Hecho histórico

El largo declive de la casta de los jenízaros

Los temibles guerreros otomanos eran también conocidos por sus abusos sobre la población de Estambul.

Jenízaros

Jenízaros

Jenízaros desfilando ante las murallas de Tblisi en 1578. Miniatura del siglo XVI. Biblioteca Británica, Londres.

Erich Lessing / Album

Una de las instituciones más peculiares del Imperio otomano fue el sistema de leva denominado devshirme, «recolecta». En los territorios cristianos conquistados por los turcos –ya fuese en Anatolia, Armenia o en los Balcanes europeos–, los jóvenes de mejores condiciones físicas o intelectuales eran reclutados a la fuerza durante su infancia o adolescencia, entregados por las familias de los territorios conquistados como tributo personal al sultán.

De inmediato se los trasladaba a la capital del Imperio –primero Edirne y desde 1453 Estambul– donde se ponían al servicio del sultán en calidad de «esclavos» (kul). Esta condición servil explica que solo se reclutaran retoños de familias cristianas, pues en teoría un musulmán no puede reducir a otro a la esclavitud. 

Tras ser circuncidados y recibir un nuevo nombre musulmán, los jóvenes empezaban el proceso de formación. Los más aventajados eran inscritos en el Enderun, un colegio de élite en el palacio de Topkapi, donde se preparaban para ejercer los puestos de máxima responsabilidad en el Imperio, incluso el de gran visir. 

 

Cuerpo de élite

La mayoría, sin embargo, eran encaminados a escuelas militares con el objetivo de destinarlos al ejército. Durante al menos seis años, bajo la supervisión de eunucos, se adiestraban en la obediencia absoluta al sultán y aprendían el arte militar. El destino último de la gran mayoría de estos reclutas era ingresar en el cuerpo de los jenízaros o yeniçeri –en turco, «nuevo soldado»–, la fuerza de choque más eficaz y temible del ejército otomano. 

Los jenízaros eran conocidos como expertos arqueros, pero también lograron un gran dominio de todo tipo de armas de fuego. Destacaban igualmente como zapadores para excavar túneles bajo los muros de las ciudades asediadas. Su participación en las campañas bélicas de los sultanes fue a menudo determinante, como sucedió en el asedio de Constantinopla, en 1453. Integraban asimismo la guardia personal del sultán, con una guarnición acampada en el primer patio del palacio de Topkapi, junto al arsenal que se había creado junto a la iglesia de Santa Irene. 

Yatagán

Yatagán

Yatagán, espada típica de los jenízaros, elaborada en el siglo XIX.

Album

Además de sus funciones militares, los jenízaros desarrollaban otras actividades, como el mantenimiento del orden público. Cuando había riesgo de algún motín popular debido a la carestía de alimentos, eran ellos quienes protegían la harina de las panaderías o el ganado lanar de los rebaños estatales. Patrullaban las calles de noche y también actuaban como detectives, al parecer con notable eficacia. Sus vínculos secretos con las asociaciones de ladrones les hacían especialmente eficaces para recuperar artículos robados. Se los empleaba igualmente como recaudadores de impuestos, y de sus filas salían los verdugos que realizaban empalamientos o decapitaciones y exhibían públicamente los cadáveres a modo de advertencia. 

Los jenízaros atraían las miradas en los desfiles militares otomanos, en los que avanzaban sin formar filas ni marcar el paso, tomándose su tiempo. Iban comandados por su agá, un eunuco blanco que también desfilaba a pie acompañado por cuatro grandes banderas plegadas, y seguidos por derviches que cantaban y bailaban a su estilo. 

La puerta de la Acogida

La puerta de la Acogida

La puerta de la Acogida en el Primer Patio del palacio de Topkapi, lugar que acogía los desfiles de los jenízaros.

Ken Welsh / AGE Fotostock

Era común ver a los jenízaros por la capital arremolinados en el entorno del mercado de la Carne, el antiguo foro de Teodosio, donde, gracias al subsidio correspondiente a su cuerpo, se beneficiaban del reparto diario y gratuito de cordero y pan, amén de nuevos ropajes o de velas de sebo para iluminarse cada semana. 

 

Del mercado al café

En Estambul, los jenízaros frecuentaban los numerosos cafés y barberías existentes en las proximidades de los lugares de reunión o tekkes (conventos) de la hermandad bektashí, de la que eran adeptos. Esta oscura asociación se basaba en doctrinas que mezclaban elementos del antiguo paganismo turco, del budismo, del chiísmo e incluso del cristianismo; los bektashíes adoraban una «trinidad» basada en Dios, Mahoma y elcalifa Alí y realizaban una especie de eucaristía como ceremonia de ingreso.

