan el canal de la Mancha e inician la conquista de Britania.
43 d.C. (otoño)
El emperador Claudio llega a Britania para recibir la rendición de once reyes de diferentes tribus de la isla y celebrar su triunfo.
51 d.C.
Carataco, último jefe rebelde los catuvelaunos, es entregado a Claudio. Se da por concluida la primera fase de la conquista.
Heredero de César
Claudio fue un emperador inesperado. Siempre había vivido al margen de cualquier pretensión política. Sus defectos físicos, especialmente su tartamudeo, lo habían apartado de la vida política y militar. Tras el asesinato de su sobrino Calígula, la guardia imperial lo encontró escondido en el palacio y lo proclamó emperador. El Senado no tuvo más remedio que aceptarlo. Y así, aquel hombre inteligente, pero físicamente poco agraciado, sagaz para la política, pero privado de experiencia de mando, se encontró al frente del Imperio.

Alegoría del triunfo de Claudio sobre Britania. Relieve procedente del Sebasteion de Afrodisias. Siglo I d.C. Museo de Afrodisias.
Foto: Age Fotostock
A todos resultaba evidente que un emperador era, ante todo, el jefe del ejército. Sin embargo, Claudio carecía de toda formación militar y resultaba un desconocido absoluto para las legiones. Necesitaba urgentemente una victoria militar que le diese fama, le proporcionara algún botín con el que beneficiar a la ciudad de Roma, ganarse el favor de la plebe y afianzar sus lazos con el ejército. Augusto, el primer emperador, había recomendado en su testamento que el Imperio se mantuviera dentro de los límites que tenía a su muerte, pero ahora, casi treinta años después, Claudio necesitaba un triunfo, y el único territorio que se vislumbraba como un objetivo accesible era Britania.

Muro de Adriano. Tras las campañas de Claudio, la civilización romana se expandió progresivamente hacia el norte de Britania. En el año 122, el emperador Adriano inició la construcción de su muro en el norte (en la imagen).
Foto: Craig Easton / Getty Images
La conquista de la isla sería un éxito propagandístico. Una victoria allí convertiría a Claudio en el heredero político de Julio César, quien había intentado su conquista años antes. Además, le permitiría distanciarse de Calígula, quien había organizado una expedición que acabó convertida en una pantomima. A estas razones de alta política se añadían otras de carácter más práctico, pero no menos importantes. Para su frustrada invasión, Calígula había reclutado dos nuevas legiones que se habían convertido en un grave problema para el Imperio porque, en buena medida, eran innecesarias. Su licenciamiento era imposible porque podría provocar un motín; asignarlas a algún general en la frontera podía acrecentar sus ambiciones de poder, con el consiguiente riesgo de una sublevación militar. Aprovechar aquellas legiones para la invasión de Britania parecía la mejor solución.

Puerto de embarque. Gesoriaco, la actual Boulogne-sur-Mer, era una de las principales ciudades de la Galia romana y contaba con un concurrido puerto.
Foto: acuarela de Jean-Claude Golvin. Musée départemental Arles Antique © Jean-Claude Golvin / Éditions Errance
La ocasión se presentaba propicia porque los pueblos britanos estaban en un período de agudo conflicto interno. Roma podía aprovechar estas tensiones para obtener una victoria fácil y, de paso, impedir que un día se constituyera en la isla un poder sólido que pudiera convertirse en un firme enemigo de Roma. Fueron precisamente las disputas entre los reyezuelos britanos las que ofrecieron la excusa para la intervención.
La pérdida de libros centrales de los Anales del historiador romano Tácito nos ha privado de un relato detallado de la campaña. Sólo quedan unos pocos pasajes del historiador griego del siglo III d.C. Dion Casio, que proporciona una somera información. Según este autor, un tal Bérico, expulsado de la isla por una revuelta, convenció al emperador Claudio de la necesidad de enviar un ejército allí. Bérico –o Vérica, como aparece en las fuentes latinas– era rey de los atrebates, pueblo que desde tiempos de César se había mantenido en su alianza con Roma. Los atrebates eran el principal freno del crecimiento político y militar de los catuvelaunos, que desde tiempos de Augusto habían iniciado su expansión hacia el sur y el este de la isla, alterando profundamente las relaciones entre las distintas tribus britanas y de éstas con Roma. Del papel desempeñado por este Bérico o Vérica no se sabe nada más, pues desapareció del relato histórico.

