Benefactores y tiranos

Los reyes etruscos de Roma

A la vez que convirtieron Roma en una gran ciudad, los tres monarcas de origen etrusco que la gobernaron durante el siglo VI a.C. dejaron un rastro de conjuras, abusos y crímenes.

Efigies de los tres reyes etruscos de Roma. Grabados de Guillaume Rouillé. Siglo XVI.

Efigies de los tres reyes etruscos de Roma. Grabados de Guillaume Rouillé. Siglo XVI.

Fotos: The History Collection / Age Fotostock

En una fecha en torno al año 625 a.C. llegó a Roma un rico inmigrante acompañado de un numeroso séquito de partidarios. Procedía de la ciudad etrusca de Tarquinia, por lo que sus nuevos vecinos lo conocerían como Lucio Tarquinio. Cuenta la leyenda que, cuando su carro estaba a punto de cruzar el río Tíber, un águila descendió del cielo y le arrebató el gorro, trazó un par de vueltas por el aire sin soltarlo y después se lo volvió a poner con una asombrosa delicadeza. Su esposa Tanaquil, que era experta en la ciencia augural de los etruscos, interpretó que, puesto que el águila, símbolo de la realeza, coronaba a Tarquinio de aquella forma, éste alcanzaría los más altos honores.

Cronología

Los reyes de Roma

753 a.C.

Según la tradición, los gemelos Rómulo y Remo fundan Roma. Tras asesinar a Remo, Rómulo se convierte en el primer rey de Roma.

715 a.C.

Numa Pompilio sucede a Rómulo y se convierte en el segundo rey de Roma. Tras él vendrán Tulo Hostilio y Anco Marcio.

616 a.C.

A la muerte del rey Anco Marcio sube al trono de Roma el noble de origen etrusco Lucio Tarquinio Prisco.

578 a.C.

Tarquinio Prisco es asesinado a instigación de los hijos del antiguo rey Anco Marcio. Le sucede Servio Tulio.

534 a.C.

Tarquinio el Soberbio, yerno de Servio Tulio, ordena matar a su suegro con el plácet de su esposa. Será el último rey de Roma.

509 a.C.

Tras la violación de Lucrecia, Tarquinio es expulsado de Roma por Lucio Junio Bruto. Se proclama la República.

Tarquinio no tardó en cosechar una gran popularidad en Roma, e incluso llegó a ser consejero del rey Anco Marcio, de origen sabino. Cuando éste murió en 616 a.C., Tarquinio hizo valer su influencia y consiguió que el pueblo le entregara el trono a él en detrimento de los hijos del soberano fallecido, ya que Roma era entonces una monarquía electiva y no rigurosamente hereditaria. De este modo se convirtió en quinto rey de Roma, y pasó a los anales como Tarquinio Prisco, «el Antiguo». Fue también el primer rey de la llamada monarquía etrusca, el período de algo más de un siglo en el que Roma estuvo regida por soberanos originarios de Etruria.

El peso de las leyendas

Todo lo relacionado con la etapa monárquica de Roma está sumido en una espesa niebla en la que se mezclan historia y leyenda. Para empezar, despierta sospechas la elevada duración de los reinados de los siete monarcas que reinaron entre los años 753 y 509 a.C., con una media de 35 años. Por comparación, los césares de la era imperial gobernaron un promedio de quince. Una solución sería ajustar la duración de la monarquía, reduciéndola más o menos en un siglo, o considerar que faltan nombres en la lista de reyes. Unos reyes que, por otra parte, debieron de ser reyezuelos y caudillos guerreros más que poderosos monarcas.

Tarquinio, el futuro rey de Roma

Tarquinio, el futuro rey de Roma

Un águila le vuelve a colocar el gorro a Tarquinio al llegar a Roma junto a su esposa Tanaquil. Pintura de Jacopo del Sellaio. Siglo XV. Museo de Arte, Cleveland.

Foto: Heritage Images / Album

Lógicamente, cuanto más avanzamos en el tiempo, más se despeja la bruma y pisamos un terreno más firme, en el que textos antiguos y restos arqueológicos guardan mayor relación. No obstante, en los relatos sobre los tres reyes etruscos, mito e historia siguen entrelazados de forma casi inextricable. Incluso descartando los elementos fantásticos o novelescos, no podemos estar seguros de que lo que queda sea una crónica veraz.

