A principios de la década de 1780, el rey Luis XVI, junto a su ministro de Marina, el marqués de Castries, decidió poner en marcha la mayor expedición científica y de exploración jamás emprendida por Francia hasta entonces. En 1779, James Cook había muerto durante el tercero de los viajes que lo habían hecho famoso y habían realzado el prestigio de la monarquía británica. El rey francés quería llevar a cabo una gesta equivalente. Su expedición recorrería los océanos Atlántico y Pacífico para explorar las zonas que Cook había dejado sin cartografiar. Además, a lo largo de una ruta que daría la vuelta al mundo, los expedicionarios recogerían todo tipo de datos científicos mientras se informaban discretamente de las oportunidades comerciales para Francia.
Al mando de la empresa se puso a Jean-François Galaup, conde de La Pérouse, un oficial de marina que contaba con una larga experiencia, pues había participado en dieciocho campañas militares en Canadá y el Caribe. Para la ocasión se acondicionaron dos fragatas de 500 toneladas cada una: La Boussole y L’Astrolabe. A bordo iba una tripulación de 220 hombres que incluía un equipo de diez especialistas: un astrónomo y matemático, un geólogo, un botánico, un médico, tres naturalistas y tres ilustradores. Tras zarpar de Brest el 1 de agosto de 1785, y durante tres años, La Pérouse fue explorando, descubriendo y mandando noticias a París. Pero después de que en marzo de 1788 los dos barcos abandonaran las costas de Australia, su pista se perdió por completo. En 1791, el gobierno francés envió una expedición de rescate dirigida por Antoine Bruni d’Entrecasteux, que no tuvo éxito. Tal era la inquietud por la suerte de La Pérouse que, según se dijo, una de las últimas cosas que hizo Luis XVI antes de morir guillotinado en 1793 fue preguntar si se habían recibido noticias de él.

Grafómetro usado en la expedición de La Pérouse.
Foto: Dagli Orti / Aurimages
Explorador ilustrado
Antes de desaparecer, La Pérouse había tomado la precaución de salvar el trabajo de su expedición. Tras dos años de travesía, cuando se hallaba en Petropavlovsk, en el extremo oriental de Rusia, empaquetó los mapas, diarios de la expedición, dibujos y pinturas y los entregó a uno de sus marinos, Barthélémy de Lesseps, que los llevó por tierra hasta París.
A partir de esos documentos y algunos más que La Pérouse enviaría desde Australia se confeccionó un relato de la expedición que fue publicado en 1797 y alcanzaría gran repercusión.
El libro documenta hitos del viaje como la llegada a la isla de Pascua, donde los expedicionarios aún vieron algún moai de pie, o el que fue el primer gran descubrimiento geográfico de La Pérouse, la isla de Necker, en Hawái, bautizada así en honor del ministro de Finanzas de Luis XVI. Los expedicionarios franceses fueron también los primeros en cruzar y cartografiar el estrecho de Soya, o de La Pérouse, entre la isla japonesa de Hokkaido y la de Sajalín, hoy rusa.
A lo largo del viaje, La Pérouse actuó como un hombre de la Ilustración. Así, al convertirse en el primer europeo que puso pie en Maui, en Hawái, no quiso tomar posesión de la isla en nombre del rey de Francia, como habría hecho un explorador del pasado. En su opinión, un país no tenía derecho a adueñarse de otro «por no mejor razón que poseer armas de fuego y bayonetas». Por otra parte, La Pérouse gozaba de una gran popularidad entre la tripulación, por sus conocimientos y por gestos como el de repartir entre todos los marinos los beneficios que obtuvo en Macao de la venta de las pieles que había conseguido en Alaska.
La Pérouse no quiso tomar posesión para su rey de las tierras descubiertas
Durante el viaje se produjeron varios episodios trágicos. En Alaska, 21 tripulantes murieron tras volcar los botes en los que exploraban la bahía de Lituya, a causa de las fuertes corrientes. Más tarde, las dos naves llegaron a la isla de Tutuila, en la actual Samoa estadounidense. La Pérouse la describió como un paraíso en el que se podía encontrar «todo lo que la imaginación pudiera conjurar como felicidad», pero el lugar se convirtió muy pronto en un infierno. Cuando los franceses intentaron abastecerse de agua en una pequeña playa se encontraron con centenares de nativos. Para contentarlos, los europeos repartieron cuentas de vidrio entre algunos jefes locales, pero eso sólo causó envidias entre los nativos, que empezaron a lanzar piedras sobre los franceses, aprovechando que una embarcación había quedado encallada en la arena por la marea baja. En el altercado murieron el capitán de L’Astrolabe, Paul Antoine Fleuriot de Langle, y once hombres de su tripulación, así como una treintena de samoanos.
Tras lo sucedido en Tutuila, La Pérouse se dirigió a Australia y buscó un lugar de descanso en la bahía de Botany, que Cook había descubierto pocos años antes y había descrito con grandes elogios. Casi al mismo tiempo que él, llegó al lugar el convoy británico con los presos convictos que integrarían el primer asentamiento de Australia: una colonia penal. Tras permanecer allí unas seis semanas, el 10 de marzo de 1788 los franceses partieron hacia el norte con la intención de rodear Australia y emprender el retorno a Europa. Estaba previsto que hicieran escala en la isla Mauricio, pero nunca llegaron.

