La fiebre del gin

Londres, 1750: ginebra barata para todos

El consumo excesivo de ginebra a inicios del siglo XVIII provocó graves problemas sociales y de salud en Londres.

'Gin Lane'. Cromolitografía publicada por Gustav Seitz en el siglo XIX y basada en un grabado de William Hogarth, de 1751.

'Gin Lane'. Cromolitografía publicada por Gustav Seitz en el siglo XIX y basada en un grabado de William Hogarth, de 1751.

Foto: Bridgeman / ACI

Hace tres siglos, Londres estaba sumergida en un mar de alcohol. Durante buena parte del siglo XVIII, la poderosa metrópoli británica tuvo que lidiar con un enemigo tan insospechado como en apariencia imbatible: una bebida destilada de origen holandés y aromatizada con los frutos del enebro llamada ginebra o, simplemente, gin. Desde mucho antes los londinenses tenían a gala emborracharse; en sus calles abundaban las tabernas y la cerveza corría con tanta generosidad que incluso los diarios ironizaban sobre el tema. Pero la adicción al gin acabó derivando en una auténtica crisis de salud y seguridad.

La ginebra empezó a expandirse por Inglaterra a finales del siglo XVII. A su éxito contribuyó el ascenso al trono inglés, en 1689, del también holandés Guillermo III, quien mostró gran afición al jenever –como se llamaba en holandés–, al igual que los soldados que se habían habituado a beberla en el continente. Más allá de su atractivo como bebida, la ginebra tenía importantes ventajas económicas, pues se reveló como una valiosa salida para los excedentes de grano en años de buenas cosechas. La elaboración de gin –un proceso no muy complejo– abría un nuevo mercado para los terratenientes, se evitaba un desplome de precios y podía aprovecharse el cereal de peor calidad, desechado para la alimentación o incluso en la preparación de cerveza.

Con ese telón de fondo, las autoridades inglesas tejieron un marco que favorecía la producción de ginebra. En 1690 una ley incentivó la destilación de licores a partir de cereal y permitió que en apenas cuatro años la producción anual de bebidas espirituosas rozase el millón de galones (4,5 millones de litros), en su mayoría ginebra. La ginebra se convirtió así en una alternativa patriótica frente a las bebidas de importación, particularmente las francesas. El resultado fue que el mercado quedó inundado de ginebra barata.

Botella de ginebra británica del siglo XVIII.

Foto: Bridgeman / ACI

Fomento del alcoholismo

En sólo dos décadas, el consumo se disparó. Si en 1700 un inglés bebía algo más de un litro de ginebra al año, en 1723 un londinense consumía medio litro... a la semana. Quien quisiera un trago podía encontrarlo en multitud de tiendas y puestos callejeros. En la parroquia de St. Giles se comercializaba al por menor en una de cada cinco viviendas. En el Londres de comienzos del siglo XVIII, una urbe de 575.000 almas, anónima, en la que abundaban los indigentes y trabajadores empobrecidos, sin arraigo y hacinados, el gin ofrecía una vía fácil y económica de evasión. Olvido rápido y eficaz por unos peniques.

El Gin Craze o «Locura del gin» que se adueñó de las clases populares de Londres en la primera mitad del siglo XVIII se explica por varios factores. Primero, el precio de la ginebra, más barata incluso que el de la cerveza. Segundo, su novedad y la falta de una cultura generalizada sobre cómo deben beberse los espirituosos. Como señala Mark Forsyth en Una breve historia de la borrachera, había recién llegados a la ciudad que la consumían igual que las pintas de cebada destilada, con la diferencia de que el gin, un brebaje de altísima graduación, en cuyo proceso de elaboración podían emplearse incluso trementina y ácido sulfúrico, y que en nada se parece a los licores que consumimos hoy, era mucho más peligroso. Además, el gin lo disfrutaban tanto hombres como mujeres. No sólo eso: viudas y solteras descubrieron en su venta una valiosa vía de ingresos.

Para los londinenses de la buena sociedad, la ginebra se identificó con la prostitución y el aumento de la delincuencia y la miseria. Los casos de alcoholismo extremo causaban escándalo, como el de Judith Defour, una mujer condenada en 1734 por desnudar, estrangular hasta la muerte y abandonar en una zanja a su hija de dos años para luego vender su ropa y pagarse unos tragos. En la década de 1750, el escritor y magistrado Henry Fielding publicó un ensayo en el que establecía una relación directa entre el alza de la criminalidad que sufría Londres y la ingesta de gin. Algo similar se advirtió en el Hospital St. George, donde entre 1734 y 1749 los ingresos subieron cerca de un 200 por ciento, lo que se achacó en buena medida a la ginebra. Se alertó incluso del efecto del alcohol en los recién nacidos que las adictas daban a luz; el teólogo Stephen Hales se lamentaba de cómo las jóvenes estaban alumbrando criaturas «envejecidas».

Judith Defour fue condenada por matar a su hija para vender su ropa y pagarse unos tragos

Taberna de Bow Street, en el centro de Londres. Este establecimiento abrió sus puertas en 1763.

