Cronología
Los cuatro evangelios
30-33
Jesús muere probablemente en abril de uno de estos años, crucificado por los romanos. Sus seguidores recogen en arameo sus dichos y milagros.
71-75
Entre estos años se compone el evangelio de Marcos, a partir de colecciones de hechos y dichos de Jesús en griego y de tradiciones orales.
85-90
Composición de los evangelios de Mateo y Lucas (en Éfeso). Ambos se basan en Marcos y en la Fuente Q, una colección de dichos de Jesús.
100
Hacia este año se compone el evangelio de Juan, posiblemente en Éfeso, que dibuja a un Jesús muy distinto de los evangelios anteriores, llamados sinópticos.
Del Nuevo Testamento se venden de 25 a 30 millones de ejemplares al año, y la inmensa mayoría de los compradores los adquieren atraídos por las obras estrella de esa colección: los cuatro evangelios. Estos textos llevan los nombres de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, pero en realidad son anónimos. Recibieron esos nombres antes de la mitad del siglo II. Corrió entonces la noticia de que Mateo y Juan eran dos de los doce apóstoles de Jesús, mientras que Marcos había sido acompañante de Pedro, y Lucas, de Pablo. Ello suponía que los autores de los evangelios habían estado en contacto directo con Jesús, o bien habían tenido contacto indirecto con él (pero muy cercano), a través del apóstol más importante de los doce, Pedro, o a través de Pablo, que no fue discípulo de Jesús, pero se convirtió después de que éste se le apareciera en una visión.
Escritos en griego
Los evangelios no fueron escritos en arameo, la lengua materna de Jesús, sino en griego, sin excepción alguna. Es probable que, tras la muerte de Jesús, algunos particulares o grupos de creyentes, sobre todo de Galilea y Jerusalén, transcribieran en arameo –y en simples hojas de papiro— sentencias y milagros del Maestro, quizá como notas utilizadas por los misioneros para extender la fe en un Mesías ciertamente ya muerto, pero que había resucitado, estaba sentado a la diestra de Dios y volvería pronto para juzgar al mundo.

La piscina de Betesda
El evangelio de Juan sitúa en este lugar de Jerusalén la curación del paralítico; es una de las pocas localizaciones de los evangelios atestiguadas por la arqueología.
Foto: Reynold Mainse / Getty Images
Todo este material se tradujo al griego antes de que pasaran treinta años desde la muerte de su protagonista, que probablemente acaeció en abril del año 30. La traducción se debió al interés de otros seguidores de Jesús, también judíos, pero de la Diáspora (es decir, de fuera de Palestina), que pensaron que algunos paganos debían participar de la salvación traída por el Mesías según habían predicho los profetas, sobre todo Isaías: «Traerán a todos vuestros hermanos de todas las naciones, y los ofrecerán como un presente al Señor» (66, 20). Los judíos de la Diáspora hablaban griego, la lengua de comercio y cultura del Mediterráneo oriental desde la época de Alejandro Magno.

Palestina en tiempos de Jesús
Marcos, el primer evangelio
Es posible que a aquellas colecciones de dichos y hechos de Jesús –alguna de las cuales era relativamente grande, como la llamada Fuente Q–, se le añadiera pronto una breve historia de la pasión y muerte del Salvador, a la que se agregaron relatos de su resurrección y de apariciones. Todo ello, sumado a la abundante tradición oral sobre Jesús, hizo posible que en la década de los años 70 viera la luz el primer evangelio, el de Marcos.

El saqueo del templo
En el arco de Tito, en Roma, se ve a los legionarios con los despojos del Templo de Jerusalén, que destruyeron en el año 70.
Foto: Lanmas / Alamy / ACI
Quizá se compuso en Roma, no sólo para hacer propaganda de la fe en el Mesías, sino para que los romanos distinguieran entre los «cristianos» y los judíos «corrientes», sucesores de quienes habían participado en la sangrienta revuelta de los años 66-70, que llevó a la destrucción del Templo de Jerusalén.
Marcos no se limitó a recoger las tradiciones que halló. Las puso bajo una luz nueva: la de la teología de Pablo, un seguidor de Jesús que no había conocido al Maestro.
La sombra de Pablo
La idea central del evangelio de Marcos es una interpretación de Pablo: Jesús es el salvador de toda la humanidad por su sacrificio en la cruz, noción que recogieron los evangelistas posteriores.