La propia naturaleza de la monarquía etrusca está sujeta a interpretaciones. Una es que la supuesta inmigración de Tarquinio fue en realidad una conquista y que los tres monarcas habrían sido una especie de virreyes. Se trata de una explicación algo simplista, puesto que no existía un Estado centralizado etrusco que pudiera ejercer su dominio sobre la joven Roma. Por otra parte, en aquella época era habitual que individuos y grupos enteros de la nobleza se mudaran a ciudades cercanas sin perder por ello su estatus, ya que las élites vecinas se relacionaban entre sí mediante pactos matrimoniales y de hospitalidad. No hay por qué interpretar como una invasión el hecho de que Tarquinio y sus partidarios se instalaran en Roma.

El primitivo Capitolio

El primitivo Capitolio

El templo de Júpiter Óptimo Máximo en la colina del Capitolio en época de la monarquía de Roma.

Foto: Musei Capitolini, Ricostruzione Illustrativa Inklink

La tradición atribuye a los reyes etruscos, y en particular al primero de ellos, Tarquinio Prisco, los cambios que hicieron de Roma una auténtica ciudad. Así, Tarquinio habría ordenado plantar los cimientos del templo de Júpiter Óptimo Máximo en el Capitolio, y también habría elegido el emplazamiento para el Circo Máximo, un estadio de más de 600 metros de longitud donde se celebraban competiciones deportivas y carreras de carros y caballos. Tarquinio inició, asimismo, la construcción de la Cloaca Máxima, un canal de drenaje a cielo abierto de más de 1,5 kilómetros que iba desde el Quirinal al Esquilino, atravesaba el Foro y desaguaba en el Tíber, y que con el tiempo sería soterrado y transformado en una red de cloacas. Su finalidad original era drenar las zonas bajas, que en los meses lluviosos se convertían en auténticas ciénagas que constituían un foco de malaria.

El hijo de una sierva

Tarquinio Prisco murió asesinado en el año 578 a.C. Según Tito Livio, los responsables fueron los hijos de Anco Marcio. Furiosos por haberse visto desposeídos del trono –no deja de llamar la atención que esperaran más de cuatro décadas para reaccionar– contrataron a dos pastores que fingieron un litigio ante el rey. Cuando el monarca se volvió hacia uno de ellos para escuchar su versión, el otro le dio un hachazo y, dejándole el arma clavada en la cabeza, emprendió la huida.

Tarquinio Prisco es asesinado por partidarios de los hijos del antiguo rey Anco Marcio. Grabado.

Tarquinio Prisco es asesinado por partidarios de los hijos del antiguo rey Anco Marcio. Grabado.

Foto: AKG / Album

A Tarquinio Prisco le sucedió Servio Tulio, sexto rey de Roma. Según algunos relatos, su nombre se debía a que era hijo de una esclava, en latín serva. Para explicar cómo alguien de origen tan humilde pudo llegar a rey se contaba que su nacimiento fue sobrenatural, tan fabuloso como el del mismo Rómulo: cuando su madre, una esclava llamada Ocrisia, iba a depositar unas ofrendas ante el fuego del hogar, surgió de las llamas un falo que la dejó embarazada. Tanaquil, dueña de Ocrisia, interpretó aquello como prueba de que el niño así engendrado era hijo del mismísimo Vulcano. Algo que se vio corroborado por un portento posterior, cuando una corona llameante rodeó la cabeza del bebé dormido. Convencida de que el destino de aquel niño era glorioso, Tanaquil hizo que su esposo lo convirtiera en su protegido y años después lo casara con la hija de ambos.

En otra versión más prosaica y verosímil –lo cual no significa que sea forzosamente veraz– Servio Tulio habría sido un mercenario etrusco llamado Mastarna que trajo a Roma a sus soldados y se instaló en el monte Celio, al que llamó así en homenaje a su difunto señor, el caudillo Celio Vibenna.

Servio Tulio, rey de Roma

Servio Tulio, rey de Roma

Medallón con la efigie del rey Servio Tulio, sucesor de Tarquinio Prisco, coronado de laurel. Siglo XV. Basílica de la Cartuja de Pavía.

Foto: AKG / Album

A Servio Tulio se le atribuyeron muchas de las reformas que darían a Roma su estructura política tan característica. Se afirmaba que fue el primero en decretar el census o censo donde se registraba a todos los ciudadanos romanos, tomando nota pormenorizada de sus riquezas. También habría reorganizado al pueblo, abandonando las tres tribus tradicionales para establecer veintiuna tribus nuevas que no se basaban en el parentesco, sino en el lugar de domicilio. Es posible que se trate de un anacronismo y que sólo las cuatro tribus urbanas provengan de la época de Servio Tulio. Las otras diecisiete, conocidas como rurales, se habrían añadido posteriormente.