Pasada la época de las grandes conquistas otomanas, los jenízaros se convirtieron en una presencia incómoda en la capital. El sultán y sus ministros temían constantemente que se amotinaran, hecho que anunciaban volcando sus calderos y rechazando la comida que les servían en el palacio. Cuando estaban en campaña, la señal de la revuelta consistía en cortar las cuerdas de la tienda del comandante, dejando caer la preciosa tela de satén al barro. Los jenízaros protagonizaron numerosas conspiraciones para destituir a visires y destronar a sultanes. En 1807 depusieron y asesinaron a Selim III cuando este quiso reformar el ejército y reducir su poder. No es extraño que cada nuevo sultán, al subir al trono, buscara congraciarse con este cuerpo militar ofreciendo un donativo a sus miembros.

 

Pirómanos y extorsionadores

Por su parte, los habitantes de Estambul consideraban a los jenízaros unos matones arribistas de origen servil. La población estaba expuesta a sus abusos, que quedaban impunes, ya que los jenízaros tenían sus propios tribunales, que solían protegerlos cuando cometían algún desmán. 

Los jenízaros usaban su condición de bomberos para extorsionar a la población de Estambul, cobrando para no incendiar sus hogares y negocios, que en su mayoría eran de madera y ardían fácilmente. De igual manera, una vez declarado un incendio, aceptaban sobornos por no demoler las casas que quedaban en pie para crear cortafuegos. 

En las memorias de sus viajes por Oriente, el inglés sir Adolphus Slade recoge la mala fama que tenían los jenízaros a principios del siglo XIX: «Como señores que eran de su época […] gobernaban en Constantinopla con ilimitada insolencia, y su solo aspecto bastaba para retratar los extremos de libertinaje a que llegaban. Todo en ellos lo proclamaba: sus palabras soeces, su grosera conducta, sus gigantescos turbantes, sus chalecos desabotonados, sus abultadas fajas repletas de armas, sus pesados bastones […]; todo contribuía a convertirlos en personajes abocados a inspirar temor y repugnancia [...]. Estos hombres apartaban a empellones a cuantos se interpusieran en su camino, sin la más mínima consideración a la edad o el sexo de las personas, lo que muchas veces les llevaba a provocar en la gente un sostenido gesto de ira o desprecio».

«Todo contribuía a convertir a los jenízaros en personajes que inspiraban temor y repugnancia», decía un inglés

La impopularidad de los jenízaros entre la población y su insubordinación frente a los sultanes desembocaron en la dramática supresión del cuerpo en 1826, en el llamado «Venturoso Acontecimiento». Obligados a ponerse un uniforme de estilo europeo, los jenízaros protagonizaron una última revuelta que se saldó con la matanza, únicamente en Estambul, de miles de ellos, muchos a manos de la población a la que habían maltratado durante tanto tiempo. 

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Cucharón jenízaro

Cucharón jenízaro

Portador de cucharón jenízaro. Grabado inglés del siglo XIX.

Alamy / ACI

El caldero

La parafernaliajenízara estaba muy ligada a la cocina. Cada mañana, tres jenízaros portaban el caldero del regimiento y repartían la comida entre sus miembros con un gran cucharón. Perder el caldero en combate se pagaba con la expulsión de sus oficiales.

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Del börk guerrero a los penachos de fantasía

Tal vez el elemento más característico de la vistosa indumentaria jenizara fuera su tocado, el börk. Los jenízaros aprendían desde niños las múltiples maneras de plegar este vistoso turbante, cuya solapa caía por detrás de la cabeza simulando una manga doblada. En un principio, este sombrero estaba coronado por una cuchara, símbolo culinario de unión y camaradería, puesto que era el cubierto con el que los soldados de la unidad comían del caldero común. Con el tiempo, este cubierto fue sustituido por largas plumas de avestruz o penachos colgados del portaplumas que remataba la franja metálica que ajustaba el sombrero a la cabeza. Con la decadencia militar del cuerpo, el börk fue cediendo paso a extravagantes turbantes poco aptos para el combate.

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Banda militar jenízara

Banda militar jenízara

Banda militar jenízara en una miniatura
de El libro de las fiestas, de 1720.

Alamy / ACI

Música para aterrorizar

Puede que el origen de las bandas militares esté, precisamente, en el tañido de los instrumentos de percusión y viento que encabezaban la marcha de los jenízaros. Incluso durante los asedios –como el de la misma Constantinopla en 1453–, la estruendosa música de címbalos, tambores y pífanos no cesaba ni de día ni de noche, cumpliendo una doble función: enardecer el ánimo de los mahometanos y, a la vez, de forma directamente proporcional, amedrentar a la población cercada. En aquellas atemorizantes fanfarrias están las raíces de obras tan conocidas como la Marcha turca de Mozart.

 

Este artículo pertenece al número 235 de la revista Historia National Geographic.