Jesús Villanueva. Historiador.
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Una guerra civil sin cuartel
En su nuevo libro, Antony Beevor muestra cómo la Rusia soviética nació de una guerra civil que alcanzó cotas inusitadas de violencia fuera del campo de batalla.
Conocido sobre todo por sus numerosos libros sobre la segunda guerra mundial –también sobre la guerra civil española–, el historiador militar británico Antony Beevor se adentra en su nueva obra en un conflicto con obvias resonancias en la actualidad:
la guerra civil rusa de 1917-1921 entre «rojos» y «blancos», esto es, entre el naciente poder bolchevique y los diversos grupos que rechazaban la nueva dictadura comunista, y entre los que se incluían desde nostálgicos del zarismo hasta revolucionarios desencantados de 1917.
Siguiendo su método habitual, Beevor nos brinda un relato minucioso, año por año, casi mes por mes, en el que parece no dejarse nada en el tintero. Es un relato en constante movimiento por la vasta geografía rusa, entre frentes separados por miles de kilómetros, desde el Báltico al Volga, desde Ucrania a Siberia, desde Polonia hasta el Cáucaso. Pese a que la guerra civil rusa fue una prolongación de la primera guerra mundial, su desarrollo fue muy diferente. En vez de trincheras y bombardeos a mansalva, predominaron las acciones relámpago a lomos de la caballería, sobre trenes (como el famoso tren blindado de Trotksy) o con
carros armados como los del anarquista ucraniano Makhno, en realidad carrozas tiradas por caballos con una ametralladora en la parte posterior.
Quizás el elemento más impactante del relato de Beevor es la crueldad ilimitada que mostraron todos los bandos contendientes. Basten para ilustrarla estas citas que aparecen en una misma página: «Nadie hacía prisioneros, ni los unos ni los otros». «A nosotros nos habían prohibido fusilar a los prisioneros, se los exterminaba con el sable o con la bayoneta. Los cartuchos eran demasiado valiosos, había que reservarlos para el combate».
«Los bolcheviques están enterrando vivos a los oficiales [blancos] que capturan; por su parte, los oficiales queman vivos a los bolcheviques». Una barbarie que no se había visto en Europa desde las guerras de religión francesas, afirma el autor, quien se pregunta si no es ése un rasgo «atávico» de Rusia.