Sabios Galos

Druidas: el final de una casta a manos de los romanos

Tras la conquista de la Galia, Roma decidió erradicar la casta de los druidas, los sacerdotes y sabios de los pueblos galos, acusándolos de practicar horribles sacrificios humanos

Bosques mágicos

Bosques mágicos

El autor romano Pomponio Mela decía que los druidas se retiraban a una gruta o a un bosque para formarse. Bosque de Brocelianda, en la región francesa de Bretaña. 

Philippe Manguin / Getty Images

Julio César incluyó una larga descripción de la sociedad y las costumbres de los galos en el libro VI de los Comentarios a la guerra de las Galias, la crónica que escribió de sus campañas de conquista de los pueblos galos entre los años 58 y 51 a.C. En ella, César afirmaba que la sociedad gala estaba compuesta por una mayoría de plebeyos a los que compara con siervos, por encima de los cuales existían «dos clases de personas que disfrutan de cierto prestigio y estimación». Una eran los «caballeros», los combatientes o aristócratas. La otra la formaban los druidas, los famosos sacerdotes, adivinos y sabios de los pueblos galos.

César es el autor romano que aporta una información más detallada sobre los druidas de la Galia. Los presenta ante todo como sacerdotes: «Atienden al culto divino, ofician en los sacrificios públicos y privados, interpretan los misterios de la religión». Destaca asimismo su formación intelectual, asegurando que seguían un largo aprendizaje durante veinte años. Aunque conocían y empleaban la escritura en caracteres griegos, practicaban un método de aprendizaje memorístico y de trasmisión oral de versos.

Venerables ancianos

Venerables ancianos

Venerables ancianos

A partir del siglo XIX se popularizó la imagen del druida galo como un anciano de luengas barbas, vestido con una túnica y un manto. Ilustración de El genio de Francia. 1853.

Bridgeman / ACI

El punto esencial de la doctrina de los druidas era la inmortalidad del alma, pues, «según ellos, las almas pasan de unos a otros después de la muerte», una creencia que los impulsaba a «practicar la virtud y perder el miedo a la muerte». Como filósofos, teólogos y científicos, los druidas poseían un amplio saber «acerca de los astros y su movimiento, de la grandeza del mundo y de la tierra, de la naturaleza de las cosas, del poder y soberanía de los dioses inmortales».

Cronología

Roma y los druidas

H. 60 a.C.

Primer contacto entre Roma y los druidas. Diviciaco, druida del pueblo de los eduos, visita Roma y entra en contacto con Cicerón y presumiblemente con Julio César. 

58-51 a.C.

Guerra de las Galias. En su narración de la campaña del año 53 frente a los galos, César incluye la más larga descripción de un autor antiguo sobre los druidas. 

27 a.C.-14 d.C.

Gobierno del emperador Augusto, a quien el escritor Suetonio atribuye haber prohibido a los ciudadanos romanos la religión de los druidas «por su naturaleza bárbara e inhumana».

14-37

Reinado de Tiberio, sucesor de Augusto, quien firma un decreto decisivo sobre la eliminación de los druidas galos, aunque el proceso de depuración tal vez no llega a completarse.

41-54

Según Suetonio, Claudio suprime por completo la religión de los druidas galos. Roma entra en contacto con los druidas britanos.

Ossian

Ossian

Ossian. Narrador legendario de la mitología celta.

Album

Jueces supremos

Los druidas también ejercían funciones judiciales y políticas. Actuaban como jueces y dictaban sentencias sobre delitos civiles, sobre crímenes, herencias y linderos. Su autoridad era indiscutida: a quienes no cumplieran sus veredictos les esperaba el repudio social. Este reconocimiento hacía que los druidas no pagaran impuestos ni estuvieran obligados a combatir ni a hacer la guerra. César destacaba asimismo la organización jerárquica de los druidas. Todos estaban sometidos a un druida con autoridad suprema y se reunían anualmente en un «lugar sagrado» con cierto rango de capitalidad situado en el territorio de los carnutes, entre Chartres y Orleans.

Ídolo de bronce

Ídolo de bronce

Ídolo de bronce

Estatua de bronce que representa una divinidad gala. Museo de Arqueología Nacional, Saint-Germain-en-Laye.

RMN-Grand Palais

Este amplio informe de César sobre los druidas se basaba en gran parte en un texto de Posidonio, un filósofo estoico originario de Apamea, en Siria, que vivió entre los años 135 y 51 a.C. Posidonio hizo un viaje por la Galia en el que adquirió un conocimiento directo del mundo celta, basado también en la información que le proporcionaron los griegos instalados en colonias como Marsella. Su libro, hoy perdido, sirvió de fuente a autores posteriores, como Estrabón y Diodoro de Sicilia.

