Un monumento milenario

La esfinge de Gizeh

La gigantesca escultura que se alza frente a las pirámides de Gizeh fue al principio un homenaje a un faraón, luego una encarnación de dioses solares y más tarde una figura terrorífica para los campesinos árabes de la región.

Guardiana de las pirámides

Guardiana de las pirámides

Esculpida en un saliente rocoso, la Gran Esfinge se alza a la entrada de la meseta de Gizeh, frente a las tres imponentes pirámides de la dinastía IV. En la imagen, a la derecha, la pirámide de Keops.

Foto: Kenneth Garrett

La Gran Esfinge es uno de los monumentos más emblemáticos de la Antigüedad. Durante miles de años ha maravillado a los visitantes de la necrópolis de Gizeh. Ha despertado curiosidad y admiración, a veces también temor, y ha dado pie a numerosas leyendas. En nuestra época han surgido las más diversas teorías sobre su origen y su significado, algunas tan disparatadas como difundidas. En pleno siglo XXI, la Gran Esfinge sigue siendo incomprendida por muchos a pesar de que desde la investigación egiptológica se conoce razonablemente bien tanto su larga historia como su significado.

El término esfinge procede del griego sphinx, que quizá deriva a su vez del egipcio shesep-ankh, «imagen viviente», una palabra que definía la «estatua» o «imagen» de un dios o faraón. Sin embargo, la denominación egipcia de lo que nosotros llamamos esfinge, una estatua con cabeza humana y cuerpo de león, es shesepu.

Tallada en la roca

Si se acepta que la Gran Esfinge fue obra de Kefrén, la figura de este tipo más antigua que conocemos sería tan sólo unos años anterior. Se trata de una pequeña estatua de bulto redondo en la que aparece el nombre de la reina Heteferes II. Fue hallada entre las ruinas del complejo funerario de su esposo, el rey Didufri, hijo de Keops y hermano de Kefrén, en la necrópolis de Abu Roash, pocos kilómetros al norte de Gizeh. A lo largo de la historia de Egipto se tallaron esfinges en gran número y con diversos aspectos. Aunque generalmente se conservaba el cuerpo de león, la forma de su cabeza podía variar: a veces era humana, como en la Gran Esfinge; otras era de carnero, chacal, cocodrilo o halcón.

La esfinge y la pirámide

La esfinge y la pirámide

Se suele considerar que la Esfinge de Gizeh representa a Kefrén, hijo de Keops y artífice de la segunda pirámide de la meseta. En esta imagen nocturna, la construcción aparece tras la Esfinge iluminada, y en ella se aprecian los restos de su antiguo recubrimiento de piedra caliza, que aún conserva en la parte superior.

Foto: Kenneth Garrett

La Gran Esfinge es una colosal estatua que se talló directamente en la roca caliza de Gizeh, en un espacio que sirvió también como cantera, creando a su alrededor un amplio patio. Su cuerpo tiene forma de león, con la cola recogida por el lado derecho. Desde su parte posterior hasta el extremo de las patas delanteras alcanza los 73 metros de longitud. La cabeza, labrada a partir de un afloramiento rocoso, corresponde a la de un faraón con el nemes, un tocado de tela con el que se suele representar a los reyes de Egipto, y alcanza los 20 metros de altura. En la parte superior hay un agujero, hoy tapado con cemento, que se supone que fue empleado para insertar una corona. En la frente contaba con un ureo o cobra real, hoy descabezada.

La erosión del tiempo

El cuerpo de la Esfinge fue revestido con bloques de piedra caliza de mejor calidad, procedente de las canteras de Tura. El deterioro y la pérdida de este revestimiento obligaron a restaurar el monumento en numerosas ocasiones. Las únicas partes de la Esfinge que nunca fueron revestidas son la cabeza y el cuello, que se tallaron y pulieron directamente sobre la caliza local, pese a su mala calidad. La acción erosiva del viento y la arena ha afectado mucho esta parte del monumento, hasta el punto de que recientemente la cabeza ha tenido que ser consolidada ante el peligro de desplome.

Un personaje arrodillado rinde tributo a la Esfinge en esta estela votiva descubierta en Gizeh. Museo de Arte del Condado, Los Ángeles.

