Antiguo Egipto

Faraones, reyes divinos

Cada faraón que subía al trono era visto como Horus, el dios que reinaba sobre los vivos. Adorado como un ser sobrehumano, el faraón también tenía una naturaleza mortal.

Ramsés II como el dios Osiris

Ramsés II como el dios Osiris

El vestíbulo de entrada del gran templo erigido por Ramsés II en Abu Simbel está flanqueado por gigantescas estatuas que representan al faraón como Osiris, el dios con el que los antiguos egipcios identificaban a los faraones tras su muerte.

Kenneth Garrett

Desde los orígenes de Egipto, se consideraba a los faraones como gobernantes sagrados cuya autoridad se extendía a todo el cosmos; su legitimidad procedía de las divinidades y estaban dotados de prerrogativas sobrenaturales.
Su condición sobrehumana se manifestaba en la parafernalia que lucían, desde las coronas, los estandartes y los cetros hasta la vestimenta. Incluso las fragancias creaban a su alrededor una atmósfera que estaba más allá de lo humano. 

Sin embargo, ¿veían realmente los egipcios a sus faraones como dioses en la tierra? Durante largo tiempo la egiptología lo ha mantenido así, pero nuevos estudios tienden a poner en duda que los faraones gozasen de una divinidad completa en vida. La figura del rey egipcio es mucho más compleja de lo que en un principio se pensaba: lejos de ser una divinidad total, había en su persona una parte humana de la que los antiguos egipcios eran perfectamente conscientes. 

La doble corona del faraón

La doble corona del faraón

Este relieve del templo de Horus en Edfú muestra a Ptolomeo VIII Evergetes tocado con la corona sekhemty, símbolo de la unión del Alto y el Bajo Egipto.
En época ptolemaica los faraones no recibían la corona de Horus y Seth, sino de las diosas  Nekhbet, a la derecha, y Uadjet, a la izquierda.

Robert O’Dea / AKG / Album

El mito de Osiris

El carácter divino de la monarquía faraónica deriva del mito de Osiris. Se creía que este dios reinó en la tierra en el inicio de los tiempos, hasta que su hermano, el envidioso Seth, le tendió una trampa, lo asesinó y lo descuartizó, y después repartió los trozos de su cuerpo por todo el territorio egipcio. La esposa de Osiris, Isis, y su hermana Neftis recorrieron Egipto para recuperar todas las partes del difunto rey. Una vez reunido el cuerpo, Isis, en forma de ave rapaz, se posó sobre los genitales de su difunto esposo y copuló con él. Gracias a este acto, Osiris renació para convertirse en el rey de los muertos, al mismo tiempo que Isis concibió a un nuevo dios, Horus, quien al llegar a la edad adulta destronó a su tío Seth y se proclamó rey de los vivos. 

Todos los faraones de Egipto se identificaban con Horus en vida y con Osiris tras su muerte. Se creó así un ciclo constante y perpetuo que se repitió a lo largo de toda la historia egipcia, según el cual el rey hijo, Horus, sucedía al rey padre, Osiris, a su muerte. El binomio Osiris-Horus expresa el principio de legitimidad dinástica: todo rey sucesor es Horus y, por tanto, hijo legítimo del predecesor difunto, que es Osiris.

Isis, la gran maga

Isis, la gran maga

Colgante de oro hallado en Tanis que representa a la diosa Isis, esposa del dios del inframundo Osiris, con la corona de cuernos de vaca y el disco solar. Dinastía XXI. Museo Egipcio, El Cairo.

S. Vannini / Bridgeman / ACI

Pese a esta vinculación con Horus y Osiris, los reyes egipcios poseían también una naturaleza humana. El heredero al trono no era considerado un dios desde su nacimiento, ya que podía morir antes que su padre.
El primogénito real nacía como humano y pasaba la infancia en el harén con sus hermanos y la familia real. Su divinización empezaba con la muerte del faraón y concluía con su proclamación como nuevo rey,  un complejo ritual que culminaba con la coronación.
Las ceremonias tenían lugar inmediatamente después del funeral del rey difunto, a ser posible en año nuevo o coincidiendo con el inicio de una de las tres estaciones del año, ya que de lo contrario se crearía un período de inestabilidad cósmica: el caos (isefet) se apoderaría del orden (maat)

El dios Horus

El dios Horus

Imagen del dios halcón Horus, divinidad con la que se asociaba al rey en vida. Baja Época. Museo Metropolitano, Nueva York.

