Los magníficos restos en piedra que aún se conservan en Palmira revelan el esplendor de esa ciudad perdida en medio del desierto sirio que, en su momento de máxima expansión, llegó a albergar a unos 200.000 habitantes. Surgida seguramente en el II milenio a.C., la antigua Tadmor se empapó de cultura griega antes de integrarse en el mundo romano desde mediados del siglo I a.C., para convertirse luego en uno de los más prósperos núcleos comerciales de Oriente.
Palmira, el nombre que le dieron los romanos, estaba habitada por una sociedad mixta formada por hablantes de arameo (la lengua semítica más difundida en la región hasta la época musulmana), nativos helenizados y árabes nómadas del entorno. Todos ellos compartían una cultura urbana muy ecléctica, inspirada en la grecorromana, pero que mantenía muchos elementos propios de las formas de vida y la religión del mundo semita.

El oasis
Un abundante manantial permitió el desarrollo de la vegetación del oasis de Palmira, base de su riqueza.
Foto: Michele Falzone / AWL Images
La impronta romana se hizo sentir con fuerza en el siglo I d.C., cuando la ciudad organizó su gobierno al estilo de Roma. Palmira quedó dividida en cuatro distritos que se correspondían con los cuatro grandes linajes radicados en la urbe: los Bnay Kumara, los Bnay Maazina, los Bnay Mattabola y los Bnay Mita. Para gobernarse, los palmirenos crearon un senado a imitación del de Roma, que contaba con unos seiscientos miembros y estaba formado por elementos de las élites locales de los Cuatro Distritos. El senado dirigía la vida de la ciudad: aprobaba los gastos públicos, supervisaba las obras cívicas, recogía los impuestos, legislaba, nombraba a los generales del ejército y cada año elegía a dos cónsules, que más tarde se transformarían en diunviros o duumviros, los magistrados que presidían el gobierno de las ciudades romanas.

El águila divina
Este relieve muestra a un águila con las alas abiertas, símbolo de Baalshamin. La pieza procede del templo dedicado a este dios en Palmira. Museo del Louvre, París.
Foto: F. Raux / RMN-Grand Palais
Uno de los asuntos más acuciantes de los que tenía que ocuparse el gobierno de Palmira era el suministro diario de agua. El ingenio de los palmirenos optimizó hasta el máximo el uso del caudal de agua sulfurosa del manantial de Efqa, en torno al cual se había formado el oasis de Tadmor. Conscientes del valor de ese lugar, los habitantes de la ciudad construyeron un edificio para protegerlo y lo rodearon de altares en honor de los dioses que propiciaban la vida de la fuente y aseguraban la fertilidad del bosque de palmeras. El cargo de jefe de la Fuente de Efqa era especialmente importante y prestigioso, pues era él quien se encargaba de que el agua siempre fluyera y se distribuyera entre los barrios de la ciudad por canalizaciones limpias y bien conservadas.
La importancia del comercio
Si algo caracterizaba a Palmira era su actividad comercial. La posición estratégica del oasis palmireno, situado en pleno desierto y a medio camino entre la costa mediterránea y los grandes ríos de Mesopotamia, permitió que la ciudad se alzara como el principal puerto de la gran ruta comercial que en la Antigüedad unía el Mediterráneo con Oriente. El comercio caravanero era la mayor fuente de riqueza de Palmira, y dependía principalmente de dos grandes expediciones anuales que se realizaban a principios de la primavera y en otoño, y que conectaban la capital persa con la costa del golfo Pérsico.

El gran templo de Bel
La cella o sala interior del templo de Bel en Palmira fue destruida por la organización terrorista Daesh en 2015. Hoy sólo subsiste el gran portal por el que se accedía al interior.
Foto: Nick Laing / AWL Images
Las caravanas comerciales se encontraban continuamente en peligro frente a las acciones de los bandoleros. Las inscripciones nos muestran que los bandidos habían formado su propio emporio basado en el robo; algunas mencionan incluso los nombres de los cabecillas beduinos que dirigían los grupos de ladrones y los lugares en los que acechaban a los transportistas. Por ese motivo, en Palmira se crearon lo que hoy llamaríamos «fuerzas de intervención rápida», financiadas por los dueños de las mercancías y dirigidas por gentes conocedoras del desierto que eran capaces de salir en auxilio de las expediciones amenazadas por los bandidos.
Dioses y negocios
Para prevenir los peligros del camino, las caravanas se preparaban durante meses. Los principales comerciantes se ponían de acuerdo para que sus mercancías viajasen conjuntamente, y negociaban con los nómadas del desierto para asegurarse buenas monturas y evitar las emboscadas de los ladrones. Aun así, la caravana viajaba acompañada de una milicia armada comandada por un jefe militar experimentado y de confianza.
El espíritu comercial de los habitantes de Palmira no se limitaba a la esfera de los negocios, sino que también se reflejaba en sus creencias y prácticas religiosas. Para los palmirenos, la relación con los dioses se asemejaba mucho a un intercambio de bienes. Tal como vemos en las inscripciones, a los ojos de las divinidades las principales virtudes eran las propias de un vendedor honesto y sagaz o las de un ciudadano fiel. Por este motivo, los comerciantes exitosos o los ciudadanos que destacaban en la organización y la defensa de las caravanas se convertían en un ejemplo de moral y de piedad, y sus estatuas ocupaban un lugar destacado en los templos. Por ejemplo, en la Gran Columnata que atraviesa la ciudad se alzó una estatua en honor de un ciudadano llamado Julio Aurelio Zabdela bar Malku bar Malku Nashum, que vivió a mediados del siglo III, con una inscripción que dice: «Fue jefe del mercado, hizo grandes gastos y llevó una vida honorable. Por eso dio testimonio de él Yarhibol, el dios».

