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En el alto y montañoso desierto de la cuenca del río San Juan, los antiguos indígenas pueblo construyeron un prodigio: las Casas Grandes del Cañón del Chaco (Nuevo México, Estados Unidos). Levantadas entre 850 y 1200, estas estructuras de arenisca y adobe alcanzaban hasta cinco plantas de altura y contenían hasta 700 habitaciones; fueron los edificios de viviendas más grandes de América del Norte hasta el siglo XIX. Aun así, los historiadores llevan mucho tiempo preguntándose cómo los pueblo consiguieron más de 200.000 troncos para edificar las Casas en un desierto sin árboles. Las vigas son de pinos y abetos que crecían a más de 80 kilómetros del Cañón del Chaco. Las que soportan más peso son de pino ponderosa y miden entre 20 y 25 cm de ancho por más de 4,5 m de largo. Cada una pesa cerca de cien kilos. Pero ¿cómo llegaron hasta allí?

Casa Grande del yacimiento de Pueblo Bonito
Las vigas de madera son elementos constructivos esenciales de esta Casa Grande del yacimiento de Pueblo Bonito, tal como puede apreciarse en la imagen. Parque Histórico Nacional de la Cultura Chaco, en el estado de Nuevo México.
DAN LEETH / ALAMY
No hay huellas de arrastre, lo que sugiere que se cargaron; una proeza que se llevó a cabo sin bestias de carga, ruedas ni canales acuáticos. Desde la década de 1920 han surgido varias teorías sobre cómo se trasladaron: sobre palos cruzados sostenidos por varias personas, a hombros o bien apilando los troncos más grandes sobre otros más pequeños que se hacían rodar. Ahora, un equipo de la Universidad de Colorado Boulder liderado por James Wilson y Rodger Kram ha añadido otra: los mecapales.

Mecapal del siglo XVIII
Mecapal del siglo XVIII confeccionado con cáñamo y pelo de alce iroqués. Museo Británico, Londres.
BRITISH MUSEUM / SCALA, FLORENCE
En hallazgos documentados en el Journal of Archaelogical Science: Reports, Wilson y Kram sostienen que se pudieron emplear mecapales, una herramienta sencilla usada desde hace siglos en todo el mundo y compuesta por dos grandes fajas o correas atadas entre sí, una de las cuales se coloca en la cabeza mientras que la otra sujeta la carga. Con ellas, el peso reposa en cabeza, cuello, hombros y espalda. Wilson y Kram se colocaron unos mecapales para cargar troncos pesados. Juntos descubrieron que se podían transportar troncos de unos 60 kilos a lo largo de 24 kilómetros en menos de diez horas. Wilson sostiene que el mecapal es «la mejor explicación posible sobre cómo los habitantes del Chaco transportaron los troncos».
Aunque se han encontrado mecapales en la región, se usaban para llevar objetos más ligeros, como vasijas de agua, maíz, cerámica, piedras preciosas, cacao e incluso guacamayos. Aún no hay pruebas directas de que los chacoanos los empleasen para cargas más pesadas. El arqueólogo Wirt Wills, de la Universidad de Nuevo México, que no ha participado en el estudio, cree que las pruebas demuestran la viabilidad del método, pero que la solución probablemente se encuentre en «una combinación de métodos determinados por el tamaño de las vigas, el tipo de madera, la distancia, la disponibilidad de mano de obra y la organización del trabajo».
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James Wilson y Rodger Kram
James Wilson (izquierda) y Rodger Kram (derecha) cargando un tronco de 60 kg con mecapales.
PATRICK CAMPBELL / UNIVERSITY OF COLORADO BOULDER
Prueba superada con éxito
Rodger Kram, profesor de Fisiología de la Universidad de Colorado, pensó que los mecapales podían dar una respuesta al misterio de los troncos empleados en las Casas Grandes. Después de sus experimentos con James Wilson, estudiante de Medicina, Kram llegó a la conclusión de que se necesitarían unos cuatro días para transportar un tronco desde las montañas Chuska hasta Chaco, trayecto de más de 80 km que ambos planean llevar a cabo portando un tronco, tras un período previo de preparación física.
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El Cañón del Chacoforma parte del Parque Histórico Nacional de la Cultura Chaco, que incluye más de 12.000 hectáreas en las altas mesetas desérticas del noroeste de Nuevo México. Está rodeado por las montañas Chuska, San Juan y San Pedro.
Este artículo pertenece al número 235 de la revista Historia National Geographic.