Durante la mayor parte de la Edad Media, el modelo de la indumentaria clásica se mantuvo sin grandes cambios en la Europa cristiana. Generalmente se llevaban túnicas anchas y holgadas sobre las que se podían poner sobretodos y mantos de diferentes tipos. Era una vestimenta que disimulaba las formas del cuerpo y que resultaba muy semejante en hombres y mujeres. Además, las distintas clases sociales llevaban ropas de diseño parecido, que se diferenciaban principalmente por la calidad de los tejidos y su lujo.
Esta situación cambió entre los siglos XIII y XIV, con la entrada en la era del gótico. El enriquecimiento general favoreció entonces el gusto por los vestidos elegantes y lujosos. El dispendio llegó a tal punto que las autoridades endurecieron la legislación para establecer qué vestido podía llevar cada cual. Estas leyes suntuarias, extraordinariamente minuciosas, tuvieron escaso éxito. En Francia, un decreto real publicado en 1294 determinaba cuántas prendas podía adquirir alguien según su nivel social y económico, y se limitaba el uso de ciertos tejidos, especialmente de pieles y joyas. Había normas que impedían portar prendas de color rojo a quien no perteneciese a la realeza. Pese a ello, el interés por la moda fue irrefrenable en las últimas centurias de la Edad Media. De hecho, puede decirse que fue en ese momento cuando surgió la moda moderna.
La nueva figura masculina
La moda de finales de la Edad Media se caracterizó por la tendencia de los vestidos a ajustarse al cuerpo –lo que se denomina moda anatómica– y también por una marcada diferenciación entre el modo de vestir de hombres y mujeres.
Fue en el armario masculino donde se produjo el cambio más notable. A partir del siglo XIII aparecieron nuevas prendas que alcanzarían una gran difusión. La más importante fue el jubón, una especie de chaqueta armada muy corta que evolucionó a partir de lo que inicialmente era una prenda interior. Similar al jubón era la jaqueta, antecedente de la chaqueta. El uso de estas prendas cortas tenía como consecuencia dejar a la vista las piernas, que se mostraban cubiertas únicamente con unas calzas, el equivalente a nuestros pantalones. Fabricadas por zapateros, las calzas se hacían con una tela rígida y hay testimonios de que resultaban bastante incómodas.
Así surgió un tipo de figura masculina cuya mejor representación se encuentra en la corte de los duques de Borgoña, que tenía como principales sedes las ricas ciudades de Flandes (la actual Bélgica). Mediante un jubón ceñido se creaba una figura de hombros poderosos y cintura estrecha, con las piernas muy marcadas e incluso dejando a veces a la vista la bragueta. Esto último provocó críticas moralistas; una crónica del siglo XIV censuraba que se viera lo que «es mejor llevar oculto», esto es, los genitales y el trasero. Otro rasgo de la moda borgoñona fue la preferencia por los colores oscuros, como el azul y el negro. Lejos de ser símbolos de austeridad y rigor, estas tonalidades permitían que resaltaran tanto las joyas que se llevaban como la confección perfecta de las prendas.
La desaparición de la túnica larga significó que los hombres también podían lucir su calzado, y los zapatos de punta se pusieron de moda como símbolo de lujo y refinamiento. Dado que estas puntas se hacían cada vez más largas, el rey Eduardo III de Inglaterra decretó, a mediados del siglo XIV, una ley suntuaria que prohibía a todos, salvo a los nobles de más alcurnia, llevar zapatos o botas cuya punta excediese las dos pulgadas, bajo multa de cuarenta peniques. Sin embargo, los zapatos de puntera afilada llegaron a alcanzar dieciocho pulgadas de longitud, unos 45 centímetros. Este calzado, conocido como a la cracoviana o a la polonesa, estuvo de moda hasta que en la segunda mitad del siglo XV fue sustituido por el de punta cuadrada.
Aunque el uso de las túnicas decayó entre los hombres, estos llevaban ropas de encima amplias, como el sobretodo llamado cotardía, o la hopalanda, una especie de abrigo larguísimo lleno de pliegues y enormes mangas y con cuello alto. Los excesos en estas prendas fueron tales que Geoffrey Chaucer, en uno de sus Cuentos de Canterbury, de finales del siglo XIV, lamentaba que tanto hombres como mujeres llevaran prendas tan largas que las arrastraban cuando montaban a caballo.