Foto: AKG / Album

Por otra parte, es muy posible que la Esfinge estuviera pintada. De hecho, en su desgastada superficie se han hallado restos de pigmentos azules y amarillos y, especialmente, rojo en varias partes de la cara. Esto último corrobora una excepcional descripción que Plinio el Viejo hizo de la Esfinge en el siglo I, en la que indicaba que «el rostro del monstruo [la Esfinge] se tiñe de rojo».

La Esfinge lleva 4.500 años observando el devenir de Gizeh y Egipto, un largo período en el que el monumento ha ido mutando para adaptarse a las ideologías y las creencias imperantes en cada momento, al tiempo que era objeto de sucesivas campañas para salvarlo de la acción de las arenas del desierto. Convertida en icono turístico de Egipto, la Gran Esfinge es una vieja dama que sigue en pie como eterna guardiana de la necrópolis de Gizeh.

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El enigma del faraón que construyó la Esfinge

Vista de las tres pirámides de Gizeh. De derecha a izquierda, la de Keops, la de Kefrén y la más pequeña, la de Micerino.

Vista de las tres pirámides de Gizeh. De derecha a izquierda, la de Keops, la de Kefrén y la más pequeña, la de Micerino.

Foto: Marcello Bertinetti

Uno de los mayores interrogantes en torno a la Esfinge de Gizeh es el de cuándo se construyó y a qué faraón debemos atribuir la obra. Algunos autores han propuesto dataciones muy antiguas basándose en la Estela del Inventario, un texto de la dinastía XXVI en el que se indica que la Esfinge fue restaurada en época de Keops, lo que implicaría que debía de ser mucho más antigua que el reinado de este faraón, el constructor de la Gran Pirámide. Sin embargo, este texto, casi dos milenios posterior a Keops, presenta muchos anacronismos y no puede tomarse literalmente.

El faraón Kefrén. Estatua en diorita de Kefrén, protegido por el dios halcón Horus. Museo Egipcio, El Cairo.

Foto: DEA / Scala, Firenze

El geólogo Robert Schoch ha planteado que la erosión de la Esfinge sólo se explica por un contexto climático de lluvias abundantes y regulares, lo que haría remontar su construcción a 10000 a.C., una hipótesis fantasiosa que carece de base científica y egiptológica. Hoy la mayoría de investigadores considera que la Esfinge fue tallada hace unos 4.500 años, durante la dinastía IV, en la época de la construcción de las grandes pirámides. Así lo evidencian los bloques de revestimiento más antiguos que se emplearon, las cerámicas halladas en el lugar y las marcas de cinceles de cobre que se emplearon en la talla, diferentes a las que dejan los cinceles de bronce usuales en el Reino Nuevo.

El rey Keops. Estatuilla de marfil del faraón Keops. Dinastía IV. Museo Egipcio, El Cairo.

Foto: AKG / Album

La única duda que mantienen los egiptólogos es si la Esfinge se hizo en época de Kefrén, como opina la mayoría de ellos, o bien durante el reinado de Keops, como sostiene el investigador alemán Rainer Stadelmann. A favor de la primera opción está la relación espacial que mantiene la Esfinge con la pirámide y el templo del valle de Kefrén. Además, en la estela de Tutmosis IV, situada entre las patas de la Esfinge, parece leerse parte del nombre de Kefrén, aunque esto no puede asegurarse. La segunda opción considera que la Esfinge fue parte del proyecto constructivo de Keops y que se creó al tiempo que la roca en la que fue tallada se empleaba como cantera de la que se extraían bloques de piedra para la Gran Pirámide.

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El templo de la Esfinge

Frente a la esfinge se hallan los restos de un templo que seguramente se empezó a construir al mismo tiempo que se tallaba esta gigantesca escultura. Aunque nunca se terminó, se cree que llegó a ser consagrado. En el templo estaban representados los distintos aspectos de Re, la divinidad solar. La Esfinge, situada tras el santuario, formaría parte de la misma concepción.

La estructura del edificio, tal y como puede verse después de las excavaciones llevadas a cabo por Émile Baraize entre 1925 y 1932 y por Selim Hassan pocos años después, se compone de bloques megalíticos de piedra caliza local. En su origen, la piedra fue cubierta con bloques de granito, igual que se hizo en el vecino templo del valle de Kefrén; como éste, el templo de la Esfinge tenía un suelo de calcita o alabastro egipcio.

