La trata a través del Atlántico

Esclavos en América: consecuencias de un viaje atroz

Tras superar un terrible periplo en barco cruzando todo el océano Atlántico, a los esclavos que llegaban vivos no les esperaba nada mejor. Tampoco a los marineros que habían viajado con ellos.

LOS ESCLAVOS BLANCOS

Tras la llegada a América y la venta de los cautivos, los capitanes se enfrentaban a un problema. Un barco de doscientas toneladas necesitaba treinta y cinco tripulantes para ocuparse de trescientos cincuenta esclavos, pero ahora, al volver a su puerto de origen en Europa podía llevar, por ejemplo, un cargamento de azúcar y sólo necesitaría a dieciséis marineros para manejar la nave. Así pues, sobraban la mitad de los marineros, y los capitanes tenían un método para deshacerse de esta carga económica.

Cuando el viaje llegaba a su término y el trato a los esclavos comenzaba a mejorar para que tuvieran buen aspecto a la hora de venderlos, el capitán empezaba a maltratar -con frecuencia de forma brutal- a los marineros o a parte de ellos, especialmente a los de carácter rebelde o a los alborotadores, para que algunos hombres desertaran al llegar a puerto. Otros, los enfermos, simplemente eran abandonados. 

Muchos marineros, a veces la mayoría de la tripulación, estaban en tan mal estado de salud al término del viaje que ya no podían trabajar. Sufrían enfermedades contraídas en África: malaria, oftalmia (una enfermedad de la vista), filaria (unos parásitos que crecían hasta alcanzar un enorme tamaño, generalmente en las piernas) y úlceras de varios tipos, en especial causadas por el pian, una enfermedad contagiosa de la piel. 

Esos marineros llegaban a las Antillas en un estado penoso. Los testimonios sobre su situación son estremecedores: en Barbados, el marinero Henry Ellison vio a «varios marineros del comercio negrero presas de grandes sufrimientos, y carentes de las necesidades básicas para la vida, con las piernas ulceradas, comidos por las garrapatas y con los dedos de los pies podridos, sin nadie que les diera ayuda o cobijo». En los muelles de Jamaica contempló escenas similares, con marineros tirados en los embarcaderos, ulcerados e inermes. Tenían gangrena desde las rodillas hasta los tobillos, y estaban en tal estado que ningún barco los aceptaría. Habían sido «tratados de una manera bárbara», contaba Ellison. A veces se arrastraban para morir hasta los barriles de azúcar vacíos que había en los muelles. 

Los marineros pobres y enfermos se convertían en mendigos en casi todos los puertos de llegada en las Américas. El abandono de marineros tullidos y ulcerados representaba «una molestia y un gasto tan grandes» para la comunidad de Kingston, en Jamaica, que se aprobó una ley que exigía a los capitanes de barcos depositar una cantidad como garantía por los incapacitados que dejaban en tierra. Los marineros eran las otras víctimas de la trata, los «esclavos blancos», como se los llamó.

Mapa de la isla de Jamaica realizado hacia 1760.

Mapa de la isla de Jamaica realizado hacia 1760.

Mapa de la isla de Jamaica realizado hacia 1760. En sus puertos abundaban los marineros incapacitados y abandonados por los capitanes de los barcos negreros.

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MORIR PARA VOLVER 

Al parecer, la mayoría de los esclavos creía que al morir volvían a su tierra natal. Esta creencia perduraba en su nuevo destino: entre los descendientes de africanos en América del Norte y las Antillas, los funerales se solían celebrar con júbilo, porque el fallecido «estaba regresando a Guinea». 

Tales ideas eran conocidas por los traficantes de esclavos, y también por quienes querían acabar con este comercio. El líder abolicionista Thomas Clarkson escribió: «Los africanos sostienen universalmente la opinión de que en cuanto la muerte los libera de las manos de sus opresores, vuelan de inmediato a sus llanuras nativas, para volver a vivir, disfrutar de la compañía de sus amados paisanos y pasar toda su nueva existencia en medio de escenas de tranquilidad y deleite; y esta creencia opera sobre ellos de modo tan poderoso que los lleva con frecuencia al horrendo extremo de poner punto final a sus vidas». Cuando alguien moría, los demás africanos decían que «se ha ido a su país feliz». 