Damas y caballeros franceses del siglo XV. Miniatura de las Muy ricas horas del duque de Berry. Museo Condé, Chantilly.
Foto: Bridgeman / ACI
La moda femenina
En general, las mujeres lucieron una indumentaria menos extravagante que la de los hombres. La prenda femenina más importante fue la túnica o saya, que iba ajustada bajo el pecho con un cinturón, y luego caía como dibujando un vientre de embarazada, formando una falda de muchos pliegues que podía alcanzar gran volumen. La saya también podía tener largas colas y capas que caían desde los hombros. Era habitual que se forrara en piel y que tuviera mangas bellamente decoradas. El pecho quedaba también realzado, pues se producía un efecto de encorsetado, y de hecho los escotes se fueron abriendo, a fin de mostrar no sólo el cuello de las mujeres, sino también las camisas finamente labradas que llevaban debajo.
Aunque la indumentaria masculina introdujo más novedades, las mujeres lucieron más telas y más ricas. Así, llevaron más colores que los hombres: los trajes de paño, que eran de un solo color, dieron paso a tejidos lujosos de seda, terciopelo y brocado bellamente adornados.
El elemento más fantasioso de la indumentaria femenina era el tocado. A diferencia de los hombres, durante la Edad Media no se aceptaba que las damas llevaran el pelo suelto, por lo que las tocas y los velos para cubrir el cabello eran de rigor. Desde el siglo XIII, sin embargo, los complementos para la cabeza adoptaron nuevas formas. La influencia oriental derivada de las cruzadas, por ejemplo, puso de moda los turbantes, que se difundieron mucho entre los hombres, pero que también se popularizaron entre las mujeres.

Dama tocada con un hennin. Miniatura de finales del siglo XV.
Foto: Alamy / ACI
Tocados de fantasía
A finales del siglo XIII apareció la crespina, una redecilla de alambre que tenía la particularidad de dejar a la vista el cabello. Se llevaba sola, dejando ver las trenzas, o con barboquejo: una banda de lino que se pasaba por debajo de la barbilla y que luego subía hasta las sienes. Los velos, que anteriormente se habían llevado con diademas, pasaron a lucirse con soportes en los que se encajaba el cabello y que eran básicamente estructuras con formas de fantasía.
Los clérigos de París se burlaban de las mujeres que iban tocadas con «cuernos de carnero»
El tocado de cuernos, que apareció hacia 1410, fue uno de los más famosos, pero también el de corazón o el de mariposa. Sin embargo, quizás el adorno más identificable hoy en día sea el hennin, el tocado de aguja (con forma de cono), muy habitual en Francia. Estos aparatosos tocados dieron lugar a críticas y burlas; en el siglo XV los clérigos de París lamentaban ver a las mujeres tocadas con cuernos de carnero o con campanarios.
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Moda unisex
Antes del siglo XIII, hombres y mujeres vestían largas túnicas con muchos pliegues y capas de tela, que caían holgadas sin marcar la silueta del cuerpo. La única diferencia era que las túnicas masculinas solían ser algo más cortas.

Trovador alemán del siglo XII y su dama. Códice Manesse.
Foto: Tarker / Bridgeman / ACI
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Felipe el bueno y su corte. Miniatura de las Crónicas de Henao, del siglo XV.
Foto: Bridgeman / ACI
La corte que marcaba tendencia en Europa
La imagen sobre estas líneas es una excelente representación de la moda masculina en la corte de Borgoña a mediados del siglo XV. En el centro aparece el duque Felipe el Bueno, con un jubón de color muy oscuro que hace destacar las joyas que porta, en particular el toisón de oro en el cuello. Por debajo lleva unas hombreras llamadas brahones que potencian su torso, en contraste con la cintura muy ceñida y las piernas embutidas en las calzas, creando así una figura «fusiforme», en forma de huso. Los cortesanos usan zapatos de punta y visten lujosos jubones con ribetes de piel, terciopelos y tejidos brocados. La mayoría llevan un corte de pelo de moda en la época, excepto el duque, su hijo, a la izquierda, y el cortesano a su derecha, que van tocados con un turbante.
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Isabel de Portugal. Atribuido a Rogier Van der Weyden. Centro Getty, Los Ángeles.
Foto: Bridgeman / ACI
Más que sombreros
En el siglo XVI, en la corte borgoñona triunfaban los tocados femeninos de fantasía, compuestos por velos elevados sobre un armazón. El retrato junto a estas líneas muestra a Isabel de Portugal (1397-1471), que era duquesa consorte de Borgoña y tercera esposa de Felipe III el Bueno, con un lujoso vestido de brocado rojo y dorado, ceñido por debajo del pecho con una faja verde, y un tocado armado de alas de mariposa. Este tipo de tocado dejaba a la vista no sólo el rostro, sino también la amplia frente. En esos años era costumbre entre las mujeres afeitarse el nacimiento del pelo y llevar las cejas muy depiladas.
Este artículo pertenece al número 219 de la revista Historia National Geographic.