Cuando el historiador Heródoto visitó Egipto en 450 a.C., al contemplar la riqueza del país pronunció su célebre frase: «Egipto es un don del Nilo». La aseveración del griego no podía ser más cierta. El territorio del antiguo Egipto sería un desierto si no fuera por las aguas vivificantes del río Nilo. Ciudades y poblados florecieron a orillas del gran río en un valle encajado entre el desierto oriental y el desierto líbico. No en vano en época faraónica Egipto se denominaba Kemet, «la tierra negra», en alusión al limo oscuro –un fertilizante natural– que dejaba la crecida anual del Nilo y que cubría los campos de cultivo ribereños.
Cronología
El gran río egipcio
2055-1650 a.C.
Durante este periodo, en el Reino Medio, se redacta el Gran himno a Hapy, del cual se han conservado en copias de la dinastía XVIII.
450 a.C.
El famoso historiador griego Heródoto visita Egipto y justo es suya la famosa frase «Egipto es un don del Nilo».
190 a.C.
Se esculpe la Estela del hambre de la isla de Sehel, en la que se narra la hambruna causada por una escasa crecida.
Siglo II d.C.
El geógrafo Claudio Ptolomeo dibuja un mapa que muestra las fuentes del Nilo cerca de los Grandes Lagos africanos.
Cada año, a inicios del verano, se producía el fenómeno de la inundación, que era esperado con regocijo y temor por el pueblo egipcio. De la cantidad de agua y limo que depositara el río en sus tierras dependía el resultado de las cosechas y la subsistencia de la población. Los habitantes de las riberas del Nilo no tenían una explicación racional para este fenómeno, por lo que lo atribuyeron a la acción de una divinidad. Hapy se convirtió así en dios de la crecida y del poder beneficioso del Nilo, y la crecida anual se llamó «la llegada de Hapy».
Es posible que en época predinástica el propio Nilo fuera llamado Hapy, lo que da a entender que éste era una divinidad muy antigua en el panteón egipcio. En todo caso, las primeras menciones escritas que tenemos sobre Hapy se encuentran en los Textos de las pirámides que el último faraón de la dinastía V, Unis, hizo inscribir en los muros de su pirámide en Saqqara.

Arando los campos. Escena de cultivo a orillas del río del inframundo en una pintura de la tumba del artesano Senedjem en Deir el-Medina.
Foto: DEA / Album
Hapy, dios de los dos Nilos
Hapy adoptó múltiples características propias de un dios de la fertilidad. Se trataba de una divinidad andrógina, con barba trenzada masculina, pero con prominentes senos femeninos. Su cuerpo, cubierto por un cinturón o en ocasiones un pequeño taparrabos, mostraba un vientre abultado, con pliegues de grasa que expresaban la idea de abundancia. Se lo representaba con piel azul, como las aguas del río, o de color verde, aludiendo a la fertilidad de las plantas.
Quizás el elemento más característico sea el tocado que luce en su cabeza, formado por las plantas heráldicas de Egipto: el loto y el papiro. Aunque puede representarse de pie o en posición de marcha, es habitual que se muestre de rodillas, sujetando una bandeja llena de ofrendas que simbolizan todos los productos que serán cosechados gracias a la inundación. En ocasiones, Hapy puede llevar en las manos una rama de palmera para computar el tiempo –como la que portaba Heh, el dios del infinito o de la eternidad–, ya que la inundación era un fenómeno anual.

Hapy, el dios del Nilo, en el 'Libro de los Muertos de Ani'.
Foto: British Museum / Scala, Firenze
La dualidad formaba parte de la vida y algunos conceptos del antiguo Egipto y este dios son una buena muestra de ello. Su figura se desdoblaba en dos divinidades gemelas: el dios del Nilo del Sur y el dios del Nilo del Norte. Hap-Meht, el dios del Nilo septentrional, portaba en la cabeza la planta heráldica del norte, el papiro. Ligado al Bajo Egipto, se le consideraba el consorte de la diosa cobra Uadyet. Su gemelo era Hap-Reset, el Nilo meridional, asociado a la diosa buitre Nekhbet, que portaba en la cabeza la planta del loto. Como muestra de esta dualidad, en ocasiones podía representarse a Hapy con dos ocas en la cabeza y llevando en las manos dos vasos que representan a los dos Nilos.
Como dios de la inundación, Hapy presidía la estación que empezaba con la llegada de las aguas. Como hemos mencionado, el pueblo egipcio esperaba con anhelo la inundación, tal como narra el Himno a Hapy, una obra anónima redactada durante el Reino Medio: «[Cuando] él se desborda, la tierra se llena de júbilo / y todos los seres se alegran, / todas las mandíbulas ríen».

