Desde el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón por Howard Carter el 4 de noviembre de 1922, la máscara funeraria del faraón se ha convertido en un icono del antiguo Egipto. Su factura, la riqueza de los materiales y, sobre todo, el magnífico estado de conservación en que se halló explican la atracción que desde entonces ha ejercido este retrato idealizado del rey niño, realizado hacia 1323 a.C. Pero no se trata de una pieza aislada. Las máscaras fueron una parte esencial de los ajuares funerarios de los egipcios de todas las clases sociales, desde los nobles hasta los más humildes campesinos. Variaban la calidad y el valor de la obra, pero su función siempre era la misma: proporcionar un retrato de la persona fallecida que constituía su pasaporte hacia el más allá.
Cronología
Efigies para el más allá
2613-2494 a.C.
Desde la dinastía IV se moldean las vendas de la zona de la cabeza de las momias y se dibujan los rasgos faciales.
2160-2025 a.C.
Se fabrican las primeras máscaras de madera, ensambladas y pintadas con la imagen idealizada del difunto.
1539-1077 a.C.
Las máscaras funerarias de faraones y otros particulares de menos estatus alcanzan su máximo apogeo durante el Reino Nuevo.
Siglos I-IV
Los retratos del Fayum, de época romana, representan la última fase de la historia de las máscaras egipcias.
Mecanismo protector
Vestigios arqueológicos y representaciones halladas en objetos rituales y votivos muestran que las máscaras se conocían en Egipto desde los tiempos más remotos. El ejemplo más antiguo se desenterró en el Alto Egipto, en Hieracómpolis, un asentamiento al sur de Tebas ocupado desde 4000 a.C. y que fue uno de los centros más importantes de control e intercambio de bienes en el período anterior a la unificación política de Egipto.
Allí, en una tumba perteneciente a miembros de la élite social, se hallaron dos máscaras de cerámica que reproducían un rostro humano. La cara, de forma triangular, presenta orificios en los ojos y en la boca, además de un acabado en forma de punta bajo la barbilla, en lo que parece ser una barba. Pero lo más interesante es que a ambos lados, cerca de la oreja, hay sendos agujeros para que la máscara pudiera ser puesta sobre el rostro. ¿Estamos ante la primera máscara funeraria humana o reproduce el aspecto de una divinidad?
Más allá de este ejemplo, las máscaras egipcias que se han conservado son funerarias. Su razón de ser tiene que ver con la concepción que tenían los egipcios de la muerte como un tránsito a la vida de ultratumba. Para realizar este viaje era necesario conservar los cuerpos intactos, lo que se lograba momificando los cadáveres antes de depositarlos en sarcófagos. El problema era que, al tapar el rostro del difunto con las vendas, la persona no podía ser reconocida por los jueces del tribunal del más allá. Para remediar esta dificultad se empezaron a utilizar máscaras como sustitutas del verdadero rostro del difunto.
Además, la máscara constituía la salvaguarda para que el fallecido llegara a loscampos de Iaru, el paraíso de los antiguos egipcios, un lugar parecido a Egipto, con un río, canales y campos de cultivo, donde el difunto o la difunta vivían alegremente, libres de las preocupaciones de la vida terrenal. Para acceder a este lugar era necesario el reconocimiento de la persona fallecida a través de la momia; si ésta desaparecía –por ejemplo, en el caso de que su tumba fuera saqueada– siempre quedaba la máscara como identificación del difunto y pasaporte para su viaje al más allá.

¿Un rostro divino o humano? Esta curiosa máscara de cerámica fue encontrada junto con otra similar en una tumba del cementerio de Hieracómpolis. Es uno de los ejemplos más antiguos de máscara funeraria (o ritual) descubiertos en Egipto. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto: Kenneth Garrett
Oro y lapislázuli
Las máscaras también evidencian la importancia que la cultura egipcia atribuía al rostro humano. En la práctica de la momificación se tuvo siempre un especial cuidado con esa zona de la cabeza. Además de la protección que brindaban las vendas y la máscara, la magia de los libros funerarios también actuaba en la cabeza. El ensalmo 151 del Libro de los muertos del Reino Nuevo hace referencia a la protección especial de esta parte del cuerpo. «¡Oh hijo de Hathor! Porque nadie se atreverá a arrebatar tu cabeza hasta el fin de los tiempos».
La mayoría de las máscaras eran muy sencillas, de madera estucada y pintada. Algunas, en cambio, llevaban finas láminas doradas sobre la madera o se fabricaban enteramente de oro. Esta decoración tenía una explicación teológica. Los egipcios creían que, al morir, cualquier persona se convertía en Osiris, la divinidad funeraria que protegía el más allá. Y para que esta identificación fuera más real, los rasgos de la máscara estaban idealizados y los materiales usados hacían referencia a esta transformación divina del difunto.
Según las creencias egipcias, la carne de las divinidades era de oro y sus cabellos de lapislázuli, de manera que se utilizó oro, pan de oro o pintura amarilla para reproducir la carne, y lapislázuli o pintura azul para hacer las veces de cabello, cejas, bigote o pelo. No es de extrañar que, en el capítulo citado del Libro de los muertos, Anubis, «el embalsamador», salude así al difunto: «¡Bienvenido seas, bello de rostro, señor de la visión [...], bello de rostro entre los dioses!».

