A finales del siglo XIX, el hielo parecía una barrera infranqueable para las expediciones que trataban de alcanzar el Polo Norte en barco y caminando sobre la banquisa polar. Ansioso por convertirse en el primer hombre que penetraba hasta el corazón del casquete polar ártico, el científico sueco Salomon August Andrée optó por un medio de transporte totalmente distinto: el globo aerostático. Aunque la idea fue considerada por los grandes exploradores de la época como «insensata» y un auténtico suicidio cuando la expuso en público, el entusiasta Andrée no dudó en ponerla en práctica.
Andrée trabajaba como ingeniero de la Oficina de Patentes de Suecia y sentía devoción por los avances tecnológicos. Su afición por los globos aerostáticos se había iniciado en 1876, durante la Exposición Universal de Filadelfia, y unos años después, en 1883, participó en el Primer Año Polar Internacional, una campaña de exploración científica del Ártico. Desde entonces, su pasión por el Ártico y la que sentía por los globos quedaron unidas de forma indisoluble.

Salomon August
Salomon August Andrée. Grabado.
Aurimages
Dominar el viento
El globo podía sobrevolar el mar congelado y realizar largas travesías en pocas horas, sin sufrir las privaciones y penurias de empujar los trineos sobre el hielo, pero hasta entonces los exploradores lo habían descartado porque el desplazamiento dependía del viento. Andrée se empeñó en resolver este problema. Tras varios años de investigaciones y ensayos, creyó encontrar un método para gobernar el globo, un sistema de «cuerdas guía» que se arrastraban por el suelo y que podían modificar la dirección y altitud del vuelo. Pese al escepticismo de exploradores y de aeronautas, Andrée decidió hacer público su proyecto, que pronto recibió el apoyo de numerosos patrocinadores, entre ellos Alfred Nobel.
Andrée encargó a un fabricante especializado de París un globo de más de veinte metros de diámetro, dotado de una triple capa de tela formada por más de 3.000 piezas de seda que se cosieron con más de ocho millones de diminutas puntadas.
Partida aplazada
La aeronave, bautizada con el nombre de Örnen (Águila), fue trasladada en junio de 1896 al lugar elegido para la partida de la expedición, una pequeña isla del archipiélago de Svalbard, casi mil kilómetros al norte de la costa más septentrional de Noruega. En un enorme hangar, Andrée hinchó el globo con casi 5.000 metros cúbicos de hidrógeno, un proceso que llevó varios días. A continuación, instaló la barquilla de mimbre, con capacidad para tres aeronautas, las literas y un equipo formado por tres trineos, un bote desmontable, una tienda de campaña, armas, municiones, jaulas con 36 palomas mensajeras (su único medio de comunicación) y gran cantidad de comida. Si bien Andrée consideraba que con vientos favorables podía alcanzar el polo en menos de dos jornadas y Alaska o Rusia tres días después, llevó alimentos para cuatro meses; entre las provisiones se contaban botellas de champán y vino de oporto, cervezas y todo tipo de delicatessen.
Todos estos preparativos fueron seguidos por corresponsales de prensa de varios países y por barcos de turistas que se acercaron para contemplar el despegue, que prometía ser un hecho histórico. Sin embargo, tras varias semanas y ante la ausencia de vientos adecuados, Andrée se vio obligado a posponer el vuelo hasta el siguiente verano.
Un año después, todo volvía a estar listo. La expectación era enorme, el mundo estaba pendiente de aquel globo y hasta los reyes de Suecia se acercaron a despedir a Andrée y sus dos compañeros, Knut Fraenkel y Nils Strindberg. Cuando el 11 de julio llegó por fin viento del sur, Andrée dio la orden de cortar amarras. Durante unos minutos, el Örnen se elevó majestuosamente ante la mirada de todos, pero de repente una corriente fría procedente de un glaciar lo atrapó y lo hizo descender tan bruscamente que parte de la barquilla se hundió en el mar. Los gritos de horror de los asistentes se unieron a las precipitadas órdenes de Andrée para soltar lastre. Finalmente, la barquilla pudo salir del agua e inició su veloz marcha hacia el norte.
En tierra, superada la angustia de aquellos minutos, la preocupación volvió a adueñarse de todos: sobre la playa había dos grandes trozos de las «cuerdas guía» sin las que no sería posible controlar el vuelo. Indiferente a estas preocupaciones, el globo continuó su viaje hasta perderse de vista. Días después, una de las palomas de Andrée se posó sobre un barco con un mensaje. Su contenido era tranquilizador: «Todo bien a bordo». Pese a la pérdida de las cuerdas guía y a las fugas de hidrógeno detectadas antes de partir, seguía hacia el polo.
Hallazgo espeluznante
Pasaron los meses y los años, y no se volvió a tener noticias de Andrée. El misterio del globo perdido se resolvió en el verano de 1930, cuando unos cazadores de focas desembarcaron en la isla Blanca, uno de los más remotos parajes del archipiélago de Svalbard, y descubrieron con horror sobre la playa dos esqueletos humanos, la tumba de un tercero y los restos de un viejo campamento, última etapa de la malhada expedición.

