Historia de un cuento universal

La pastora y el lobo: el mundo de Caperucita

El cuento de Perrault evoca la vida en el campo francés a finales del siglo XVII, cuando los lobos eran una amenaza.

Caperucita roja se encuentra con el lobo. Óleo por Julius von Klever el Viejo. Siglo XIX. Museo Estatal al Aire Libre de Historia y Arquitectura, Nóvgorod.

Caperucita roja se encuentra con el lobo. Óleo por Julius von Klever el Viejo. Siglo XIX. Museo Estatal al Aire Libre de Historia y Arquitectura, Nóvgorod.

Caperucita roja se encuentra con el lobo. Óleo por Julius von Klever el Viejo. Siglo XIX. Museo Estatal al Aire Libre de Historia y Arquitectura, Nóvgorod.

Foto: Fine Art / Album

En la Francia del siglo XVII, en la corte de Luis XIV –el Rey Sol–, se pusieron de moda los cuentos de hadas. Damas y caballeros se reunían para contar cuentos populares y se divertían jugando con las tramas, inventando detalles nuevos y sugerentes.

En ese ambiente cultural pudo desarrollar sus habilidades narrativas un literato llamado Charles Perrault, hermano del arquitecto que diseñó la fachada del palacio del Louvre. Tras algunas incursiones en la literatura «para adultos», el escritor se dio cuenta del poder de sugestión de los relatos de la tradición oral y se dedicó a transcribir cuentos populares, en un estilo elegante, pero a la vez adaptado a un público infantil. Así nació, en 1697, la recopilación conocida como Les contes de ma mère l’Oye, «Los cuentos de mamá Oca». Entre sus páginas figuraban relatos tan célebres como La Bella Durmiente, Barba Azul, El Gato con Botas, Caperucita Roja, Las hadas, La Cenicienta, Riquete el del Copete y Pulgarcito.

Una imagen de su tiempo

La mayoría de estos cuentos tenían orígenes muy antiguos, pero a la vez reflejaban las circunstancias en las que vivían las gentes del siglo XVII. El Gato con botas, por ejemplo, refleja el antiguo deseo de campesinos y artesanos de escapar de la pobreza. Algunos relatos se inspiraban incluso en hechos históricos precisos, como Pulgarcito, que describe una hambruna que recuerda la que tuvo lugar en Angers en 1683. Lo mismo sucede con el que quizá sea el cuento más célebre de la recopilación de Perrault: Caperucita roja, que contiene una detallada evocación del mundo rural del siglo XVII, e incluso pudo tener como punto de partida un suceso ocurrido poco antes de su publicación.

Bosque del Parque Natural Regional de Morvan, en la región de Saona y el Loira. La historia de Caperucita Roja tiene lugar en un escenario muy parecido.

Bosque del Parque Natural Regional de Morvan, en la región de Saona y el Loira. La historia de Caperucita Roja tiene lugar en un escenario muy parecido.

Bosque del Parque Natural Regional de Morvan, en la región de Saona y el Loira. La historia de Caperucita Roja tiene lugar en un escenario muy parecido.

Foto: Alamy / Aci

Caperucita Roja, en francés Le petit Chaperon Rouge, es la historia de una niña que vive con su madre en
una casa próxima a un bosque.
Un día, su madre le pide que le lleve comida a su abuela enferma, que vive en una aldea al otro lado de la floresta. Por el camino se encuentra con un lobo, aparentemente amable, que le hace revelar dónde vive su abuela. Alejándose con astucia, el animal llega primero a su destino y devora a la anciana. Cuando la niña llega a su vez, encuentra al lobo en la cama, disfrazado de su abuela, y acaba siendo devorada de un bocado por el animal.

Pese a su brevedad (ocupa apenas 80 líneas), el cuento abre una ventana a la vida cotidiana del siglo XVII. La abuela que padece dolencias estacionales remite a la situación típica de los ancianos de la época, cuando Europa se hallaba inmersa en la Pequeña Edad de Hielo y los bruscos descensos de temperatura, incluso en primavera, provocaban frecuentes dolores. Igualmente, no es casual que en la cesta destinada a la abuela haya una galette o torta para untar con mantequilla, un alimento muy calórico para hacer frente a las temperaturas gélidas.

El cuento de Perrault refleja claramente el miedo a los ataques de los lobos

Por otra parte, en el encuentro de Caperucita con el lobo descubrimos un detalle relativo a la legislación del siglo XVII: la plebe tenía prohibido llevar armas de fuego, e incluso espadas y puñales. Únicamente los nobles podían ir armados, pero nunca salían a cazar solos, sino que preferían organizar partidas de caza. Por eso Perrault no menciona a ningún cazador, personaje que sí aparecerá dos siglos después en la versión de los hermanos Grimm, cuando las leyes permitían que los individuos solos fueran armados. Pero el lobo de Perrault no ataca enseguida a la muchacha porque observa que hay leñadores en las inmediaciones; tiene motivos para temerlos, ya que eran los únicos autorizados a llevar armas blancas a causa de su trabajo.

Al final del cuento aparece otro detalle revelador de la vida cotidiana en el siglo XVII. Perrault cuenta que el lobo, imitando la voz de la abuela, pide a la niña que se acueste a su lado. Esta invitación, más allá de la metáfora literaria, evidencia una costumbre muy extendida en la época: los miembros de una misma familia solían dormir en una sola cama. La propuesta del lobo, por tanto, no era inusual, sino que formaba parte de la rutina familiar.

