Las razones de un asesinato, según Suetonio

Cayo Suetonio Tranquilo escribió las biografías de César y los once soberanos de Roma.

César  en un relieve obra de Mino da Fiesole. Siglo XV. Museo de Arte, Cleveland.

César en un relieve obra de Mino da Fiesole. Siglo XV. Museo de Arte, Cleveland.

AGE Fotostock

Cayo Suetonio Tranquilo, que vivió aproximadamente entre los años 69 y 140 d.C.,  escribió las biografías de César y los once soberanos de Roma que le siguieron en sus Vidas de los doce Césares, una serie de retratos magníficos y de enorme influencia histórica; forjó, por ejemplo, la imagen negativa que arrastraron durante siglos varios emperadores, como Nerón o Calígula. Como responsable de los archivos imperiales en tiempos de Adriano y Trajano, Suetonio tuvo acceso a una documentación de extraordinario valor que le facilitó la confección de su obra. 

Efigies de los doce protagonistas de las Vidas de Suetonio

Efigies de los doce protagonistas de las Vidas de Suetonio

La imagen muestra las efigies de los doce protagonistas de las Vidas de Suetonio, en sólidos áureos acuñados durante sus reinados y usados para crear dos brazaletes en el siglo XIX. De izquierda a derecha, y de arriba abajo, Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano, Tito y Domiicano.

Picture Alliance

La biografía dedicada a César contiene abundante información sobre la vida privada y pública de su protagonista, en especial sobre los idus de marzo, sus causas, sus protagonistas y sus consecuencias. Aquí ofrecemos el fragmento en el que Suetonio expone las razones que condujeron al asesinato del dictador. Este texto, junto con la vida de César escrita por Plutarco, es fundamental para la comprensión de este hecho histórico. La traducción es de Rosa María Agudo Cubas y fue publicada por la editorial Gredos.

«Fue asesinado con razón»

«Otros actos y dichos suyos hacen pensar que abusó del poder y que fue asesinado con razón. En efecto, no sólo aceptó honores excesivos, como varios consulados seguidos, la dictadura y la prefectura de las costumbres a perpetuidad, además del prenombre de Imperator, el sobrenombre de Padre de la Patria, una estatua entre los reyes y un estrado en la orquesta [en el teatro], sino que permitió también que se le otorgaran por decreto otras distinciones que sobrepasan incluso la condición humana: un trono de oro en la curia y en su tribunal, un carro y unas andas en la procesión del circo, templos, altares, estatuas junto a los dioses, un lecho sagrado, un flamen [un sacerdote dedicado a su culto], unos nuevos lupercos, el que un mes se designara con su nombre; y no hubo cargo público que no recibiera u otorgara a su capricho. 

«Hizo caso omiso de las costumbres tradicionales»

»Desempeñó su tercer y cuarto consulado sólo nominalmente, contentándose con el poder dictatorial que se le había conferido junto con los consulados, y en esos dos años nombró sustitutos suyos para los tres últimos meses a dos cónsules, de modo que en el intervalo no celebró otras elecciones que las de los tribunos y ediles de la plebe, y nombró prefectos en calidad de pretores, para que administraran durante su ausencia los asuntos de la ciudad. Por otra parte, como la muerte repentina de un cónsul la víspera de las calendas de enero había dejado este cargo vacante por unas pocas horas, se lo dio a aquel que se lo pidió. 

Imagen de César, tocado con una corona de laurel, en una moneda acuñada durante su gobierno.

Imagen de César, tocado con una corona de laurel, en una moneda acuñada durante su gobierno.

Imagen de César, tocado con una corona de laurel, en una moneda acuñada durante su gobierno. Fue el primer romano cuya efigie apareció en las monedas.

Bridgeman Images

»Con la misma arbitrariedad, y haciendo caso omiso de las costumbres tradicionales, distribuyó magistraturas para varios años, concedió las insignias consulares a diez expretores y admitió en el Senado a personas gratificadas con el derecho de ciudadanía y a algunos galos semibárbaros. Puso además al frente de la casa de la moneda y de las rentas públicas a esclavos suyos. Encomendó el cuidado y el mando de tres legiones que dejaba en Alejandría a Rufión, hijo de uno de sus libertos y mozo suyo de placer. 

