A pesar de la considerable presencia de los vikingos en la cultura popular de nuestra época, hay aspectos de su cultura que aún conocemos muy poco. La muerte es, quizás, el más impactante de ellos. Los vikingos concebían la otra vida de diversas formas. Algunos muertos se convertían en moradores de mundos espirituales como el Valhalla o «Salón de los caídos», donde los guerreros luchaban y asistían a festines interminables mientras esperaban que el dios Odín los llamase al combate. Otros residían en el Fólkvangr, «el campo del ejército», regido por la diosa Freyja, o bien en Hel, un reino subterráneo de frío eterno gobernado por la diosa del mismo nombre. Por otra parte, según algunas tradiciones existían montículos o montañas concretas que servían de lugar de reposo de los ancestros de una familia.
Por otra parte, esos mundos de ultratumba no siempre eran el punto final de la existencia que seguía a la muerte, puesto que los vikingos creían en una forma de resurrección: la de los difuntos que renacían en el cuerpo de un descendiente. En todo caso, de lo que no cabe duda es de que los vikingos mostraron una preocupación constante por el tránsito exitoso entre esta vida y la siguiente.

lindholm hoje
lindholm hoje
Situado al norte de Dinamarca, este cementerio contiene unos 700 enterramientos de la época vikinga y de los dos siglos anteriores. Algunas de las tumbas están señaladas por piedras que dibujan la silueta de un barco.
Heiner Müller-Elsner / Laif / Cordon Press
Múltiples prácticas funerarias
Los vikingos elaboraron una serie de ritos funerarios complejos y muy variados en torno a esas creencias sobre el más allá. Los yacimientos arqueológicos de la era vikinga ofrecen muchos indicios –que los especialistas no han llegado a descifrar por completo– para reconstruir las diferentes formas de enterramiento que se pusieron en práctica.
En una visión de conjunto, el rasgo más notable de los ritos fúnebres vikingos es su gran diversidad. La información arqueológica indica que los vikingos enterraban o incineraban a sus muertos, pero cabe pensar que existieron también otros métodos que no han dejado una huella arqueológica, como esparcir las cenizas del difunto o echar el cadáver a las aguas.
Un elemento característico de los enterramientos vikingos son los montículos que se elevaban sobre los lugares donde se realizaba la cremación del difunto. Estos montículos podían ser de gran tamaño –los denominados «montículos reales»– o bien apenas se distinguían del terreno. Se presentaban tanto de forma aislada como en grupos. A veces carecían de indicadores que marcaran su presencia, mientras que en otros casos se señalaban con piedras erectas o se rodeaban con círculos de piedras. Los muertos eran enterrados junto con objetos y prendas personales, herramientas, armas, animales sacrificados, comida y bebida, aunque la disposición de estos elementos no se repite en prácticamente ninguna tumba.
CRONO

Espada vikinga
Empuñadura de una espada vikinga de hierro, del siglo IX, descubierta en Hedeby, Dinamarca.
Bridgeman / ACI
Barcos funerarios
El modo de enterramiento que hoy se considera más emblemático de la cultura vikinga es el de los barcos funerarios. No era el más frecuente, aunque sí se dio de forma reiterada a lo largo de toda la historia vikinga. Los arqueólogos han podido documentar que este tipo de enterramiento comportaba rituales muy elaborados, que probablemente duraban varios días e incluso se prolongaban durante años. En estas ceremonias se incluían el consumo de cantidades ingentes de alcohol, música, la matanza de animales y, en algunos casos, incluso violaciones y sacrificios de esclavos.
Los barcos funerarios eran embarcaciones de todo tipo y tamaño, que en ocasiones quedaban enterradas bajo montículos. En algunos casos se indicaba su presencia colocando madera de barco en la tumba o varias piedras que formaban el contorno de una embarcación. En el interior se depositaba el mismo tipo de objetos que en los montículos: pertenencias personales, animales descuartizados y reensamblados de varias maneras y comida. Los cuerpos también se disponían en distintas posturas: sentados, tumbados sobre un costado o incluso colocados como si manejasen el timón de un barco.
Uno de los barcos funerarios vikingos más impactantes que han hallado los arqueólogos es el de Oseberg, en Noruega. Enterrado en el año 834 d.C. bajo un montículo, contenía los restos de dos mujeres sepultadas con suntuosos ajuares, así como un gran número de animales sacrificados: un mínimo de diez caballos y tres perros decapitados, con la cabeza de un buey colocada sobre un lecho. En el exterior había más animales sacrificados.

