Situado en el Macizo Central francés, al sur de Auvernia, el Gévaudan es una región de altiplano, cubierta por espesos bosques, de clima frío y húmedo, con frecuentes neblinas y largos inviernos de seis meses. En el siglo XVIII, su población, mayor que en la actualidad, se dedicaba a una agricultura poco productiva y, sobre todo, a la ganadería. Fuera de la capital regional, Mende, la nobleza y la Iglesia mantenían intacta su influencia de antaño sobre la masa campesina, que por su parte seguía apegada a su tradicional modo de vida, ajena al avance de las Luces. Esta región pobre y olvidada se convirtió de repente, en 1764, en el centro de atención de toda Francia e incluso del resto de Europa. Todo por culpa de un animal que durante tres años sembró el terror en la zona: la llamada bestia del Gévaudan.
La pesadilla comenzó en junio de 1764, cuando una vaquera fue atacada cerca de la localidad de Langogne. Aunque ésta se salvó, unas semanas más tarde se produjo la primera víctima mortal, una chica de 14 años que murió de las dentelladas de la fiera. A partir de ese momento, los casos se sucedieron. La bestia se abalanzaba sobre personas débiles, sobre todo niños y mujeres, a las que degollaba con sus colmillos hasta en ocasiones decapitarlas. Su blanco preferido eran los niños que guardaban solos vacas u ovejas en el campo.
El monstruo que atacaba niños
Tras los primeros ataques, los lugareños hicieron que los niños pastores salieran en grupo, pero la fiera ni aun así se arredraba. En una ocasión, cinco niños y dos niñas de entre 8 y 12 años se toparon con el animal mientras cuidaban el ganado. Armados con palos rematados con hierros afilados, los niños lograron resistir hasta que llegó ayuda. En otro episodio, un ama de casa llamada Jeanne Jouve luchó cuerpo a cuerpo con la bestia para proteger a sus tres hijos, pero uno de ellos, de 6 años, acabó muriendo por las heridas recibidas.

Grabado de la época con diversos ataques de la bestia del Gévaudan.
Grabado de la época con diversos ataques de la bestia del Gévaudan.
Foto: Alamy / ACI
Decenas de víctimas
En otro incidente, unas campesinas estaban usando una escalera de mano como puente para cruzar un arroyo cuando les atacó la bestia. La criada de un cura, de 20 años, empuñó un palo con una bayoneta y logró herir al animal en el pecho y repelerlo. Muchos otros no tuvieron esa suerte.
El balance de los tres años que duraron las correrías de la bestia fue terrible: murió un centenar de personas y hubo unos 120 heridos. Cuatro quintas partes de las víctimas fueron niños y adolescentes de entre 5 y 17 años. La cruel muerte de los niños extendió el pavor entre la población, y eso en un territorio de gran amplitud geográfica en el que la bestia se movía con asombrosa rapidez.
Naturalmente, la cascada de ataques provocó desde el principio intentos de abatir a la mortífera bestia. Las autoridades reclutaron primero a cazadores locales, que no lograron atraparla. En noviembre de 1764, el gobernador de Languedoc envió una compañía de caballería ligera al mando del capitán Duhamel, pero casi seis meses de rastreo se saldaron con un fracaso completo. La decepción fue grande y además muy costosa para los lugareños, porque siguiendo la costumbre de la época las tropas estaban alojadas y mantenidas a costa de la población local.
El balance de los tres años que duraron las correrías de la bestia fue terrible: murió un centenar de personas y hubo unos 120 heridos
Entretanto, la prensa había empezado a hacerse eco de los hechos y éstos llegaron a conocimiento del gobierno de Luis XV, el cual consideró que tenía la obligación de restablecer la seguridad en aquella región. De este modo, en marzo de 1765 llegó al Gévaudan un experto cazador enviado por el monarca. Jean-Charles Vaumesle d’Enneval organizó cuidadosamente varias batidas, pero todas fracasaron, entre duras críticas de las autoridades locales a sus métodos. La prensa extranjera comenzó a burlarse del rey porque no conseguía acabar con una simple bestia que aterrorizaba a sus pobres súbditos. Lo que sucedía en el Gévaudan ya no era un mero problema de orden público sino una cuestión de prestigio.
Luis XV decidió entonces enviar a un veterano y experimentado militar, François Antoine, arcabucero real. Durante tres meses las sistemáticas batidas de Antoine no dieron resultado, mientras los ataques de la bestia continuaban. Por fin, el 21 de septiembre de 1765, los hombres del arcabucero real lograron abatir un lobo de gran tamaño. Dijeron que era la bestia, lo disecaron y lo enviaron a París. ¡Caso cerrado!