Todo indica que Posidonio dio una semblanza de los druidas muy favorable, presentándolos al modo de un «noble salvaje», el hombre anclado en las tradiciones primitivas con una bondad innata y natural. Esa visión fue mantenida en buena parte por los autores romanos. También ellos veían a los druidas como sacerdotes y grandes sabios. Algunos incluso los comparaban con los filósofos pitagóricos, seguramente por su creencia en la inmortalidad del alma y en su transmigración tras la muerte.

Planicie de Gergovia

Planicie de Gergovia

Planicie de Gergovia

En el año 52 a.C., la meseta de Gergovia, en la región de Auvernia, fue escenario de una cruenta batalla en la que las tropas galas comandadas por Vercingetórix derrotaron a las legiones de César.

Manuel Cohen / Aurimages

El lado tenebroso de los druidas

En esa imagen idílica, sin embargo, los autores romanos introdujeron un contrapunto, una acusación que tendría consecuencias fatales para los druidas: la de participar en ritos sangrientos que incluían sacrificios humanos. Esta idea, constantemente repetida por los autores antiguos, fue la justificación para una política de persecución de los druidas que terminó con su total desaparición.

Ya Julio César estableció de manera explícita la relación de los druidas con los sacrificios humanos en un pasaje de sus Comentarios a la guerra de las Galias en el que decía que «los  galos sacrifican hombres o hacen voto de sacrificarlos, para lo cual se valen del ministerio de los druidas». Según César, los sacrificios humanos estaban regulados por «leyes públicas» y tenían como objetivo salvar la vida de un hombre ofrendando la de otro, con lo que se aplacaba la ira de los dioses. Normalmente, las víctimas eran delincuentes, pues estos eran «más agradables a los dioses inmortales», pero en caso de necesidad no se dudaba en sacrificar a personas inocentes. 

Otros autores ofrecen una descripción detallada de esta práctica. Diodoro de Sicilia y Estrabón exponen que los sacrificios los realizaban los vates, una clase particular de adivinos, en presencia de los druidas.
El ritual consistía en apuñalar a la víctima por encima del diafragma y luego observar con mucha atención cómo caía y se convulsionaba y cómo manaba la sangre. El vate escrutaba estos elementos y los interpretaba para realizar un vaticinio. La función del druida en esos sacrificios consistía en suplicar el favor de los dioses para que fueran propicios y aceptaran la víctima ofrecida.

Los sacrificios humanos vinculados a los druidas se convirtieron en un tópico entre los escritores grecorromanos. A mediados del siglo I a.C., Cicerón escribía que los galos mantenían aún «el monstruoso y bárbaro rito de inmolar seres humanos». En su poema épico Farsalia, Lucano, hablando de los sacerdotes galos, recordaba las «aras construidas para siniestros altares y todos los árboles purificados con sangre humana». 

Tierra de druidas

Tierra de druidas

Tierra de druidas

La isla de Anglesey, en la costa de Gales, cuenta con numerosos monumentos megalíticos y fue asociada con las actividades druídicas desde la Antigüedad.

Mark Sykes / AWL Images

Cabezas cortadas

La insistencia de los autores antiguos en este aspecto de la religión de los galos suscita varios interrogantes. Uno es el de la realidad de las acusaciones. Pese a que la reiteración de estas informaciones parece darles credibilidad, la arqueología no ha podido encontrar evidencias firmes de la práctica de sacrificios humanos entre los galos, al menos en el modo en que los presentan César y otros escritores. Los sacrificios constatados más habitualmente por la arqueología son los de guerreros enemigos, vencidos o capturados en batalla. Posidonio, según Estrabón, vio con sus propios ojos cómo los guerreros galos volvían de la batalla con las cabezas de los enemigos colgadas de las crines o las colas de los caballos y cómo las embalsamaban con aceite de cedro. Esas mismas prácticas las atribuye Tácito a los germanos cuando evoca el paisaje de cabezas cortadas y cráneos clavados en los troncos de los árboles donde fue masacrado el ejército de Varo, en la batalla del bosque de Teutoburgo, acaecida en tiempos de Augusto, en 9 d.C. Sin embargo, nada relaciona estos actos con los druidas. 

Isla de Anglesey

Isla de Anglesey

La masacre de los druidas en la isla de Anglesey en el año 60 d.C. recreada en una ilustración de la Historia de la nación británica de Hutchinson. 1920.

Bridgeman / ACI

Por otra parte, la repulsión que manifestaban los autores romanos ante los sacrificios de los galos podría parecer una contradicción con su propio comportamiento. Las crónicas, en efecto, recogen que los romanos también realizaron en algunas ocasiones sacrificios humanos. Así, en 228 a.C., cuando Roma estaba amenazada por una invasión de los galos, un oráculo de los Libros Sibilinos, que se conservaban en el templo de Júpiter en el Capitolio, ordenó que en el céntrico Foro Boario fuesen enterrados vivos un galo y una gala junto con un griego y una griega. En 216 a.C. y 114 a.C. se produjeron hechos parecidos. Sin embargo, esas prácticas extraordinarias no se repitieron, y en el siglo I a.C. los romanos estaban convencidos de que los sacrificios humanos eran propios de pueblos «bárbaros» no civilizados, como lo eran a sus ojos los galos.