No parece menos anacrónico atribuirle la organización del ejército basada en una cuidadosa escala jerárquica de centurias armadas según la renta de sus miembros. En realidad, la economía todavía no estaba monetizada, de modo que no era fácil cuantificar las posesiones con tanta precisión como sugiere Tito Livio. El ejército de aquella época consistía todavía en una sola legión o legio, término que significaba «selección» o «leva», y debía de contar con entre 4.000 y 5.000 hombres, una cifra considerable para los estándares de las ciudades itálicas del momento.

Las murallas servianas

Las murallas servianas

En la plaza dei Cinquecento de Roma se conserva un trecho de la muralla que en 378 a.C., según Tito Livio, reemplazó a la anterior de época de Servio. Tenía 10 m de altura y más de 4 m de espesor.

Foto: Vito Arcomano / Age Fotostock

La tradición también adjudicaba a este rey la construcción del llamado Muro Serviano, una fortificación realizada en una toba local poco resistente (el cappellaccio), que hubo de ser sustituida en el siglo IV a.C. (tras la ocupación de Roma por los galos en 390 a.C.) por un nuevo muro más resistente, construido con bloques de toba volcánica extraída de una cantera cercana a Veyes, conocida como Grotta Oscura. La muralla originaria, de la que quedan escasos restos, debía de tener cerca de once kilómetros de longitud y el mismo trazado que la que se erigió en el siglo IV a.C.

El último rey de Roma

Después de reinar cuatro décadas y media, Servio Tulio murió en el año 534 a.C., asesinado por seguidores de Lucio Tarquinio. Este personaje, hijo o, más probablemente, nieto de Tarquinio Prisco, acabaría pasando a la posteridad con el apodo de «el Soberbio», lo que da idea de la reputación que se granjeó durante su reinado. La tradición no es más respetuosa con su esposa Tulia, a la que se retrata como una especie de pérfida lady Macbeth. Aun siendo hija de Servio Tulio, no se conformó con instigar a Tarquinio para que lo hiciera asesinar, sino que después ella misma pasó con su carro por encima del cadáver de su padre, dejando un reguero de sangre por las calles.

Ya en el trono, Tarquinio, decidido a engrandecer la ciudad y acrecentar su propia fama, continuó con las obras públicas que había iniciado su predecesor Tarquinio el Antiguo. Pero, haciendo gala del talante despótico propio de su apodo, obligó a ciudadanos libres a trabajar en condiciones tan duras que muchos, bien fuera porque no resistían tantas penalidades o porque las consideraban humillantes, preferían darse muerte. El rey hizo crucificar a los suicidas para que los demás escarmentaran al ver cómo las aves de presa devoraban sus cadáveres. Así, al menos, lo cuenta un antiguo analista, Casio Hemina. Otra versión transmitida por Plinio el Viejo atribuye estos hechos a Tarquinio Prisco.

La piedra negra de Roma

La piedra negra de Roma

El lapis niger, parte de un antiguo santuario, luce inscripciones en latín arcaico del período etrusco. Museo Nacional Romano, Roma.

Foto: Lanmas / Age Fotostock

Es posible que estas crueles profanaciones sean exageraciones sin fundamento que se cargaron sobre la memoria de Tarquinio el Soberbio para menoscabar su prestigio. Dejándolas a un lado, hay indicios de que intentó gobernar de forma autoritaria, contando cada vez menos con la élite senatorial. Su régimen terminó derivando en una tiranía en el sentido que tenía este término en griego, el de unos autócratas que, aunque eran de sangre noble, se apoyaban en las clases medias y bajas para subir al poder y reducir la influencia de la aristocracia.

Curiosamente, en los mismos tiempos en que los abusos de Tarquinio indignaban a los romanos, en Atenas gobernaban los hijos del tirano Pisístrato. Uno de ellos, Hiparco, se sirvió de su poder para pretender los favores sexuales de un joven llamado Harmodio. Como respuesta, Harmodio recurrió a su amante Aristogitón y entre ambos asesinaron a Hiparco a puñaladas. El tirano superviviente, Hipias, se volvió tan paranoico por la muerte de su hermano que endureció aún más su régimen, lo que provocaría una revuelta que acabó con su expulsión de la ciudad en el año 510 a.C. En un giro imprevisto de los acontecimientos, la revuelta no restauró el gobierno de la aristocracia, sino que dio origen a la conocida democracia ateniense.

