En la antigua Grecia la mujer no tenía ningún reconocimiento jurídico, político o social. Estaba alejada de la esfera pública y no podía acceder al estatus de ciudadana, por lo que no formaba parte de los órganos políticos de la polis, la ciudad. Su papel en la sociedad griega era el de esposa y, sobre todo, el de madre, ya que su función era proveer de nuevos ciudadanos a su polis y continuar la estirpe de su marido. El propio Aristóteles afirmó, en su Política, que «la excesiva libertad y disolución de las mujeres es muy perjudicial para el buen gobierno de la ciudad».
Siempre bajo tutela
Dado su papel como esposa y madre, el espacio femenino por antonomasia era el oikos, el hogar. Las mujeres se iniciaban en la edad adulta a través del matrimonio, momento en el que dejaban de estar bajo la supervisión de su padre para ponerse en manos de su marido, dependiendo siempre, a lo largo de toda su vida, de un varón: su tutor o kyrios. Tras la ceremonia del matrimonio se instalaban en la casa del marido, que se convertía en su nuevo hogar.

Adios a la niñez. En esta decoración cerámica, la muchacha que se prepara para casarse, acompañada de sus amigas, es Hipodamía. La joven se dispone a unirse con el rey de los lapitas, Pirítoo, en uno de los más famosos episodios de la mitología griega.
Foto: Bridgeman / ACI
La víspera de la boda, el padre de la novia ofrecía un sacrificio a los dioses mientras la muchacha dedicaba sus juguetes de infancia a la diosa Ártemis, comprometiéndose a cumplir con las responsabilidades de una mujer casada. El día de la boda, las mujeres de su entorno portaban agua para el baño purificador, en un recipiente muy característico llamado lutróforo. Esta vasija de forma alargada y cuello estrecho, decorada con escenas matrimoniales, también podía depositarse como ofrenda en templos –tal como se ha constatado en el santuario de las Ninfas de la Acrópolis ateniense– o como ofrenda funeraria en las tumbas de las mujeres solteras.

Este vaso, llamado 'lutróforo', se empleaba en los rituales nupciales.
Foto: Metropolitan Museum / Scala, Firenze
Las mujeres eran las responsables de adornar y coronar a la novia en su propia casa, donde esperaban a la comitiva que acompañaba a su prometido. Allí, el padre de la novia ofrecía un banquete. Cuando éste terminaba, la novia se despojaba de su velo. Era el momento en que el padre cedía la custodia al marido, quien la escoltaba hasta su nuevo hogar junto a parientes y amigos, acompañados de antorchas y música, formando una procesión de carácter festivo. Las celebraciones continuaban hasta el día siguiente, en el que la recién casada, ya en su nueva morada, recibía regalos de sus familiares y amigos.

Espejo con una joven y figuras de Eros, quizá perteneciente a una novia. Siglo V a.C. Museo Walters, Baltimore.
Foto: Bridgeman / ACI
El lugar de la esposa
En el espacio doméstico, gobernado por el cabeza de familia, la mujer ocupaba el gineceo, una habitación de uso exclusivamente femenino, que solía estar en la parte más recóndita de la casa. En las estelas funerarias y la decoración de las cerámicas vemos representado este ámbito femenino, íntimo y personal, dominio exclusivo de las mujeres.
Las tareas femeninas tenían que ver con la gestión de la economía doméstica. Uno de los cometidos principales era la producción de tejidos. La mujer de la casa se encargaba de hilar y tejer la ropa para el consumo familiar, y el telar era un elemento habitual en las viviendas. La vinculación de las mujeres con la actividad textil adquirió un importante carácter simbólico, como vemos en el caso de Penélope, la esposa de Ulises, que se convirtió en emblema de la fidelidad conyugal. Su figura se asocia con el telar donde, durante el día, confeccionaba el sudario para su suegro Laertes, que destejía de noche para evitar elegir a uno de los pretendientes que la acosaban para casarse con ella, pues todos creían que Ulises había muerto; sólo ella confiaba en que volvería.