Paleta de los perros, datada hacia 2950 a.C. Abajo a la izquierda aparece una figura humana con cabeza de animal tocando una flauta, que se ha interpretado como un hombre con una máscara ritual. Museo del Louvre.
Foto: UIG / Album
Madera, yeso, papiros, lino….
Durante el Reino Antiguo se inició el arte de la momificación, aplicando a todo el cuerpo un vendaje con una capa de yeso y modelando el cuerpo. Ya a finales de esta época, la máscara cubría cabeza y hombros para proteger e identificar al difunto. Pero las primeras máscaras conocidas, exceptuando las de Hieracómpolis, se remontan al Primer Período Intermedio (dinastías IX y X), cuando la capital egipcia se encontraba en Heracleópolis Magna, en el Egipto Medio. Estas máscaras estaban compuestas por dos piezas de madera unidas con clavijas o con cartonaje, decoradas con una barba en el caso de los hombres y con pelucas tripartitas en el caso de la mujeres (se trataba de pelucas partidas en tres mechones: dos que enmarcaban el rostro y caían sobre el pecho, y otro, detrás, que caía sobre la espalda).
Las máscaras se empezaron a hacer populares a partir del Reino Medio. No se trataba de verdaderos retratos, sino que eran modelos estandarizados, generalmente según la zona geográfica. Se observa que las máscaras de la zona norte son más idealizadas, mientras que las del sur parecen un poco más realistas. Todas ellas presentan unos ojos exageradamente grandes y muestran una enigmática sonrisa en el rostro. La máscara que cubría la cara o parte del pecho fue haciéndose cada vez más grande, y acabó dando lugar a los ataúdes de madera.
Fue durante el Reino Nuevo cuando la producción de máscaras alcanzó su máximo grado de sofisticación, no sólo en las destinadas a la realeza, sino también en las de los particulares. Las hubo de muchos tipos y calidades, desde modelos sencillos de madera que imitaban la decoración de los ataúdes hasta las máscaras fabricadas en oro. En estas últimas se aprecia una evolución en el tamaño de las piezas: de grandes máscaras con un rostro muy pequeño se pasó, a partir del reinado de Amenhotep II (1425-1400 a.C.), a ejemplares más estilizados que cubren la cabeza hasta los hombros, como la celebérrima máscara de Tutankhamón o la del faraón Psusenes I, de la dinastía XXI (1051-1006 a.C.), hallada en la necrópolis real de Tanis.

Máscara que representa al dios cánido Anubis, señor de la momificación, usada posiblemente por un sacerdote. Museo del Louvre.
Foto: Josse / Scala, Firenze
Símbolo de estatus
En cuanto a las máscaras de particulares, la mayoría estaban fabricadas en madera polícroma. Cabe destacar que el color que se aplicaba al rostro estaba definido por una convención artística: a las máscaras de los hombres se les pintaba la zona de la cara de un tono más rojizo y las de las mujeres se decoraban con un tono amarillento. También se observa la aplicación de incrustaciones de cuarzo para los ojos e incluso de lapislázuli para las cejas.
En las máscaras masculinas, la zona del rostro se pintaba de un tono más rojizo y las de las mujeres se decoraban con una tonalidad más amarillenta
La máscara reflejaba el estatus de la persona fallecida, por lo que tenemos algún ejemplo fabricado con materiales más costosos. Tal es el caso de Tuya y Yuya, los padres de la reina Tiy, cuyas máscaras se realizaron con cartonaje dorado, a semejanza de las máscaras de oro de los faraones. El contorno de ojos y cejas es de pasta de vidrio azulada (simulando lapislázuli) y los ojos están hechos de pasta de vidrio y cuarzo. Para resaltar la importancia de los personajes se representó un collar usej hecho de pasta de vidrio de diferentes colores.

