Entre 1892 y 1894, Francia vivió la primera irrupción de la violencia terrorista en una democracia. Una ola de atentados (pocos, pero muy difundidos por la prensa, con dinamita, bombas o cuchillos), perpetrados por anarquistas, sembró el pánico entre la burguesía de París. Todo empezó cuando un personaje hasta entonces oscuro, conocido como Ravachol, voló un edificio en el número 136 del bulevar Saint-Germain.
Cronología
Pobreza, crimen e idealismo
1859
François Koëningstein nace en una familia pobre, que el padre abandonará. Él toma el apellido de su madre, Marie Ravachol.
1881
Una conferencia de la socialista Paule Minck el 3 de diciembre marca el comienzo de su interés por la cuestión social.
1891
En mayo desentierra el cadáver de una noble para coger sus joyas, y en junio mata a un hombre para robarle.
1892
Integrado en círculos anarquistas, organiza sendos atentados contra el juez y el fiscal que habían condenado a dos obreros.
1892
Es ejecutado el 11 de julio, tras ser condenado primero a trabajos forzados y luego a muerte.
El camino a la revolución
Ese hombre se llamaba François Koëningstein y había nacido en Saint-Chamond, cerca de Lyon, el 14 de octubre de 1859. Su madre era torcedora de seda y su padre, un laminador holandés acosado por las deudas. El niño estuvo al cargo de una nodriza hasta los tres años y permaneció en un hospicio hasta los siete. Cuando salió, el matrimonio estaba roto: «Mi padre pegaba a mi madre y la abandonó con cuatro hijos». No es de extrañar, pues, que el apellido con el que se dio a conocer fuera el materno: Ravachol.
Llegaron tiempos difíciles. La madre no podía mantener a sus cuatro vástagos y François tuvo que ponerse a trabajar. «Vivimos todos muy tristemente», recordaría. Entre los 8 y los 16 años sólo fue a la escuela tres cursos y cambió de ocupación según la temporada y la suerte: ayudó en la siega, guardó vacas y bueyes, trabajó en un taller de husos, clasificó trozos de carbón en una mina, giró la rueda con los cordeleros y golpeó remaches con los caldereros hasta que se colocó como aprendiz en una tintorería: «Se exigía de nosotros un trabajo por encima de nuestras fuerzas» en jornadas a menudo de «doce o trece horas». En tres años, se convirtió en tintorero.
Una coincidencia cambió entonces su concepción del mundo. Mientras leía la novela El judío errante, de Eugène Sue, donde los jesuitas aparecen como una secta despiadada, escuchó a la oradora socialista Paule Minck: «Según ella, nada de Dios, nada de religión, materialismo completo». Esos discursos le hicieron perder la fe católica y le abrieron los ojos a los problemas sociales. François empezó a leer Le Prolétaire, el periódico del anarquista Paul Brousse, y entró en un círculo de estudios sociales. «En un primer momento encontré sus teorías imposibles, no quería admitirlas. No fue sino dos o tres años más tarde cuando llegué a ser totalmente del parecer de la anarquía», doctrina que para él consistía, sobre todo, en la aniquilación de la propiedad privada, el dinero y los acaparadores.
Cuando se descubrieron sus simpatías anarquistas, fue despedido y no encontró trabajo
Pero el destino de Ravachol se torció a causa de un incidente. Sabiendo que guardaba en casa ácido sulfúrico, una joven acudió a él para conseguir un poco, que luego arrojó a la cara de su amante. Las posteriores pesquisas policiales llegaron a oídos de su patrón, quien despidió a François y a su hermano al descubrir su anarquismo. Cuando se corrió la voz, nadie en Saint-Chamond quiso contratarlos. «En aquel momento, mi hermana acababa de tener un hijo. Mi hermano y yo estábamos sin trabajo y sin un céntimo de reserva», rememoró Ravachol más tarde. Ambos cometieron pequeños robos para mantenerse hasta que se trasladaron con su madre a la vecina Saint-Étienne, donde volvieron a encontrar empleo. Pero la crisis económica dejaba sentir sus efectos y los días de paro eran frecuentes. Ravachol se inició en el contrabando de alcohol y la falsificación de moneda, pero no logró los beneficios esperados.
Entonces dio un paso más. En mayo de 1891 profanó la tumba de una condesa para hacerse con sus joyas, pero descubrió que no había sido enterrada con ellas. El 18 de junio del mismo año partió hacia Chambles, a veinte kilómetros de Saint-Étienne. Había oído hablar de un viejo solitario que, desde hacía cincuenta años, vivía de las limosnas pero apenas gastaba nada, por lo que debía de haber amasado cierta fortuna. Al mediodía llegó a su casa. Llamó a la puerta y, al no recibir respuesta, se coló por la bodega. Una vez en el interior, el ermitaño despertó y preguntó: «¿Quién anda ahí?». Recelando de las intenciones del intruso, quiso incorporarse en la cama, pero Ravachol se abalanzó sobre él y lo ahogó con la almohada.