Conversión de San Pablo
Pablo, que persigue a los cristianos, cae del caballo, cegado por Jesús. Vitral. Catedral de Santa Gúdula, en Bruselas.
Foto: Alamy / ACI
Los evangelios, en efecto, se escribieron tras la muerte de Pablo y fuera de Palestina, en las áreas donde aquél predicó a los gentiles (los no judíos). Sabemos que los evangelios están influidos por la teología de Pablo porque participan de sus mismas ideas, distintas de las de otros seguidores de Jesús. Estos últimos eran los judeocristianos de Jerusalén y Galilea que veían a Jesús como el profeta –humano, no divino– que, según las Escrituras, vendría como el Mesías que liberaría a Israel de sus enemigos sin excluir la guerra, pero ayudado por los ángeles; el que cumpliría las promesas de que Israel, como pueblo elegido, dominaría sobre el mundo; el que traería el reino de Dios primero en Israel y luego en el paraíso...
Por su parte, Pablo atribuía a Jesús una dignidad casi divina, superior a la de un profeta o mesías terreno; e interpretaba su muerte y resurrección como actos redentores que cambiaban la historia no sólo de Israel, sino de toda la humanidad. Esa muerte era un sacrificio voluntario a Dios, decidido por la divinidad: la ofrenda de la vida del Mesías en la cruz redimía los pecados de los seres humanos. Así, Marcos escribe: «El Hijo del hombre no vino a que le sirviesen, sino a servir, y a dar su vida por la redención de muchos» (10, 45). Éste es el sentido de las palabras que Marcos pone en boca de Jesús durante la Última Cena: «Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos» (14, 24).
El evangelio de Marcos tuvo mucho éxito y se expandió pronto entre comunidades de Asia Menor, Siria y Egipto.

Crucifixión de Jesús
Tríptico del calvario, pintado por Maarten van Heemskerck entre los años 1545 y 1550. Hermitage, San Petersburgo.
Foto: Album
Mateo, el segundo evangelio
No habían pasado diez años cuando, en la década de los años 80
, nació el segundo evangelio, el de Mateo. Su autor, desconocido, sintió que había muchas cosas de Marcos que debía corregir o añadir, ya que poseía fuentes que éste no conocía.

San Mateo
Autor del segundo evangelio. Talla del siglo XV. Museo Metropolitano, Nueva York.
Foto: Album.
A pesar de ello, reprodujo con ciertas variaciones casi el 80 por ciento del texto de su antecesor, añadiéndole la colección de dichos de Jesús (la Fuente Q), e incorporando material propio y tradiciones conservadas en su grupo, que probablemente estaba radicado en Antioquía de Siria. Su autor no es uno de los doce apóstoles. Si lo fuera, su lengua materna sería el arameo, pero cita la Biblia en su versión griega, no hebrea, y sus dos fuentes principales, Marcos y la Fuente Q, estaban en griego. Por tanto, parece claro que Mateo no fue uno de los apóstoles, sino un «escriba» judeocristiano de lengua griega, en la que compuso su evangelio.
En el evangelio de Mateo, Jesús aparece como el nuevo Moisés que explica –sobre todo en cinco grandes sermones– cómo se debe entender la ley divina; algo que podía hacer como Mesías que era.

Antioquía de Siria
La iglesia de San Pedro, cuyo interior vemos aquí, es uno de los templos cristianos más antiguos de la región.
Foto: Anna Serrano / GTRES
Lucas, el tercer evangelio
Mateo se había atrevido a hacer una edición corregida y aumentada de un evangelio ya famoso. Muy pronto su ejemplo fue imitado por un individuo cuya identidad desconocemos y al que tradicionalmente llamamos Lucas. Probablemente vivía en Éfeso, donde había varios grupos de seguidores de Jesús, tanto judíos como gentiles. Su obra fue el tercer evangelio, compuesto hacia el año 90. La mayoría de los estudiosos cree que Lucas, tras conocer el evangelio de Mateo, decidió no tomarlo como base, sino volver a emplear dos fuentes de su antecesor: el evangelio de Marcos y la Fuente Q.

La unción de Jesús
Lucas narra la historia de la pecadora que unge los pies de Jesús y es perdonada por éste. Vitral. San Pedro de Dreux.
Foto: Alamy / ACI
El exquisito griego que usa Lucas y su conocimiento de la Biblia griega indican que era un judío de la Diáspora (y, por tanto, helenizado) o bien un prosélito, un gentil convertido que llevaba años frecuentando la sinagoga. Lucas estaba seguro de que su empresa merecía la pena, puesto que en el «Prólogo» a su evangelio afirma que había investigado todo lo concerniente a Jesús desde los orígenes, y que lo escribiría mejor que Marcos y Mateo, ya que aportaba datos de testigos oculares de lo acontecido con el Redentor. Pretendía dar mayor solidez «a las enseñanzas recibidas» por los cristianos, aunque es dudoso que aporte materiales de primera mano.
El Jesús de Lucas es el más humano de los cuatro evangelios. Es un ser divino, «el Señor», pero ante todo es compasivo: pasa haciendo el bien y muestra un amor especial hacia los pecadores, los pobres, las mujeres y los discriminados.