Empieza el viaje de la momia. Cuando se introducía la momia del difunto en la tumba se llevaba a cabo el ritual de la apertura de la boca. En esta imagen del 'Papiro de Hunefer' vemos la momia de pie, con una máscara típica del Reino Nuevo que cubre sus hombros. Aparecen un sacerdote con máscara de Anubis, dos plañideras y dos sacerdotes más. Museo Británico.
Foto: British Museum / Scala, Firenze
¿Retratos realistas?
Tras el Reino Nuevo, el uso de las máscaras decayó y quedó reservado a algún enterramiento de élite. La práctica sólo resurgió en época grecorromana en una nueva forma: las máscaras de cartonaje, un material ligero y maleable formado por diversas capas de tejido trenzado de lino o papiros al cual se aplica yeso. Cuando aún está húmedo se adapta a la forma del difunto, sólo en la cabeza o hasta la zona debajo del pecho; esta última variante se denomina máscara-yelmo. La decoración se basa en motivos del Egipto faraónico, mientras que peinado, vestimenta y joyas suelen ser helenísticos. Usualmente, las máscaras de yeso son sólo de la cabeza, prestando especial atención al peinado, y están revestidas con pan de oro y otros ornamentos de pasta de vidrio y piedras semipreciosas.
El último estadio de las máscaras del antiguo Egipto lo constituyen los llamados retratos del Fayum. En una placa de madera colocada sobre la cabeza del difunto se representaba lo que supuestamente fue su rostro en algún momento de su vida. Aunque estas imágenes siguen la tradición de la escuela retratística romana, no se puede hablar realmente de retratos ya que hay rasgos que son comunes a todos ellos.
El final de la larga tradición de las máscaras funerarias egipcias llegó en el siglo IV, con la implantación del cristianismo como religión oficial, cuando fueron abandonándose las prácticas de momificación y todos los adornos que llevaban aparejados.
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Reino Medio (1980-1760 a.C.)

Gemniemhat. En la máscara de este alto funcionario de la dinastía XII, localizada en su tumba en Saqqara en 1921, destacan los ojos abiertos y expresivos. Gliptoteca Carlsberg, Copenhague.
Foto: NY Carlsberg Glyptotek, Copenhagen

Máscara Nubia. Esta máscara funeraria fue localizada en una sepultura del yacimiento de Mirgissa, en Nubia, una fortaleza construida por los egipcios hacia 1850 a.C. Museo del Louvre, París.
Foto: DEA / Scala, Firenze

Senbi. Perteneciente a un hombre llamado Senbi, esta máscara hecha de cartonaje, madera, piedra caliza y obsidiana fue descubierta en Meir, en el Egipto Medio.
Foto: Alamy / ACI

Dama Ibet. Esta máscara de cartonaje pintado, hallada también en Mirgissa, tiene el rostro negro grisáceo, color que simboliza el renacimiento y Osiris. Museo del Louvre.
Foto: Josse / Scala, Firenze
Reino Nuevo (1539-1077 a.C.)

Tutankhamón. La máscara funeraria más famosa del mundo está hecha de oro y lapislázuli y cubre el rostro y los hombros del faraón. Se expondrá en el nuevo Gran Museo Egipcio de El Cairo.
Foto: BPK / Scala, Firenze

Hatnofer. Hallada en la necrópolis de Sheik abd el-Gurna, esta máscara cubría el rostro de la madre de Senenmut, arquitecto y visir de la reina Hatshepsut. Museo Metropolitano, Nueva York.
Foto: Bridgeman / ACI

Mujer desconocida. De gran perfección artística, esta máscara está decorada con una elaborada peluca. El rostro luce una media sonrisa enigmática. Museos Reales de Bellas Artes, Bruselas.
Foto: Bridgeman / ACI
Periodo Grecorromano (323 a.C. - siglo IV d.C.)

Una joven. Esta máscara de época romana, descubierta en una tumba de la Necrópolis Alta del yacimiento de Oxirrinco, está hecha de cartonaje recubierto con pan de oro con incrustaciones de pasta vítrea en la corona.
Foto: Misión arqueológica de Oxirrinco

Sonrisa. Esta máscara data del siglo I d.C., de época romana. Está muy decorada, con escenas religiosas. A ambos lados del cuello se representó al dios Anubis. Museo Egipcio, El Cairo.
Foto: DEA / Scala Firenze

Mujer con joyas. Esta máscara procede de Meir, en el Egipto Medio. Su propietaria exhibe sus joyas y luce una guirnalda de flores en la frente. Museo Metropolitano, Nueva York.
Foto: Bridgeman / ACI

Reposacabezas. Estas máscaras de cartonaje pintado combinan un retrato del difunto al estilo romano y una base decorada con divinidades egipcias. Museo del Louvre.
Foto: Georges Poncet / Rmn-Grand Palais

Innovación. De aspecto realista y datada entre 150 y 200 d.C., esta máscara muestra que los artistas egipcios estaban abiertos a innovar en este período. Museo de Brooklyn, Nueva York.
Foto: Bridgeman / ACI
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La máscara de Psusenes I
Foto: Sandro Vannini / Bridgeman / ACI
La máscara de Psusenes I
En 1940, el arqueólogo Pierre Montet descubrió la tumba de Psusenes I (1051-1006 a.C.). En el impresionante ajuar que salió a la luz destaca la máscara de oro del faraón. La obra, de 48 cm de altura, está compuesta de varias piezas: la máscara facial, enmarcada por el nemes y el collar usej; la prolongación del nemes por la parte trasera de la cabeza, unida con clavos a la parte anterior; el ureo, fijado al nemes, y la barba postiza, claveteada también a la máscara. La máscara está hecha con láminas de oro muy finas y cinceladas, que, sin embargo, no se pulimentaron, lo que produce un singular efecto satinado no deslumbrante. Se trata, sin duda, de una obra maestra de la orfebrería egipcia.
Este artículo pertenece al número 207 de la revista Historia National Geographic.