Stalin, el máximo dirigente de la URSS, había recibido numerosas informaciones sobre la inminencia del ataque, pero las desoyó ; el dirigente soviético, cuya desconfianza rayaba en la paranoia, había preferido creer en los pactos que había suscrito con Hitler antes que a sus propios servicios de información. La invasión corrió a cargo de 3,35 millones de hombres, 3.600 carros de combate, 600.000 vehículos motorizados de transporte, 625.000 caballos y 3.400 aviones de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana. Ésta tuvo un papel crucial en el éxito de la operación: destruyó los aeródromos soviéticos y las aeronaves estacionadas en ellos, como muestra la fotografía, privando así al enemigo de cobertura aérea al tiempo que protegía el avance de las columnas blindadas alemanas y aniquilaba la resistencia soviética. Pero a comienzos de diciembre, una vigorosa contraofensiva obligó a los alemanes a retroceder cuando algunas de sus unidades se habían adentrado en Jimki, a 15 kilómetros de la plaza Roja de Moscú. La invasión de la URSS no fue una campaña como las libradas en Europa occidental, sino un proyecto genocida inspirado en las ideas de Hitler, recogidas en el Plan General para el Este (dirigido por H. Himmler, líder de las SS, y A. Rosenberg, el principal ideólogo del nacionalsocialismo), que preveía la limpieza étnica y la repoblación de Europa oriental hasta los Urales por colonos germanos y el «aniquilamiento o la expulsión» de no menos de 45 millones de «indeseables desde el punto de vista racial» a fin de crear «espacio vital» para Alemania . Esas directrices se tradujeron en el Plan Oldemburgo, de Göring, jefe de la Luftwaffe y ministro de Economía, que preveía la total desindustrialización de aquellas áreas y su transformación en un territorio agrícola; y en el Plan del Hambre , que preveía usar los recursos de la población invadida para sostener a la Wehrmacht. A la izquierda, un huérfano ante su casa destruida en Bielorrusia, en una foto de Mijaíl Trakhman; a la derecha, campesina refugiada con un niño. En la cosmovisión hitleriana de lucha de razas, el enemigo a batir era el «judeobolchevismo», y los eslavos eran «infrahombres» a los que someter. Hitler declaró sin ambages que aquélla era una guerra racial , y así lo asumió el alto mando militar alemán, el Oberkommando der Wehrmacht, con el mariscal de campo Wilhelm Keitel al frente, en su orden oficial cursada el 6 de junio de 1941, que comenzaba así: «En esta batalla no tienen cabida la piedad ni las consideraciones relativas al derecho internacional ». Este punto de vista se manifestó en la despiadada represión de la población civil acusada de apoyar a los grupos de partisanos, de uno de los cuales formaban parte las protagonistas de esta fotografía, tomada en agosto de 1941. La muerte de «50 a 100 comunistas» sería la «expiación por la vida de un soldado alemán» , afirmó Keitel. La actividad guerrillera ofrecía una coartada a la guerra de aniquilación; así, el 16 de julio de 1941, el dirigente nacionalsocialista Martin Bormann escribió: «La guerra que llevan a cabo los partisanos nos proporciona una gran ventaja: nos da la oportunidad de acabar con cualquier cosa que se nos resista». El historiador Christer Bergström ha señalado que de los 5,7 millones de militares soviéticos internados en los campos de prisioneros de la Wehrmacht –las fuerzas armadas alemanas– perecieron unos 3,3 millones por inanición, congelados, víctimas de enfermedades o ejecutados, lo que supone un aterrador 58 por ciento del total (la mortalidad de prisioneros alemanes bajo cautiverio soviético fue del 15 por ciento) y da cuenta del carácter de la guerra en el Este. El coronel Falkenberg, comandante de uno de esos campos, el Stalag 318, observó en septiembre de 1941: «Esos malditos untermenschen [infrahombres] están comiendo hierba, flores y patatas crudas . Si no encuentran nada comestible en el campamento recurren al canibalismo». En la mayoría de campos no había ni siquiera barracones y, según contaba el mismo Falkenberg, para refugiarse del frío los prisioneros «cavaban agujeros en el suelo con sus utensilios de cocina y las manos desnudas». En la imagen, prisioneros soviéticos en un lugar no identificado. Con el ataque a la URSS comenzó una nueva fase en la persecución de los judíos europeos . Si hasta entonces habían sido marginados, humillados, robados, expulsados e incluso asesinados, ahora comenzó su exterminio sistemático: ya el 27 de junio fueron masacrados o quemados en la sinagoga de Bialystock más de dos mil. Se calcula que durante la guerra perecieron entre 2.509.000 y 2.624.000 judíos de los territorios soviéticos ocupados por Alemania y sus aliados –entre el 68 y el 95 por ciento de la población judía–. Los protagonistas de las matanzas fueron los «grupos de operaciones» (Einsatzgruppen) que seguían al ejército, los batallones de policía (Ordnungspolizei) y las brigadas de las Waffen-SS. También participaron soldados, muchos de los cuales eran miembros de las llamadas «divisiones de seguridad» (Sicherungsdivision). La fotografía, tomada por Dimitri Baltermants en enero de 1942, muestra a los familiares de judíos asesinados en Kerch que buscan a sus seres queridos. Este artículo pertenece al número 210 de la revista Historia National Geographic.