Claudio, el conquistador. Esta cabeza en bronce formó parte de una estatua del emperador en Colchester, destruida durante la sublevación del año 60 contra Roma. Museo Británico.
Foto: British Museum / Scala, Firenze
Decidido a actuar, Claudio encargó el mando de la expedición a Aulo Plaucio, un antiguo cónsul con experiencia militar y buen general. En la invasión participaron cuatro legiones, que, junto con las tropas auxiliares, sumaban un total de 40.000 hombres.
La travesía del Canal
A todos les resultaba evidente que el momento más complicado de la invasión habría de ser el paso del canal de la Mancha. Las dificultades que presentaba esta operación eran muchas, algunas reales y otras imaginarias. La mayoría de los soldados al servicio de Roma no se había embarcado nunca. Hacerlo por primera vez para cruzar el Océano era un reto. Ciertamente, la distancia era corta, pero las corrientes eran fuertes y el viaje resultaba azaroso. Los recelos de los soldados no podían vencerse sólo con disciplina militar porque se corría el riesgo de provocar un motín. Claudio había enviado a la Galia a uno de sus libertos favoritos, Narciso, uno de sus principales agentes en el gobierno. Ante las reticencias de los soldados, Narciso subió a la tribuna para arengarlos. Al ver que un liberto, un antiguo esclavo, apelaba a su coraje, los soldados empezaron a gritar «¡Vivan las Saturnales!» a modo de mofa, pues en las Saturnales los amos y los esclavos intercambiaban vestidos para, como en un moderno carnaval, simular ser lo que no eran. Aun así, avergonzados por la arenga, los legionarios subieron a los barcos.

Una aldea britana. Chysauster, en Cornualles, fue un poblado celta de unos 70 habitantes que sobrevivió hasta bien entrado el período de dominio romano.
Foto: Historic England / Bridgeman / ACI
Por lo demás, hacer que una fuerza de 40.000 hombres cruzara el canal de la Mancha con sus bagajes y armamento no era una tarea fácil. Todo apunta a que el ejército romano desembarcó en Richborough, una localidad cercana a Sandwich, en Kent, donde las excavaciones arqueológicas han descubierto un campamento romano que se remonta a tiempos de Claudio. Aunque ahora está tierra adentro, en la Antigüedad ése era un lugar costero protegido de las corrientes. En el solar del campamento se han encontrado también los cimientos de un arco del triunfo que pudo servir para conmemorar el primer desembarco romano. Sin embargo, no debería descartarse que se hubiesen usado simultáneamente otros fondeaderos en las cercanías de Dover para facilitar la llegada de un ejército tan grande.
Avance en país celta
Mientras seguían llegando nuevos barcos con más tropas, Aulo Plaucio decidió internarse en territorio britano. Su intención era marchar hacia el territorio de los catuvelaunos, que iban a ser el núcleo de la resistencia. Al principio avanzó sin problemas. Los britanos, que no esperaban que los romanos consiguieran cruzar el canal, no se habían preparado para la defensa y se retiraron a las zonas boscosas con la intención de evitar el encuentro y así agotar a las fuerzas romanas. Las primeras escaramuzas fueron favorables a Roma y pronto algunos pueblos se inclinaron por el invasor. Los que estaban dispuestos a resistir se retiraron hacia el noroeste y cruzaron el río Medway. Fue aquí donde se libró la primera batalla importante.

Recuerdo de la victoria. Esta moneda de oro recrea el arco del triunfo, hoy desaparecido, que Claudio mandó erigir para conmemorar su victoria en Britania.
Foto: Bridgeman / ACI
El río Medway corre de sur a norte, atravesando el sureste de Inglaterra hasta desembocar cerca de la actual Rochester. Los britanos creyeron que cruzar el río les proporcionaría la seguridad que buscaban y descuidaron su defensa. Ciertamente, el ejército romano tenía que construir puentes para cruzar los ríos y esto, pensaban los britanos, frenaría su avance. Pero no sabían que entre las unidades auxiliares de Plaucio figuraba un escuadrón de caballería bátava, cuyos jinetes eran famosos por su habilidad para cruzar los ríos montados y en armas. Así, los britanos fueron cogidos por sorpresa. Los bátavos pusieron su empeño en dar muerte a los caballos de sus enemigos para impedir que pudieran usar los carros con los que luchaban y movían a sus familias. Mientras tenía lugar esta carnicería, otras unidades regulares, a las órdenes de Vespasiano y Hosidio Geta, cruzaron el río más arriba, donde las aguas eran más bajas, y se unieron a la batalla. La lucha fue dura y la matanza, grande.
La llegada de Claudio
Los britanos supervivientes se refugiaron al norte del Támesis, volviendo a buscar no sólo la seguridad de un río, sino también la protección que brindaban los pantanos de la región. Éstos fueron más eficaces: los legionarios romanos no conseguían avanzar por aquellas zonas palustres que sus enemigos conocían a la perfección. Fue entonces cuando Plaucio dio aviso al emperador para que viniera a Britania.

