En un día claro, desde la ciudad de Ginebra se distingue –al sur y a lo lejos, más allá de las aguas del lago Leman–una alta montaña que corona un inmenso macizo encaramado entre montes más bajos. Hoy conocemos con el nombre de Mont Blanc su cúspide piramidal, cubierta de nieve todo el año. Pero hubo un tiempo en el que la montaña más alta de Europa al oeste del Cáucaso tenía otro nombre. Los habitantes locales, tal y como recoge el atlas de Mercator de 1595, lo llamaban Mont Maudit, «monte maldito», quizá por las muchas leyendas que sus cimas inalcanzables habían generado en el folclore local. Se decía que los dragones habitaban las cumbres más altas de los Alpes, y se les podía oír derrumbando rocas y provocando aludes de nieve durante las tormentas más fuertes.
Con la llegada de la Ilustración en el siglo XVIII, el método científico alcanzó también a los Alpes. El médico y naturalista suizo Johann Jakob Scheuchzer, por ejemplo, publicó en 1746 el libro Itinera alpina en el que atribuía los avistamientos de dragones a simples alucinaciones y asociaba su mito con los huesos de osos cavernarios encontrados en varias cuevas. Con su ciencia, los naturalistas mataron a los dragones de las montañas y las dejaron libres para que los alpinistas las conquistasen.
Uno de los muchos visitantes que llegaron a los valles alpinos desde mediados del siglo XVIII fue el ingés William Windham, que en 1741 exploró el valle de Chamonix desde Ginebra. Acompañado de cazadores de rebecos y buscadores de minerales locales, el británico visitó el glaciar que termina justo encima del pueblo de Chamonix y lo llamó Mer de
Glace, «mar de hielo». Tres años después, el suizo Pierre Martel mencionaba ya la montaña con el nombre actual de Mont Blanc.
Las siguientes páginas en la historia del Mont Blanc fueron escritas por un botánico y geólogo de Ginebra, Horace-Bénédict de Saussure, considerado como el fundador del alpinismo.
A partir de 1760, De Saussure recorrió los valles cercanos, exploró el macizo y ofreció una recompensa de veinte táleros de plata al primero que coronara el Mont Blanc. Él mismo trató de llegar a la cima de la montaña en varias ocasiones y, aunque no tuvo éxito, con los datos que obtuvo elaboró Viajes a los Alpes, una obra en cuatro volúmenes pionera en el estudio de la cordillera.

Horace-Bénédict de Saussure en una litografía.
Horace-Bénédict de Saussure en una litografía.
Foto: Bridgeman / ACI
A mediados del siglo XVIII, la región de Chamonix comenzó a recibir visitantes que querían explorar el macizo del Mont Blanc
Un joven guía alpino
Durante los siguientes 26 años, fracasaron todos los intentos por llegar a la cima del Mont Blanc, hasta que Jacques Balmat, hijo de unos granjeros del valle de Chamonix –y uno de los guías favoritos para los primeros extranjeros que llegaban a la región– decidió que sería él quien se haría con el premio ofrecido por De Saussure.
En julio de 1786, después de varios intentos infructuosos, Balmat encontró la ruta adecuada. A través del glaciar de Taconnaz subió hasta los salientes rocosos llamados Grands Mulets y desde allí vio la cúpula nevada del Dôme du Goûter, el último obstáculo antes de encarar la cresta que conduce hasta la cima del Mont Blanc. El mal tiempo le impidió proseguir más allá de los Grands Mulets y pasó la noche al raso, sólo con una hogaza de pan y una botella de brandy. Hasta entonces, nadie había pasado una noche sin refugio y tan arriba.
Balmat no durmió: «Mi aliento se congelaba, y mis ropas estaban completamente empapadas. Movía constantemente las manos y los pies para desentumecerlos y empecé a cantar para alejar los pensamientos que empezaban a oscurecer mi cerebro», contó años después al novelista Alexandre Dumas, que le entrevistó en 1832.
No sólo sobrevivió esa noche, sino que pasó otras dos noches seguidas en la montaña examinando las posibles rutas para llegar a la cima antes de regresar a casa. Ahora Balmat conocía la ruta para llegar al Mont Blanc, pero durante tres semanas el mal tiempo impidió la ascensión. Las aprovechó para buscar al compañero que necesitaba: un testigo culto que pudiera certificar su hazaña. Lo encontró en el doctor Michel-Gabriel Paccard, un médico de Chamonix que también había intentado subir al Mont Blanc en varias ocasiones.
Un día para la historia
A las cinco de la tarde del 7 de agosto de 1786, cuando el sol apenas se escondía tras las montañas, Balmat y Paccard partieron de Chamonix hacia la cima. No llevaban nada de lo que constituye el equipamiento mínimo actual: ni cuerdas, ni piolet, ni crampones. Sólo instrumentos científicos, un poco de ropa, comida y un largo bastón con punta de hierro. Durmieron en la cima de la Côte, entre los grandes glaciares de Bossons y Tacconaz; Balmat envolvió al doctor en una alfombra «como si fuera un bebé» para pasar la noche. A las dos de la madrugada despertaron para seguir subiendo. Atravesaron el glaciar de Taconnaz con sus grietas «cuya profundidad no podía ser medida con los ojos» y sus puentes de nieve «que se hundían bajo los pies».