Portada del periódico anarquista 'La Révolution Sociale'. 18 de marzo de 1881.
Foto: Bridgeman / ACI
Había muchos sacos de monedas en la casa, tantos que François tuvo que volver varias veces para llevárselos todos. Fue una imprudencia. Esas idas y venidas lo delataron y, en una de ellas, lo arrestó la policía. Los agentes lo llevaban a pie a la comisaría cuando, aprovechando un momento de distracción, echó a correr y logró escapar. Se le ocurrió fingir su muerte dejando su ropa y una nota de suicidio a orillas del Ródano. Luego se marchó a París bajo el nombre de Léon Léger.
En agosto, dos anarquistas, que se habían enfrentado a la policía en las manifestaciones del 1 de mayo en Clichy, fueron condenados a cinco y tres años de cárcel. La desmesura de las penas indignó a los anarquistas y Ravachol, cada vez más comprometido, se propuso vengarlos. Junto con algunos cómplices, en marzo de 1892 colocó sendas bombas en los domicilios del juez y el fiscal que habían intervenido en el juicio. Los edificios quedaron destrozados, pero no hubo víctimas mortales. Una confidente puso a la policía sobre la pista de Ravachol, quien dio un nuevo paso en falso: elogió la anarquía en un restaurante parisino, el Véry, donde un camarero lo reconoció por la descripción publicada en la prensa y llamó a la policía.
Detenido, dictó sus memorias a los inspectores que lo vigilaban y expuso sus ideas anarquistas, una mezcla de intuiciones primitivas y grandes principios, cuyo fin era «no más guerras, no más querellas, no más celos, no más robos, no más asesinatos, no más magistratura, no más policía, no más administración». La víspera del juicio, sus compañeros lanzaron una bomba contra el Véry que causó dos muertos. Los anarquistas, que hasta entonces sólo habían atacado a personalidades públicas, por primera vez atentaban contra particulares. El 26 de abril de 1892, Ravachol fue condenado a trabajos forzados a perpetuidad.

Ravachol durante el juicio de 1892 en que fue condenado a muerte. Grabado de la época.
Foto: Bridgeman / ACI
Sus problemas con la justicia no habían terminado. En su región natal le esperaba otra causa, por la profanación de la sepultura y el homicidio del ermitaño, a la que se añadieron crímenes que él negó haber cometido. La situación de Ravachol era desesperada. Sólo su hermano Henri y su hermana Joséphine testificaron a su favor, en vano, declarando que él los había salvado de la miseria y el hambre. Ravachol fue condenado a muerte y ejecutado en Montbrison el 11 de julio de 1892. La guillotina interrumpió su grito: «¡Viva la re…!», por lo que se cree que sus últimas palabras habrían sido: «¡Viva la revolución!».
Su fin tuvo una gran repercusión. En el mundo anarquista se consideraba a Ravachol un tipo turbio, pero la proclamación de sus valores, su entereza en el juicio y su sacrificio lo convirtieron en un mártir. La prensa anarquista reivindicó su figura, inspiró a novelistas como Octave Mirbeau e incluso se bautizó una canción popular en su honor: La Ravachole. «Sé que seré vengado», dijo en el juicio. Y lo cierto es que su ejemplo dio pie a nuevos atentados. El 13 de noviembre de 1893, un joven admirador de Ravachol llamado Léon Leauthier apuñaló a un diplomático serbio. Unas semanas después, el 9 de diciembre, Auguste Vaillant lanzó en la Cámara de Diputados una bomba que hirió a una treintena de personas. En febrero de 1894, el joven Émile Henry, conocido como «el Saint-Just de la anarquía», puso una bomba en el popular Café Terminus de París que se cobró un muerto y veinte heridos. Y el 24 de junio, el anarquista italiano Santo Caserio asesinó al presidente de la República, Sadi Carnot. A la mañana siguiente, su viuda recibió una fotografía de Ravachol con la leyenda: «Ha sido vengado».

El atentado contra el restaurante Véry, obra de los compañeros de Ravachol. Grabado publicado por 'Le Petit Journal' en mayo de 1892.
Foto: Roger Viollet / Getty Images
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Un miembro del club de la dinamita
En el primer juicio en su contra, el fiscal despreció a Ravachol como «un simple caballero del club de la dinamita», lo que él se tomó como un cumplido. La dinamita, el explosivo patentado por Nobel en 1867, cautivó a los anarquistas, que erigieron una mística en torno a ella, con publicaciones, poemas y canciones que alababan su poder, al estilo del siguiente texto: «Esta cosa encantadora puede llevarse en el bolsillo sin peligro y resulta un arma formidable contra cualquier grupo de milicianos, policías y detectives que puedan querer ahogar el grito de justicia que sale de las gargantas de los esclavos explotados».

Cartuchos de dinamita usados por Ravachol en 1892.
Foto: Bridgeman / ACI
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La Ravachole
La primera estrofa de La Ravachole, la canción que homenajeaba a Ravachol, decía así: «En la gran ciudad de París / hay burgueses bien nutridos. / Hay pordioseros / con el vientre vacío: tienen los dientes largos. / Viva el son, viva el son. / Tienen los dientes largos. / ¡Viva el son / de la explosión!».
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Violencia y propaganda
El nacimiento del terrorismo anarquista tuvo lugar en un contexto de crisis y de gran repercusión de la prensa. En 1870, el teórico anarquista ruso Mijaíl Bakunin llamó a «propagar nuestros principios ya no mediante las palabras, sino mediante los hechos, porque esta es la forma de propaganda más popular, más poderosa y más irresistible». El anarquismo abrazó abiertamente la «propaganda por el hecho» en un congreso celebrado en Londres en 1881, pero no fue hasta la ola de atentados iniciada por Ravachol que aquella estrategia se puso en práctica. Sólo dos años después, se abandonó para dar paso al anarcosindicalismo, es decir, a la lucha abanderada por los sindicatos obreros.
Este artículo pertenece al número 209 de la revista Historia National Geographic.