Estelas de Gotland
Estelas de Gotland
En la isla sueca de Gotland se desarrolló una tradición de piedras pintadas, situadas a menudo
cerca de tumbas, que solían representar barcos con velas. En la imagen, estela en el Museo al Aire Libre de Bunge.
Album

Estelas de Gotland
Estelas de Gotland
Parte superior de otra estela procedente de Gotland.
Scala, Firenze
Una historia para cada difunto
Las tradiciones funerarias vikingas han despertado mucha atención en la arqueología, en gran medida por lo llamativos que resultan los montículos y los barcos funerarios. Pero comprender el significado de esas tradiciones funerarias constituye un desafío para los estudiosos. A partir de análisis recientes basados en la tradición literaria escandinava, datos etnohistóricos y pruebas arqueológicas, el arqueólogo Neil Price ha propuesto una interpretación original que busca explicar la gran variedad de usos funerarios vikingos, el hecho de que prácticamente no haya dos tumbas iguales.
Según Price, esta diversidad se puede atribuir a que en los funerales vikingos se representaban historias relacionadas con cada persona fallecida. La literatura de los países nórdicos durante la Edad Media –con sus sagas, la poesía escáldica y la Edda poética, textos todos ellos basados en la historia oral– muestra que los vikingos eran excelentes narradores. A partir de esta familiaridad con el arte narrativo, es posible que los vikingos individualizaran cada enterramiento para recordar o evocar historias importantes del fallecido. Algunos elementos del ajuar funerario permiten sostener esta tesis. Por ejemplo, las piezas de un juego de mesa semejante al ajedrez encontradas a menudo en los barcos funerarios podrían simbolizar la habilidad estratégica del difunto, ya que esos juegos solían ser metáforas de contiendas bélicas. Así pues, aunque existe una tendencia general en los enterramientos, cada uno de ellos se convierte en un evento único destinado a honrar al muerto.
Los vikingos quizá
contaban historias sobre
la vida de los difuntos
a través de sus entierros
Una tumba vikinga hallada en años recientes en la costa de Estonia ha aportado muchos datos nuevos a lo que sabíamos sobre los funerales vikingos. El yacimiento es también la prueba arqueológica más antigua de una banda de guerreros vikingos que actuaba lejos de su patria, anterior al primer ataque de los vikingos contra el noreste de Inglaterra, el famoso asalto a la isla de Lindisfarne en 793.

El barco de Gokstad
El barco de Gokstad
Este navío de madera, de 24 metros de eslora y 5 de manga, data de finales del siglo IX y fue descubierto en 1880 en la granja de Gokstad, en Noruega. Aunque fue construido para navegar, en su interior se halló el cuerpo de un hombre sobre un lecho. Se ha especulado con que puede ser el legendario rey Olaf Geirstad-Alf. Museo de Barcos Vikingos, Oslo.
Paolo Koch / Getty Images
Los barcos de Saaremaa
En algún momento entre los años 650 y 770, una banda de guerreros de la región de Mälaren, en el centro de Suecia, emprendió una expedición por el mar Báltico. Su viaje terminó en las costas de la isla de Saaremaa, situada en un estrecho importante para las rutas marítimas. Nunca sabremos con exactitud qué sucedió allí, ni si la expedición fue una campaña militar o bien una misión diplomática. Lo único claro es que en la isla debió de producirse un enfrentamiento sangriento en el que perdieron la vida muchos vikingos. Luego los supervivientes arrastraron dos barcos un centenar de metros hacia el interior de la isla, en el término del actual pueblo de Salme, y los enterraron a una distancia de unos 40 metros entre sí, con los cuerpos de varias decenas de guerreros en su interior.
Aunque la madera de los barcos ha desaparecido, la huella que dejaron sobre el terreno y los remaches de hierro usados en la estructura permiten conocer las características de las embarcaciones. Ambos barcos eran de casco trincado, es decir, construido con tablas que se superponen unas a otras.
El Salme I, como se ha denominado el primero de estos navíos, tenía 11,5 metros de longitud y llevaba seis pares de remos. Por su parte, el barco de mayor tamaño, el Salme II, tenía 17,5 metros de largo y estaba equipado para navegar a remo y a vela, lo que lo convierte en la primera evidencia arqueológica de un velero en el Báltico. Se encontró amarrado a un bloque de piedra en tierra, un acto simbólico que «anclaba» el navío y que también está documentado en el barco de Oseberg. En el yacimiento se encontraron muchas puntas de flecha, algunas de las cuales probablemente quedaron clavadas en la madera de la embarcación de mayor tamaño durante la batalla.
En el interior de los barcos fueron depositados al menos 41 individuos, en su mayoría varones jóvenes y corpulentos, con una media de 1,75 metros de altura. Incluso se ha podido determinar que cuatro esqueletos contiguos eran de cuatro hermanos. Los cuerpos mostraban indicios de heridas por armas cortantes, lo que sugiere que murieron de manera violenta en un conflicto armado.
Los muertos fueron enterrados siguiendo las costumbres funerarias de su patria sueca, con un grado notable de formalidad que indicaba que, a pesar de su muerte violenta, los vikingos pudieron enterrar a sus caídos según sus costumbres y sin temor a que los enemigos saqueasen los ajuares funerarios. En el Salme I se hallaron los restos de siete hombres, probablemente colocados en posición sentada. Detrás del mástil del Salme II se descubrieron los restos de 34 individuos, apilados en cuatro capas, algunas separadas entre sí por hasta 30 centímetros de arena.
Espadas y sacrificios
Los cuerpos fueron colocados con esmero dentro de los barcos, cubiertos por grandes escudos redondos de madera y tela, probablemente de la vela. Junto a ellos se depositaron sus espadas, algunas de las cuales están dobladas ritualmente. Los difuntos estaban acompañados por ricos ajuares funerarios, de características principalmente escandinavas. Entre las piezas que los componían había peines de asta de ciervo ornamentados, candados, molejones, abalorios, colgantes de caninos de oso, peronés y puntas de flecha. Se han hallado asimismo restos óseos de diversos animales que se sacrificaron durante el funeral, como ovejas, cerdos, vacas, caballos y varios perros. Uno de estos estaba decapitado, mientras que otro había sido cortado por la mitad.
Los guerreros enterrados en los barcos de Salme fueron dispuestos con esmero en los barcos, con suntuosos ajuares
En los barcos de Salme también se han encontrado, esparcidas entre los cuerpos, más de trescientas piezas de un juego de estrategia llamado hnefatafl, parecido al ajedrez. Las piezas están hechas con barba de ballena y marfil de morsa. Una de ellas resulta especialmente interesante. Se encontró en el Salme II, junto a uno de los esqueletos más engalanados, situada en el interior de su boca o cerca de ella. La figura representa al «rey» en el hnefatafl, un gesto que se considera deliberado y al que cabe atribuir un significado claro: enfatizar el estatus elevado de ese individuo en relación con el resto del grupo.

