El 16 de noviembre de 1724 cien mil personas se agolpaban en la llanura de Tyburn, en Londres, para presenciar el ahorcamiento de un joven de 22 años, John Sheppard. Conocido popularmente como Jack, se había convertido en el ladrón más famoso y querido de la metrópolis, sobre todo por sus increíbles fugas de unas cárceles que se consideraban inexpugnables.
Jack Sheppard nació en 1702 en el seno de una familia humilde. Su padre, carpintero, murió cuatro años después, dejando a su madre al cargo de tres hijos. La mujer, sin embargo, consiguió encontrarle un buen oficio como aprendiz de carpintero. De pequeña estatura, pero muy robusto, Jack enseguida demostró su enorme habilidad en el manejo de candados y cerrojos. También empezó a mostrar gran predilección por la ropa suntuosa y por lujos que con su modesto empleo no se podía permitir.
Cronología
Robos, detenciones y fugas
1702
John Sheppard nace en la parroquia de Stepney cerca de Londres, en el seno de una humilde familia de carpinteros.
1723
Es detenido por primera vez por robar en varias casas y acomete la primera de sus espectaculares fugas.
VII-1724
Entre mayo y julio protagoniza dos nuevas detenciones y fugas. La segunda, de Newgate, una cárcel inexpugnable.
15-X-1724
Arrestado en septiembre por cuarta vez, lleva a cabo su huida más espectacular, saliendo a la calle con grilletes.
16-XI-1724
Detenido de nuevo y condenado a morir en la horca, Sheppard es ejecutado en la llanura de Tyburn ante la multitud.
Pronto comenzó a frecuentar antros y prostitutas. Se fue a vivir con una de ellas, Elizabeth Lyon, más conocida como Edgeworth Bess (por el nombre de su ciudad de origen). Fue esa mujer la que lo corrompió y lo precipitó en la senda de la delincuencia, según lo que él mismo contaría en la cárcel.
El camino que tomó Sheppard no es una excepción. En el siglo XVIII, la descontrolada expansión productiva, comercial y colonial que vivía Inglaterra empujó a los márgenes de la sociedad a una parte de las clases populares, propiciando la aparición de toda clase de ladrones y bandidos. Es conocida la figura de Dick Turpin, quien creó una banda con la que asaltaba carruajes y que, antes de su captura y ejecución en 1739, protagonizó cabalgadas legendarias. En Londres, Jonathan Wild, auténtico coordinador de los bajos fondos, aparentemente actuaba como thief-taker, «cazador de ladrones», pero en realidad amasó una enorme fortuna organizando el crimen en la ciudad.

Pistolas de chispa. Un par de armas de mediados del siglo XVIII.
Foto: AKG / Album
Dura represión
Estos delincuentes corrían un gran riesgo, pues en la Inglaterra de principios del siglo XVIII los delitos contra la propiedad eran castigados con más dureza que los que afectaban a las personas. Los jueces no dudaban en aplicar la pena de muerte contra simples ladrones. En una sociedad caracterizada por el rápido ascenso de la clase burguesa, la defensa de la propiedad se convirtió en un imperativo fundamental para el Estado.
Los delitos contra la propiedad se castigaban con más dureza que los cometidos contra las personas
A diferencia de otros criminales, Jack no actuaba como un bandido: no detenía carruajes ni extorsionaba por la fuerza. Es precisamente la ausencia de violencia de sus actos lo que lo convirtió en un héroe popular. Las víctimas de sus robos eran sobre todo burgueses y comerciantes, en cuyas casas entraba gracias a su extraordinaria agilidad y a su excepcional capacidad para manejar herramientas y forzar cerraduras. Al principio robaba a los clientes del carpintero con quien trabajaba como aprendiz. Aprovechando la posibilidad de entrar en sus casas, el joven sustraía objetos como rollos de tela y cubiertos de plata o pequeñas sumas de dinero.
Fugas legendarias
Sheppard no tardaría en caer en las redes de la policía, no tanto por la pericia de ésta como por las traiciones que sufrió. La primera fue obra de su propio hermano Thomas, que lo denunció para salvarse a sí mismo. Más tarde, su amigo James Sykes haría lo propio para cobrar una recompensa. Entre 1723 y 1724, Sheppard fue arrestado en cuatro ocasiones, pero en otras tantas respondió protagonizando sendas huidas que acabarían por hacerlo célebre en su época y darle un lugar en la historia.
Las dos primeras veces logró escapar de cárceles menores, pero sus dos últimas fugas se produjeron en Newgate, una prisión considerada inexpugnable. La primera evasión de Newgate se produjo durante la visita de Edgeworth y una amiga, que distrajeron a los guardias y le permitieron huir disfrazado de mujer. Tras esta fuga, el London News publicó una carta –obra tal vez del escritor Daniel Defoe– en la que Jack se burlaba del verdugo que tenía que ajusticiarlo, el infame Jack Ketch, cuyo nombre se había convertido en sinónimo de ejecutor despiadado. Por entonces, los periódicos ya mostraban un gran interés por las hazañas de Sheppard y lo presentaban como un héroe popular, mientras que las autoridades publicaban anuncios en los que se prometían cuantiosas recompensas a quien contribuyera a su captura.
