Grandes Descubrimientos

Nunalleq: el pasado de los inuit de Alaska

El deshielo del permafrost ártico ha puesto al descubierto un poblado yupik destruido violentamente hace cuatrocientos años

Un grupo de arqueólogos excava en el yacimiento de Nunalleq, en Alaska.

Un grupo de arqueólogos excava en el yacimiento de Nunalleq, en Alaska.

Foto: Erika Larsen / National Geographic Image Collection

Entre los pueblos inuit, antiguamente llamados esquimales, que pueblan desde épocas remotas las regiones árticas, uno de los más destacados es el yupik –en plural, yupiit–. Antes del contacto con los europeos, este pueblo se repartía en tres grupos: uno instalado en la península de Chukotka, en Siberia; otro en la isla Saint Lawrence, y un tercero radicado en la franja más occidental de la península de Alaska.

Cronología

A la merced del frío

Siglo XIV

Un enfriamiento climático desemboca en la llamada Pequeña Edad de Hielo.

1650

La lucha por la comida desencadena las guerras del arco y la flecha.

1830

Comerciantes de pieles rusos se establecen cerca del poblado de Nunalleq.

2009

Se inician las excavaciones arqueológicas en el asentamiento de Nunalleq.

De carácter seminómada, su economía de subsistencia se basaba en la caza (de alces, caribúes, focas y morsas, entre otros), en la pesca, básicamente del salmón, y también en la recolección de plantas comestibles y bayas silvestres. Los yupiit se agruparon en grandes poblaciones, que solían tener entre 50 y 300 individuos. En invierno habitaban en casas semisubterráneas hechas de madera, piedra y turba, mientras que en verano se instalaban en sus tiendas de pieles. Para sus desplazamientos usaban el kayak y el trineo de perros.

La aldea abandonada

Quinhagak es una localidad yupik en el sudoeste de Alaska. En 2007, en una playa cercana al pueblo, empezaron a aparecer unos curiosos objetos de madera tallada. Los nativos enseguida supusieron que procedían de un lugar próximo, unos seis kilómetros más al sur, llamado Nunalleq. Este término significa en el idioma yupik «la antigua aldea», y, en efecto, los habitantes de Quinhagak sabían, gracias a su tradición oral, que se trataba de un enclave abandonado por sus antepasados tiempo atrás.

Según su creencia tradicional, los yupiit, por respeto, no pueden perturbar los antiguos asentamientos de sus antepasados, pero ahora se enfrentaban a un caso especial. Si no hacían nada, los vestigios de su pasado se perderían para siempre. En cambio, salvando aquel legado material podían dar la oportunidad a los yupiit más jóvenes y culturalmente más vulnerables de establecer una conexión más fuerte con sus ancestros. Por ello decidieron llamar a Rick Knecht, un arqueólogo de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, que tenía una amplia experiencia excavando en Alaska, para que examinara el lugar.

Un cazador inuit se prepara para salir en su kayak en las gélidas aguas del mar de Bering. Fotografía de mediados del siglo XX.

Foto: Edward S. Curtis / National Geographic Image Collection

Los resultados no se hicieron esperar. Según manifestó el propio Knecht, «llegamos allí y de inmediato encontramos una figura de madera completa en la playa. Seguimos la línea de la costa y vimos más y más evidencias de artefactos de madera. Un par de millas más por la playa y pudimos ver de dónde venían». Las excavaciones, iniciadas en 2009, y que aún prosiguen, han sacado a la luz esqueletos humanos, restos de animales y plantas, y más de cien mil objetos entre los que se incluyen armas, herramientas, piezas artísticas y artículos domésticos.

Todo este material ha aparecido en un estado de conservación excepcional, gracias a que ha permanecido congelado aproximadamente desde mediados del siglo XVII bajo el permafrost, la capa del subsuelo ártico que se mantiene permanentemente congelada. Es justamente la progresiva disolución del permafrost a consecuencia del calentamiento global en curso lo que, en los últimos años, está sacando a la luz numerosos restos arqueológicos e incluso paleontológicos en las latitudes árticas de todo el planeta.