Es fácil ver la utilidad de una acusación de este tipo para justificar la conquista de la Galia, especialmente para legitimar la estrategia de Roma para someter a los pueblos galos, que se dirigía ante todo contra el grupo social que ejercía mayor influencia sobre la población gala, los druidas. Con la excusa de los actos aberrantes que supuestamente cometían, las autoridades romanas pusieron en marcha una política de represión sistemática contra los ritos de los druidas y su misma existencia como grupo social.

No parece que Julio César fuera el iniciador de esta represión, pues en el momento en que redactaba sus Comentarios se refería a los druidas como una realidad vigente. Las primeras referencias a la persecución se sitúan durante el reinado del emperador Augusto (27 a.C.-14 d.C.). El escritor Suetonio, en su Vida de Claudio, dice que Augusto «prohibió la religión de los druidas a los ciudadanos romanos», lo que incluía a las familias galas que habían obtenido el privilegio de la ciudadanía tras la conquista.

La Galia, sometida

La Galia, sometida

La Galia, sometida

El reverso de este áureo, acuñado por Julio César, muestra un trofeo levantado con armas y un carnyx, o trompeta, arrebatados a los galos.

Album

Las fases de la represión

Aquel fue un primer paso en la persecución. El geógrafo Estrabón, que escribió durante el reinado de Augusto, parece que se refería a esa misma prohibición cuando escribía que la costumbre de los galos de atar las cabezas de los enemigos a las colas de los caballos y los sacrificios humanos con fines de adivinación ya eran cosa del pasado: «Los romanos les hicieron terminar con esas prácticas».

La siguiente fase se daría durante el gobierno de Tiberio, entre los años 14 y 37. Plinio el Viejo afirma que fue este emperador quien «eliminó a los druidas galos» y elogia «a los romanos por haber suprimido ritos monstruosos en los que se consideraba muy piadoso, además de muy saludable, matar a un hombre y comérselo». Como se ve, Plinio acusaba a los druidas de practicar la antropofagia, algo de dudosa verosimilitud.
El geógrafo hispanorromano Pomponio Mela, fallecido en torno al año 45, también celebró el fin de los druidas. Según aseguraba, en el momento en que escribía los galos «se abstienen de sacrificios mortales», aunque en su lugar practicaban, a modo de simulacros, amputaciones de miembros. Suetonio, por su parte, atribuyó al emperador Claudio (41-54) el mérito de haber abolido «en Galia la religión de los druidas».

El resultado de la sistemática política de los romanos en su contra fue que los druidas perdieron el estatuto privilegiado del que habían disfrutado en sus comunidades hasta la conquista romana. Desde entonces, los sacerdotes que siguieron cultivando su saber ancestral debieron hacerlo en la clandestinidad. Algunos quizá trataron de rebelarse contra el dominio romano. En ese sentido se ha interpretado la rebelión de los eduos en el año 21, liderada por Julio Sacroviro, nombre que parece indicar su condición de sacerdote. Otros soñaban con un próximo fin del poder de Roma, como ciertos druidas de los que hablaba Táctico, que al enterarse del pavoroso incendio de la Urbe en el año 64, bajo el reinado de Nerón, vaticinaron que se trataba de un «indicio de la cólera celeste y un presagio de que la soberanía del mundo iba a pasar a las naciones transalpinas». Pero su vaticinio no se cumplió y los druidas desaparecieron mucho antes de que el Imperio romano llegara a su fin.

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Diviciaco

Un druida visita roma

Ruinas de Ambrussum

Ruinas de Ambrussum

Restos del antiguo oppidum o enclave fortificado galo de Ambrussum, entre Montpellier y Nimes, que controlaba la ruta comercial que unía el Mediterráneo y la región de las Cevenas.

Bertrand Rieger / Gtres

El único druida cuyo nombre recogen las fuentes clásicas es Diviciaco. Gracias al testimonio de Cicerón sabemos que en torno a 60 a.C., después de que su pueblo, los eduos, fuera aplastado por los secuanos y los arvernos  al mando de Ariovisto en la batalla de Magetobriga, Diviciaco estuvo en Roma para pedir ayuda al Senado. Su mediación sirvió para justificar una intervención militar de Julio César, que vencería a Ariovisto. Diviciaco se mantuvo leal a Roma, a diferencia de su hermano Dumnorix, que acabó ejecutado. Cicerón pone a Diviciaco como ejemplo de las prácticas de adivinación «entre los druidas de la Galia». Dice que era buen conocedor de la ciencia de la naturaleza y que practicaba el arte de la adivinación por medio de augurios y conjeturas. Cicerón compara a los druidas con los magos persas. Un siglo más tarde, Dion Crisóstomo los relacionó con los bramanes de la India.