San Lucas
Representación del evangelista en una cruz procesional italiana del siglo XIV.
Foto: Album
Un hecho notable es que los evangelios de Lucas y su predecesor Mateo no comienzan hasta el tercer capítulo, porque los dos primeros –que suelen denominarse «evangelios de la infancia»– fueron añadidos más tarde, en una revisión que (según se desprende de las variantes entre manuscritos) se llevó a cabo a inicios del siglo II. Que tales capítulos son adiciones posteriores se sabe con seguridad porque los personajes que aparecen en el resto de ambos evangelios ignoran por completo lo que se cuenta en esos dos primeros capítulos. La imagen de Jesús y de su madre, así como las genealogías de Jesús y los conceptos teológicos son tan diferentes en los evangelios de la infancia de Mateo y Lucas que parecen estar hablando de dos Jesús distintos.
En conjunto, y dejando a un lado la infancia de Jesús, los tres primeros evangelios muestran una estructura biográfica semejante, y en muchos momentos van siguiendo una misma línea. Por eso se denominan sinópticos (del griego synopsis, «ver a la vez»), ya que se pueden presentar gráficamente en tres columnas paralelas que muestran acciones y dichos de Jesús semejantes, y que permiten ver las variantes, los añadidos y las omisiones que presentan entre sí. Con ellos, como bloque, contrasta fuertemente el cuarto evangelio canónico, el de Juan.

La Antigua Éfeso
Se cree que los evangelios de Lucas y Juan se compusieron en esta ciudad, un activo centro del cristianismo primitivo.
Foto: Shutterstock
Juan, el cuarto evangelio
Sabemos que fue el último en componerse porque se percibe que conoce los anteriores, sobre todo el de Lucas, y porque su teología sobre Jesús como Mesías está mucho más desarrollada y en aspectos decisivos es radicalmente diferente. Se cree que fue escrito hacia el año 100 en Éfeso. Es probable que sea obra de un grupo de autores del mismo talante que lo escribieron en varias fases.
Lo que es seguro es que el autor no fue el apóstol Juan, porque la idea de este evangelio sobre la naturaleza del Mesías es radicalmente diferente a la de los coetáneos de Jesús. Según el evangelista Juan, el Logos, la Palabra o Verbo de Dios, que también es Dios (conceptos completamente desconocidos por el primer evangelista, Marcos), se encarna en un hombre, Jesús, y forma con él una persona única, divina, que existe desde toda la eternidad. Esta divinización de Jesús sería inconcebible para una persona que hubiera convivido con él.

Anillo episcopal
Anillo episcopal decorado con los símbolos de los cuatro evangelistas. bronce dorado. 1300-1500.
Foto: Album
El Jesús del evangelio de Juan es muy distinto de los sinópticos. Para éstos, la predicación del Reino de Dios es el centro de la misión de Jesús; el Reino (el dominio de Dios sobre toda la tierra) empezará en Israel y sólo se salvarán quienes se hayan preparado por la penitencia y cumplan las leyes divinas.
Sin embargo, para Juan lo fundamental es presentar a Jesús como el Enviado venido del cielo, del Padre, el Revelador que desvela la clave de la salvación del ser humano y sube otra vez al lugar de donde vino. La preocupación de Juan es proclamar que el Jesús que ha aparecido sobre la tierra es el Hijo de Dios, encarnado en un ser humano. Este Jesús es una especie de Profeta definitivo cuya misión es recordar a las gentes que él es el enviado de Dios, y ambos son una misma entidad. El que acepte su mensaje será también un hijo de Dios, y así se salvará.
Entre los sinópticos y el evangelio de Juan hay enormes diferencias en el modo de hablar de Jesús: en aquéllos muestra predilección por los dichos breves y cortantes, o por sentencias cortas y con ritmo, a menudo polémicas; en Juan, Jesús habla en parlamentos largos y solemnes. También hay grandes divergencias teológicas. En Juan están ausentes temas teológicamente importantes de los sinópticos; faltan, por ejemplo, la mención explícita de la muerte en la cruz como acto de expiación por los pecados de todos los hombres, o la mención explícita de la eucaristía.