Los enviados del rey Luis XV abaten al lobo que identificaron con el terrorífico animal. Grabado de 1765.
Los enviados del rey Luis XV abaten al lobo que identificaron con el terrorífico animal. Grabado de 1765.
Foto: AKG / Album
¿El monstruo cazado?
Tres meses más tarde, sin embargo, la pesadilla se reanudó. Volvieron los niños descuartizados, el temor a ir solo por el campo y los rumores desaforados sobre la maligna bestia que podía estar al acecho tras cualquier matorral. Para agravar la situación, las autoridades habían perdido interés en el asunto, pues no querían admitir su fracaso. Los periódicos, por su parte, se olvidaron del tema.
Finalmente, el 19 de junio de 1767, un cazador local llamado Jean Chastel logró matar a un animal que parecía ser la bestia y en cuyo estómago encontraron el fémur de un niño. Desde entonces no hubo más ataques.
La duda que se ha planteado siempre en torno a este episodio es qué animal era la bestia del Gévaudan. Los testimonios de las víctimas lo presentan como un animal terrorífico, de gran tamaño, de pelaje rojizo, con rayas en los cuartos traseros y una cola larga y peluda. Según estos testimonios, no se trataría de un lobo, pues era de mayor tamaño, se levantaba sobre las patas traseras y, sobre todo, atacaba a las personas, algo que no entra en el comportamiento habitual de los lobos.
Un cazador local mató a un animal que parecía ser la bestia, en cuyo estómago encontraron el fémur de un niño. Desde entonces no hubo más ataques.
Entre los contemporáneos circularon tesis alternativas. Se dijo que podía ser una pantera traída de África que se habría escapado de la ménagerie de un noble, o una fiera amaestrada por una banda de gitanos que también se habría escapado... Algunos invocaban la figura del hombre lobo, el loup garou. Se decía que algunas mujeres se habían encontrado con un hombre desarrapado y extremadamente peludo que les había producido gran inquietud. Por otra parte, los curas, a instancias del obispo de la región, invocaban en sus sermones a la bestia del Apocalipsis que venía a castigar los pecados de los malos cristianos.
Una bestia sanguinaria
Entre los historiadores más recientes se ha difundido la tesis de que la misteriosa bestia fue un híbrido de perro y lobo, más agresivo de lo normal. Un animal solitario, sin una manada que le marcase unas pautas de conducta en cuanto a qué presas escoger o cómo atacarlas, de manera que crearía las suyas propias.
Sin embargo, cabe también la posibilidad de que, a fin de cuentas, la bestia del Gévaudan fuera un lobo. Jean-Marc Moriceau, especialista de la historia del lobo, ha destacado que en Francia había habido anteriormente otros episodios de lobos antropófagos, que a lo largo de varios años podían matar a decenas de personas. También en esos casos se hablaba de «bestias», como la bestia de Calvados (1632-1633), la del Gâtinais (1653), la de Benais (1693-1694) o la de Auxerrois (1731-1734). En todos estos episodios está demostrado que los depredadores eran lobos.
En Francia había habido anteriormente otros episodios de lobos antropófagos, que a lo largo de varios años podían matar a decenas de personas.
Frente a la creencia de que estos animales no atacan a los hombres, Moriceau alega que en el pasado un pequeño porcentaje de lobos pudo desarrollar prácticas antropofágicas. La diabólica bestia del Gévaudan fue uno más de estos episodios recurrentes que sembraban el terror en el campo francés.
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Un país en Estado de Alarma
Los ataques de la bestia del Gévaudan se extendieron más allá de las fronteras (en sí mismas imprecisas) de esta región. De hecho, en la cercana región del Delfinado se registraron ya en 1762. A principios de 1765, el territorio de acción de la bestia llegaba a 1.600 o 2.000 kilómetros cuadrados. Esto ha hecho pensar que no era un solo animal, sino una pequeña manada de entre tres y cinco individuos.
El cazador de la bestia

Monumento erigido a Jean Chastel en su localidad natal.
Monumento erigido a Jean Chastel en su localidad natal.
Foto: Album
Según las crónicas, la fiera fue abatida por Jean Chastel de un tiro en el omóplato y fue rematada por una jauría de perros. El mismo Chastel llevó el cuerpo a París para su estudio, pero llegó a la capital en avanzado estado de putrefacción y se decidió enterrar los restos sin examinarlos a fondo.
Este artículo pertenece al número 201 de la revista Historia National Geographic.