Desde antiguo, la humanidad ha tenido la necesidad de triturar el grano para convertirlo en harina y con ella elaborar el pan. Para ello se han utilizado morteros de mano, molinos de sangre –movidos por animales–, molinos de mareas –que aprovechan los movimientos cíclicos del mar–, hidráulicos –basados en las corrientes fluviales– y los molinos de viento situados en altura, que reciben el impulso de los aires cambiantes. Desde la industrialización, todos estos molinos han sido sustituidos por artilugios con motor eléctrico.
Aunque los hubo en diversas partes del territorio español, los molinos de viento más conocidos, gracias al Quijote de Cervantes, son los de la Mancha. Originariamente la Mancha fue un área casi deshabitada incluida en los territorios cedidos por los reyes de Castilla a la orden militar de Santiago y que fue repoblada en la primera mitad del siglo XIV. La Mancha santiaguista, como es preferible llamarla, es una zona repartida entre las actuales provincias de Toledo, Cuenca y Ciudad Real, y en ella se encuentran la mayor parte de las localidades que construyeron de forma casi simultánea los molinos de viento que inmortalizó el Quijote, desde El Quintanar y Miguel Esteban hasta Tomelloso, pasando por El Toboso y La Mota del Cuervo, y desde Campo de Criptana hasta Socuéllamos, incluyendo Pedro Muñoz y la desaparecida Manjavacas.

Molinos manchegos
Molinos manchegos pintados por Gregorio Prieto. Siglo XX.
Oronoz / Album
Una tierra sin agua
A diferencia de otros dominios de la orden de Santiago en Castilla la Nueva que contaban con aguas corrientes y molientes –como los heredamientos de Aranjuez y Ruidera–, en la Mancha santiaguista no había corrientes de agua que mantuvieran un caudal aceptable todo el año, por lo que para realizar las moliendas era necesario utilizar morteros de mano o bien molinos de tracción animal, en unas instalaciones conocidas como atahonas.
La introducción de los molinos de viento sirvió para abaratar costes y esfuerzos. Con ellos las moliendas se podían realizar cerca del domicilio de los labradores, evitando a estos la necesidad de enviar su cereal a molturar a muchos kilómetros de distancia, en una época, además, en que se cobraban derechos de paso por doquier.
Se cree que fueron los caballeros de la orden militar de San Juan quienes trajeron al centro de Castilla esta nueva tecnología, que habían visto en el este del Mediterráneo, particularmente en la isla de Rodas, donde tuvieron su sede entre 1309 y 1522. Sin embargo, por alguna razón que se nos escapa, los caballeros de San Juan no los construyeron en los dominios que tenían en Castilla hasta mucho después. Así, la mayor parte de los célebres molinos de Consuegra, localidad que fue cabeza de un Gran Priorato sanjuanista, no son anteriores a los inicios del siglo XIX. Igualmente, algunos molinos de Alcázar de San Juan, otra localidad de la orden sanjuanista, son, incluso, de época muy reciente.