La isla de Saaremaa
La isla de Saaremaa
La mayor isla de Estonia está habitada desde hace por lo menos 5.000 años. Según las sagas vikingas, sus habitantes, llamados osilianos, tuvieron duros enfrentamientos con los hombres del norte. Al parecer, los osilianos también devastaron el sur de la actual Suecia. En la imagen, playa rocosa en la isla de Saaremaa.
ACI
Estudios en curso
El juego vikingo del hnefatafl destaca por sus connotaciones militares: enfrenta a dos fuerzas de número desigual sobre un tablero cuadriculado y el objetivo es que el jugador a cargo de la fuerza menor, formada por el rey y su séquito, y situada en el centro del tablero, lleve su rey hasta el borde sin que la fuerza mayor que los rodea lo capture.

Pendiente de oro
Pendiente de oro, con una decoración en espiral muy elaborada, descubierto en la isla de Gotland, en Suecia.
R. Clark / NG Image Collection
En este sentido se ha sugerido que la pieza del «rey» encontrada en el enterramiento del Salme II puede simbolizar las desastrosas consecuencias del fracaso en cuestiones estratégicas y la guerra.
Entre los miles de tumbas documentadas del período vikingo, los barcos de Salme destacan por la información que aportan sobre las circunstancias que llevaron a realizar ese enterramiento colectivo y el cuidadoso protocolo que se aplicó. Otros enterramientos pueden contener igualmente historias materiales de los cuerpos que albergan. Los arqueólogos afrontan la complicada tarea de interpretar esas historias complejas, arrojando luz sobre vidas olvidadas mucho tiempo atrás.
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TRAVESÍA AL MÁS ALLÁ
Una pira funeraria

Recreación de una cremación
Ceremonia de cremación de una mujer vikinga. Ilustración por Ragnar L. Borsheim.
Ragnar L. Borsheim, Arkikon
La cremación del cuerpo era una práctica funeraria muy común durante la época vikinga. La operación requiere altas temperaturas, por lo que construir una pira funeraria del tamaño apropiado era una habilidad muy importante. Quizás el propio fuego pudo haber sido el elemento central de todo el ritual: la liberación violenta de la energía era importante no solo para liberar el alma del difunto, sino que también formaba parte del proceso de luto. A menudo, aunque no siempre, la cremación se realizaba en el lugar donde se erigía la estructura de la tumba o en algún sitio cercano. Los túmulos también tenían un papel importante no solo como monumentos para recordar al difunto, sino también como elementos legales del paisaje para marcar la propiedad de un terreno.
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Los barcos vikingos de Saaremaa
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Preparación de un largo viaje
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Este artículo pertenece al número 236 de la revista Historia National Geographic.