Vista aérea del valle del Nilo cerca de Asuán, en la que se aprecia el límite entre los campos irrigados y el desierto.
Foto. Image Source / Getty Images
Un dios sin templos
La inundación no estaba exenta de riesgos. Los egipcios eran conscientes de que una crecida demasiado abundante podía arrasar el poblado, pero unas aguas bajas provocarían una terrible hambruna. «[Cuando] falta, se obstruyen las narices. / Todo el mundo se empobrece. / Se reducen las ofrendas a los dioses / y perecen millones de hombres», proclama el Himno a Hapy para referirse a las consecuencias de un año con una pobre inundación. Para evitar que esto sucediera e implorar una buena subida de las aguas,los sacerdotes escribían rollos de papiro con plegarias que arrojaban al Nilo junto con figurillas de Hapy y ofrendas.

Llegada de la inundación. Hasta la construcción de la gran presa de Asuán, las aguas del Nilo inundaban los campos egipcios. Imagen de 1898.
Foto: Library of Congress / AGE Fotostock
Hapy era importante no sólo por la llegada de la inundación, sino porque se lo consideraba uno de los dioses demiurgos o creadores y recibía el epíteto de «padre de los dioses»; no se conoce ningún templo dedicado a él. No obstante, en aquellos lugares en los que el Nilo era muy turbulento recibía una especial adoración. Uno de estos emplazamientos era Gebel el-Silsila, al norte de Asuán, en el Alto Egipto. Allí, Senenmut, un importante personaje de la dinastía XVIII (era el arquitecto de la reina Hatshepsut), se hizo construir un cenotafio, un monumento funerario que sólo era accesible durante la inundación, momento en el que el Nilo depositaba su limo fertilizante, lo que reforzaba la idea de renacimiento.

Copa en forma de flor de loto. Dinastía XXII. Museos Estatales, Berlín.
Foto: BPK / Scala, Firenze
Los egipcios creían que Hapy residía en el lugar en que nacía el Nilo, que ellos situaban en algún punto del Alto Egipto. Así, los textos antiguos indican que el río nacía entre dos montañas llamadas Qer-Hapy y Mu-Hapy, en la zona próxima a las islas de File y Elefantina. Curiosamente, el geógrafo y astrónomo griego Claudio Ptolomeo, que vivió en el siglo II d.C., dibujó un mapa en el que señalaba las fuentes del Nilo como un territorio con dos lagos y dos montañas situadas un poco más al sur del origen verdadero del río Nilo, en la zona de los Grandes Lagos de África central.

Mapa de Egipto con la representación del río Nilo y sus fuentes, según la Geografía de Ptolomeo, hacia 150 d.C.
Foto: Science Source / Album
Las fuentes del gran río
Otro de los orígenes de Hapy se sitúa en una cueva cerca de la primera catarata, en Asuán, desde donde el dios vertía las aguas del Nun, el océano primigenio, causando la inundación anual. «Es [la cueva] la casa del sueño de Hapy […]. Él trae la inundación: al levantarse de repente copula como un hombre, copula con una mujer». Estas palabras procedentes de la Estela del hambre, un monumento esculpido en una roca de la isla de Sehel, cerca de Asuán, describen la caverna como el lugar donde habita Hapy. Un relieve del pórtico de Adriano en el templo de Isis en File muestra al dios en una cueva protegida por una serpiente.