Según Ricke y Schott, las 24 columnas del patio central podrían ser una referencia simbólica a las 24 horas del día. A estas columnas se habrían adosado estatuas del rey para decorar el interior del patio, en cuyo centro debió de colocarse un altar de ofrendas. Curiosamente, en el templo había dos santuarios, uno al este y otro al oeste: el primero quizás estuvo dedicado al dios solar matutino, Khepri, y el segundo, al dios solar vespertino, Atum. Es probable que ambos santuarios estuvieran cubiertos. Como contraste, el patio central a cielo descubierto mostraría la luz del poderoso Re en el cénit de su curso diario.

Durante los equinoccios se da una alineación astronómica solar que vincula el templo de la Esfinge, la propia Esfinge y la pirámide de Kefrén: si un observador situado en el eje este-oeste del templo mirase hacia el oeste, por donde se pone el sol, vería cómo el Sol equinoccial hallaba su ocaso en el lado sur de la Esfinge y de la pirámide de Kefrén. Ello apunta a un origen común de estas tres estructuras.

Unos mil años después, el faraón Amenhotep II, de la dinastía XVIII, construyó junto a la esquina noreste del templo de la Esfinge otro pequeño santuario a base de ladrillos de adobe. Lo dedicó al dios Horemakhet, «Horus en el Horizonte», a quien entonces se creía que representaba la Esfinge. El lugar fue excavado por Selim Hassan entre 1936 y 1937.

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La Esfinge y el culto solar

Una obra admirable

Una obra admirable

Henry Salt, el cónsul británico en Egipto que patrocinó las excavaciones de Caviglia en Gizeh, tras contemplar la Gran Esfinge en persona escribió: «Este monumento, tan imponente en su aspecto, aun estando mutilado, ha excitado siempre la admiración de los que tienen bastante conocimiento artístico para apreciar sus cualidades a primera vista [...]. La mirada contemplativa, la dulce expresión de la boca y la bella disposición del ropaje en el ángulo de la frente testimonian la habilidad admirable del artista que la ejecutó».

Foto: Michael Greenfelder / Alamy / ACI

Tras un largo período de abandono, que probablemente comenzó a finales del Reino Antiguo, la Esfinge recobró el protagonismo durante el Reino Nuevo, especialmente bajo la dinastía XVIII. Es posible que fuese entonces cuando se adornó la cabeza de la Esfinge con una barba postiza, formando así la imagen arquetípica de un faraón. Actualmente, de dicha barba sólo quedan algunos fragmentos custodiados en el Museo Británico. De igual modo, cabe pensar que en ese período se talló la figura de un faraón bajo la cabeza de la Esfinge, aunque esto no puede ser confirmado.

Fragmento de la barba de la Gran Esfinge, hallado por Caviglia en 1817. Museo Británico, Londres.

Foto: British Museum / Scala, Firenze

La Esfinge está orientada hacia el este, de modo que durante los equinoccios mira directamente al Sol naciente. El carácter solar del monumento queda reflejado en la famosa Estela del sueño de Tutmosis IV (1400- 1390 a.C.), descubierta en 1817. El texto de la estela narra el sueño que tuvo el príncipe Tutmosis al quedarse dormido a la sombra de la Esfinge. El príncipe habría visto cómo la Esfinge se le presentó como Horemakhet-Kheperi-Re-Atum, es decir, como una combinación de dioses solares, para anunciarle que si la liberaba de la arena, que ya entonces la oprimía, llegaría a convertirse en faraón.

Detalle de la 'estela del sueño' de Tutmosis IV, donde aparece la esfinge sobre un templete.

Foto: DEA / Album

Obviamente, el sueño era una ficción con la que Tutmosis IV buscaba legitimarse como rey. La estela demuestra, en todo caso, que en el Reino Nuevo la Esfinge era vista como una manifestación de la divinidad solar. También nos recuerda que el monumento necesitó siempre de un cuidado continuo para impedir que la arena lo sepultara una y otra vez.