Molino de Consuegra
Mecanismo con la piedra de moler y el engranaje formado por la rueda catalina y la linterna en un molino de Consuegra.
Matyas Rehak / Alamy / ACI
El principal lugar de recepción de estos artefactos fue Campo de Criptana, una villa perteneciente a la orden de Santiago. En ese municipio se construyeron unos treinta, la mayoría concentrados en la sierra de los Molinos, una pequeña meseta situada en la parte alta del pueblo. Acostumbrado como estaba a observar edificios estáticos, Cervantes, al pasar por esa localidad durante los viajes que tuvo que hacer por la meseta, debió de quedar impresionado al ver a lo lejos los molinos con sus brazos girando al viento. Su genio le hizo ver la plasticidad de esos movimientos, que la mente dañada de don Quijote convirtió en gigantes.
El rastro de los pioneros
Gracias a los grandes pleitos que movieron los Fugger, los banqueros alemanes del emperador Carlos V y de Felipe II, conocemos con exactitud tanto el momento como los lugares en que se introdujeron los molinos de viento y quiénes fueron sus primeros dueños. A finales del siglo XV, los Reyes Católicos incorporaron las órdenes militares a la Corona, lo que suponía que las rentas del maestre de Santiago iban ahora a las arcas reales. Los Fugger se encargaron de recaudar los bienes que les correspondían a Carlos V y Felipe II como maestres de las órdenes militares, y exigían a los pueblos que disponían de molinos que pagaran los diezmos eclesiásticos.
Los litigios de los Fugger que, por distintas causas, llegaron ante la Audiencia de Granada en 1548-1549 muestran que en esas fechas había un molino en Madridejos o Alcázar de San Juan –que pronto se derribó–, así como en Socuéllamos, Belmonte y Campo de Criptana. En esta última localidad constaban como propietarios Francisco Rodríguez, Juan de Beas, Antón Sánchez de la Puebla y Alonso García Herrero. Sin embargo, los artífices de los primeros molinos criptanenses fueron Cristóbal Arias, Juan Pérez y el bachiller Martín Sánchez, que levantaron los tres primeros en 1545. En ese mismo año, Benito García de Carrión erigiría el primer molino de viento en La Mota del Cuervo, después de que el municipio renunciara a construirlo. En el territorio de la orden de Calatava solo se levantaría un molino en esos años del siglo XVI (en Almagro, 1550), pero con tan mala fortuna que hubo que demolerlo después de que en sus cimientos se descubriera una mina de plata.
Los molinos eran caros y sus piezas se rompían constantemente
Allí donde sobrevivieron, los molinos de viento estuvieron en uso hasta la década de 1960, cuando se generalizó la electrificación rural. Sin embargo, su vida siempre fue azarosa. Se trataba de artefactos caros y de mantenimiento costoso, pues sus piezas se rompían constantemente, y los cambios de propietarios eran frecuentes. Por ejemplo, el Molino Grande o de La Usada, situado en la sierra de Campo de Criptana, cambió cinco veces de propietario en un siglo, entre 1628 y 1728.
El oficio de molinero
Los propietarios podían trabajar ellos mismos como molineros, aunque lo más usual era que tuvieran una persona encargada o un arrendatario. Dado que los usuarios llevaban a moler su cereal conforme lo iban necesitando para panificarlo, los ingenios estaban en funcionamiento la mayor parte del año, especialmente, durante el estiaje, que dejaba los ríos secos y a los molinos hidráulicos sin uso.
El oficio de molinero era muy exigente. Además de recibir a los clientes por «veceras», esto es, por turnos, los molineros debían proceder a hacerse cargo del grano, almacenarlo y molturarlo conforme iba quedando espacio para ello. También tenían que alisar y pulir periódicamente las piedras que trituraban el grano. Y debían detectar los cambios de las corrientes de aire, de modo que, moviendo el palo de gobierno o timón del molino, pudieran orientar los brazos giratorios y aprovechar mejor el viento. La última fase del trabajo era recoger la harina resultante en costales, que eran entregados a los dueños del cereal contra el pago de los derechos de maquila o molienda.
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Molinos de viento en una vista de Rodas del siglo XV
Molinos de viento en una vista de Rodas del siglo XV.
Album
Llegados de oriente
Inventados por los antiguos persas, los molinos de viento alcanzaron gran difusión en el Próximo Oriente durante la Edad Media. Allí los descubrieron los caballeros cruzados, que los importaron a Rodas o a Malta antes de llevarlos a la península ibérica.
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Un elemento esencial en el paisaje del Quijote
En el episodio más famoso de la novela de Cervantes, don Quijote, mientras iba por la Mancha, vio «treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo» y, confundiéndolos con «desaforados gigantes», decidió luchar con ellos. Pero no es esta la única referencia que se hace a los molinos en el texto cervantino. En otro episodio, don Quijote ve unos molinos de río o aceñas, y se lanza hacia ellos pensando que son un castillo en el que está prisionero algún caballero o princesa. Por su parte, Sancho pronuncia varias frases hechas relacionadas con los molinos. Por ejemplo, en una ocasión dice que quiere hacer algo rápido, «a sangre caliente y cuando estaba picado el molino», lo que alude a que el molinero debía pulir con frecuencia la rueda para que moliera bien.
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Ingenio eólico
Los molinos de la Mancha tienen forma de torre. En el exterior había cuatro grandes aspas cubiertas por velas (1). El eje de las aspas (2) estaba inclinado unos 10 grados sobre la vertical, una novedad tecnológica que permitía aumentar hasta 20 caballos la potencia del ingenio. Gracias a un timón (3) se podía girar la estructura para adaptarla a la dirección del viento. Un anillo circular, llamado rueda catalina (4), transmitía el movimiento de las aspas a una linterna (5) situada en la vertical de las piedras del molino, haciendo girar la de encima. La harina se depositaba en el recipiente del piso intermedio (6) y se recogía debajo en sacos (7).

sección de un molino de viento manchego
Ilustración 3D de la sección de un molino de viento manchego.
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Este artículo pertenece al número 236 de la revista Historia National Geographic.