Cabeza masculina tocada con una tiara decorada con una corona de hojas. Museo del Louvre, París.
Foto: F. Raux / RMN-Gran Palais
Por lo demás, los premios que los dioses otorgaban a sus devotos tenían mucho que ver con las recompensas en bienes. Por eso, el trato con las divinidades solía limitarse a pedir beneficios materiales o económicos o agradecer los ya recibidos. La práctica del culto tenía como principal finalidad obtener y asegurar dicha prosperidad, y presentaba una dimensión individual y familiar. Por otra parte, aunque se han descubierto numerosos relieves y esculturas funerarios en los que se representa a los difuntos en la mejor etapa de su vida y vestidos con sus mejores galas, no parece que la creencia en una vida ultraterrena estuviese muy desarrollada. De hecho, las inscripciones funerarias suelen limitarse a señalar la propiedad de la tumba y a lamentarse por la pérdida de los fallecidos.
Una sociedad cosmopolita
La heterogénea sociedad palmirena halló su reflejo en una religión local caracterizada por dioses de diferentes procedencias. En el panteón de Palmira, el dios supremo era Bel, probablemente llamado Bol en el habla local. Originariamente debió de ser una divinidad protectora del oasis, pero acabó asimilándose al Zeus griego. A él estaba dedicado el principal templo de la ciudad, común a todas las gentes de Palmira. El complejo dedicado a Bel tenía una forma y disposición muy parecida a la del templo de Jerusalén, aunque, a diferencia del culto monoteísta que los judíos rendían a Yahvé, en el santuario palmireno también había sitio para otras deidades secundarias.

Los dioses de Palmira
Este relieve muestra a tres divinidades de Palmira: Aglibol, el dios de la Luna, a la izquierda; Baalshamin, el Señor de los Cielos, en el centro, y Malakbel, el dios del Sol.
Foto: Alamy / ACI
Junto a Bel, y formando una especie de tríada suprema, se encontraban Yarhibol, el dios-Sol protector de la Fuente de Efqa, y Aglibol, un dios-Luna originario del norte de Siria. Otros, como Baalshamin, «el Dueño de los Cielos», dios proveedor de lluvia y fertilidad, y Atargatis, la diosa de los animales, procedían del área sirofenicia. De Mesopotamia procedían los dioses Nabu, Shammash o Nergal, mientras que Baal Hammón tenía origen egipcio. No faltaban los dioses de los nómadas árabes, como Allat, Arsu, Maan, Azizu, Salmán o Shai al-Qaum, el dios abstemio del vino y el alcohol. Por otra parte, la fuerte influencia cultural grecorromana facilitó que se incorporaran al culto de Palmira dioses y héroes griegos, como Heracles, Némesis y Tiqué, a la vez que las divinidades orientales adoptaban nombres o atributos helenos.
Encrucijada de dioses, pueblos y lenguas, Palmira quizá fue la ciudad con mayor diversidad cultural de la Antigüedad. En ella, gentes originarias de diferentes lugares y con tradiciones muy distintas consiguieron convivir y crear una cultura basada en el pragmatismo, la pasión por el comercio y el entendimiento tanto con los dioses como con los hombres.
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Así era la antigua Palmira (Reconstrucción en 3D)
Esta reconstrucción muestra el aspecto que pudo tener Palmira en los siglos II y III, su época de apogeo. En la imagen se aprecia el urbanismo monumental que se impuso en el siglo II, con la construcción de una gran vía procesional que conectaba la principal entrada de la ciudad y el templo de Bel. El eje dividía la urbe en dos grandes sectores: el sur, en el que se concentraban las viviendas lujosas de los ricos mercaderes y la mayor parte de los templos, y una amplia superficie al norte destinada a la masa de la población, con un entramado urbano desordenado y viviendas de factura más humilde.
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El templo de Bel
Dedicado a la divinidad principal de Palmira, este santuario fue el mayor monumento de la ciudad. Estaba rodeado por un muro de 15 metros de altura en su punto más alto, coronado con merlones escalados que denotan una influencia oriental (1).
Una vez cruzada la entrada principal, se accedía al témenos o recinto sagrado (2), un gran patio provisto de elegantes pórticos construidos con una doble fila de columnas. En él, además del edificio principal, había un altar donde se llevaban a cabo sacrificios animales (3) y un estanque sagrado donde los sacerdotes hacían sus abluciones (4).
En el centro del recinto, sobre una elevación construida artificialmente, se alzaba el santuario dedicado a Bel (5). Con unas dimensiones de 55 x 30 metros, presenta un estilo que mezcla elementos clásicos (como las columnas) y orientales (el tejado).