Una leyenda sitúa el origen de Hapy en una cueva cerca de la primera catarata del Nilo. En la imagen, la isla Elefantina, en Asuán.
Foto: Reinhard Schmid / Fototeca 9x12
El último responsable de que la inundación llegara en su justo momento y fuera beneficiosa era el faraón. Como garante de la maat (el concepto egipcio de orden cósmico, equilibrio y justicia), el soberano era el encargado de que Hapy, la inundación, fuera abundante. No es de extrañar la preocupación que muestra el faraón Djoser, protagonista de la Estela del hambre, ante un período de vacas flacas: «Todo el palacio real estaba apenado por el luto que regía mi trono [...] porque Hapy hacía tiempo que no acudía a mí. En un período de siete años, el grano ha sido escaso, y lo poco que había se secó». Por ello, algunas de las estatuas de Hapy se esculpían con el rostro del faraón, para relacionar al monarca con el dios de la fecundidad.

Templo de Isis en File. Este templo, erigido en la isla de File, fue trasladado a la isla de Agilkia tras la construcción de la presa de Asuán.
Foto: J. Banks / AWL Images
Resulta también significativo que en los laterales de los tronos, sustituyendo a los dioses dinásticos Horus y Set, dos figuras de Hapy entrelazasen las plantas heráldicas del loto y el papiro en la figura llamada sema-tauy o unión de las Dos Tierras. Sin duda, el poder de Egipto se asentaba sobre la fuerza del dios del Nilo.
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Aguas sanadoras y maléficas
Para los antiguos egipcios había aguas buenas y malas. A la primera categoría pertenecía el agua de la inundación anual. Durante la fiesta del Año Nuevo, los egipcios la recogían en unos recipientes en forma de cantimplora, pues creían que tenía propiedades curativas. También era positiva el agua que llenaba el lago sagrado de los templos, que simbolizaba el Nun, el océano primigenio. En cambio, el agua procedente de la lluvia tempestuosa que en ocasiones caía sobre Egipto se consideraba catastrófica, pues se creía que era enviada por el dios de la tormenta Set, enemigo de Osiris, que era quien gobernaba la crecida anual del Nilo. En los templos se construían gárgolas para evacuar las aguas pluviales y neutralizar su efecto dañino.

Gárgola en forma de león, emplazada en uno de los muros del templo de la diosa vaca Hathor en Dendera.
Foto: Terry J. Lawrence / Getty Images
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Morir como un dios en el Nilo
El carácter sagrado que tenía el Nilo para los antiguos egipcios alcanzaba a quienes morían ahogados en sus aguas. Uno de los mitos fundamentales del Egipto faraónico era el de Osiris, el dios que pereció en las aguas del Nilo al ser arrojado a ellas por su hermano Set en un ataúd, para renacer luego en el inframundo. Del mismo modo, los ahogados en el Nilo se identificaban con este dios y pasaban a ser humanos deificados. Un caso famoso es el de Antínoo, el amante del emperador Adriano, que murió ahogado durante el viaje a Egipto que el soberano llevó a cabo en el año 130 d.C. Tras su muerte, el emperador ordenó su divinización, mandó que se levantaran estatuas que lo mostraban como un dios e incluso construyó una ciudad en el lugar donde murió: Antinópolis.

Antínoo, el joven amante de Adriano, se representa aquí con el tocado 'nemes' y faldellín. Museo Gregoriano, Vaticano.
Foto: Scala / Firenze
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Hapy, dios provincial
La figura rechoncha de Hapy se representaba a menudo portando sobre su cabeza el estandarte de un nomo o provincia de Egipto. En esta fotografía del muro exterior de la capilla Roja de la reina Hatshepsut en Karnak, el estandarte consiste en un halcón con una pluma delante, símbolo del nomo de Edfu, conocido como «el Trono de Horus». Hapy sostiene en sus manos una bandeja con dos jarras de libación y el cetro was, y de su brazo penden dos ankhs, símbolo de la vida que aporta la inundación.
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El Alto y el Bajo Egipto
En el templo de Luxor hay varias estatuas colosales de Ramsés II sentado en su trono, en cuyos laterales aparecen dos figuras enfrentadas de Hapy. Cada una porta en la cabeza una de las dos plantas heráldicas de Egipto: el loto, símbolo del Sur o Bajo Egipto, y el papiro, emblema del Norte o Alto Egipto, que también aparecen a sus pies. La ligadura que realizan con los tallos de estas plantas crea el jeroglífico de la palabra sema-tauy, que significa «la unión de las Dos Tierras», es decir, del Alto Egipto y el Bajo Egipto.
Este artículo pertenece al número 213 de la revista Historia National Geographic.