Balmat señala el Mont Blanc a De Saussure en este monumento de Chamonix. En el centro, el glaciar de Bossons, con la Côte detrás.
Balmat señala el Mont Blanc a De Saussure en este monumento de Chamonix. En el centro, el glaciar de Bossons, con la Côte detrás.
Foto: Alamy / ACI
En los Grands Mulets, una fuerte racha de viento se llevó el sombrero de Paccard, quien, según Balmat, apenas podía sostenerse del espanto, el cansancio y el frío. Llegaron al Dôme du Goûter y miraron hacia Chamonix con un catalejo: ahí vieron a una multitud que, a su vez, les estaba observando desde la plaza.
El guía siguió adelante, pero Paccard, muy debilitado, se sentó a esperar. Balmat continuó subiendo «parando cada diez pasos» para respirar con unos «pulmones que parecían haber desaparecido». El montañero siguió subiendo, con la cabeza baja, mirando dónde pisaba, hasta que el terreno se hizo llano. Acababa de llegar a la cima del Mont Blanc. «Sentía que los músculos de mis piernas sólo seguían juntos por la sujeción de mis pantalones» pero «¡era el rey del Mont Blanc!», contó a Dumas. Desde Chamonix, todo el pueblo lo vitoreó cuando hizo ondear su sombrero en el extremo de su bastón.
Balmat regresó a donde había dejado a Paccard, arrullado como un gato en la nieve, y lo convenció para que subiera a la cima. Era poco después de las seis de la tarde y el sol aún brillaba en el cielo. Por debajo, no había sino picos afilados, rocas, nieve y hielo. A lo lejos, los lagos de Leman y Neuchâtel eran «tan sólo dos puntos azules casi imperceptibles» en el horizonte.
El descenso fue una odisea: Paccard no tenía energías y el cansancio empezaba a hacer mella en Balmat. Pasaron la noche por debajo de la línea de hielo, frotando sus manos congeladas para reavivar la circulación de la sangre. A la mañana siguiente, Paccard tenía ceguera de la nieve y la cara de Balmat estaba quemada por el sol, pero ambos regresaron a Chamonix con una sonrisa enorme mientras eran recibidos como héroes. Acababan de conquistar lo imposible y habían escrito una de las páginas más memorables de la historia del alpinismo.
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Camino a la cima

La cima del Mont Blanc.
Foto: DEA / Scala, Firenze
Después de pasar la noche en la Côte, en la unión de los glaciares de Bossons y Taconnaz, Balmat y Paccard ascendieron hasta el Dôme du Goûter, la «cúpula de la merienda», porque el sol la ilumina a media tarde. Desde allí, una caminata lleva a la cima. Esta ruta se convirtió con el tiempo en impracticable. En este grabado de 1838 se señala un camino que se tomó más adelante.
La escalada de los científicos

La expedición de 18 personas formada por porteadores, guías y científicos.
La expedición de 18 personas formada por porteadores, guías y científicos.
Foto: Rue des Archives / Album
Un año después de la primera ascensión al Mont Blanc, De Saussure también consiguió llegar a la cima. Lo hizo acompañado de dieciocho personas, entre las que se encontraba el propio Balmat. Este grabado publicado en 1790 muestra la amplia expedición, formada por guías, porteadores y científicos. Al llegar a la cima, De Saussure montó un pequeño observatorio con los aparatos transportados hasta lo alto del pico y pudo realizar la primera medida in situ de la montaña: estableció su altura en 4.840 metros, 32 menos de los que tiene en realidad.
Guías pioneros

Jacques Balmat. Placa de un monumento en Chamonix.
Jacques Balmat. Placa de un monumento en Chamonix.
Foto: Alamy / ACI
Balmat fue uno de los fundadores, en 1821, de la Compagnie des Guides de Chamonix para dar apoyo a los guías, fijar cuotas y repartir su trabajo. Desde entonces, los guías de Chamonix realizaron algunas de las grandes primeras ascensiones de los Alpes.
Este artículo pertenece al número 194 de la revista Historia National Geographic.