Album

La apoteosis del nuevo rey

La elevación al trono consistía en distintos episodios dramatizados en los que el nuevo rey se transfiguraba en un dios, adquiría poderes divinos y obtenía la aprobación por parte de las divinidades. Al inicio del proceso, el faraón realizaba una serie de rituales físicos que manifestaban su dominio sobre el país: una carrera en torno a un muro que evocaba la muralla de Menfis, la primera capital de Egipto; el disparo de una flecha a cada uno de los puntos cardinales y el alzado del pilar djed, símbolo del equilibrio y la estabilidad.
A continuación, el cuerpo del faraón era purificado por cuatro sacerdotes que personificaban a distintas deidades y que, empleando un aguamanil de oro, ungían al nuevo monarca con los siete aceites sagrados. 

En una segunda fase de la ceremonia, el aún príncipe era amamantado por una diosa, que a través de su leche divina le otorgaba los poderes de un dios y lo legitimaba como hijo divino. Finalmente, el rey aparecía ante las principales autoridades del país y comenzaba la ceremonia de coronación propiamente dicha, en la que el nuevo monarca era investido con las distintas coronas, cetros y el resto de la parafernalia real. Este ritual de coronación dotaba al monarca de un carisma y una naturaleza similares a los de las deidades, separándolo del resto de los mortales.

La coronación de Ramsés II

La coronación de Ramsés II

Este relieve del templo de Nefertari, Gran Esposa Real de Ramsés II, en Abu Simbel muestra al faraón, con el cayado y el flagelo, recibiendo la corona de las Dos Tierras (sekhemty) de manos de dos dioses: Horus el halcón, a la derecha, que lleva la misma corona que el rey, y Seth, dios del caos y asesino de su hermano Osiris, a la izquierda, representado con la cabeza de su animal característico. 

Franck Charel / Gtres

Seres intocables

Desde aquel momento, el faraón, como divinidad, exigía la postración y la sumisión de los presentes, que podían llegar a besar el suelo. Tocar su persona se consideraba un sacrilegio que merecía un grave castigo.  Una inscripción en una tumba del Reino Antiguo en Gizeh cuenta que el titular del sepulcro, Reuer, un importante sacerdote, tocó sin querer el cetro del rey, pero este lo perdonó: «El rey del Alto y el Bajo Egipto, Neferirkare, apareció en el día de coger la cuerda de proa de la barca del dios. El sacedorte-sem Reuer estaba a los pies de Su Majestad en su noble función de sacerdote-sem y guarda del equipamiento ritual. El cetro-ames que el rey llevaba en la mano bloqueó el camino del sacerdote-sem Reuer. Su Majestad le dijo:  “¡Estate tranquilo!”, así habló Su Majestad.  “Es el deseo de Mi Majestad que él esté bien y que no se le golpee. Realmente, él era más valioso a la vista de Su Majestad que cualquier otro hombre”». 

Sin embargo, el faraón seguía teniendo una parte humana. El rey era un ser divino a la vez que humano. Muestra de ello son dos términos que los egipcios usaban para referirse a él: nesu, que traducimos como «rey», alude al líder divino, mientras que hem, que traducimos por «majestad», alude a su faceta humana, es decir, al cuerpo que alberga la parte divina. Un texto biográfico sobre Ankhkhufu, que fue supervisor de cantantes y flautistas de la Gran Casa (el palacio real) durante la dinastía V, hace referencia a estas dos realidades del faraón: «[El trabajo] fue aprobado por la autoridad del rey (nesu) mismo a la entrada de la audiencia, de modo que su majestad (hem) pudiese ver los avances allí cada día».

La carrera de Hatshepsut

La carrera de Hatshepsut

Este relieve de la capilla Roja de Hatshepsut en Karnak muestra a la reina, a la izquierda, llevando a cabo la cursa ritual en la fiesta Sed. A la derecha vemos la barca sagrada del dios Amón.

Magica / AGE Fotostock

La parte humana de su naturaleza hacía que el faraón fuera falible y voluble. Como los demás hombres, el rey enfermaba, envejecía y moría. Es cierto que en los mitos algunas divinidades también enferman y envejecen, pero siempre son actos reversibles y nunca llegan a morir; el caso de Osiris es especial, ya que en los textos egipcios solo aparece como muerto. El faraón debía ganarse su inmortalidad, mientras que las divinidades eran inmortales; la parte humana del rey lo diferenciaba del resto de deidades. 

Además, los faraones eran vulnerables. Algunos fueron asesinados por personas de su propia corte, como Amenemhat I (hacia 1910 a.C.), o bien murieron a manos de sus enemigos, como Seqenenre Taa (hacia 1570 a.C.). Su carácter divino no podía evitar su muerte porque el faraón tenía una parte falible, su faceta humana. Un claro ejemplo de este hecho lo encontramos en las Enseñanzas de Amenemhat I a su hijo Sesostris I, en las que el rey narra su propio asesinato y reconoce que no pudo hacer nada por evitarlo ya que le pilló por sorpresa. 