La esposa que aguarda. En una cerámica vemos a Penélope junto al telar con Telémaco, hijo suyo y de Ulises. Penélope prometió casarse con uno de sus pretendientes cuando acabase el sudario que estaba tejiendo, pero lo destejía por la noche para evitar el matrimonio.
Foto: AKG / Album
Las tareas textiles eran tan importantes que uno de los objetos arqueológicos más característicos es el epínetro, una pieza de madera o cerámica de forma semicilíndrica que las mujeres apoyaban sobre el muslo para evitar manchar las vestimentas con la grasa de la lana durante el proceso del cardado, es decir, de limpiar y separar las fibras de lana. Los epínetros solían entregarse como regalos de boda y algunos presentan una cuidadísima decoración, que podía incluir una cabeza de la diosa Afrodita.

Epínetro (instrumento para cardar lana), con escena de gineceo y cabeza femenina en un extremo. Siglo V a.C.
Foto: RMN-Grand Palais
Por último, las mujeres de la casa también se encargaban de la preparación de los alimentos y el cuidado de sus hijos. La educación de niños y niñas era responsabilidad de las mujeres, aunque los varones pasaban a manos de un pedagogo a partir de cierta edad. La música formaba parte de las enseñanzas que recibían las niñas. Era común que las hijas de los ciudadanos aprendieran a tocar la lira, mientras que el aulós o flauta doble era de uso exclusivo de las prostitutas.

Al cargo de los hijos. La educación de los hijos correspondía a la madre. Estela funeraria con una madre y su hijo. Siglo V a.C. Museo del Louvre, París.
Foto: Bridgeman / ACI

Educación musical. Una muchacha toca la lira ante otra joven. Decoración de un 'peliké' (vaso con asas) atribuida a Polignoto de Samos o su taller. Siglo V a.C.
Foto: Erich Lessing / Album
Fuera de casa
Aunque las mujeres griegas pasaban la mayor parte del tiempo en sus casas, también podían acceder al espacio público. La participación en festividades religiosas era una de las pocas situaciones en las que estaba justificado que las mujeres salieran de casa. De hecho, la religión era prácticamente el único campo donde una mujer podía desempeñar tareas importantes. Podía ser sacerdotisa o participar activamente en los cultos, como era el caso de las arréforas encargadas de tejer el peplo para vestir a la estatua de la diosa Atenea en la Acrópolis.
Existían festividades exclusivas para mujeres, normalmente asociadas con la agricultura y la fertilidad de las tierras. En las Tesmoforias, las mujeres se agrupaban y rendían culto a la diosa Deméter y su hija Perséfone: sacrificaban cochinillos que enterraban en pozos en los alrededores del templo dedicado a esta divinidad agrícola, para recuperar sus restos un tiempo después y sembrarlos ritualmente, junto con semillas, en los campos. En la fiesta de las Leneas, las mujeres de buena posición social se transformaban en ménades que, de forma desenfrenada, acompañaban el cortejo del dios Dioniso, saliéndose de los estándares civilizados. No olvidemos, por último, que la famosa pitonisa de Delfos, por cuya boca el dios Apolo emitía sus oráculos, era una mujer.

Celebración báquica. Así imaginó el pintor holandés Lawrence Alma-Tadema, en 1889, un ritual en honor de Dioniso (el Baco romano), dios del vino; en estas celebraciones el papel de las mujeres era fundamental.
Foto: Bridgeman / ACI
Las mujeres también protagonizaban los rituales funerarios. Preparaban el cuerpo de los difuntos, ungiéndolos y vistiéndolos, y formaban parte de la procesión fúnebre, en la que desempeñaban el papel de plañideras y manifestaban de forma explícita el dolor, lo que contrastaba con la actitud silenciosa de los hombres. También salían de sus hogares para visitar a otras mujeres o tomar parte en las ceremonias del matrimonio.