Nils Strindberg
Nils Strindberg participó en la expedición de Andrée en calidad de fotógrafo, con la misión de tomar imágenes del desconocido paisaje ártico. Cuando el Örnen cayó sobre el hielo, Strindberg siguió tomando fotografías de sus compañeros. En 1930 se hallaron sus carretes con 240 negativos, de los que se pudieron recuperar 93. Esta imagen, del 19 de julio de 1897, muestra el campamento que montaron en el lugar donde cayó el globo, justo antes de emprender la marcha hacia el sur. Fraenkel aparece en el centro y Andrée, al fondo, está oteando el horizonte.
Granger / Aurimages
Entre esos restos se halló el diario de Andrée, gracias al cual fue posible reconstruir cómo se desarrolló su aventura hasta el trágico final. En su vuelo hacia el norte, Andrée y sus compañeros se enfrentaron a un problema imprevisto: cuando las nubes cubrían el sol, el gas se enfriaba y el globo descendía vertiginosamente. Además, el agua se condensaba sobre la seda del para después helarse y formar una capa de hielo cada vez más gruesa. Los exploradores arrojaron el lastre que les había quedado y buena parte de su equipaje, pero fue inútil. Bajo un cielo encapotado el globo comenzó a chocar una y otra vez contra el mar helado. Algo más de dos días después de su partida de Svalbard, el se desplomó sobre la banquisa.
A pesar de que se encontraban a más de 300 kilómetros de un lugar habitado y de que su experiencia polar era mínima, Andrée y sus compañeros no desesperaron. Durante semanas se deslizaron a capricho de las corrientes marinas que cambiaban de dirección haciendo inútiles sus esfuerzos. A principios de septiembre se resignaron a pasar el invierno sobre el hielo marino, para lo cual construyeron un refugio con bloques de hielo y se dedicaron a cazar focas y osos para alimentarse.
Muerte en el hielo
Pese a lo incierto de su situación, en su diario Andrée se manifestaba optimista e incluso hacía planes para un nuevo viaje en globo al polo. Finalmente, el bloque de hielo que los sustentaba chocó con una isla. Aquello podría haber significado una esperanza, dado que había abundante madera de deriva para calentarse y cocinar. Sin embargo, los tres murieron en muy poco tiempo. Aunque tradicionalmente se ha creído que la causa fue alguna enfermedad ligada a la mala alimentación, como la triquinosis, los últimos estudios indican que Fraenkel y Strindberg murieron por el ataque de un oso y que Andrée, al quedarse solo, quizá se suicidó con morfina. La causa de las muertes no se podrá conocer nunca con total certeza porque los restos de los tres exploradores, tras ser localizados y trasladados a Estocolmo para rendirles homenaje, fueron incinerados, impidiendo así analizarlos con técnicas modernas.
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Un defecto de fabricación

Varios operarios
Varios operarios examinan la tela del globo de Andrée en Danskoya, la isla del Danés.
Mondadori / Album
Cuando se hinchó por primera vez en 1896, se detectó que el globo perdía aire por las costuras de las telas. Para minimizar las fugas, se barnizó la seda dos veces por ambas caras y los fabricantes aseguraron que el gas se mantendría recluido durante un mes, pero la realidad fue muy distinta y durante la expedición el aparato sufrió una constante pérdida de gas.
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Notas protegidas

Los diarios
Los diarios de Salomon August Andrée, hallados en 1930.
Roger Viollet / AUrimages
El diario de Andrée apareció protegido con heno y cuidadosamente envuelto en un jersey y luego en la tela barnizada del globo, como si hubiese querido que llegase hasta nosotros. Además, se encontraron los diarios de Fraenkel y Strindberg, de carácter personal.
Este artículo pertenece al número 231 de la revista Historia National Geographic.