El templo funerario de Hatshepsut

El templo funerario de Hatshepsut

El arquitecto real Senenmut construyó este monumental edificio en el circo rocoso de Deir el-Bahari. En una  de las terrazas inferiores  se abre el llamado pórtico del Nacimiento, donde se representa el nacimiento divino de la reina, hija del dios Amón, lo que la legitima como faraón de Egipto. 

Alamy / ACI

La monarquía egipcia creó diversos rituales para contrarrestar esas deficiencias de la parte humana del faraón, que era finita.
Uno de ellos era elHeb Sed, el festival Sed o jubileo real. Dado que el faraón envejecía y se debilitaba, lo que podía perjudicar el buen funcionamiento del universo, cada 30 años (y a veces menos) se llevaba a cabo un ritual para renovar los poderes cósmicos del monarca y restablecer sus capacidades divinas a fin de que pudiera seguir manteniendo el orden universal.

 

El hijo del dios

El faraón sucesor también podía adquirir legitimidad para reinar demostrando que descendía de una divinidad. Es el caso de la llamada hierogamia o teogamia, el «matrimonio sagrado». Soberanos como Hatshepsut, Amenhotep III o Ramsés II lo utilizaron para presentarse como descendientes directos del dios Amón. El relato de la teogamia se grababa en los templos, combinando texto e imagen. En él se explicaba que el dios Amón mantenía relaciones sexuales con la esposa real y engendraba al futuro rey. Luego, las divinidades anunciaban el embarazo tanto al padre como a la madre (el rey y la reina) mientras que el dios carnero Khnum, junto a la diosa rana Heqet, daban forma a la persona del futuro rey. Finalmente, la reina daba a luz al heredero, que será presentado a las divinidades del Alto y el Bajo Egipto.

La doble naturaleza del rey, humana y divina, lo situaba entre la esfera profana y la sagrada. Por un lado, como dios-humano era venerado por el resto de los mortales, pero como humano-dios era el intermediario entre los mortales y las otras divinidades, a las que rezaba para reclamar beneficios que estaban más allá de su potestad. 

La reina de Egipto

La reina de Egipto

Este grabado en color del siglo XIX recrea de forma fantasiosa la coronación de una reina en el antiguo Egipto. 

AKG / Album

El rey debía mantener el orden cósmico, consagrar templos y garantizar el culto a las divinidades con la finalidad de asegurar una vida plena a los seres humanos. Esta dualidad de la persona del monarca queda perfectamente reflejada en el término hem, que, como se ha indicado, traducimos por «majestad», pero que también significa «servidor»: el faraón encarnaba la majestad para los humanos al tiempo que –a pesar de su propia naturaleza sagrada– era un servidor de las divinidades. 

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El monarca de las dos tierras

Ramsés II

Ramsés II

Estatua que representa al faraón Ramsés II entronizado.
Museo Egipcio, Turín.

Scala, Firenze

Ante sus súbditos, los faraones lucían toda una parafernalia que simbolizaba sus poderes. Así lo vemos en la estatua de Ramsés II sobre estas líneas, conservada en el Museo de Turín. El monarca lleva la corona jepresh o corona azul, y empuña el cetro heqa, símbolo del poder real junto al flagelo, que aquí no se ha representado. El rey está sentado sobre un trono en cuyos lados se muestra el sema-tawy, la unión de las plantas heráldicas del Alto y el Bajo Egipto (el valle del Nilo y su delta, respectivamente). Bajo los pies del rey aparecen nueve arcos que corresponden a los nueve enemigos arquetípicos de los egipcios, a los que
el faraón pisotea y destruye simbólicamente.

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Morir para convertirse en dios

Tumba de Tutankhamón

Tumba de Tutankhamón

Pintura de la cámara funeraria de la tumba de Tutankhamón que representa al faraón con el aspecto momiforme de Osiris.

François Guénet / AKG / Album

Cuando el rey moríase transfiguraba de Horus a Osiris y pasaba de reinar en el mundo de los vivos a hacerlo en el de los muertos. Entonces su parte humana desaparecía y se convertía en una divinidad por completo. Este tránsito requería un complejo ritual funerario que convertía al rey difunto en un dios imperecedero; una vez concluido, el cuerpo divino del faraón descansaba eternamente en su tumba. Pero su subsistencia en el más allá exigía un culto funerario perpetuo, para lo que se asociaba una zona de culto a la tumba real. En ella, los sacerdotes funerarios llevaban a cabo el culto diario al soberano difunto: lo alimentaban y ejecutaban los rituales necesarios para garantizar su vida eterna.

Este artículo pertenece al número 234 de la revista Historia National Geographic.