Un pueblo guerrero. Los catuvelaunos iniciaron una expansión territorial por el sureste de Inglaterra. Esta moneda representa a un jinete catuvelauno del siglo I d.C. Museo Británico, Londres.
Foto: Alamy / ACI
Aunque las fuentes antiguas quieren hacernos creer que la razón de esta llamada era que las tropas romanas en Britania necesitaban refuerzos, las dificultades de mover el gran séquito imperial hacen pensar que el viaje de Claudio se había previsto de antemano para que el emperador estuviera presente en el momento de la victoria definitiva.
Claudio embarcó en Ostia y desde allí navegó, con bastantes dificultades, hasta Massalia (Marsella). Subiendo por el Ródano continuó por tierra hasta alcanzar Gesoriaco. El emperador, que viajaba con su guardia pretoriana, encontró allí los refuerzos legionarios que iban a acompañarlo en su travesía a Britania. A todas aquellas nuevas fuerzas se les había unido un arma insólita, con la esperanza de que fuera definitiva: elefantes. Podemos suponer la sorpresa de los britanos, de los galos e incluso de la mayoría de los romanos al ver a aquellas bestias. Nada sabemos de su comportamiento en el combate; posiblemente acabaron siendo más un estorbo que un instrumento de la victoria romana.

Plaza fuerte. Colchester se convirtió en la primera colonia romana de Britania. En la imagen, un fragmento de su muralla, la más antigua y mejor conservada del período romano en la isla.
Foto: G. Wright / DEA / Getty Images
Claudio cruzó el canal. Sólo César y él habían acometido una gesta tan grande. Apenas dieciséis días fueron suficientes para su victoria. Los generales romanos repitieron la estrategia empleada en la anterior batalla. Los bátavos cruzaron a nado mientras Vespasiano, futuro emperador, construía un puente de barcas Támesis arriba para que cruzaran las legiones.
Una victoria de prestigio
La victoria romana fue completa y se pudo tomar la capital de los catuvelaunos, la ciudadela de Camulodunum (Colchester), que los romanos convirtieron en base militar. El triunfo imperial parecía absoluto. Los pueblos britanos se rendían y ofrecían pleitesía a Claudio. Éste proclamó oficialmente la victoria sobre once reyes de Britania. La misión estaba cumplida y el emperador pudo volver a Roma.

Escudo de Battersea. hecho de bronce y cristal rojo, era el revestimiento de un escudo de madera. 350-50 a.C. Museo Británico, Londres.
Foto: British Museum / Scala, Firenze
Las noticias de la conquista alcanzaron la Urbe antes que el propio emperador, de modo que el Senado tuvo tiempo para decretar los honores pertinentes. Se concedió a Claudio el triunfo –el desfile ceremonial que festejaba una gran victoria militar–, para cuya celebración se ordenó la construcción de un arco. De este arco triunfal se levantó una réplica en Gesoriaco, por ser el lugar desde donde se inició la travesía por el Océano. Es posible que otra copia de este mismo arco se erigiese en el fuerte de Richborough, como el primer lugar de Britania pisado por la bota del emperador. A Claudio se le concedió el título de Británico, que pudo también llevar su hijo, del que se esperaba que fuera su heredero (lo que Nerón impediría). En la celebración del triunfo lo acompañaron sus generales. Más tarde el propio Plaucio recibiría una ovación, una forma menor del triunfo romano.