Ritual funerario. El joven Ofeltes (personaje mitológico también llamado Arquémoro) yace en su lecho funerario mientras una mujer lo amortaja. Cerámica del siglo IV a.C. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
Foto: Bridgeman / ACI
Sabemos con certeza que las mujeres no podían trabajar como actrices y participar en las representaciones teatrales, pero no hay acuerdo entre los investigadores sobre si podían asistir a los espectáculos teatrales.
Más libertad
El acceso de las mujeres a espacios tradicionalmente masculinos variaba según la ciudad, siendo Atenas el ejemplo más restrictivo. Es notorio el caso de Esparta, donde gozaban de mayor libertad. Licurgo, que estableció las leyes de esta ciudad, instituyó el entrenamiento físico para ambos sexos, aunque el objetivo de esta práctica no era fomentar la igualdad sino favorecer la existencia de mujeres robustas que soportaran mejor el parto. En cualquier caso, es razonable pensar que las espartanas vivieran menos recluidas que las atenienses; no en vano Aristóteles afirmó en su Política que «este mal les ocurrió a los lacedemonios [los espartanos] desde un principio, o sea la excesiva libertad de sus mujeres, a causa de las prolongadas ausencias con motivo de las guerras que sostuvieron».
Al igual que podían existir diferencias entre las polis, también las había entre clases sociales. Curiosamente, las esclavas gozaban de mayor libertad, ya que era habitual que acudieran al mercado o a la fuente para aprovisionarse de agua, como vemos en la decoración de algunas cerámicas... Y las mujeres de las clases pobres trabajaban: lavanderas, tejedoras, vendedoras, nodrizas y parteras eran profesiones de carácter femenino.

Mujer cocinando; una niña la contempla. Terracota. Siglo V a.M. Museo de Bellas Artes, Boston.
Foto: Bridgeman / ACI
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Aspasia de Mileto. Este óleo de la artista Marie Geneviève Bouliard representa a la compañera de Pericles. 1794. Museo de Bellas Artes de Arrás.
Foto: Bridgeman / ACI
Hetairas, las mujeres más libres
Aunque el papel tradicional de la mujer era el de madre y esposa, existían excepciones. Era el caso de las hetairas, prostitutas de lujo que acompañaban a los hombres en los banquetes, amenizándolos con danza, música y conversación. Su condición les permitía acceder al ámbito masculino y también a la educación. La hetaira más famosa fue Aspasia de Mileto, cuyo nombre ha conseguido traspasar la barrera del olvido. Aspasia, compañera de Pericles, fue una figura clave en la Atenas de su época. Famosa por su belleza e inteligencia, se codeó con algunos de los personajes más importantes de su momento, como Sócrates o Fidias; los ataques que recibió por parte de sus contemporáneos fueron formas indirectas de desprestigiar políticamente a Pericles.
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Libertades cretenses. Dracma acuñada en la isla de Creta, donde se encuentra Gortina, con la efigie de la diosa Hera en el anverso. 350-220 a.C.
Foto: AGE Fotostock
Las mujeres de Gortina
Además de Esparta, había otras ciudades donde las costumbres que atañían a las mujeres eran más laxas que en Atenas. Según el código de la ciudad de Gortina, en la isla de Creta, las mujeres podían heredar, controlar y gestionarsus propiedades. Con ello se reconocía el valor del trabajo femenino como generador de riqueza. Además de administrar sus propios bienes, las mujeres podían controlar las posesiones de sus hijos, en caso de que el padre o el marido hubieran infringido las leyes que las regulaban. En Gortina también se ha conservado la legislación sobre el matrimonio, el divorcio y la posesión de bienes que afectaba a siervas y esclavas, lo que permite comparar la vida de éstas con la de las mujeres de las clases superiores.

Ver más sobre las mujeres bajo la mirada de los autores griegos.
Este artículo pertenece al número 206 de la revista Historia National Geographic.