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Estragos y leyendas

Medio enterrada

Medio enterrada

A principios del siglo XIX, las arenas de Gizeh cubrían el cuerpo de la Esfinge, tal como mostró el artista David Roberts en esta litografía realizada durante su viaje a Egipto en 1838.

Foto: Bridgeman / ACI

Durante los últimos siglos de la historia del Egipto faraónico, la Esfinge quedó casi totalmente sepultada por la arena, lo que explica probablemente que autores como Heródoto, Diodoro o Estrabón no le dedicaran ni una sola línea. En época de Nerón (54-68 d.C.), la Esfinge fue parcialmente liberada de la arena, hecho que volvió a repetirse bajo el gobierno de Marco Aurelio (161-180 d.C.). En aquel tiempo se construyeron unas escaleras monumentales por las que se accedía a la explanada de la Esfinge, facilitando así el culto y la deposición de ofrendas. En el siglo I d.C., Plinio el Viejo resaltaba el carácter divino de este monumento: «Frente a estas pirámides se encuentra la Esfinge, un objeto de arte aún más maravilloso, pero sobre el que se mantiene el silencio, ya que la gente de la zona la ve como una divinidad».

La Esfinge también adquirió importancia para otras creencias. Así, se dice que los sabeos de Harrán consideraban que en ese lugar había sido enterrado el legendario Hermes Trismegisto. Durante la Edad Media, la Esfinge alimentó creencias locales, pues sabemos que los campesinos de la zona le hacían ofrendas con la esperanza de que propiciara abundantes inundaciones del Nilo y excelentes cosechas, por lo que se la conocía como el «Talismán del Nilo». En el siglo XI, el geógrafo ceutí al-Idrisi hacía constar que quienes deseaban conseguir cargos en el califato fatimí, asentado en Egipto, hacían presentes a la Esfinge.

Cabeza a la vista

Cabeza a la vista

En el siglo XVIII, la arena del desierto cubría por completo el cuerpo de la Esfinge de Gizeh, sobresaliendo sólo la cabeza ya sin la nariz, como se ve en este grabado.

Foto: Aurimages

En ese período, los árabes apodaban a la Esfinge Abu el-Hawl, que en árabe significa «padre del miedo». El nombre quizá procede del que se daba en copto a la Esfinge, bu-Hur, «el lugar de Hur», que a su vez seguramente deriva de la identificación de la Esfinge con el dios Horon que hicieron muchos extranjeros residentes en Menfis durante el Reino Nuevo.

En la época islámica, la cara de la Esfinge quedó desfigurada cuando le seccionaron la nariz con largos cinceles de hierro. Parece que esto sucedió durante el dominio de los mamelucos (1250-1517). Un historiador del siglo XV, al-Maqrizi, afirma que fue un acto de iconoclastia cometido por un musulmán sufí llamado al-Dahr a finales del siglo XIV. La idea de que fueron las tropas de Napoleón las que destruyeron la nariz de un cañonazo carece de fundamento.

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La Esfinge resurge

Libre por fin

Libre por fin

Esta fotografía, de la segunda mitad de la década de 1920, muestra la Esfinge libre de arena gracias a los trabajos llevados a cabo por Émile Baraize, que dejaron a la vista el muro construido durante el Reino Nuevo para proteger el recinto.

Foto: AKG / Album

En la época moderna, los visitantes que llegaban a Egipto veían la Esfinge cubierta de arena hasta el cuello. El francés André Thévet, en su Cosmografía de Levante, publicada en 1556, la describe como «la cabeza de un coloso». Desde el siglo XIX, los arqueólogos trataron de despejar de arena el monumento para estudiarlo, pero ésa era una tarea hercúlea. En 1817, Giovanni Battista Caviglia excavó su parte frontal, descubriendo la famosa estela de Tutmosis IV y las escalinatas monumentales de época romana. En las décadas siguientes, otros arqueólogos trabajaron en el lugar. Fue el francés Émile Baraize quien emprendió en 1923 la tarea de desenterrar por completo la Esfinge, un trabajo que duró casi diez años.

En un mar de arena

En un mar de arena

Esta fotografía de la Esfinge, tomada a comienzos de la década de 1920, muestra la gigantesca escultura prisionera en gran parte de la arena del desierto.

Foto: Werner Forman / Album

Este artículo pertenece al número 220 de la revista Historia National Geographic.

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