La entrada en Jerusalén
Según los sinópticos, Jesús fue sólo una vez a Jerusalén. Fresco por P. Lorenzetti. Basílica de San Francisco, en Asís. 1325-1330.
Foto: AKG / ALBUM
El marco cronológico y geográfico de la vida pública de Jesús también es distinto. Según los sinópticos, Jesús predica básicamente en Galilea y sólo una vez visita Jerusalén; su ministerio público dura un año. Según Juan, Jesús visita Jerusalén cuatro veces y allí asiste a tres Pascuas; su vida pública dura, por tanto, dos años y medio o tres.
Sólo un cierto número de incidentes de la vida pública del Jesús del cuarto evangelio tienen paralelos en los sinópticos. Los milagros de Jesús son pocos: si los sinópticos dan cuenta de unos 45, aquí sólo son siete y algunos –como la resurrección de Lázaro o la transformación de agua en vino durante las bodas de Caná– no aparecen en los sinópticos. Por otra parte, los milagros no son señales del poder de Dios o de la venida inmediata de su Reino, como en los sinópticos, sino «signos» destinados a suscitar la fe en Jesús como Mesías y Revelador: «Manifestó Jesús su gloria y creyeron en él sus discípulos», se dice con motivo del milagro de Caná.

Ascensión de Cristo
Jesús sube al Cielo en presencia de los apóstoles. Mosaico de San Marcos, en Venecia. Siglo XIII.
Foto: Scala, Firenze.
Estas diferencias se explican porque Juan escribe para corregir a los sinópticos y presentar una imagen de Jesús que cree más profunda, espiritual y verdadera. Para ello reelabora lo que conoce de Jesús. El carácter simbólico y místico de este evangelio indica que sus autores no deseaban reproducir simplemente la tradición sobre Jesús que les había llegado, sino explicar quién pensaban que fue en realidad: el enviado celeste del Padre. La divinización de Jesús, que Pablo había empezado, llega aquí al máximo; y máxima es la distancia entre este Jesús divino y el Jesús histórico.
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Evangelios apócrifos y canónicos
Los cuatro evangelios canónicos son los admitidos como «oficiales» en las listas de libros sagrados que crearon las diversas Iglesias en la Antigüedad. Al parecer, la primera lista de libros del Nuevo Testamento se elaboró en Roma hacia el año 200. No sabemos por qué se eligieron estos libros. Se han conservado unos 84 evangelios, puesto que muchos grupos cristianos elaboraron el suyo; los que no son canónicos reciben el nombre de apócrifos. Se cree que se escogieron sólo cuatro por tres razones: porque se creía que sus autores eran apóstoles o habían estado en contacto directo con ellos, porque eran los más leídos en los oficios litúrgicos de los domingos en las iglesias principales (Roma, Alejandría, Éfeso, Antioquía) y porque su contenido se ajustaba a una cierta «regla de fe» común que se iba formando.
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Hasta cinco mil manuscritos
No se conservan los originales de los evangelios, por lo que hay que recuperar su texto a partir de copias de copias. Del Nuevo Testamento se conservan unos 5.000 manuscritos fechados entre los años 200 y 1500; de ellos, más de la mitad incluyen texto de los evangelios. Los más antiguos son papiros, unos 80. Hay 300 manuscritos de los siglos IV al VIII, y en ellos los evangelios ocupan la parte principal. Del siglo IX en adelante, hay 2.500 manuscritos, y más de 2.000 leccionarios litúrgicos evangélicos. La tarea de sopesar sus variantes es ingente, pero se hace por medio de ordenadores que los clasifican por familias. Ello permite manejar un número de divergencias que llega hasta las 200.000.

Evangelio de San Juan
Es el manuscrito más antiguo que se conserva de este Evangelio. Papiro. Siglo II. Biblioteca Bodmeriana, Cologny.
Foto: AKG / ALBUM
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La confusión de los hombres
Los cristianos primitivos creían que el evangelio de Mateo lo escribió el apóstol llamado así. Pero resulta que en los evangelios este apóstol recibe dos nombres: Leví y Mateo. El evangelio de Marcos describe cómo Jesús llama a Leví, hijo de Alfeo, cobrador de impuestos, para ser uno de los doce apóstoles; luego, Alfeo invita a Jesús a un banquete. El evangelio de Mateo describe la misma escena, pero aquí Leví se llama Mateo; y en las listas de los doce apóstoles, este mismo evangelista lo vuelve a llamar Mateo. También se creía que el apóstol Juan compuso el evangelio de este nombre. Y se lo confundía con otros dos personajes: con Juan, autor del Apocalipsis, y con un tercer Juan llamado el Anciano y autor de dos textos bíblicos: las cartas Segunda y Tercera de Juan.

San Juan
Este mosaico con la representación del autor del cuarto evangelio está en la basílica de San Marcos, en Venecia. Siglos XII-XIV.
Foto: Traker / ACI
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VER ILUSTRACIÓN DE LA FUENTE Q, EL QUINTO EVANGELIO.
Este artículo pertenece al número 196 de la revista Historia National Geographic.