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Gordion y Gondole

rituales misteriosos

Legionarios romanos evitan un sacrificio

Legionarios romanos evitan un sacrificio

En este fantasioso grabado del siglo XIX, un destacamento de legionarios romanos se dispone a evitar que un grupo de druidas practique un sacrificio humano. 

Alamy / ACI

Los arqueólogos han hallado indicios de sacrificios humanos en dos yacimientos galos. Uno de ellos es Gordion, ciudad de Asia Menor conquistada por el pueblo celta de los gálatas poco después de 270 a.C. Allí se hallaron los restos de personas, quizá prisioneros de guerra, que murieron por estrangulamiento, tal vez como parte de un ritual de adivinación celta. Por otra parte, en Gondole, un oppidum galo en el centro de Francia, se descubrieron restos de ocho hombres y sus caballerías. Como los hombres no presentaban indicios de muerte en combate, cabe la posibilidad de que fueran sacrificados ritualmente. 

Enterramiento de hombres y caballos

Enterramiento de hombres y caballos

¿Sacrificios humanos?

Diagrama del enterramiento de hombres y caballos situado en el exterior del oppidum de Gondole, próximo
al punto donde tuvo lugar la batalla de Gergovia. Fue excavado en 2002. 

Manuel Cohen / Aurimages

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Conquista de Anglesey

los druidas de britania

Muro de Adriano

Muro de Adriano

El Muro de Adriano, levantado en el siglo II d.C., era la frontera del Imperio en Gran Bretaña. En la imagen, restos de la muralla y de uno de los fuertes que la protegían.

Jordan Banks / Fototeca 9x12

Durante la conquista romana de Britania, iniciada en el año 40, se produjo un episodio en el que los druidas aparecen liderando la resistencia de los celtas contra la invasión. En el año 60, el gobernador romano Suetonio Paulino decidió someter la isla de Anglesey, al norte de Gales. Tácito cuenta que al acercarse a las costas vio un ejército numeroso y bien armado, con mujeres que corrían blandiendo antorchas y, a su alrededor, druidas que «pronunciaban imprecaciones terribles con las manos alzadas al cielo». Tras un momento de temor, los soldados romanos se abalanzaron sobre los celtas y los derrotaron. A continuación, los romanos se aplicaron a destruir el poder de los druidas, talando «los bosques consagrados a feroces supersticiones. En efecto –añadía Tácito–, [los druidas] contaban entre sus ritos el de honrar los altares con sangre de cautivos y el de consultar a los dioses en las entrañas humanas».

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Terrorífico hombre de mimbre

Ídolos de mimbre

Ídolos de mimbre

Una fantasía moderna

Es difícil saber a qué se refería exactamente Julio César al hablar de los «ídolos de mimbre» de los galos. La imagen junto a estas líneas, ilustración de un libro del siglo XIX que deriva en último término de un grabado del siglo XVII, ofrece una recreación totalmente fantasiosa, en la que se incluye incluso a un druida prendiendo fuego al ídolo. Una estructura de grandes dimensiones y hecha solo de mimbre no se sostendría cuando empezara a arder y no podría mantener atrapadas a las víctimas en su interior.

Litografía del hombre de mimbre de La historia de las naciones.

Bridgeman / ACI

Varios autores antiguos se refieren a la costumbre de los galos de sacrificar a malhechores presos para obtener la gracia de los dioses. Esas fuentes mencionan diversos métodos de ejecución. Estrabón asegura que los condenados morían asaeteados o crucificados. Diodoro de Sicilia anota que se los encarcelaba durante cinco años antes de «empalarlos en honor a los dioses» y consagrarlos en piras. Julio César, por su parte, explicaba que los galos construían una especie de ídolos antropomorfos de mimbre en cuyo interior se encerraba a las víctimas para después prenderles fuego. 

Julio César

Julio César

Julio César. Escultura realizada por Nicolas Coustou. Siglo XVII. Museo del Louvre, París.

Album

«Forman con mimbres entretejidos ídolos colosales, cuyos huecos llenan de hombres vivos, y pegando fuego a los mimbres, rodeados aquellos de las llamas rinden el alma. En su estimación los sacrificios de ladrones, salteadores y otros delincuentes son los más gratos a los dioses, si bien a falta de esos no reparan en sacrificar a los inocentes». Julio César, Comentarios a la guerra de las Galias, libro VI, cap. 16.

Este artículo pertenece al número 236 de la revista Historia National Geographic.