«La República no es nada»

»No eran menos insolentes las palabras que pronunciaba en público, según el testimonio de Tito Ampio: que la República no era nada, un simple nombre sin cuerpo ni figura; que Sila se comportó como un analfabeto cuando abandonó la dictadura; que los hombres debían ahora dirigirse a él con más respeto y tener sus palabras por ley. Llegó a tal extremo de arrogancia que, cuando en cierta ocasión el arúspice [el sacerdote que escrutaba las vísceras de los animales sacrificados para vaticinar el futuro] le anunció que las entrañas de la víctima eran funestas y que no tenía corazón, dijo que serían de mejor augurio cuando él quisiera y que no debía tenerse por un portento el que a un animal le faltara el corazón.

«Despreció al Senado»

»Pero fue sobre todo con el siguiente comportamiento con lo que suscitó el odio más grave y fatal para él. Un día en que el Senado en pleno acudía ante él cargado de decretos que le conferían los más altos honores, lo recibió delante del templo de Venus Genetrix sin abandonar su asiento. Algunos opinan que, cuando hacía intención de levantarse, fue retenido por Cornelio Balbo; otros, que ni siquiera lo intentó en absoluto, antes bien, dirigió una mirada muy poco amistosa a Cayo Trebacio, que le indicaba que se pusiera en pie. Y esta actitud suya pareció tanto más intolerable cuanto que él mismo, al pasar en uno de sus triunfos por delante de los asientos de los tribunos, se indignó de tal modo al ver que Poncio Aquila era el único que no se levantaba, que exclamó: “¡Intenta, pues, de nuevo conseguir de mí la República, tribuno Aquila!”, y durante varios días todas las promesas que hacía las ponía bajo esta condición: “Si Poncio Aquila, no obstante, lo permite”.

Julio César

Julio César

Julio César en un relieve de Donatello conservado en el Museo del Louvre

Bridgeman Images

»A la ofensa tan grande que significaba este menosprecio del Senado añadió una acción mucho más arrogante. Cuando volvía a Roma después del sacrificio de las fiestas Latinas entre las aclamaciones desmedidas e inusitadas del pueblo, uno de entre la multitud colocó sobre su estatua una corona de laurel con una cinta blanca atada alrededor; los tribunos de la plebe Epidio Marulo y Cesecio Flavo dieron entonces la orden de quitar la cinta a la corona y encarcelar al hombre, pero César, afligido por el poco éxito que había tenido la alusión a la realeza, o bien, como pretendía él, porque se le había arrebatado la gloria de rehusarla, reprendió duramente a los tribunos y los destituyó de su cargo. 

«Quiso ser re

»A partir de ese momento, no pudo alejar de sí la ignominia de que había incluso aspirado al título de rey, a pesar de que un día respondió a la plebe que le saludaba con este nombre que él era César, no un rey, y de que durante las Lupercales rechazó en la tribuna de las arengas la diadema que el cónsul Antonio había acercado repetidamente a su cabeza y la envió al Capitolio como ofrenda a Júpiter Óptimo Máximo. 

La muerte de César

La muerte de César

La muerte de César. Óleo por Jean-Léon Gérôme. 1867. Museo de Arte Walters, Baltimore.

Bridgeman Images

»Aún más, corrieron varios rumores de que pensaba trasladarse a Alejandría o a Ilión [Troya], llevándose consigo las riquezas del Estado, agotando a Italia a base de levas y confiando la administración de Roma a sus amigos; y de que en la próxima reunión del Senado el quindecenviro Lucio Cota elevaría la propuesta de que se le diera el nombre de rey, puesto que en los libros sibilinos estaba escrito que sólo un rey podía vencer a los partos. Ésta fue la causa de que los conjurados aceleraran los planes que habían tramado, para no verse en la obligación de aprobar esta propuesta».

 

Este artículo pertenece al número 232 de la revista Historia National Geographic.