Un acto indigno

Los acontecimientos que se produjeron simultáneamente en Roma guardan un llamativo paralelismo con los de Atenas. En Roma también se produjo un cambio revolucionario de régimen con un intento de abuso sexual de por medio; en este caso, un abuso consumado.

Las crónicas cuentan que en el año 509 a.C., mientras el ejército romano asediaba Ardea, Sexto Tarquinio, hijo de Tarquinio el Soberbio, discutió con su primo Colatino sobre cuál de los dos tenía la mujer más virtuosa. Para solventar la disputa, decidieron viajar de incógnito a Roma y espiar a sus respectivas esposas. Mientras que la de Sexto disfrutaba de un banquete con amigos, Lucrecia, la esposa de Colatino, se dedicaba a tejer con sus esclavas como correspondía a una hacendosa y casta matrona romana.

La violación de Lucrecia

La violación de Lucrecia

Este óleo de Palma el Joven recrea el momento en que el hijo del rey Tarquinio se dispone a violar a Lucrecia, a la que amenaza con su espada. Siglo XVI. Hermitage, San Petersburgo.

Foto: Album

Despechado, Sexto decidió mancillar la virtud de Lucrecia. Unos días después se presentó en la villa de Colacia, a unos 15 kilómetros de Roma, donde la mujer de su primo lo acogió como huésped. El hijo de Tarquinio desenvainó la espada y le exigió que se acostara con él si no quería morir en el acto. Al ver que Lucrecia no cedía, Sexto amenazó con que, después de degollarla, asesinaría a un esclavo, lo tumbaría desnudo en la cama junto a ella y diría a todos que había matado a la pareja al sorprenderlos en flagrante adulterio.

La joven comprendió que, una vez muerta, su honor quedaría mancillado para siempre. Cedió, pues, a las exigencias carnales del hijo del rey, pero unos días después confesó lo sucedido a su padre, a su esposo y a un amigo de éste, Lucio Junio Bruto. Pidiendo que la vengaran, declaró: «Únicamente han violado mi cuerpo. Mi alma sigue pura, como atestiguará mi muerte». Dicho esto, se apuñaló allí mismo y se desplomó exánime.

Bruto, el libertador

Bruto, el libertador

Busto de mármol de Lucio Junio Bruto, el firme defensor de la familia Colatino, que juró vengar la muerte de Lucrecia, la esposa de su amigo.

Foto: AKG / Album

Indignado, Bruto hizo una promesa solemne, según recoge Tito Livio: «Por esta sangre tan casta juro, y os pongo a vosotros, dioses, por testigos, que perseguiré a Lucio Tarquinio el Soberbio, a su criminal esposa y a toda su estirpe y no permitiré que ningún otro reine en Roma». Luego llevó a la plaza de Colacia el cuerpo de Lucrecia y contó lo sucedido, lo que provocó un motín que no tardó en propagarse a Roma. Tarquinio, al recibir la noticia en Ardea, donde proseguía el asedio, se apresuró a regresar a la ciudad con sus hijos, pero se encontró con las puertas cerradas y una orden de destierro a perpetuidad.

Aunque en varias ocasiones intentó recuperar el trono con la ayuda de aliados etruscos y de sus partidarios dentro de la ciudad, Tarquinio no volvería a entrar en Roma. Según cuenta Tito Livio, el pueblo, liderado por Bruto y Colatino, convertidos en los primeros cónsules del nuevo régimen, juró que jamás volvería a dejarse gobernar por un rey. Éste fue el origen del largo período de la historia romana –casi cinco siglos– que conocemos como República. Cuando César Augusto acabó con ella e instauró un gobierno claramente monárquico, tuvo mucho cuidado de no emplear nunca la palabra rex: hasta tal punto el término había quedado manchado por las acciones de Tarquinio el Soberbio, el último rey de Roma.

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La muerte de Lucrecia: del dolor a la ira

Este cuadro del pintor italiano Francesco Coghetti representa los acontecimientos que siguieron al suicidio de Lucrecia en su villa de Colacia, tal como los relata Tito Livio: «Sacan de la casa el cadáver de Lucrecia (1) y lo llevan hasta el foro, y la natural sorpresa ante el inesperado acontecimiento y la indignación amotinan al pueblo (2). Hace mella en ellos, por una parte, el desconsuelo del padre (3), y, por otra, Bruto (4), que recrimina los llantos y lamentaciones inútiles y propone tomar las armas, como corresponde a verdaderos hombres, a verdaderos romanos, contra quienes se han atrevido a actuar como enemigos. Los jóvenes más decididos se presentan espontáneamente, armados (5); los sigue, igualmente, el resto de la juventud [...]. Marchan a Roma, con Bruto a la cabeza» (Historia de Roma desde su fundación, libro I, cap. 58).