¡Que viene el lobo!

El cuento de Perrault también nos ilustra sobre la percepción que las gentes del siglo XVII tenían sobre los lobos. Sabemos que son animales esquivos y que prefieren refugiarse en lugares poco frecuentados. Pero la progresiva expansión de la población humana por zonas que antes eran salvajes provocó una creciente escasez de alimentos para estos animales y les obligó a acercarse a las aldeas para buscar comida.

El lobo, disfrazado de abuela, se dispone a devorar a Caperucita. Grabado.

El lobo, disfrazado de abuela, se dispone a devorar a Caperucita. Grabado.

El lobo, disfrazado de abuela, se dispone a devorar a Caperucita. Grabado.

Foto: Granger / Album

Esta creciente cohabitación entre humanos y lobos propició que se difundieran algunas creencias populares que encuentran eco en el cuento de Perrault. Así, en la escena del diálogo en el bosque, Perrault describe al lobo como un animal de aspecto manso, porque en el siglo XVII se atribuía a los lobos el recurso a una «mansedumbre fingida» para aproximarse a sus presas.

Pero lo que refleja más directamente el cuento de Perrault era el miedo a los ataques de lobos contra personas. En el siglo XVII, este fenómeno adquirió enormes proporciones. Perrault era un niño de cuatro años cuando, el 19 de marzo de 1632, La Gazette de France informó de que un enorme lobo había devorado a muchas personas. Después se sucedieron numerosas muertes de este tipo, y el temor al lobo arraigó en una población debilitada por el hambre y las epidemias tras la guerra de los Treinta Años. En este fértil terreno se desarrolló una obsesión por los lobos y se multiplicaron las anécdotas sobre los ataques.

La pequeña Marie Mignet

Cabe la posibilidad de que el cuento de Caperucita Roja se inspirara en un suceso ocurrido poco antes de que Perrault lo escribiera. Entre 1687 y 1695, los muchos ataques de lobos en los bosques al suroeste de París y de Versalles impresionaron a la corte. Una de las víctimas fue Marie Mignet, una niña de once años que en 1693 fue devorada por un lobo mientras guardaba las vacas en el bosque de Marcoussis. Su caso provocó un especial revuelo porque la cabeza de la niña fue hallada extrañamente intacta. Marie vivía en una casa cerca del bosque con su madre, Claude Laurens, viuda de Jean Mignet.

La macabra historia pasó rápidamente de las conversaciones del pueblo a los salones de la corte. Damas y caballeros hablaron del episodio durante años, obteniendo información de los sirvientes y de los campesinos. Algo más tarde, en 1697, Perrault escribió su cuento. No sabemos con certeza si la pequeña Marie puede ser identificada como la verdadera Caperucita Roja, pero es probable que Perrault conociera el trágico episodio que protagonizó.
En todo caso, podemos considerar su cuento como una instantánea de la vida cotidiana de muchas niñas y jóvenes del siglo XVII.

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Un padre amoroso

Charles Perrault. Retrato por Charles Le Brun. Versalles.

Charles Perrault. Retrato por Charles Le Brun. Versalles.

Charles Perrault. Retrato por Charles Le Brun. Versalles.

Photo: Christophe Fouin / RMN-Grand Palais

Tras ocupar puestos importantes en la administración de Luis XIV, Charles Perrault se retiró hacia 1683, unos años después de perder a su esposa, para concentrarse en la educación de sus cuatro hijos, lo que explica su interés por los cuentos infantiles.

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La caperuza, un tocado para niños del siglo XVII

La niña protagonista del cuento de Perrault va tocada con un chaperon, en castellano «caperuza», prenda que se define así en el Diccionario de Autoridades (1713): «Cobertura de la cabeza, o bonete, que remata en punta inclinada hacia atrás». Durante la Edad Media llevaban caperuzas tanto los hombres como las mujeres, pero luego se convirtió en un tocado femenino, usado por igual en las ciudades y el campo. A finales del siglo XVII, esa cobertura estaba empezando a pasar de moda; el teólogo J. B. Thiers, en su Tratado de las pelucas, de 1690, escribía que «las llevaban antaño las mujeres mayores en ciertas regiones». Su uso, sin embargo, se mantenía entre los niños, algo que no resulta sorprendente puesto que el atuendo infantil solía imitar modas del pasado.

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Caperucita en el siglo XI

El lobo, la madre y el niño. Fábula de Esopo. Grabado del siglo XVII.

El lobo, la madre y el niño. Fábula de Esopo. Grabado del siglo XVII.

El lobo, la madre y el niño. Fábula de Esopo. Grabado del siglo XVII.

Photo: Alamy / Aci

Como prueba de que la historia de Caperucita Roja circulaba desde tiempos muy antiguos, se ha citado un relato que recogió Egberto de Lieja a principios del siglo XI. La historia habla de una niña de cinco años a quien su padrino le regala una túnica roja con motivo de su bautismo, que en aquella época tenía lugar alrededor de esa edad. El día después de la ceremonia, la niña es secuestrada por un lobo que la arrastra al bosque como comida para sus lobeznos. Pero los cachorros no la despedazan, sino que se limitan a lamer su capucha.

Este artículo pertenece al número 225 de la revista Historia National Geographic.

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