Foto: Chris Mouyiaris / AWL Images

Leyes ineficaces

Ante la deriva de la crisis, el gobierno decidió tomar medidas, pero la lucha no fue fácil ni breve. Entre 1729 y 1751, el Parlamento aprobó seis leyes para paliar los perniciosos efectos de aquella bebida. En 1736, la que debía ser la ley definitiva para acabar con la ginebra estableció que sólo podrían vender ginebra quienes pagasen una gravosa licencia y se aprobaron cuantiosas sanciones contra la destilación casera. La norma preveía impuestos prohibitivos y alentaba la actuación de informantes que denunciaran la venta ilegal. Pero Madam Geneva –como se conocía a la ginebra– resultaba siempre indemne, los informantes sufrían continuas agresiones y estallaron protestas y disturbios.

Además, las autoridades se enfrentaban a la picaresca de los londinenses. Como la de cierto capitán Dudley Bradstreet, que, para evitar que los informantes lo denunciaran, servía la ginebra mediante un caño de plomo después de que el cliente introdujera el dinero por una ranura en una ventana de su establecimiento, donde había colocado el cartel de un gato (la ranura estaba a la altura de la boca); una anticipación de la máquina expendedora que alcanzó gran éxito.

Tras década y media de políticas fallidas, en 1743 el gobierno sacó adelante una ley que, al menos en un principio, pareció animar la obtención de licencias para la venta legal de ginebra y puso coto al mercado negro. Al mismo tiempo, los metodistas, un nuevo movimiento religioso dedicado a la evangelización de las clases populares, emprendieron una cruzada para erradicar el consumo del «fuego líquido» que llevaba a los pobres a la perdición.

Un matrimonio borracho; ella sostiene una copa de ginebra. Aguafuerte.

Foto: Bridgeman / ACI

Termina la fiebre

En 1751 se validó la ley que acabó sofocando la «fiebre de la ginebra»: se elevaron las tasas sobre su comercio, se endureció el control de las licencias y se prohibió su venta a crédito y en las prisiones. Más allá de la eficacia de esta norma, la caída gradual del consumo de ginebra se explica por diversos factores: la subida sostenida de los impuestos que la gravaban; la intensa campaña de desprestigio emprendida por la prensa y los intelectuales, que acabó asociándola a la enfermedad, la miseria y el crimen; el alza paulatina de una clase media con una identidad propia; y, simple y llanamente, el final de la moda. Además, a mediados del XVIII se registraron malas cosechas que afectaron a la destilación, redujeron la oferta y encarecieron la bebida. El cambio no fue radical, pero para 1770 había ya viajeros extranjeros que dejaban constancia de la mejora que se había registrado en Londres. El reinado de Madam Geneva había concluido.

---

Un licor barato

El gin que triunfó en el Londres del siglo XVIII era una versión adulterada y humilde de la ginebra de los Países Bajos. Según explica Lesley J. Solmonson en su Historia universal de la ginebra, en el siglo XVIII esta bebida era mucho más fuerte que la actual y podía llegar al 80 por ciento de graduación alcohólica.

---

William Hogarth y el «callejón de la ginebra»

La lucha contra el gin y sus terribles consecuencias no sólo se dio desde el Parlamento. Gran parte de la batalla tuvo lugar a través de panfletos y grabados que alertaban de sus riesgos. Uno de los más populares fue Gin Lane, con el que William Hogarth incidía en la depravación que provocaba el abuso de la ginebra y pretendía contribuir a acabar con este «vicio propio de las clases populares». En el centro destaca la imagen de una madre completamente embriagada que deja caer un bebé en cuyo rostro se refleja el síndrome de alcoholismo fetal. Sobre su cabeza, aparece otra mujer que es metida en un ataúd ante la mirada de su hijo. A la derecha otra madre obliga a su bebé a alcoholizarse; debajo, un hombre arruinado por el alcohol malvive en la calle con su perro.

---

Entierro de doña Ginebra

Las sátiras de la época popularizaron el personaje de Madam Geneva, personificación del licor que estaba arruinando la vida de los británicos. Esta viñeta, titulada La lamentable caída de Madam Geneva, refleja la aprobación de la ley que debía frenar su consumo en 1736. Madam Geneva está tendida sobre una tarima, víctima de la embriaguez, mientras un hombre y una mujer sostienen una balada que lamenta la norma. Frente a ellos se suceden las escenas de alcoholismo, como la mujer que vomita. A derecha e izquierda, viticultores y cerveceros celebran la ley que va a beneficiar a sus negocios.

La lamentable caída de Madam Geneva. Grabado. Impreso en Londres en 1736.

Foto: Bridgeman / ACI

Este artículo pertenece al número 221 de la revista Historia National Geographic.

Para saber más

Una tabernera sirve vino a dos comensales en El almuerzo, de Diego Velázquez. Museo de Bellas Artes, Budapest.

El vino en la España del Siglo de Oro

Leer artículo