Para evitar que esa creencia llevara a los esclavos a suicidarse, los capitanes esclavistas instalaban redes para impedir que los cautivos saltaran al agua, y contaban con el speculum oris para alimentarlos de manera forzosa si se negaban a comer. Pero había más. Puesto que muchos africanos pensaban que volverían a África con el mismo cuerpo, los capitanes se ensañaban públicamente con los cadáveres de los esclavos difuntos, para disuadir a los sobrevivientes de suicidarse. Así, por ejemplo, un capitán congregó a los esclavos para que presenciaran cómo el carpintero cortaba la cabeza del primer cautivo que había fallecido durante el viaje y después lanzaba el cuerpo por la borda, e hizo lo mismo con todos los que murieron durante la travesía. 

Por otra parte, la voluntad de «regresar a Guinea» indica que el propósito de una insurrección de esclavos no siempre era apoderarse del barco. Muchas veces se trataba en realidad de un suicidio colectivo. Como explicaba Thomas Clarkson, con frecuencia los esclavos «se deciden a sublevarse contra la tripulación, con la esperanza de encontrar por ese medio la muerte que anhelan, y, a la vez, acariciando la Esperanza de que la encontrarán al Precio de las Vidas de algunos de sus Opresores». Si se tiene presente este objetivo, hay que considerar que muchas insurrecciones tuvieron éxito desde el punto de vista de sus protagonistas: murieron para volver a su hogar.

Traficantes de esclavos venden por separado a los miembros de una familia africana.

Traficantes de esclavos venden por separado a los miembros de una familia africana.

Traficantes de esclavos venden por separado a los miembros de una familia africana. Grabado por George Morland. Siglo XVIII.

LOS TIBURONES

Siempre había tiburones merodeando alrededor de los barcos de esclavos, atraídos por los restos de comida y la basura que se tiraban cada día por la borda. De hecho, los escualos seguían a los barcos esclavistas por todo el océano hasta América, como indica una nota aparecida en varios periódicos de Kingston, en Jamaica, en 1785: «Los numerosos barcos esclavistas llegados aquí recientemente han introducido tal número de tiburones de gran tamaño que bañarse en el río se ha hecho extremadamente peligroso, incluso tierra adentro». 

Los capitanes de los barcos esclavistas usaban a los tiburones para sembrar el terror. Lo hacían antes de partir de África, para evitar que desertaran los marineros y se fugaran los esclavos durante las estancias de meses en la costa hasta completar el cargamento humano. Y lo hacían durante la travesía, para atajar los intentos de suicidio, de lo que hay numerosos testimonios. Así, según contaba Oliver Goldsmith en su historia natural de los tiburones, de 1774, el capitán de un barco esclavista, enfrentado a una ola de suicidios entre sus cautivos, convencidos de que tras la muerte se reunirían con sus familias en África, “ordenó inmediatamente que uno de los cadáveres se amarrara con una cuerda de los tobillos y se lo bajara así al mar; y aunque lo subieron de vuelta al barco con gran celeridad, en ese corto espacio de tiempo los tiburones le habían arrancado a mordiscos todo el cuerpo, menos los pies”. 

Este tipo de espectáculo sangriento era habitual durante la travesía. Si bien se intentaba proteger los cuerpos de los marineros difuntos de la voracidad de los tiburones envolviéndolos con sus hamacas y atándoles balas de cañón para que se hundieran rápidamente, los cuerpos de los esclavos muertos eran arrojados por la borda sin más ceremonia y devorados de inmediato por los escualos, a la vista de todos. De hecho, había capitanes que empleaban restos humanos como carnaza para los tiburones, asegurándose con ello de que seguían al barco: «Nuestra manera de atraerlos era lanzar por la borda a un negro muerto, al que seguían hasta comérselo por completo», explicaba un oficial. Una conducta que se inscribía en la degradación moral resultante del tráfico de seres humanos.

Tiburones

Tiburones

Tiburones. Litografía perteneciente a la Historia natural de los peces de Heinrich Rudolf Schinz, publicada en 1836.

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Este artículo pertenece al número 232 de la revista Historia National Geographic.