La revuelta de los icenos. En el año 60, Boudica, la reina de los icenos, lideró una rebelión de tribus británicas contra el dominio romano.
Foto: Alamy / ACI
La celebración de la victoria no puso fin a la guerra en Britania. Los romanos apenas dominaban entonces la esquina suroeste de la isla. Los otros pueblos de Britania no se oponían radicalmente al dominio romano, pero tampoco se sometían con claridad a su mandato. Escaramuzas constantes, acompañadas de promesas de sumisión incumplidas, marcaron la labor cotidiana de las tropas romanas. Para controlar la situación, las legiones comenzaron a construir una vía que cruzaba la isla de suroeste a noreste y que aún hoy mantiene su nombre latino: la Fosse Way, el camino del foso defensivo con el que los romanos pretendieron aislar a las tribus no sometidas. Unos años después, en 60 d.C., el poder romano no pudo contener la rebelión general de los britanos bajo el mando de una mujer, la reina Boudica. Pero Claudio, el conquistador de Britania, no llegó a ver aquella sublevación; fue Nerón quien tuvo que enfrentarse a la reina de los icenos.
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El desembarco de Roma
Conducidas por Aulo Plaucio, las legiones romanas se instalaron en Gran Bretaña al término de una rápida expedición entre verano y otoño del año 43 d.C. Posteriores campañas también dirigidas por Plaucio extendieron el dominio de Roma por el sureste de la isla.
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Desembarco de la X legión de Julio César en Britania en el año 55 a.C.
Foto: AKG / Album
Los precedentes
En el año 40, Calígula quiso emular la invasión de Britania por Julio César e imponer el dominio de Roma en la isla. Sin embargo, las fuentes presentan su expedición como un vergonzoso fiasco: la flota romana partió hacia la isla, pero regresó antes de atravesar el canal y el emperador habría obligado a sus tropas a recoger conchas de la playa para presentarlas como botín del océano.
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Reconstrucción del fuerte romano de Richborough en el siglo II d.C.
Foto: Heritage / Album
Puerta de entrada
Rutupiae, la actual Richborough, fue el lugar de desembarco de las legiones de Claudio en el año 43. Enseguida se convirtió en un puerto estratégico en torno al cual se desarrolló un asentamiento romano. Unos años después se construyó un gran arco triunfal, hoy desaparecido, que se cree conmemoraba la victoria final romana sobre los britanos en el año 83.
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Reconstrucción del poblado de Old Oswestry, en Cornualles.
Foto: Heritage / Alamy / ACI
Un poblado britano
Los celtas de Britania construyeron asentamientos fortificados en lo alto de colinas. En esta página se muestra una reconstrucción del poblado de Old Oswestry, en Cornualles. Ocupado desde principios del I milenio a.C., subsistió hasta la conquista romana por las legiones de Claudio. El imponente sistema de baluartes estaba formado por círculos de taludes y zanjas construidos en varias fases. Entre ellos había pozos rectangulares, usados quizá para almacenar alimentos o como depósitos de agua. En algunos puntos la barrera alcanzaba los seis metros de altura. Se accedía por un largo corredor estrechamente vigilado. En el asentamiento destacaban las viviendas circulares, construidas con postes de madera y con paredes de adobe y caña, que contaban con un hogar central.
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Carataco es conducido encadenado ante Claudio en Roma. Grabado de Henry Marriott Paget para una historia de Inglaterra publicada en 1903.
Foto: Mary Evans / Scala, Firenze
El último rey de los catuvelaunos
El pueblo de los catuvelaunos habitaba las tierras al norte del río Támesis. Su lucha frente a los romanos estuvo dirigida por Carataco y Togodumno, hijos del rey Cunobelino. Carataco fue traicionado por Cartimandua, reina de los brigantes, y entregado a los romanos, que lo llevaron a su capital para exhibirlo como un trofeo de guerra junto a sus hermanos, su esposa y su hija. En sus Anales, el historiador Tácito cuenta que la fama de Carataco había llegado a Italia y «todos ansiaban ver quién era aquel que por tantos años había despreciado nuestro poder». Según Tácito, el cautivo britano, «sin bajar los ojos y sin implorar misericordia», habló a Claudio con gran dignidad, asegurándole que, si respetaba su vida, sería «un ejemplo duradero de tu clemencia».
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Tropas romanas en Britania se enfrentan a un asalto en una calzada.
Foto: Bridgeman / ACI
Guerrillas britanas
Los britanos emplearon contra los invasores una típica estrategia de guerra de guerrillas. Según Dion Casio, «incluso cuando estaban todos reunidos, se negaban a acercarse a los lugares cercanos con los romanos, huyendo a los pantanos y bosques con la esperanza de desgastar al enemigo y obligarlo a navegar de nuevo, como habían hecho en la época de Julio César».
Este artículo pertenece al número 211 de la revista Historia National Geographic.