El fenómeno afecta particularmente a las zonas costeras, pues el deshielo del permafrost propicia una fuerte y rápida erosión de las riberas marítimas. Es esto justamente lo que provocó que los vestigios de Nunalleq fueran arrastrados por las corrientes marinas hasta la playa de Quinhagak.

Máscara yupik que representa a un animal con una foca en la boca. Siglo XIX.

Foto: National Museum of American Indian, Smithsonian Institute

Un ataque violento

El interés de este yacimiento no se limita al gran número de objetos que se han podido exhumar. El lugar ha aportado también una valiosa información sobre un momento dramático de la historia yupik, antes del contacto con los europeos a principios del siglo XIX. En efecto, los arqueólogos han hallado indicios de que Nunalleq sufrió un violento ataque en torno a 1650, según indica la datación por radiocarbono de sus restos. Los atacantes prendieron fuego a un qasgiq (casa de los hombres y centro ceremonial), con personas y perros todavía dentro. Rick Knecht explica que «encontramos cuerpos humanos que fueron arrastrados fuera de la casa […]. Sus esqueletos estaban quemados y desmembrados». También se halló el cráneo dislocado de una mujer joven con una punta de flecha incrustada en la parte posterior.

En Nunalleq se hallaron esqueletos de personas quemadas y desmembradas

Hasta ahora, los historiadores, basándose en la tradición oral yupik, hablaban de un largo período de conflictos, llamado «guerras del arco y la flecha», que habría durado hasta la llegada de los rusos en el siglo XIX. La excavación de Nunalleq muestra que este ambiente de violencia ya existía a mediados del siglo XVII. En opinión de Knecht, estos conflictos bélicos fueron el resultado de un cambio climático: un enfriamiento del planeta durante 550 años conocido como la Pequeña Edad de Hielo, que coincidió con la ocupación de Nunalleq. Los años más fríos en Alaska, que correspondieron al siglo XVII, debieron de haber sido un momento desesperado para los yupiit, que se enfrentaron para hacerse con comida. «Siempre que hay un cambio rápido, hay interrupciones en los ciclos estacionales de subsistencia –dice Knecht–. Si llegas al límite, como sucedió durante la Pequeña Edad de Hielo o como pasa ahora, los cambios pueden ser más rápidos que la capacidad de adaptación de las personas a ellos».

Nunalleq constituye, pues, la primera evidencia arqueológica datada con precisión de una espantosa etapa bélica y de un período de hambrunas extremas que afectaron a varias generaciones de los yupiit. Según el antropólogo Kenneth Pratt, de la Oficina de Asuntos Indígenas de Estados Unidos, que ha trabajado en la región durante más de treinta años, el yacimiento de Nunalleq está brindando pruebas contundentes de «guerras prehistóricas en la región de los yupiit», ya que antes de su hallazgo «se tenían que basar casi exclusivamente en los relatos de la historia oral de generaciones pasadas». El asentamiento de Nunalleq rompe definitivamente con la idea estereotipada de que los inuit han sido siempre un pueblo pacífico, a pesar de que ni siquiera tengan una palabra para definir la guerra.

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Huellas de guerra

El estado de guerra que vivieron los yupiit fue tan traumático que llevó a los habitantes de Nunalleq a alterar el diseño tradicional de su aldea. Según Rick Knecht, los yupiit modificaron sus casas para crear un entorno más fortificado a medida que las guerras se intensificaron.

Familia yupik en la isla de Saint Lawrence en 1898.

Foto: Library of Congress / Getty Images

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Nunalleq perteneció al grupo yupik instalado en el sudoeste de Alaska, entre Norton Sound y la península de Alaska. Cuando los comerciantes y misioneros ortodoxos rusos empezaron a establecerse en la zona, en 1818, la población nativa era de unas 13.000 personas en tierras interiores y 3.000 en torno a la bahía de Bristol. La llegada de los rusos provocó una serie de epidemias entre los nativos. Los yupiit de Norton Sound fueron casi exterminados por una epidemia de viruela en 1838. Hoy en día, los yupiit del sudoeste de Alaska –anexionada a Estados Unidos en 1867– superan ligeramente las 20.000 personas.

Matthew W. Chwastyk, NGM Staff

Este artículo pertenece al número 219 de la revista Historia National Geographic.

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