El templo
El edificio estaba rodeado de columnas con capiteles corintios. La única sala del templo era la cella, de 13 m de ancho, donde se guardaba la estatua del dios. La cubierta del edificio no era a dos aguas, como en los templos griegos, sino plana, lo que permitía pasearse por ella.
Ilustraciones 3D: Rise Studio
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El continuo acecho de los bandidos

Mapa del levante Mediterráneo
Situación geográfica de Palmira y de las otras ciudades importantes de la región, como Apamea, Bosra o Gerasa.
Cartografía: eosgis.com
Las caravanas comerciales que circulaban en la región en torno a Palmira se encontraban continuamente en peligro debido a los asaltos de los bandoleros. En una inscripción hallada en Palmira se recuerda que los comerciantes de la ciudad honraron a un conciudadano llamado Shoadu bar Belyada por haber salvado a una caravana comercial que regresaba del Tigris del asalto de un grupo de beduinos procedentes del desierto del Éufrates. El texto, datado en junio del año 144 d.C., comenta que Shoadu salió de Palmira con inteligencia y una gran fuerza y se enfrentó a Abdallat Ahitaya y a los bandidos que éste había reunido consigo, que acechaban desde hacía tiempo para robar la caravana.
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El misterioso culto al dios sin nombre

Altar de Palmira con una inscripción en la que se menciona al «dios desconocido». Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.
Foto: MET / Album
En Palmira se han hallado cientos de pequeños altares con unas inscripciones que han llamado la atención de los estudiosos. Los textos están dirigidos a un dios anónimo, que aparece descrito como «bueno y misericordioso», taba u-rahmana en el dialecto del arameo que se hablaba en Palmira. Estos apelativos eran bien conocidos en el judaísmo de la época, por lo que se especula con que pueden estar relacionados con una forma local de culto a Yahvé, debida a la presencia de judíos y cristianos en la ciudad. Estas invocaciones no aparecen en los templos de otros dioses, sino únicamente en los mencionados altares, ofrecidos generalmente por gente humilde, como mujeres, carniceros, cocineros o libertos.
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Los rostros de los palmirenos
Los habitantes más pudientes de Palmira se hacían esculpir bustos o relieves para sus tumbas. Las imágenes, quizá fabricadas en serie, presentan rasgos idealizados y posturas típicas, y combinan el vestido a la moda grecorromana con elementos de influencia persa-sasánida, como las joyas y los ojos. En algunos casos se representa la profesión o el cargo político del fallecido, además de inscribir su nombre.

Una gran dama, con un elegante tocado y valiosas joyas, está acompañada posiblemente por su hijo. Museo Nacional de Arte Oriental, Roma.
Foto: Scala, Firenze

Una niña descalza ase en cada mano una paloma y un racimo de uvas, símbolos de prosperidad y abundancia. Museo de Palmira.
Foto: Dagli Orti / Aurimages

Estos hermanos visten sus mejores galas. Van cogidos de la mano y sujetan una paloma y un racimo de uvas. Museo de Palmira.
Foto: Bridgeman / ACI

Desfile de nobles. El relieve muestra a un grupo de altos personajes de la ciudad, a caballo y en camello. Museo de Cleveland.
Foto: Bridgeman / ACI

Un rico comerciante, con barba y cuidado peinado. El camello alude a su profesión. Glyptoteca Carlsberg, Copenhague.
Foto: Wolfgang Sauber

Familia de notables. El matrimonio aparece recostado en un diván y sosteniendo un cuenco, con sus hijos en pie detrás. Museo de Palmira.
Foto: Dagli Orti / Aurimages
Este artículo pertenece al número 220 de la revista Historia National Geographic.