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Los etruscos, maestros de Roma

Etruria en Roma

Etruria en Roma

Cartografía: eosgis.com

En la época de la monarquía romana, los etruscos, pese a no formar una unidad política, eran el pueblo más poderoso de Italia. Los griegos los llamaban «tirrenos» y decían que procedían de Asia Menor. Ellos se denominaban a sí mismos rassena, y todo indica que su cultura se había desarrollado de forma autóctona en Italia. Un rasgo que los distinguía de otros pueblos itálicos era su lengua, que probablemente no es indoeuropea y que sólo ha sido parcialmente descifrada. Los romanos reconocían que su cultura debía mucho a la etrusca. Su influencia se apreciaba en la arquitectura, tanto civil como religiosa. A ellos debía Roma su primer templo a Júpiter, Juno y Minerva, la Tríada capitolina, o el Auguráculo, también en el Capitolio, desde donde los augures observaban el cielo para vaticinar el futuro. De origen etrusco era también el típico vestíbulo de las casas nobles, el atrio, y tradiciones tan curiosas como la aruspicina, o adivinación a través del hígado de las víctimas, así como las luchas de gladiadores, ligadas originariamente al ritual funerario de personajes de la aristocracia etrusca.

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Sobre el cadáver de su padre

Tulia atropella el cadáver de su padre

Tulia atropella el cadáver de su padre

Óleo por Ulpiano Checa. Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja (Madrid).

Foto: Alamy / Age Fotostock

La muerte de Servio Tulio forma uno de los episodios más dramáticos de la Historia de Roma de Tito Livio. Según el historiador, quien lo maquinó todo fue la propia hija de Servio, Tulia, que azuzó a su marido, Lucio Tarquinio, para que se alzara con el poder. Tarquinio convocó a los senadores a la curia, se sentó en el trono y pronunció un violento discurso contra Servio. Cuando el rey ya anciano se presentó en la curia, Tarquinio lo «agarró por la cintura, lo sacó de la curia y lo tiró escaleras abajo». Malherido, Servio trató de escapar a su casa, pero los emisarios de Tarquinio lo atraparon y lo mataron. Livio recoge el rumor de que fue Tulia quien envió a estos sicarios. Pero lo que marcó el recuerdo de Tulia fue el «hecho infame» que sucedió a continuación. Cuando volvía a casa en su carro, el cochero, al tomar el camino del monte Esquilino, «asustado, se paró con un tirón de riendas y mostró a su ama el cadáver de Servio tendido en el suelo», pero «ella, fuera de sí, hizo pasar el carro por encima del cuerpo de su padre y llevó parte de la sangre del parricidio en el carro teñido de rojo, manchada ella misma por las salpicaduras, hasta su casa».

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Tarquinio y la sibila

Tarquinio el Soberbio compra los tres últimos libros sibilinos salvados de la quema. Grabado.

Tarquinio el Soberbio compra los tres últimos libros sibilinos salvados de la quema. Grabado.

Foto: Mary Evans / Scala, Firenze

En torno a Tarquinio el Soberbio se contaba que en una ocasión una vieja sibila (profetisa que residía en Cumas, cerca de Nápoles) le ofreció nueve libros asegurándole que contenían oráculos muy útiles para conseguir el favor de los dioses. Sin embargo, pidió un precio tan alto por ellos que el rey se negó a pagar. Ofendida, la profetisa quemó tres de los nueve libros y volvió a exigir el mismo precio para los otros seis. Tarquinio rechazó de nuevo la oferta y la anciana, sin titubear, prendió fuego a otros tres. Desconcertado, el rey pensó que aquellos rollos debían de ser muy valiosos y pagó el precio exigido. Después hizo guardar los tres volúmenes supervivientes en los sótanos del templo de Júpiter Capitolino en Roma. Desde entonces, los magistrados encargados de su custodia los consultaban en situaciones de emergencia para saber cómo aplacar el enojo divino. Aunque a veces los oráculos exigían sacrificios sangrientos, normalmente dictaban que había que restaurar alguna tradición o introducir un culto nuevo.

Este artículo pertenece al número 219 de la revista Historia National Geographic.

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