Tutuila. En las costas de esta isla de la Samoa estadounidense se produjo un enfrentamiento en el que murieron una docena de expedicionarios franceses.
Foto: Getty Images
Tras la pista del desastre
La primera noticia sobre lo sucedido a La Pérouse se obtuvo casi cuarenta años más tarde. En 1826, Peter Dillon, un capitán de barco mercante, recaló en Tikopia, en las islas Salomón. Los nativos le mostraron objetos europeos como espadas, botellas, cuchillos, tazas de té… algunos de ellos con la marca de una flor de lis. Le dijeron que provenían de la vecina isla de Vanikoro, donde dos barcos habían naufragado unos años antes, seguramente tras encallar en los arrecifes de coral que rodean la isla cuando buscaban refugiarse de alguna tormenta. Dos años después, otra expedición francesa, capitaneada por Dumont D’Urville, llegó a Vanikoro y pudo ver, incrustados entre el coral, anclas, cadenas, cañones y otros restos del naufragio. Los objetos fueron llevados a París, y el único superviviente de la expedición, Barthélemy de Lesseps, certificó que pertenecían a La Boussole.
En la década de 1960 se localizó el pecio de este navío, no lejos de los restos del Astrolabe, que Dumont había podido ver en 1828. El enigma del lugar de naufragio de los barcos de La Pérouse quedaba resuelto, pero ¿qué había sido de los marinos? En 1826, los nativos habían asegurado a Dillon que algunos supervivientes fueron masacrados por los habitantes de las islas, que los tomaron por «espíritus maléficos», mientras que otro grupo, de varias decenas de personas, sobrevivió en la isla durante años.

El naufragio del Astrolabe en los arrecifes de Vanikoro, en el océano Pacífico, a más de tres mil kilómetros al este de Australia. Grabado del siglo XIX.
Foto: Alamy / ACI
En 1999, un equipo de arqueólogos dirigido por Jean-Christophe Galipaud localizó el campamento donde se instalaron los náufragos, en la aldea de Paiou, en la desembocadura de un río. Allí se ha hallado porcelana china, trozos de bronce, pipas, cuchillos, botones de uniforme, un compás... Todo ello testimonio evidente de una ocupación europea. No se sabe cuánto tiempo permanecieron allí ni si al final lograron marcharse en alguna embarcación o si murieron en algún enfrentamiento sangriento con los nativos, como sostiene la tradición oral de las islas. El destino final de La Pérouse y su tripulación sigue siendo un misterio.
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Recorriendo los océanos
Tras zarpar de Brest en agosto de 1785, La Pérouse atravesó el Atlántico y dobló el cabo de Hornos a inicios de 1786. En los meses siguientes, los navíos recalaron en la isla de Pascua, Hawái, Alaska y California antes de iniciar la travesía del Pacífico, para llegar a Macao en enero de 1787. Tras explorar la costa asiática durante año y medio llegaron a Australia en enero de 1788.

Itinerario de la expedición del conde de La Pérouse. Mapa de 1941. Museo La Pérouse, Albi.
Foto: DEA / Scala, Firenze
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Viuda de marino
Desobedeciendo a su padre y a sus superiores, en 1783, dos años antes de zarpar en el viaje del que no regresaría jamás, La Pérouse se casó por amor con Éléonore Broudou, una chica de familia pobre. Su viuda le sobreviviría 19 años, sin saber lo que había sido de él.

Éléonore Broudou, madame de La Pérouse. Retrato del siglo XVIII.
Foto: Aurimages
Este artículo pertenece al número 222 de la revista Historia National Geographic.