Arrestado de nuevo, Jack acabó otra vez en Newgate, de donde volvió a evadirse el 15 de octubre de 1724, en la fuga que tuvo mayor impacto en el imaginario colectivo. Aunque estaba encadenado al suelo, se liberó de los grilletes y llegó al piso superior. Luego, en una oscuridad absoluta, forzó seis puertas blindadas seguidas para alcanzar el tejado. Allí, al darse cuenta de que no tenía cuerdas para descender, volvió sobre sus pasos hasta llegar a su celda y cogió unas mantas que le servirían para bajar a la calle.
Camino de la horca
La libertad obtenida no lo disuadió de su comportamiento temerario. Tras otros robos se dejó ver por la ciudad lujosamente vestido, de forma que a los pocos días fue reconocido y encarcelado de nuevo. Esta vez lo encadenaron al suelo y lo vigilaron en todo momento hasta que el 16 de noviembre fue conducido a la horca en medio de una extraordinaria expectación. En el patíbulo, el joven había urdido un último truco: unos amigos debían apoderarse de su cuerpo, convencidos de que manteniéndolo caliente y frotándolo con sangre lo devolverían a la vida. Pero los presentes, al ver la escena, pensaron que se trataba de cirujanos que pretendían diseccionar el cadáver (práctica habitual en la época) y asaltaron la carroza, impidiendo cualquier maniobra desesperada.
La ejecución de Sheppard tuvo un gran impacto. Dos días más tarde podía leerse en el Daily Journal: «En toda la ciudad no se habla más que de Jack Sheppard». Semanas después, Daniel Defoe, que nunca dejó de seguirlo en los periódicos, narró sus andanzas en La extraordinaria vida de John Sheppard, donde lo define como «joven en edad y apariencia, pero viejo en el pecado». La gente común no compartía esta condena; fascinada por las hazañas de Sheppard, cantaba por la calle baladas que celebraban sus proezas. Lo veían como lo que en realidad era: un chico descarriado, que nunca había ejercido ningún tipo de violencia sobre nadie, culpable sólo de enfrentarse al rígido sistema judicial de la época.

Último trayecto. Jack Sheppard es trasladado de la cárcel al patíbulo vitoreado por la multitud.
Foto: Bridgeman / ACI
Héroe de novela
Cuatro años después de su muerte, el escritor John Gay se inspiró en su figura para la Ópera del mendigo, una suerte de zarzuela que tendría un éxito clamoroso y que en el siglo XX sería retomada por Bertolt Brecht en otra obra también famosa, La ópera de los tres centavos.
Fue William Harrison Ainsworth quien escribió la obra más célebre sobre el forajido: su biografía novelada Jack Sheppard (1839). Como Dickens, Ainsworth tenía una gran sensibilidad hacia las clases pobres que sufrían las consecuencias de la Revolución Industrial. Adquirió gran fama entre sus contemporáneos con varias obras de carácter popular dedicadas a novelar la vida de bandidos famosos del siglo XVIII, como Dick Turpin y Sheppard. Esta última tuvo particular éxito y dio lugar a múltiples versiones teatrales. Tal fue su resonancia que las autoridades decidieron prohibir las obras escénicas en las que aparecía el nombre de Jack Sheppard para evitar que sirviera de ejemplo para nuevos delincuentes.
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El preso estrella de Newgate
Pequeño de estatura, pero muy robusto y víctima de un ligero tartamudeo, Jack se convirtió pronto en un personaje público. Durante sus distintas estancias en Newgate recibió innumerables visitas de burgueses que sobornaban a los guardias para ver al famoso ladrón. En una de ellas, el célebre pintor James Thornhill lo retrataría frente a la ventana, mirando al cielo. En otra, a alguien que le preguntó si era el famoso Jack Sheppard le respondió, jugando con el doble sentido de shepherd (pastor): «Sí, señor. Yo soy el pastor y los guardias son mi rebaño».
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Huida. Una de las fugas de Sheppard. Ilustración del siglo XIX.
Foto: Bridgeman / ACI
Evasión en pareja
El día 19 de mayo de 1724, Sheppard fue detenido tras robar unos relojes y encerrado en la prisión de Clerkenwell junto a su amante Bess. Estaba encadenado y esposado, pero las escasas medidas de seguridad de la cárcel permitieron que unos amigos le proporcionasen las herramientas con que, la noche del 24, se liberó de las esposas y ejecutó su segunda fuga. Serró los barrotes y descendió junto con Bess al patio interior de la prisión, rodeado por un alto muro. Utilizando sus cinceles, Jack construyó una escalera sobre la puerta, subió hasta arriba y levantó a su pareja; después, lograron bajar juntos y llegar al exterior.
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Jonathan Wild. Una pistola sobresale de su ropa.
Foto: Scala / Firenze
Jonathan Wild
El personaje más oscuro en el Londres del siglo XVIII es, sin duda, Jonathan Wild. Aunque en teoría se dedicaba a perseguir delincuentes, Defoe lo describe como el verdadero organizador de los bajos fondos londinenses: extorsionaba a las víctimas de los robos que él mismo había organizado y creó una red de colaboradores que gestionaban el contrabando y la prostitución.
Este artículo pertenece al número 210 de la revista Historia National Geographic.